La alimentación basada en el consumo de carne y su forma de producción, lleva cada año a la muerte a 60.000 millones de animales criados en condiciones inaceptables de cautividad y sufrimiento. Ya que la población del mundo va en aumento, esta cifra no hará más que crecer en los próximos años. Según fuentes de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), cada segundo mueren en el mundo aproximadamente 2.000 animales, 345 millones al día aproximadamente, a lo que hay que añadir unos 140 millones de toneladas de peces. Esto supone que extraemos del mar una cantidad muy superior de animales de los que producimos sumando aves y mamíferos.
Si tenemos en cuenta que el mar es el gran basurero del mundo, que soporta desechos y accidentes atómicos, petrolíferos y químicos además de las aguas residuales que los humanos les aportamos, la situación está destinada a convertirse en uno más de los cientos de hechos preocupantes, en apariencia irreversibles, que nos abruman cada día. Todo apunta que hace tiempo que la especie humana sobrepasó todos los límites del equilibrio con el planeta que lo alberga. Nos hemos convertido en un huésped incómodo en esta casa.
Según datos de la FAO correspondientes al año 2007 las cifras de animales muertos anualmente para consumo serían las siguientes:
50.000 millones de pollos
2.715 millones de patos
1.388 millones de cerdos
1.169 millones de conejos
648 millones de gallinas
635 millones de pavos
564 millones de ovejas
402 millones de cabras
301 millones de bóvidos
57 millones de otras aves.
23 millones de búfalos
10 millones de perros
5 millones de caballos
1,5 millones de camellos
En España, las cifras de animales muertos al año son:
560 millones de pollos
51 millones de gallinas
37,5 millones de cerdo.
19,3 millones de corderos
2,7 millones de bóvidos
Cada hora mueren en el mundo aproximadamente 6.000 personas y nacen 15.000. Cada día nacen más de 360.000 personas en el mundo, siendo los que mueren aproximadamente la mitad.
Unidad de Tiempo |
Nacimientos |
Muertes |
Crecimiento |
Año |
131,940,516 |
56,545,138 |
75,395,378 |
Mes |
10,995,043 |
4,712,095 |
6,282,948 |
Día |
361,481 |
154,918 |
206,563 |
Hora |
15,062 |
6,455 |
8,607 |
Minuto |
251 |
108 |
143 |
Segundo |
4.2 |
1.8 |
2.4 |
(Datos de la Oficina del Censo de Estados Unidos)
Esta población creciente que ha de alimentarse no podrá hacerlo si destinamos al engorde de animales o a los biocombustibles el cereal y el agua necesaria para que estas personas se mantengan con vida.
La cantidad de cereal y agua que hacen falta para producir un kilo de carne varía sustancialmente según las fuentes que se consulten. Tomando una estimación conservadora, para producir un solo kilo de carne de vaca se necesitan 15 kilos de cereales y 15.000 litros de agua. En la actualidad, más del 40 % del cereal mundial se destina a alimento de ganado, y se estima que para el año 2050 se superará el 50 %. Solo en Estados Unidos el porcentaje es del 70 %.
Sin embargo, independientemente de si la estimación que analizamos es la más radical o la más moderada, la producción de carne representa un gasto de agua y energía muy por encima de la que se necesita en la producción de vegetales o cereales. La proteína animal es cara y costosa de obtener. No solo consume los cereales y el agua que podrían mantener a los seres humanos sino combustibles fósiles, abonos y pesticidas con la consecuente contaminación, gases de efecto invernadero y desechos que van a parar a ríos y acuíferos.
Si todos los habitantes de la Tierra se alimentaran con las mismas cantidades de proteína animal que los ciudadanos europeos, y más aun los estadounidenses, nos enfrentaríamos al hecho de que no hay tierras, cereales ni agua suficiente para mantenernos a todos con vida. Para hacernos una idea, se necesitarían extensiones de tierra equivalentes a cinco veces el tamaño del planeta para que todos pudiéramos alimentarnos con los hábitos europeos y siete para mantener los hábitos de los americanos.
