Celofán. Ce-e-ele-o-efe-a con acento-ene. Celofán.
Puede que para un niño español o latinoamericano de diez años deletrear la palabra «celofán» no suponga grandes problemas. De hecho, la Real Academia no aconseja el deletreo como actividad o ejercicio para aprender el español. Al ser un idioma reglado y con una fonética sencilla, basta conocer normas y excepciones para saber construir las palabras, a diferencia, por ejemplo, del inglés, donde la norma es la excepción y el deletreo ayuda a aprender de memoria cómo se escriben.
Pero puede que a ese niño español o latinoamericano de diez años se le complique la lengua española si ésta no es la predominante en su entorno sino la secundaria. Y puede que a ese niño se le complique más su lengua materna si sus padres no han tenido un buen acceso a la educación. Y todavía cabe que a ese niño se le haga mucho más difícil el español si a él y a su familia les parece que su uso es un estigma en lugar de una ventaja.
Es, entonces, cuando un inocuo concurso de deletreo puede convertirse en una herramienta lingüística e, incluso, en un pequeño acontecimiento político y social.
«Tenemos que ver la realidad de Estados Unidos. Tenemos que mantener un nivel cultural alto del español. Tenemos que saber escribirlo y manejarlo de una forma culta. Naciendo y escribiendo en un lugar donde el inglés es el idioma principal se necesita un mayor esfuerzo para mantener la lengua y hacerlo de una forma culta», me explica Nellie Mulkay, directora del Spanish Bilingual Education Tecnical Assistance Center (SBETAC) del estado de Nueva York cuando nos encontramos por primera vez, allá por el 12 de enero.
Ese día Nellie estaba dando el segundo empujón al Concurso de Deletreo en español 2010. Había convocado una reunión en uno de los edificios de la Universidad de Nueva York para revisar las normas del certamen con los profesores de los alumnos que iban a participar. El primer empujón se lo había dado en septiembre, mes en el que abrió las inscripciones.
Nellie, junto con sus ayudantes Marguerite Lukes y Gail Slaither, son las artífices de un concurso que se celebra desde hace treinta años pero que, según me cuentan las tres orgullosas, ha adquirido un impulso importante en los cinco últimos; tanto como para llamar anualmente la atención de las cámaras de Univisión, la mayor cadena de televisión en español de Estados Unidos.
La reunión en la Universidad sirve para repasar, además de las normas, las principales reglas fonéticas del español. También para ponerse de acuerdo en el deletreo. «¿Vale decir uve o be corta o be chica?», preguntan algunos maestros diccionario en mano.
Quien resuelve las dudas es María del Pilar Fernández, asesora del Ministerio de Educación en el consulado español, institución que presta su ayuda técnica al concurso. Subida en el estrado durante dos horas y media, Pilar da una clase magistral de ortografía y pedagogía. Lo hace sonriendo y recordando una y otra vez que la última ortografía, los últimos diccionarios y la última gramática española están confeccionadas por las Reales Academias de la Lengua de todos los países hispanohablantes. Se necesita ese tacto, no vaya a parecer que España es la dueña del idioma o sus funcionarios tienen la arrogancia de dictar a los de otro país cómo educar a los niños.
«Por un lado, hay que tener mucha precaución con el hecho de que el español de España no se imponga como norma culta única y eso es perfectamente comprensible. Yo estoy de acuerdo, porque la norma culta caribeña o la norma culta mexicana son tan aceptables en este país como la española. Por otro, hay que intentar que toda la población y las instituciones estadounidenses sientan que España está ayudando y no imponiendo», me dice cuando tras la clase nos vamos a comer a un saloon a falta de encontrar nada mejor.
Teniendo en cuenta esas sensibilidades, Pilar se ha hecho cómplice de colegios y políticos durante los tres años que lleva destinada en Nueva York y ha conseguido el objetivo de no ser un elemento extraño, de introducirse de la forma más natural posible en el sistema educativo estadounidense para lograr un propósito superior, el de prestar lo que no es otra cosa que cooperación internacional: «Hay otros países donde lo necesario es la comida o la vivienda, aquí no se trata de eso, aquí las necesidades son otras cosas, por ejemplo, la promoción del español.»
Una cooperación nada baladí en un país donde en 2008 había 46,9 millones de hispanohablantes y en un estado, el de Nueva York, donde en 2007 había 2,3 millones. Un estado en el que en ese mismo año había 626.000 niños de origen hispano inscritos en el sistema educativo desde párvulos hasta segundo de bachillerato. Y un estado, además, en el que el derecho a la educación bilingüe está reconocido desde la década de los setenta, aunque en los últimos años los presupuestos para programas de lenguas extranjeras se hayan visto recortados notablemente debido a la crisis.
