Home Frontera Digital Cuentos que ruedan por los zocos. 069 Basta con una nota

Cuentos que ruedan por los zocos. 069 Basta con una nota

 Maestro, leí en las Analectas de Confucio que, «No enseñar a un hombre que está dispuesto a aprender es desaprovechar a un hombre…
– «… y que enseñar a quién no está dispuesto a aprender es malgastar las palabras» – continuó el anciano que añadió -: No me parece una buena versión.
– ¡Eso me parecía a mí! – dijo con toda naturalidad Sergei.
– ¡Hombre, eso sí que está bien, liebre de las estepas mongolas! Tú lo que quieres decir es que…
– … no es eso lo que tú practicas. Tú enseñas a todos, lanzas el grano a voleo y, caiga donde caiga, ya se encargará la semilla de abrirse camino…
– … o de brotar y secarse, o de ahogarse entre zarzas, o de ser pisado por los búfalos si cayó en el camino.
– Como en la parábola del Rabí de Nazareth.
– Eso es, pero esa parábola ya está en tradiciones de dos mil años antes de ese Rabí, lo que ocurrió es que Occidente rompió los contactos.
– Aunque la enseñanza encerrada en la parábola se cumpla tan poco.
– ¡Filósofo estás, Sergei!
– Es que todavía no he comido, Maestro.
– Pues mientras te ayudo a batir los huevos con leche agria, escucha esta historia de lo que le sucedió al Maestro Zen Kakua cuando regresó de China, adonde había ido a practicar el Budismo Chan. (El Zen sabes que es una versión de Japón con algunas variantes)
– ¿Pero el primer patriarca japonés que llevó el Zen a Japón no fue Dogen? ¿El que dijo aquello tan gracioso de «los ojos son horizontales y la nariz vertical» para resumir toda la sabiduría que había aprendido?
– ¡Para, Sergei, mono de la jungla! Así, ¿cómo vas a aprender nunca si no te dejas invadir por la sabiduría? Ella te persigue, pero ¡tú corres más! ¿No ves que, razonando y discutiendo y aduciendo argumentos de autoridad y textos venerables, te convertirás quizás en un erudito, pero no alcanzarás la serenidad del despertar?
– Te escucho, Maestro, te escucho, pero es que yo quería…
– ¡Sergei! Me querías decir que «es difícil enseñar algo pero que siempre se puede aprender» ¿Nunca cambiarás? ¿La cabra siempre tirará al monte?
– Perdona a tu siervo, Bálsamo de todas las heridas, cuéntame ese cuento. Te escucharé en silencio.
– ¡Qué morro tienes, luz que agoniza! Pues resulta que, cuando el Maestro Kakua regresó al Japón, sólo se dedicaba a la práctica de la meditación y a arreglar su huerto, del que hizo un jardín. No abrió escuela, pero el Emperador oyó hablar de su sabiduría y de que sí que practicaba con algunos discípulos que venían a limpiar los alcorques. ¿Te suena?
– ¡Cómo Nicodemo y el de Arimatea!
– ¿No estarás preparando una de tus escapadas, Sergei? ¡Muy puesto te encuentro! Así pues, ¡si me dejas proseguir…! El Emperador lo convocó para que fuera a su palacio en Kyoto para que predicara a toda la Corte. Kakua acudió y permaneció en silencio ante el Emperador que estaba impaciente. Entonces, sacó una flauta y ante la expectativa general, tan sólo emitió una nota. Después, hizo una profunda reverencia ante el Emperador y desapareció.

– ¿…?
– No, Sergei, nunca más se supo qué fue de Kakua cuando abandonó el palacio del Emperador.

José Carlos Gª Fajardo. Prof. Emérito U.C.M. Fundador de Solidarios

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