Según las Naciones Unidas, una reducción de la producción y el consumo de carne entre el 10 y el 15% podrían erradicar el hambre en el planeta.
Resulta a su vez evidente lo insostenible de la explotación que padecen los caladeros de mares y océanos y los antiecológicos métodos de la pesca industrial. Un informe reciente de Greenpeace dice que en España el 80% de la pesca es artesanal y sostenible. A pesar de ello la pesca industrial e insostenible sigue subvencionada.
Otro elemento a tener en cuenta en esta ecuación alimentaria es el agua. Sandra Postel, directora del Proyecto Política Global del Agua, dice que el mundo descuenta 200 kilómetros cúbicos de su banco de agua cada año. Sabemos que la contaminación masiva de ríos y acuíferos, así cómo la pérdida de humedales, es producida por la actividad humana, la agricultura y la industria, entre ellas la industria ganadera. Se está poniendo en peligro un precioso recurso al que muchas personas tienen un acceso mínimo.
Es imprescindible pensar en las condiciones en las que se crían, se transportan y mueren los animales destinados al consumo humano, en el sufrimiento que reciben ellos y el que indirectamente llega a nuestros platos.
En 1966 había en Estados Unidos 53 millones de cerdos distribuidos en un millón de granjas. Actualmente, hay 65 millones de ellos en 65.000 instalaciones. Podemos imaginar el hacinamiento y el estrés que sufren estos animales, la cantidad de desechos que producen y las condiciones de estas instalaciones, así como la cantidad de medicamentos e insecticidas que se emplean para controlar las epidemias. El consumidor es el eslabón final de esta cadena de sufrimiento y despropósitos que ya repercute en el equilibrio ecológico a escala planetaria.
Las personas que sobrepasan los cincuenta años y sobre todo las que crecieron en medios rurales recordarán la antigua alimentación tradicional previa al despegue de la producción industrial. Hace cincuenta años, los postres lácteos no habían sustituido masivamente a la fruta y el consumo de carne no era la base principal de la dieta. La alimentación se basaba principalmente en los cereales, las semillas, las hortalizas, las verduras y las frutas. Hasta la década de los sesenta del pasado siglo eran apenas empleados en nuestro país los fitosanitarios, forma suave de llamar a los pesticidas que se utilizan tanto en los cultivos destinados a forraje animal como a los empleados para alimentos de consumo humano, al igual que no había una implantación masiva de los abonos químicos. Los animales criados para servir como alimento no estaban sometidos a medicación desde su nacimiento. Eran desconocidos los transgénicos y la ganadería intensiva aún no monopolizaba la obtención de huevos, leche o carne.
Sin embargo, en torno a 1925 G. K. Chesterton, en tono entre escandalizado y humorístico, describía en El discreto contrabando del capitán Pierce, los primeros intentos de imponer el modelo de explotación intensiva en Inglaterra. Criticaba el escritor con agudeza los decretos de prohibición de la pequeña ganadería tradicional por parte de las autoridades británicas, seducidas por las tesis especulativas del modelo americano y el capitalismo en ciernes.
Podríamos decir que los sistemas industriales aplicados a la producción ganadera intensiva –como si los seres vivos fueran objetos inertes y de manera subsiguiente a la explotación de la Tierra, igualmente considerada una mina a cielo abierto–, rompe definitivamente el concepto tradicional y el vínculo de los seres humanos con la naturaleza que los sostiene.
Si bien la carne es una fuente de proteínas para los seres humanos, no es una fuente imprescindible, ni es necesario su consumo diario.
