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Danzas macabras

 

 

Las danzas macabras cautivaron la imaginación de los europeos en el período que el medievalista holandés Johan Huizinga denominó “El otoño de la Edad Media”. Esa manera tan especial de concebir la muerte, un memento mori, tuvo importantes manifestaciones pictóricas e iconográficas y también literarias y musicales. En este motivo un grupo de personajes de toda condición social realizan su mutis de la vida mediante una danza guiada por la figura de la Muerte. Desde las tierras ribereñas del Mar del Norte y del Báltico se fue extendiendo ese fenómeno característico de la devotio moderna del siglo XIV, la transición entre el crepúsculo de la Edad Media y el amanecer del Renacimiento y el terremoto de la Reforma. Aunque el fenómeno procediera del Norte de Europa la palabra que lo designaba puede que proceda del Sur, del Mediterráneo, por mor de los contactos culturales entre los reinos cristianos y el Islam, sobre todo en las zonas en que estos fueron más intensos: Al Ándalus (Península Ibérica musulmana) y Siqiliya (Sicilia). Macabro, macabre en francés (danse macabre) procede de maqbara, que podría traducirse como mausoleo, y su plural maqâbir, derivan de la palabra qbar, “tumba” en árabe. En castellano (Cervantes) tenemos la voz almacabra que significa “cementerio islámico” y en portugúes almocávar y almocóvar.

 

Debido a la creencia en el destino como voluntad de Allah, la consideración de los muertos y de su lugar de reposo en la civilización islámica es diferente de la de las sociedades cristianas. Los musulmanes consideran el paso a la otra vida como el cese de las tribulaciones de esta y la antesala de los goces del Paraíso si se ha vivido como un buen musulmán. Las tumbas de sus macabros o camposantos son humildes, sin ostentación, igualitarias (como igualitario era el motivo de la danse macabre, nivelador de las diferencias sociales), un lugar de reposo de los seres queridos al que acuden los deudos para mantener el contacto espiritual con los finados y la llama del recuerdo viva. Al contrario que en las sociedades cristianas, donde los cementerios están apartados y son objeto de tabúes y supersticiones varias, en las tierras islámicas rodean las murallas de las ciudades e incluso miran al mar en las poblaciones del litoral. El cementerio marino de Paul Valéry bien pudo haberlo inspirado un cementerio islámico.

 

Del mismo modo que en el Norte de España los restos arqueológicos son denominados por la tradición popular como propios “de los moros”, independientemente de que sean romanos o prerromanos, en el Norte de África las ruinas son atribuidas “a los romanos”. De aquí que Qabar Rumía, “el sepulcro de la romana” designa a varios restos arqueológicos de Túnez y Argelia. Ese es el origen del nombre de la malhadada hija del Conde don Julián de Ceuta, La Cava Rumía, cuyo ultraje acarrearía el finis Hispaniarum, el fin de las Españas debido a la invasión de los moradores del Reino del Ocaso del Sur, quienes cruzaron el estrecho y bailaron una danza macabra en las riberas del Río Guadalete con el último rey godo, Rodrigo.

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