«Como política de Estado es muy importante la promoción de la lengua española en cualquier entorno y éste, el del SBETAC, no es precisamente cualquier entorno sino que hablamos de las instituciones educativas locales; es decir, nuestra ayuda no es una acción puramente folclórica sino una acción institucional de Gobierno a Gobierno», destaca Pilar, que trabaja en estos momentos en la redacción de un memorándum entre España y el Estado de Nueva York para que «esa cooperación tome una forma jurídica estable y no se quede en acciones individualizadas».
En el estrado, durante la clase de ortografía y pedagogía, Pilar ayuda a lo que le pide Nellie: «Poner en valor el español para que los hispanos amen su idioma, estén seguros de él y se sientan orgullosos de hablarlo».
Quizá para las clases educadas esta afirmación y confianza en el idioma no parece necesaria, pero sí lo es para quienes lo viven como una desventaja: los emigrantes que han llegado a una tierra prometida en la que los pudientes hablan inglés y los pobres, español.
«Mirad -dice Pilar a los maestros congregados- podéis mostrar a vuestros alumnos que la NASA tiene su página de internet en español. Es bueno que vean que hasta la ciencia se hace en español».
A la reunión, han acudido unos 80 profesores de otros tantos colegios de todo el estado, algunos tan alejados como Búfalo, en la frontera con Canadá y a casi a siete horas de coche. Tan lejos que todos los alumnos de esa escuela son angloparlantes. Esa es la anécdota, lo normal es que vengan de colegios más cercanos (del Bronx, de Queens, de Brooklyn y del mismo Manhattan) con gran afluencia de estudiantes hispanos.
En la reunión, descubro otro hecho. El futuro del español, al menos en Nueva York, está en manos de las mujeres: el 90% de los asistentes son maestras. Da la sensación de ser un futuro seguro pues basta hablar con algunas para darse cuenta que no se pierden en palabras y promesas sino que saben hacia dónde van con el pie firme de los hechos y las acciones.
«Llegué a Estados Unidos en 1996 y empecé limpiando habitaciones y mesas. Luego me di cuenta que hablando el inglés podía ser camarera y ganar más dinero gracias a las propinas, así que aprendí bien el idioma para salir adelante», me dice Ángela Raborg, maestra peruana en el Bronx Lighthouse Charter School (BLCS), en el que me citó el 18 de abril para seguir la eliminatoria del concurso (desde febrero cada escuela hace su propia ronda de la que salen dos participantes para la final).
Como si fuera un faro frente a un acantilado, la fachada de esta escuela pública experimental está pintada en un rojo marino que rompe el cemento industrial del aparcamiento colindante y el castaño mugriento de los edificios del sur del Bronx, uno de los distritos más pobres y peligrosos de Estados Unidos. En su interior, las risas y los gritos de los niños también rompen la dureza y melancolía del barrio. (BLCS no es una escuela pública sino que pertenece a la red Lighthouse Academies, regida por una fundación. Está entre las veinte mejores del estado de Nueva York y tiene la máxima calificación que otorgan las autoridades educativas.)
Mientras tomamos unos tacos de bistec en el colmado mexicano de la esquina, Ángela continúa contándome su historia: «Yo ya era maestra en Perú y echaba mucho de menos a mis niños, así que en 1999 solicité trabajar en una escuela católica del pueblo de West Point, donde vivía. De esa forma, retomé mi carrera. También empecé a dar clases de inglés básico a los emigrantes hispanos para que pudieran reclamar sus derechos como, por ejemplo, solicitar el permiso para poder visitar al médico. Ni eso podían pedir porque no sabían cómo se decía. Luego, me casé con un estadounidense, tuve a mi niña y, en 2006, entré como profesora de español aquí, en el Lighthouse Academies.»
-Dicen que ésta es una buena escuela, ¿verdad? Yo quiero que vaya mi hija ¿Y hablan en español? -nos interrumpe la camarera.
-Las clases se dan en inglés pero yo doy clase de español a todos los alumnos, incluidos los haitianos, jamaicanos y afroamericanos -responde Ángela.
-¡Qué bueno!
Allí, en el Lighthouse Academies, habíamos estado poco antes de los tacos, Ángela organizando la eliminatoria del Concurso de Deletreo, yo observando. De los 425 niños que tiene el centro, participaban en la eliminatoria 39 (veintidós mujeres y 17 varones) de los que sólo tres o cuatro tenían el inglés como lengua materna.
«Entre el 50 y el 60% de todos nuestros alumnos son de origen hispano. Sus padres son hondureños, salvadoreños, guatemaltecos, mexicanos… pero ellos, los niños, han nacido casi todos en Estados Unidos», me explica Ángela.