Tradicionalmente la carne era un elemento circunstancial en la dieta. Tal vez el hecho de que sólo quienes tenían un alto nivel económico podían permitírsela contribuyó a que, una vez superados los periodos de escasez de alimentos, la población en general la situara como el mayor bien de consumo y el más necesario. Nada más lejos de la realidad. Un exceso de proteínas de origen animal no mejora nuestras condiciones físicas. Estas proteínas van acompañadas de una cantidad importante de grasas saturadas y sustancias de desecho (no solo las propias del animal, sino las de los medicamentos y piensos que ha consumido) que están en la génesis de numerosas enfermedades y males que aquejan masivamente a la población: deficiencias cardiovasculares, diabetes, cáncer y la epidemia actual de Alzheimer, entre otras; incrementadas todas ellas por la mala calidad de la vida y de la alimentación del ganado destinado a servirnos como alimento. Hay que recordar la epidemia de encefalopatía espongiforme producida por un prión de las ovejas y transmitida a las vacas alimentadas con piensos compuestos con restos ovinos. Cabe preguntarse, ¿a quién se le ocurrió semejante aprovechamiento de los despojos de las ovejas?, y ¿cómo llegaron las autoridades de los países europeos a aceptar su comercialización? Pero todavía esto no explica que en la actualidad se sigan contagiando un gran número de vacas en Reino Unido, Francia y otros países europeos.
Si bien las proteínas nos aportan los aminoácidos esenciales con los que se construyen los organismos vivos, estas se pueden obtener de otras fuentes distintas a la carne, como son los huevos, las legumbres, los frutos secos o los cereales integrales. Y aunque la raza humana no vaya a prescindir mayoritariamente de la carne de otras especies que sin embargo sienten y sufren, sí que puede decidir comer solamente lo que Jane Goodall llama, “carne de animales felices”.
El científico y padre de La Teoría Gaia, James Lovelock, afirma que no se trata ya de mantener un crecimiento sostenible en el planeta, sino que a estas alturas lo único que podemos hacer por nuestra supervivencia como especie es iniciar de manera inmediata una retirada sostenible: “Si nos preocupa de verdad el bienestar de la humanidad, es nuestro deber anteponer Gaia a cualquier otra consideración, y nuestra obligación asegurar que no tomamos de ella más que nuestra justa porción”. Añade que la Tierra está cambiando, siguiendo sus propias leyes internas, hacia un estado en el que ya no seremos bienvenidos.
La humanidad, sus formas de nutrición y sus métodos de producción han de cambiar drásticamente o no habrá manera de mantener sobre ella a una población que ha crecido exponencialmente y que continúa haciéndolo en este mismo instante.
Ahora se habla de explotación ganadera con entera normalidad, como si otros seres vivos fueran meramente explotables. El mal que permitimos que sufran, antes o después, nos salpica a nosotros. Si los animales se nutren mal, son medicados para mantenerlos insanamente con vida, engordados a marchas forzadas y sacrificados en serie, esa vivencia formará parte de nuestros cuerpos, de nuestra psique y en definitiva de nuestra salud tanto física como mental y del rastro de dolor y sufrimientos planetarios.
Integramos en nuestros cuerpos como información sus carencias, medicación y sufrimiento. No estamos separados de nada. Formamos parte los unos de los otros, no somos ajenos al dolor que infligimos directa o indirectamente, no estamos al margen ni tampoco fuera.
El carro de la compra tiene tanto poder como un carro de combate, un poder tan decisivo como un voto en las urnas cada cuatro años y que podemos ejercer cada vez que decidimos nuestras compras. Sólo será cuestión de tiempo que esta conspiración del silencio, que intenta ocultar de nuestra vista toda la locura y el desastre de los métodos industriales en la producción de alimentos, llegue a desenmascararse. La difusión del conocimiento crea conciencia. Todos los ámbitos de la vida están directa o indirectamente relacionados con la alimentación. Lo que somos, lo que finalmente nos constituye física y fisiológicamente, nuestra salud, nuestra cultura y el impacto que generamos en nuestro entorno, tiene que ver en gran medida con nuestra forma de nutrirnos.
Adriana Ruiz Díaz es nutricionista
Fuentes:
Vic Sussman, La alternativa vegetariana. Integral
Oficina del Censo de Estados Unidos
James Lovelock, La venganza de la Tierra. Booket.
Alan Watts, La vida como juego. Kairós.
Manu Coeman, Ámame encarnecidamente
Los pecados de la carne. Noviembre de 1994
Víctor Gonzálvez, El por qué de las vacas locas y la agricultura ecológica
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