SPA. Salus per Acquam. SPP. Salus per Pulchritudinem. Por si la belleza cotidiana, perenne, envolvente de la Toscana no fuese suficiente para curarnos de todos los males reales, imaginarios o autoinfligidos que nos flagelan, decidimos además prescribirnos un tratamiento termal en las aguas sulfurosas de Saturnia. Aguas lustrales de la belleza italiana, aguas lustrales de la costa del Tirreno al atardecer, aguas lustrales etruscas en Saturnia. Si no regreso restaurado en cuerpo y alma a España, será porque no me ha dado la gana y me he negado en redondo a ser restaurado.
Cuando los romanos guiados por el cónsul Quinto Fabio Rulliano conquistaron las lucumonias etruscas a lo largo de las guerras del siglo III a.C. destruyeron muchas poblaciones, pero hicieron buen acopio de la extraordinaria civilización etrusca, que dejó como legado a los romanos una refinada cultura termal que ha llegado prácticamente sin solución de continuidad hasta nuestros días. Situada en el valle del río Fiora, Saturnia fue según Dionisio de Halicarnaso una de las primeras ciudades que construyeron los pelasgos, pueblo que precedió en estas tierras a los rasenna o etruscos que llegaron por aquí en el siglo VIII a. C. Aquí al aparecer acudían tras la batalla los legionarios romanos para curarse de sus heridas. La zona me sonaba por el libro En Maremma de David Leavitt, quien les dedica unas páginas a las aguas de Saturnia. El paisaje cambia bastante con respecto al de la zona de Prata y Tatti. Solo hemos recorrido unos pocos kilómetros y parece que estamos en una región diferente. Son las cosas de la Maremma y su diversidad de paisajes y ecosistemas.
Las aguas sulfurosas de Saturnia son de acceso libre ─descartado, naturalmente, quedó el balneario de lujo que ha sido abierto en las cercanías─. En los días con viento un penetrante olor sulfuroso se apodera de la comarca. Nos cubrimos, donde fueres haz lo que vieres, con los barros grises que dejan las aguas como sedimento en las innumerables pozas que se han formado en torno a un molino abolido. Una vez seco el barro, varias eran las imágenes que me venían a las mientes. De haber tenido un tono más azulado, habríamos parecido los fieros guerreros caledonios que tanto aterrorizaban a los legionarios romanos, pues azul era el color de los espíritus que se escapaban del inframundo. Al ser un tanto agrisada nuestra guisa, me acordé de los mercenarios del ejército privado del coronel Kurtz en Apocalypse now o de los esclavos de los mayas en Apocalypto. Vaya, no lo pretendía. Las dos películas en las que pensé tienen en su título la palabra apocalipsis, es decir, revelación. Y algo de revelación hubo en el acto de mutar de piel al quitarnos largo rato después el barro y el epitelio redundante.
Me cuenta M. que, en alguna de sus tan mal remuneradas misiones diplomáticas defendiendo los intereses de la República florentina, Dante visitó los conocidos baños de Viterbo. Allí quedó deslumbrado por el espectáculo de las aguas que surtían del manantial Bulicame, seis kilómetros al norte de la ciudad de los papas, donde, tras atravesar la corteza terrestre desde quién sabe qué profundidades, brotaban con vapores sulfurosos aguas cerúleas a sesenta grados de temperatura. M. se bañó en ellos y me refiere que “en invierno con las nieblas parecen infernales”. No parece descabellado pensar que aquella experiencia le inspirase a Dante a la hora de crear la escenografía omnipresente de sus infernales calderas de Pedro Botero (1):
En silencio avanzamos y alcanzamos,
donde la selva acaba, un arroyuelo
cuyo rojo color aún me estremece.
Como en el manantial de Bulicame,
desviado adrede por las meretrices
así avanzaba el río por la arena.
Inferno XIV, 76-84
Traducción de José María Micó
Y así salimos nosotros de aquellas aguas sulfurosas, de aquellos barros cerúleos y de aquellos vapores tras nuestra revelación en el spa de Saturnia: limpios de cuerpo y espíritu y preparados para continuar tras la curación por el agua con nuestra toscana curación a través de la belleza. Salus per pulchritudinem.
- En el Vocabulario de Refranes y Frases Proverbiales de Gonzalo Correas (2ª ed, 1924, pág 570) se recoge la explicación de la frase “En las ollas de Pero Botello”: “Tómalas el vulgo por tinas infernales de fuego y penas: dicen que comenzó de un rico-hombre de pendón y caldera, y después Maestre de Alcántara que desbarató muchas veces a los moros con varios ardides, y coció muchas veces cabezas de ellos en unas grandes calderas, y sería para presentarlas, y dicen que los despeñaba en una sima u olla muy profunda.”