Se nota. En el habla de los críos se mezcla el inglés y el español tanto como en sus nombres: Felicity Santos, Donovan Castañeda, Karen Peralta, Edwin Veras, Robert Pabón, Anthony González o Sky Gabriel.
A Felicity le pregunto qué quiere decir su nombre en español: «Felicidad» me contesta con sus dientes separados como los de este reportero y en claro castellano. Pero cuando quiero saber cuántos años tiene o si en casa hablan inglés o español, se traba y sus respuestas vienen en inglés: «Twelve». «Both».
Felicity cae en la primera ronda de la eliminatoria al no superar la palabra «León». Sus respuestas son un reflejo de la realidad. Los dos idiomas conviven en la escuela. No tanto en la enseñanza, que es principalmente en inglés, como en lo cotidiano. «Yo les hablo en español a los que sé que lo entienden. Luego ellos me contestan unos en español, otros en inglés», dice Zenaida Arias, que se conoce a todos los alumnos de la escuela porque es la encargada de darles de comer.
Una hipótesis cobra cuerpo y, luego, se hace cierta: los que responden en español son los que lo usan en sus casas, bien porque sus padres no saben inglés, bien porque les obligan. «Definitivamente, los niños que hablan español en sus casas tienen una ventaja», asegura Ángela.
Durante la eliminatoria salen a relucir los problemas. Se fallan palabras como «canción» porque Luis Melendez dice «ce-a-ene-ese». Es uno de los errores comunes por confusión con la pronunciación. Otras palabras plantean dificultades por su doble escritura, como Gonzales y González. También hay errores, como los de cualquier niño español o latinoamericano, al no distinguir bien la «b» y la «v», como cuando Rithie Orona tiene que deletrear la palabra «vacaciones». Y aparecen, claro, las fricciones con el inglés. Por ejemplo, Rochely Martínez tiene que deletrear «difícil» y dice «de-i-efe-efe», como «difficult», mientras Ariana González, a quien toca la palabra «museo», falla cuando dice «eme-u-ese-i», tal y como se lee la letra «e» en inglés.
Pero con todo, quizá lo más complicado son los acentos. Muchos caen en palabras como «león», «café» o «sofá» porque se les olvida la tilde. Aunque otros superan palabras como «insípido» o «murciélago» sin dificultad.
«También los acentos son lo más difícil para mí». Quien habla, y en un español correctísimo, es Jeff Tsang, estadounidense de abuelos chinos, jefe de estudios de BLCS y jurado en la eliminatoria del deletreo.
«No hablo el chino, lo perdí. Pero hablo el español. Lo estudié en el colegio y lo perfeccioné viajando y hablando con mis estudiantes», me comenta. Él es uno de los cinco profesores que hablan español de los treinta que tiene el colegio. Sólo tres de ellos son hispanos.
«Los niños estaban muy nerviosos, casi tanto como yo», dice luego Ángela al terminar el concurso. Intenta justificar la temprana caída de muchos (veinticinco no pasaron la primera ronda) mientras me va enseñando la escuela. En el recorrido, se detiene en la clase de tercer grado. Tienen siete años. «Pregúntales qué oficios saben en español», me propone y, cuando lo hago, los críos empiezan a recitar una tras otra distintas profesiones: Jardinero, bombero, policía, panadero, periodista… y luego a construir frases con gerundio: El jardinero está regando las plantas.
Ángela se detiene también para abrir una salida de emergencia y señalarme enfrente. «Aquí no tenemos detectores de metales como ahí». Ese ahí es un edificio de corte industrial con rejas en las ventanas que alberga una escuela pública donde «los muchachos van armados y están metidos en bandas».
Tsang me había explicado ya la realidad del barrio. «El 85% de los niños que tenemos en BLCS tiene derecho a comedor gratuito. Eso quiere decir que sus familias son muy pobres. Son una representación del barrio. Además, hay mucha delincuencia. Nosotros aún tenemos suerte porque los padres que se interesan por una buena escuela y por mandar a los hijos al colegio son padres que al menos se preocupan porque aprendan, no como otros a los que les da igual si los niños saben o no».
La eliminatoria de cuarto y quinto grado (ocho y nueve años) la ganó Donovan Castañeda, de padre salvadoreño y madre guatemalteca, al que encuentro en la final estatal del concurso, que se celebró el 28 de mayo en la sede de la United Federation of Teachers, en la calle de Broadway, a una manzana de Wall Street.
Acompañado por su padre y por Ángela, Donovan está nervioso. Además, tiene mucha responsabilidad porque es la primera vez que su escuela participa en el concurso. Cuando lo eliminan no puede evitarlo y llora, pero su actuación es buena. Queda entre los quince primeros de los 45 que había en su categoría. Nada extraño, pues ya me había contado que le gustaba leer en español:
-Esos cuentos con animales que tienen lecciones para ser buenos.
