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Dani Alves, Juazeiro, Bahía

No sé si tendrá menor importancia para muchos aficionados, pero sí para la mitología del fútbol, puesto que de sus dioses y su geografía late todavía la sangre caliente de la competición y la memoria viva de los hechos. Daniel Alves nació en Juaziero, Bahía, el mismo lugar natal de Luiz Pereira, aquel Luis Armstrong largo y sonriente, que creó hinchas por doquier del Atlético de Madrid y dos figuras soberanas de la música popular mundial: el maestro Joao Gilberto y la gran dama tropicalista Yvette Sangalo.

 

Cuando llegó hace muchos años a Sevilla por medio millón de euros, traido por los mejores ojeadores de la Liga española, que están al servicio de Nervión, era un pequño animal de banda sin desbravar que muy pronto empezó a dejarse notar por su incansable participación en todas las facetas del juego. El Barça finalmente se hizo con sus servicios muy a regañadientes de Del Nido, pagó más de treinta millones de euros, lo que es un récord por un lateral, pero todo el mundo en el Camp Nou sabía que Dani es mucho más que un lateral. Tres años después, con dos temporadas primorosas, Dani Alves, es un jugador que de estar en la cancha es muy poco probable que el Barca pierda un partido. Anoche en el Camp Nou en un delicioso partido contra el Málaga (uno de los «huesos» más inesperados de esta temporada) demostró, con errores incluidos, que puede sacar al paciente barcelonista de la depresión que parecía aquejarle las últimas semanas presa de un juego fácil de adivinar para sus rivales. Ganó el Barça por la mínima pero dio otra vez muestras de esa fe en su estilo y de su entrega incondicional a un liberto que marca Guardiola pero que sin Alves no es lo mismo, porque le falta esa pieza de sal.

 

No sé qué le pasa a Dunga por la cabeza, pero conociendo a este aburrido replicante de Fabio Capello en tierras tropicales es normal que prescinda muchos partidos de su servicios en la «amarela»: con Alves hay una ebullición permanente en la banda y una lanza afilada en el ataque; con Alves las pulsaciones se aceleran, los contrarios se ponen nerviosos y, sobre todo, el equipo sabe que hay en el campo un agitador nato. Además de eso, tiene dos virtudes: centra como nadie y sus disparos de larga distancia son un obús que, cuando salen dirigidos a puerta, y la escuela brasileña casi nunca los manda a la grada, son casi imparables. En el Barça ha encontrado la libertad y el reconocimiento para su música que no tiene nada que ver con la bossanova sino que se agita en espasmos de cumbia y de hip-hop, como un costeño eléctrico más amante de la capoeira que del pensamiento.

 

Puede que el Barca tenga en Messi, Iniesta o Xavi, un trío de ases soberbio, pero el concurso del bahiano se hace poco menos que imprescindible en esta orquesta que a veces necesita su ímpetu y su frescura para olvidarse que son una Academia y volver a esa condición primitiva y felina que el de Juazeiro lleva en la sangre. 

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