Cuenca, 15 de septiembre de 2023
Desde el Puente de la Trinidad hasta el barrio del Castillo, la paulatinamente erguida Cuenca antigua -«La ciudad enclavada en la Sierra a plomo sobre el Júcar» (Carlos Morla Lynch)- simula una cometa, con hilo elevador, desde abajo, y su vela, su brida, arriba. Lo primero, esas calles: Palafox, San Juan, Andrés de Cabrera, Alfonso VIII, hasta lo segundo: Plaza Mayor, calle de San Pedro (punto de retención), amplia y muy animada explanada del barrio del Castillo.
Digamos desde el trazo medio de la cola de la cometa, salgo de mi calle que hace esquina con el decano restaurante Las Brasas y desciendo hacia el puente. En Cuenca es habitual sentirse flanqueado por edificios encalados, pintados de diversos colores, las aberturas regulares, equidistantes en su geometría y que podrían tomarse por construcciones de Adolf Loos dieciochescas.
A mi izquierda dejo la calle del Peso y la del poeta Federico Muelas («Alzada en limpia sinrazón altiva, / pedestal de crepúsculos soñados, / ¿subes orgullos? ¿bajas derrocados / sueños de un dios en celestial deriva? … ¡Cuenca cristalizada en mis amores!»). Un poco más allá se destaca notablemente la puntiaguda torre de la iglesia de El Salvador, que se eleva desde una piña de humildes y castizas casejas, aunque alguna con su blasón, conformando una Cuenca genuina donde habitaron los hermanos Valdés o Antonio Enríquez Gómez. Todo bañado por grandísimo cielo añil.
A mi derecha, la calle de San Juan. En uno de sus tramos la antigua calle Estrecha, dispuesta en anchos escalones, que posee bonitas fachadas con un intenso colorido entre rojo y granate. Además, en algunos de sus hogares casualmente residen unos cuantos muy buenos historiadores, conquenses, que difunden ejemplarmente la historia provincial de Cuenca. Sigo bajando, y de nuevo a la izquierda, el predio tocho de la Audiencia y la sede azul de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Un poco más abajo, ya en la calle Palafox, un enorme y rosado edificio: el Conservatorio Profesional de Música, que quiso ser residencia para los miembros de la JONDE, Joven Orquesta Nacional de España. Por cierto, la cafetería del Conservatorio es muy bonita, alberga un trozo de la auténtica muralla de Cuenca. Cuando está abierta la institución se ofrecen a mediodía unos ricos menús a muy módico precio.
Abandonemos el símil de la cometa y, llegando al puente de la Trinidad, sobre el corto, angosto mas terco río Huécar poco antes de morir en el Júcar, torzamos a la izquierda y, siguiendo la calle Calderón de la Barca, accedamos a Carretería, la vía principal de la Cuenca nueva, aunque hace siglos ya formaba parte de un arrabal. Desde hace algún tiempo es una calle completamente peatonal, comercial (supermercado Dia, tienda de carcasas de móvil, de ropa, lencería, zapaterías, heladerías, la librería Evangelio, despachos de abogados, farmacia, parafarmacia, lotería, hostales, bancos, etc.). A ella asoman algunos vistosos balcones y miradores sitos en confortables pisos, ubicados en, digamos, algo decimonónicos inmuebles. Repleta de terrazas, se muestra, por esta razón, extraordinariamente festiva y rumorosa. Aquí se encuentra la famosa y acreditada confitería Ruiz, atestada de abuelos, y se encontraba el café Colón, al que acudía el afamado periodista César González Ruano, residente en Cuenca durante un tiempo en una casa que le donó el Ayuntamiento, y al que se reservaba mesa aparte para que escribiera holgadamente sus artículos. Por el otro extremo se sale de Carretería a un ensanche muy asentado aunque vulgarizado en una cierta condición rancia de pequeña ciudad provinciana.
Retrocedo por el mismo camino con la intención de comprar un poco de jamón y queso. Entro a una «carnecería» de la calle Alfonso VIII, muy cerca de la Plaza Mayor. La palabra «carnecería» es una ultracorrección lingüística que deviene defecto ortográfico y prosódico. Se creía que «carnecería» era lo correcto al suponer que provenía de «carne». Pero realmente «carnicería», el vocablo adecuado, viene del genitivo latino «carnis» o, en todo caso, de la raíz «carni-«. No se dice «carnecero», ni «carnévoro». Como enuncia la RAE en su Diccionario panhispánico de dudas: «Debe evitarse en el habla culta la forma carnecería, documentada en el español medieval y clásico, pero relegada hoy al habla popular de algunas zonas de España.»