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Cuentos del camino, 038. A lomos de mula

036 A lomos de mula
El otoño estaba en todo su esplendor el anciano iba feliz sobre su mula contemplando los arces dorados, los estanques de lotos azules, las veredas en las que apuntaban los acebos que florecerían en rojo durante el invierno. El ritmo de su cabalgadura le hacía mover la cabeza y a sus acompañantes les parecía que iba saludando a las plantas y a las ardillas y a los cuervos y a todo lo que le salía al encuentro. Porque ésta era una de las claves de su enseñanza:
– La paz se manifiesta cuando no tienes que ir a por las cosas, sino que estas salen al encuentro. A eso llaman en Occidente contemplación, dejarse impregnar, invadir, hasta saberse uno con todo lo que existe. No hay que «ir allí» ni «permanecer aquí», sino simplemente respirar y hacer lo que tienes que hacer, esto es, lo que quieras.
– ¡Maestro! Dicho así parece muy fácil, pero si no tenemos que ir a la montaña ni ésta va a bajar hasta nosotros, ¿cómo podríamos visitar a tu Maestro? – preguntó Sergei que se agarraba con las dos manos al arzón de su cabalgadura.
– La clave está en no «tener que», sino en hacer lo que sea y donde sea porque sí. El que pretende hacer el bien, ya recibió su recompensa.
– Entonces, ¿no es lícito querer hacer el bien?
– Mejor es hacerlo. Eso es lo que respondió el Primer Patriarca al Emperador de China cuando éste le exponía las buenas obras que hacía. «¿No es esto virtuoso? ¿Acaso no tienen mérito mis acciones, Venerado Maestro? – le preguntó el Emperador». «No, Hijo del Cielo – respondió Bodhidarma -, porque buscas el mérito en tus acciones».
– ¿Pero no decías, Maestro, que la felicidad consiste en hacer lo que uno quiere?
– No dije tal cosa, sino en poder hacer lo que uno quiere. Y el único camino que conozco es querer lo que uno hace.
– ¡Cuánto hubiera dado Xavier por cabalgar por las montañas de estas tierras que sólo avizoró desde Japón! – dijo alegre Ting Chang.
– ¿A qué viene ahora evocar a quien pretendía cambiar nuestro modo de vida? -preguntó Sergei.
– Eso es lo que pretendía desde su cosmovisión pero estoy seguro de que, en cuanto llegara aquí y descubriera el Camino del Tao, del Budismo y del Chan en el que ya por entonces había evolucionado, sin duda que lo hubiera abrazado.
– ¿Cómo estás tan seguro, Noble Ting Chang?
– Porque un hombre que afirmó que «la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer», ya vivía en el Tao- respondió con una amplia sonrisa el médico mientras el Maestro los miraba con profunda complacencia.

José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M.

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