Un señora sube la calle empinada.
Cero grados. La acera resbala. Comercios abiertos. Siete de la tarde.
En las puertas de las tiendas hay dependientes con cigarrillos encendidos.
Uno de ellos conversa con alguien que pasea un bulldog enano.
Hay una linda muchacha sentada en un banco con las piernas cruzadas, y discute con el que será su novio, de pie frente a ella y con otro bulldog enano sentado a sus pies.
La señora coninúa subiendo la calle empinada.
Cuerpo grueso. Abrigo desaliñado. Andar torpe. Cuatro perritos.
Los cuatro perritos son mínimos chuchos. Todos van abrigados con jersey de perro.
Dos de ellos van atados a una correa que la señora lleva en la mano izquierda.
Otro chispea pegado a sus piernas, suelto, obediente.
El cuarto camina libre y abriendo camino, y se dedica a ladrar a los peatones.
En la mano izquierda la señora lleva un paraguas con el que pega al perro cuando ladra.
«Hijo de puta», le dice cada vez, «te voy a abandonar en una carretera.»
El perrito explorador recibe el golpe, pero no se inmuta. Prosigue su senda impertinente protegiendo a la señora, que se tambalea, y al resto de la manada.
«En la carretera, hijo de puta», grita la señora jadeando por el triple esfuerzo.