Para que el hipotético lector de este blog no se sienta defraudado con la utilidad, distracción o licencias que aquí encuentre, se pasan a enumerar algunos de los propósitos y los profetas que lo sustentan.
La paradoja es la única brújula que orienta este viaje por las palabras. Los fundamentalistas de la razón la llaman contradicción, el marxismo la aceptó como sinónimo de dialéctica y por tanto como motor de la historia. En esta Huerta del Retiro no cotiza en exclusiva el racionalismo, sino la dualidad del ying y del yang oriental. No hay dentro de estas fronteras más maestro que Lao Tse, quien en lo más alto de su carrera pública abandonó -decepcionado- la Corte, la ciudad e incluso su patria, para entregarse al deleite de la Naturaleza y los sentidos, acompañado por su fiel amigo el vino. De esta manera -y casi sin darse cuenta- fundó con su ejemplo y con su libro el Taoísmo, la principal escuela filosófica en la que han bebido los mayores poetas chinos.
En el territorio del Retiro se reivindica el plagio como signo de desinhibición creadora. El articulista más brillante de la lengua española, ha sido, es y será Mariano José de Larra. Entre otros múltiples talentos se le reconoce el de plagiador. Fusilaba revolucionariamente las ideas más agudas de sus colegas franceses. Viajar a París, o estar suscrito a ciertas revistas extranjeras, le resultaba una fuente de inspiración inagotable. Larra sufrió numerosos procesos acusado de plagio. Llegó a reivindicarlos en sus textos, defendiendo al articulista como un farsante. Al fin y al cabo, se relacionaba con los cómicos, al menos como crítico.
Aunque nuestro admirado Fígaro no nos ha dejado esa única herencia. Frente a esa gran frase de “Escribir en España es llorar”, también nos suministró el antídoto: el humor es el oxígeno del pensamiento; sin él, estamos perdidos. Los escritores satíricos han sido los más odiados por los poderosos, pero los más queridos por sus lectores. La risa es muy saludable; por muy trágica que resulte la carcajada, siempre oxigena.
Mala prensa y mucha persecución, procesos y hasta cárcel sufrieron en su patria absolutista los satíricos. Cervantes, Quevedo, Góngora, el mismo Larra… fueron tratados como alimañas sociales por atentar –decían los censores- contra el honor ajeno con el mordisco venenoso de sus agudezas. Nada más falso. Al verdadero autor satírico sólo le interesa la asepsia, la transparencia, la salud pública, los derechos mayoritarios…, por eso siempre carga contra los poderosos. No se critica a sus personas, sino a sus vicios y defectos en la ejecución de sus cargos, porque sus errores perjudican a una gran mayoría. Nunca se han escrito sátiras contra los parias ni los pobres, ni siquiera contra la clase media. La sátira posee la naturaleza de la tragedia, sólo es apta para los poderosos, apunta a las esferas más altas.
En la huerta del Retiro se reivindica la alegría y el entusiasmo como materia prima de la creación artística. – “¡Alegres, hay que estar siempre alegres!”, escribía ese gran sufridor que fue Federico García Lorca. El arte verdadero produce siempre alegría, aunque sólo sea la que emana de haber percibido el misterio de lo desconocido, intentando fijarlo. A Lorca le dieron “café, mucho café”, y lo fusilaron por ser y parecer tan alegre. ¡Triste España!
En nuestra huerta se cree ciegamente en las enseñanzas de San Pier Paolo Passolini, profeta sensual, sexual, católico y comunista, que fue asesinado en un descampado semibasurero cercano a la playa de Ostia, por la cara más oculta de un Poder hipócrita y bárbaro; que sabía como silenciar la voz de sus críticos, aunque tuviera para ello que contratar chaperos asesinos. ¿Llegó a emitir el Vaticano algún comunicado de repulsa tras el repugnante crimen de uno de sus mayores valedores, quien realizara con su película El evangelio según San Mateo una de las defensas más rotundas de la figura y de la vigencia del discurso de Jesucristo?
