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Cuentos del camino. 080 Una piedra en el camino

 

Mientras el Noble doctor se había acercado con el Maestro Tenno a reparar algo en el otro lado del río, en donde practicaban durante la noche, llegó el Maestro Barrendero de Esmeraldas para traerle unas setas al Maestro. Sergei lo atendió con esmero y lo acomodó mientras preparaba el té ya que el Maestro estaba terminando de transcribir algunos textos de las enseñanzas que cada día le explicaba a Ting Chang.
– ¡No te molestes, joven Sergei! No quisiera molestar al Maestro, pero sé que le gustan mucho este tipo de setas.
– Me acaba de decir que te ruegue que lo esperes pues no quisiera dejar sin concluir un capítulo. Pero ya viene a tomar el té contigo, Venerable Señor.
– No me llames así, yo no soy más que el barrendero de los monjes. Si me descubrieran, adiós tranquilidad y sosiego.
– Si no es mucha la descortesía me gustaría preguntarte por qué te llama nuestro Maestro el Barrendero de Esmeraldas.
– Son bromas suyas que no tienen mayor importancia – respondió sonriendo -.
En ese momento, llegó el Maestro que saludó con gran respeto y contentó a su huésped y ambos se sentaron para saborear el rico té especiado.
– Sergei, no se trata de una broma. Yo te voy a contar la historia. Hace ya muchos años, nuestro huésped era instructor de artes marciales en el Ejército Rojo de Mao hasta que un día vio el universo en una gota de agua que se posó en el filo de su espada. Se retiró al templo de Saolín y buscó completar su despertar compartiendo con los monjes el dominio de sus técnicas. Pero un día salió a barrer en la entrada del templo y con la escoba apartó una piedra verde de inmensa belleza. El prior del monasterio le increpó diciendo «Pero ¿no te das cuenta de que se trata de una piedra preciosa de valor inmenso?» El barrendero alzó los hombros, no respondió nada y siguió barriendo. Pero el prior le metió la piedra en el bolsillo para que no olvidase que la contemplación no está reñida con el conocimiento del valor de las cosas.
– Maestro, perdona mi ignorancia, pero en el plano en el que se movía el barrendero ¿qué significaba valor y qué importancia tenía si lo confundía con precio?
– Así es, pero los priores y aún los Abades, a veces, son algo extravagantes. El caso es que, cuando nuestro amigo caminaba hacia un retiro en la montaña, llegó un aldeano corriendo hasta él y le dijo muy excitado «¡La joya! Dame la joya que llevas» «¿Pero qué joya me estás pidiendo, buen hombre?» «Es que durante la noche he tenido un sueño y un espíritu bueno me dijo: ‘Vete al camino y encontrarás a un monje caminando que te entregará una piedra preciosa’ «¡Ah! Le respondió el barrendero del monasterio. ¿Te refieres a esta piedra verde? Pues tómala si te apetece». Y sin más, continuó su camino.
– ¿Entonces?
– Entonces, el aldeano se la llevó a su casa y se pasó la noche sin poder dormir, contemplando aquella esmeralda y planeando todo lo que podría hacer con el dinero que le darían por ella.
– La codicia.
– No, la ignorancia. El caso es que pasó así una semana sin poder dormir y decidió liberarse de esa losa corriendo a caballo detrás del monje para devolvérsela.
– Mal negocio hizo.
– No te adelantes, Sergei. No te adelantes. Cuando alcanzó a nuestro amigo le devolvió la esmeralda y se postró a sus pies diciendo: «¡Dame la sabiduría que te permite desprenderte con tanta sencillez de semejante riqueza!»
– Guau. ¿Y qué fue del aldeano?
– Eso, otro día, Sergei, otro día te lo contará el Barrendero si tiene ganas. Ahora vamos a saborear el té y déjanos un rato en paz.

José Carlos Gª Fajardo. Emérito U.C.M. Fundador de Solidarios

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