Dag

 

Hubo un secretario general de la ONU llamado Dag, y esta madrugada me he acordado de él. Incluso si mi wikipedia interior está errado y no hubo ningún secretario así llamado, doy por bueno el recuerdo, y asiento la verdad de que Dag fue el jefe de la ONU hace muchos años. Pues si Dag estuviera hoy en vida, le mandaría una carta y le dijera: «Estimado Dag, no eres nadie». Incluso si su nombre fuera Otto, le pondría a renglón seguido el número 860, que viene a decir lo mismo: tío, Otto, eres un cero.

 

Me acordé de Dag porque pensaba, en momentos de lucidez forzada, en los datos que tendría la ONU sobre Guinea Ecuatorial. Pero también pensé en Dag, y en la onu, en minúsculas, porque mi primera decepción como ente civil la recibí de la ONU, y cuando estaba en la silla guineana Francisco Masié, y desde Annobón creíamos que un avión de Chile nos iba a sacar de la miseria. Para muchos de nosotros la ONU lo era todo, hasta que crecimos y vimos que… por ahí pasó Dag, persona de quien, tengo que confesarlo, no tengo credenciales ni académicas o morales.

 

Sí, ¿qué datos tiene la ONU de la no-república de Guinea? Porque, ingenuos de nosotros, creíamos que cualquier persona, de la catadura moral de los que se adueñan de nuestras vidas, no puede ir, con traje, pañuelo y reloj de oro, a dar su discurso ante 150 representantes de otros países. En nuestra desesperante ingenuidad, creíamos que uno que se confiesa panafricanista y es capaz de esclavizar a los negros no podía hablar ante nadie. Pero descubrimos que sí podía, y recibe aplausos, un hecho que es legal.

 

¿De qué datos estamos hablando? Número de mujeres muertas durante el trabajo de parto al año. Número de mujeres violadas al año y número de mujeres que alcanzan su independencia al año. Ayer mismo una confidente me confesó que es amiga de una mujer guineana que fue violada en una cárcel por muchos hombres a las que no reconoció. Fue allí llevada porque buscaban a su marido por un delito que no existe en el código penal de aquí, pero que podía haber existido en el franquista. No fue hallado el marido y se llevaron a ella con el resultado que ya está consignado. No hicimos esfuerzos para conocer quién era y las otras circunstancias de estos hechos diabólicos, y porque, habiendo sido perpetrados con nocturnidad, la perjudicada, «apagada», fue el estado descrito por mi confidente, no podría presentar pruebas contra ellos. Ni contra nadie, y tiene que sufrir sola su desgracia interior.

 

Estoy convencido de que si hubiera ofrecido datos para conocer a los culpables, yo no escribiría nada, y me hubiera presentado en casa de  ellos para pedirles explicaciones sobre sus cómplices y de la persona a la que rinden la macabra cuenta.

 

Al hablar de la ONU, ardo en deseos de conocer qué datos incorporaría en sus archivos sobre lo que supuso el paso de una camarilla de criminales por la máxima directiva de este país. Y termino creyendo la verdad de que fuimos engañados por una organización anquilosada en su burocracia y enraizada en un conservadurismo matador.

 

Malabo, 9 de julio de 2013

 

 

           

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