– ¿Cuáles? ¿Las fábulas?
– Esos, esos.
Responde rápido en español porque en su casa lo hablan. «Es natural que lo hagamos», dice su padre Gustavo antes de expresar las razones por las que cree que el concurso es una buena idea: «Es una actividad que ayuda a incentivar la influencia del lenguaje español y nos ayuda a los padres a empujar el aprendizaje en español de nuestros hijos», lo que además contribuye a que «la comunidad hispana y el idioma español se mantengan fuertes».
El objetivo de «poner en valor el español» parece logrado, al menos, entre los participantes en el concurso. El sentimiento lo comparte también la colombiana Paula Cardona, la madre de Paulina, ganadora del concurso en la modalidad de cuarto y quinto grado: «Es algo muy importante para todos los hispanos demostrar cómo nuestros niños deben de cultivar, fomentar y valorar el idioma español porque realmente es algo que les va a servir hoy y mañana y siempre, porque en este país una persona que maneje dos idiomas o más va a tener más puertas abiertas en cualquier área que quiera desarrollar».
A punto de comenzar la final para los de sexto y séptimo grado, Paula Cardona pone además el acento en otro aspecto: «Yo les pido a todos los padres que les hablen en español en la casa porque todos tenemos familias que dejamos atrás en nuestros países y yo creo que nuestros hijos tienen el derecho a poder comunicarse bien con ellas. Conozco casos de gente que dice que su niño fue a su país y no se sintió bien porque estaba aislado, porque no se podía comunicar con sus abuelos, sus primos y sus amigos. No es justo para los niños».
Pero igual que Pilar ha de tener cuidado para no ser un elemento extraño en el sistema educativo estadounidense, los hispanohablantes han de poner atención para que la mayoría de lengua inglesa y las otras minorías lingüísticas no vean en el español amenazas o imposiciones.
«Nosotros promovemos la educación bilingüe no sólo en español sino en todos los idiomas de Nueva York. Tenemos grupos que representan el chino y otras lenguas asiáticas. Hay 170 idiomas que se hablan en el sistema escolar», me señala Pedro Ruiz, director de los programas bilingües para el estado de Nueva York, que ha acudido a la final del concurso.
Mientras la campanilla anuncia que un concursante ha fallado en el deletreo de una palabra, Paula Cardona demuestra con orgullo que no existe amenaza alguna para otros idiomas y que el bilingüismo no es una desventaja sino todo lo contrario. Su hija ya ha ganado otro certamen, uno de analogías en inglés que se disputó en todo Estados Unidos y en el que participaron 35.500 niños. «El inglés no tiene por qué verse perjudicado. La gente tiene que estar abierta y saber que estamos en un país multicultural y saber que podemos manejar bien varios idiomas, que son necesarios en este país donde hay gente de todas partes del mundo. Estados Unidos no se puede cerrar a un sólo idioma y no puede predominar sólo un idioma, el inglés. Hay que respetarlo porque es el de este país, pero hay que abrir la puerta a otros, motivarlos y respetarlos, porque son un beneficio», me asegura. Tan es un beneficio que su hermana, Marcela, nos oye e interviene para contar que, después de vivir veinte años en EEUU, su hijo regresó a Colombia y ahora es allí profesor de inglés.
Y, de hecho, el inglés no se ve perjudicado porque la mayor parte de los programas bilingües están orientados a que el alumno tenga un buen nivel en ese idioma más que en cualquier otro.
La opinión sobre las bondades de hablar otros idiomas más allá del inglés la comparte Nancy Villarreal, directora ejecutiva del New York State Association for Bilingual Education, organización que intenta que el bilingüismo no sea un derecho marginal al pairo de los dirigentes políticos de turno. «En este estado existen dos tipos de educación bilingüe, la de los pobres y la de los ricos. La primera sería una de remedio, de poner una tirita a una herida; la segunda, la de l’Ecole française. Lo que nosotros queremos es una educación bilingüe de enriquecimiento para todo el mundo y una educación bilingüe más democrática», explica en el salón de actos de la United Federation of Teachers, pues tampoco ella ha querido perderse el concurso de este año que va llegando a su final cuando acabamos de hablar.
Allí están Nellie y Marguerite, por supuesto, pendientes desde sus asientos de que no haya fallos de organización. Y Pilar, que oficia de maestra de ceremonias a un lado del escenario mientras los niños mantienen su cadencia desgranando palabras como acutángulo, helicóptero, voltímetro, megalópolis… Eme-e-g-a-l-ó con acento-pe-o-ele-i-ese; así, despacio, con cuidado, como si estuvieran aprendiendo a colocar correctamente los huesos del idioma.