Cuenta Rosa Montero que cuando nos miramos en el espejo solemos vernos peor de lo que estamos. Más gordos, menos atractivos, con más celulitis de la que hay. No sé si lo dice porque lo ha experimentado bajo los espeluznantes focos del probador de Zara –ay, Amancio, haz el favor de cambiar esa luz–, pero razón no le falta. Lo cuenta a partir de un encuentro con su amiga la alpinista Chus Lago –la primera española en subir al Everest sin oxígeno, la tercera del mundo que lo logró, para que nos hagamos a la idea del pedazo de mujer que es–, con la que se fue un día de compras. Encerradas en un probador se reían al comprobar que estaban pensando lo mismo: todo le quedaba siempre mejor a la otra. Ella lo cuenta mucho mejor aquí.
El tema del reflejo es muy interesante. No son los espejos de casa –esos que siempre nos favorecen– y tampoco las fotos de perfil de Facebook, Tinder o similares, los que dicen la verdad. Hay que añadir a esa verdad la de los espejos de la calle: las vitrinas de las pastelerías en las que nos colocamos bien el mechón de pelo o los retrovisores en los que nos lamentamos de lo blancos que estamos. Y hay que sumar la mirada de los demás, que nos devuelve un reflejo más verdadero y benévolo.
Creo que era Nietzsche el que decía aquello de que si miras largamente al abismo éste también mira dentro de ti. Pues a veces creo que ocurre algo parecido con el reflejo que nos devuelven todos esos espejos: que los dejamos que se cuelen dentro y nos definan. Habría que encontrar una distancia adecuada desde la que observarse y observar a los demás.
Leí un textito de Ribeyro que dice así:
A veces somos ciegos. Cuando tenemos las cosas demasiado cerca las vemos pixeladas, como las caras de los hijos de los famosos del Hola. Cuando la realidad está lejos nos quejamos de que no la distinguimos bien. Nunca damos con la distancia adecuada. Quizás, como sugiere Ribeyro, la única que debe servirnos como veredicto estético sobre una persona es “la distancia de la conversación”. La distancia de los gestos, la de las palabras, que no son mucho, pero son todo lo que tenemos.