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Cuentos. 083 Aprender a nadar

 

 Los comensales celebraron el cuento del anciano y el Maestro Tenno dijo:

– Recuerdo aquel cuento del mulá Nasrudín cuanto era joven. Me ayudó mucho en un cierto período de mi formación. Maestro, cuéntanoslo, de nuevo, aunque parezca que nos repetimos.

– No, Tenno, amigo – respondió con dulzura el anciano -, si alguien encontrara que uno solo de los relatos que cuento me lo había inventado yo, lo pondría en cuarentena. Nadie es dueño de estas historias, ni siquiera de las que cree haberse inventado cuando, en este campo, no somos más que meros amanuenses. Es como si Sergei pretendiera inscribirlos en la oficina de patentes. Tal o cual recopilación podría inscribirse en algún registro de una supuesta sociedad general de autores, pero los cuentos en sí son del que los cuenta.

– O como dijo aquella campesina “Las cosas no son de su dueño sino del que las necesita” – apostilló un Sergei que vacilaba de sueño.

– Pues bien, cuando era joven el mulá Nasrudín Hodja, héroe de tantos cuentos populares en Oriente Medio y hasta en la lejana Samarcanda, tenía una barca desvencijada que utilizaba para llevar a la gente al otro lado del río.
Un día, su pasajero de turno, un profesor muy quisquilloso, decidió, mientras cruzaban, hacerle una prueba al mulá para ver cuánto sabía.
– “Dime, Nasrudín, ¿cuánto es ocho veces seis?
– “No tengo idea – respondió el mulá.
– “¿Cómo escribes «magnificencia»?
– “No lo hago – respondió Nasrudín.
– “¿No estudiaste nada en la escuela?
– “No – respondió el Maestro.
– “En ese caso, la mitad de tu vida está perdida.
– “Justo entonces, se desató una tormenta feroz (vaya usted a saber si Nasrudín tuvo algo que ver o si los Cielos quisieron echarle una mano), y el bote comenzó a hundirse.
– “Profesor – dijo Nasrudín -, ¿alguna vez aprendiste a nadar?
– “No – le respondió.
– “En ese caso, tu vida entera está perdida.

–  En los estudios con los que llenemos nuestra cabeza de conceptos en lugar de ayudarnos a tenerla bien estructurada, ocho veces seis todavía suman 48, con independencia de dónde vivamos. Pero el concepto de magnificencia puede cambiar si sabemos que, en 1520, cuando los españoles llegaron a Tenochtitlán, Ciudad de México, ésta era diez veces más grande que cualquier ciudad europea.
Ignorar a la otra mitad de la humanidad (las mujeres, los pueblos indígenas, los hambrientos, los que no tienen acceso a la cultura, menospreciar a quienes ni siquiera saben que son personas) no presta la ayuda necesaria para aprender a nadar en las aguas turbulentas de nuestro siglo.

Al llegar a ese final, el rostro de Sergei reposaba sobre sus brazos apoyados en la mesa. Todos sonrieron enternecidos mientras el noble Ting Chang lo levantaba en sus poderosos brazos y lo depositaba sobre la piel de gacela que cubría su yacija. Le echó un cobertor por encima y, en ese momento, el reflejo de la luna llena iluminó el rostro del rapaz, mientras el médico comprendía el mensaje. Cuando regresó junto a los maestros se dio cuenta de que ellos también lo habían comprendido y sonreían complacidos mientras ordenaban sus túnicas y permitían al silencio que se adueñase de este “lado del río”.

José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M. Fundador de Solidarios

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