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Frontera DigitalCuentos del camino. 078 Un buen vino

Cuentos del camino. 078 Un buen vino

 

Prepararon una comida con las viandas que el Abad se había apresurado a enviarles advertido de la llegada de tan Noble Maestro, pero comprendiendo que no debía importunar lo que se imaginaba que estaba aconteciendo. El Noble Ting Chang pidió permiso al Maestro para abrir una de las botellas de vino que había traído y que lucía una ilustrada etiqueta.
– Sergei – dijo -, ¿qué te parece si, en lugar de descorcharla, nos contentásemos con leer esa etiqueta en la que nos cuenta las excelencias de este vino?
– Maestro, ¡ni locos! Mejor saboreemos ese rico vino. ¿Quién puede contentarse con leer el menú de un restaurante para sentirse satisfecho, como me dijiste un día?
– Pues eso, liebre siberiano-mogola, pues eso. No se trata de subir a la montaña ni de descender de ella, de entrar en el mar o de regresar a la orilla sino de saber actuar con arreglo a la naturaleza de las cosas.
– Es lo que yo digo, Maestro.
– Ya, pero darías un brazo por ser sonámbulo.
Los demás se rieron mientras Sergei insistía.
– Aunque sólo fuera para mirar, Nobles Señores. Ya me parecía a mí que el Maestro Tenno no había llegado aquí por casualidad ni para aprender a colocar los chanclos y el paraguas.
– No se trata de que él lo aprenda sino de que tú despiertes, dijeron entre risas que confundían al rapaz.
– Eso quisiera yo, Maestro, pero me parece que el té que me ofreces en la noche está algo bautizado; de lo contrario, no me explico cómo se me caen los párpados a pesar de mis esfuerzos.
– Escucha, liebre de las estepas, lo que sucedió al Buda al final de sus días. Tiene que ver con las etiquetas.
– Cuenta, Luz de la noche.
– Ya estaba el Buda dispuesto para su viaje final y quería transmitir el manto, el cuenco y el bastón a quien habría de sucederle al frente de la shanga. Entonces, les mostró una flor a sus discípulos y permaneció en silencio. Después de un rato, comprendiendo los más avispados que se trataba de una prueba, formularon, uno después de otro, las más diversas interpretaciones filosóficas, otros crearon poemas, alguno ideó una parábola. Pero el Bienaventurado Theratava, el Buda Sakyamuni, Sidharta en su plenitud, se dio cuenta de que no hacían más que fabricar etiquetas y se perdían la esencia. Hasta que su querido Mahakashyap miró a la flor y sonrió, sin decir nada. Sólo él la había visto.
– La moraleja, Maestro, es que es preferible embriagarse – soltó Sergei mientras vertía el oloroso vino.
– ¡Tampoco es eso, Sergei, tampoco es eso! Pero es mejor que quedarse descifrando etiquetas.

 

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