También el comprometido dramaturgo alemán Bertolt Brecht brilla con luz propia en el cielo de la Huerta del Retiro, porque anteponía a la concienciación política del público, su entretenimiento. Antes de estrenar sus obras ante adultos, realizaban unos pases previos con el más difícil de los públicos: los niños de un colegio. Si éstos se distraían, protestaban, ó a su manera pateaban por el aburrimiento que les producía la representación, el sesudo poeta brechtiano, suspendía el estreno previsto y prolongaba los ensayos hasta pasar la inefable prueba de los niños. Se necesita humildad para doblegar la propia soberbia del dramaturgo ungido.
En nuestros pagos se ha creído a pies juntillas, en casi todo lo que escribía el maestro Eduardo Haro Tecglen, que siempre tenía razón, incluso cuando se equivocaba. Morir con las botas puestas de crítico teatral, tras haberla ejercido en la prensa nacional durante casi treinta años continuados, es toda una lección de resistencia ejemplar en el oficio. En uno de sus Scanner -que se publicaban en Babelia- escribió alguna vez sobre la crítica: “Algunas críticas valen más que lo que critican. Es más, una crítica puede llegar a ser una obra de arte, habiéndola producido una nefasta representación artística.” Si él lo decía, no debería entenderse como un signo de prepotencia, si no como un requisito de la escritura, similar a la levadura: sin ella la masa del texto ni crece, ni se eleva. El escritor tiene la obligación de estar convencido del carácter insólito de cada uno de sus textos. “Ama a tu obra como a tu novia” escribía el argentino Horacio Quiroga, en su Decálogo del buen cuentista. ¿Quién puede pensar que su novia o su novio no están tocados por la hermosura? ¿Qué razón habría, si no, para amarlos?
Aunque hay que reconocer que en la Huerta del Retiro tenemos como santo patrón de la crítica al Perro Paco, que ejerció con sinceridad el oficio, tanto en el teatro como en los toros, donde terminó encontrando su ruina definitiva. En los teatros de la Villa de Madrid, allá por el 1879, se dejaba un asiento vacío el día del estreno para que lo ocupase el Perro Paco. Si la representación resultaba mala, el perro ladraba desde su asiento y terminaba abandonando el recinto. No podía haber peor presagio para un empresario o una compañía teatral de la época, como el que los gacetilleros, los cronistas, o el potente boca a boca del público, difundieran que el perro Paco se hubiera marchado de un teatro la noche del estreno.
En las plazas de toros, donde también se le reservaba asiento, el perro Paco se mostraba aún más resolutivo: se lanzaba al albero cuando una faena resultaba penosa, y comenzaba a morder los tobillos de un toro manso, o las piernas de un torero con miedo, para jalearlos y ponerlos en la tensión artística que requería el momento. Un novillero que no era de la Villa, y no conocía por tanto la existencia de aquel ingenio canino, al verse agredido por el perro en mitad de la corrida, acabó de un estocazo con la vida del perro Paco. El can fue trasladado a la enfermería, y el novillero tuvo que salir escoltado de la plaza por la Benemérita, pues el público furioso pretendía ajusticiar al asesino del perro más famoso de la historia capitalina.
Paco fue disecado y expuesto en la estantería de alguna gloriosa taberna torera madrileña por algún tiempo. Incluso se realizó una cuestación popular para erigir una estatua en su memoria. Aunque finalmente se decidió darle entierro en algún punto anónimo del parque del Retiro, y el monumento no llegó nunca a realizarse.
39.700 entradas a “El perro Paco” pueden encontrarse en Google, para certificar la veracidad de este insólito personaje castizo, o profundizar en su fabulosa historia.
En sucesivas entregas, (como buenos taoístas aficionados que somos), continuaremos rindiendo culto a nuestros antepasados, entre los que se cuentan Genet, Beckett, Arrabal o Mishima; junto al maestro de maestros el sevillano Rafael Cansinos Assens, que era capaz de saludar a las estrellas en más de 17 lenguas. Su discípulo favorito, el ineluctable Jorge Luis Borges, matizaba con precisión: “No sé si realmente eran 17, pero está bien la mención de las estrellas, que ya sugiere lo infinito”.