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Mientras tantoDavid Jiménez

David Jiménez

Contar lo que no puedo contar   el blog de Joaquín Campos

 

 

Hoy, y casi a la misma hora en la que mi buen amigo y compasivo Adrián Mayordomo me entregaba mi nuevo portátil –no hay nada como saber escoger a tus amistades de vez en cuando, sobre todo cuando, económicamente, agonizas, David Jiménez, director de El Mundo, era despedido de su puesto de trabajo tras un año de servicio. Y qué quieren que les diga: entre volver a escribir tras más de un mes en el dique seco y que David mantuviera su puesto de trabajo me quedo con lo primero, si a la superstición me tuviera que agarrar. Porque a la hora de escribir siempre seré un egoísta de tomo y lomo. Y seguro que él (David) habría preferido que yo no escribiera más en el resto de mi vida por mantener su puesto de trabajo. Pero todo esto es un cúmulo de circunstancias ajenas, cuando eres director de un medio prestigioso, y propias, cuando escribes porque te sale de los huevos, como es mi caso.

 

Que David Jiménez sea cesado en El Mundo no debería ser noticia: en tres años han caído ya tres directores (Pedro J. Ramírez, Casimiro García-Abadillo, además de David) en lo que la gestión de Fernández-Galiano, el capo que no redacta noticias pero borra proyectos, comienza a parecer la que se trajo entre manos Jesús Gil y Gil cuando su equipo deambulaba en el alambre que separa a la Primera de la Segunda división. Luego aquel equipo bajó por primera vez en su historia a lo que ellos mismos denominaron ‘el infierno’. Porque por allí pasaban más entrenadores que atunes quedaban cercados en una almadraba. Espero y deseo que a El Mundo le queden años de vida sin tener que pasearse por el citado ‘infierno’. Pero el muchacho, en este caso el periódico y sus páginas en papel, comienza a amarillear y a oler regular. Como a orina concentrada en un calzoncillo repetidamente utilizado.

 

Desconozco si David Jiménez ha sabido llevar correctamente el timón del periódico. Pero lo que sí sé es que ese puesto se lo ofrecieron a él y no al contrario. Por lo que, ¿debería alguien de esa empresa pensar en dimitir? ¿O es que en España sólo se cesa? Otro asunto que le achacan a David es que se mantuvo lejano al poder, manteniendo una crítica continua contra Rajoy y su corrupto y vergonzante PP. Porque si esos han sido sus errores esenciales (no ser del PP y señalarlo cuando roba, además de ser mejor periodista que gestor) barrunto nubarrones en el futuro de los medios de comunicación en España, tan proclives a la genuflexión para concentrarse en la felación, cuando, para más inri, se multa a todos aquellos que buscan saciar su sed sexual en polígonos industriales y parques municipales donde al ser humano, por querer serlo, se le considerada animal. Y hablo de ambos sexos: los que venden su cuerpo y los que aportan dinero para no acabar en una cuneta masturbándose delante de camioneros tan calientes como ellos. ¿Hay ya radares estatales por qué no los puede haber privados que multen a los pajilleros?

 

Contra viento y marea llevo defendiendo a David Jiménez desde tiempos casi inmemoriales. Concretamente desde que era el corresponsal de El Mundo en Asia, con base en Bangkok, labor con la que sacó catorce cabezas a todos los demás corresponsales de la época, residentes en Pekín –como yo en esos años locos, que curiosamente casi todos siguen, hoy día, repitiendo sus mismas sandeces en forma de noticias o reportajes muy mejorables. A ellos nunca les llegará la oportunidad de dirigir un periódico, siquiera local o regional, aunque hoy, algunos, celebren el cese de David como una victoria. Simplemente, España; donde no hay más cáncer por la saludable dieta mediterránea.

 

Porque la pérdida de David Jiménez como director de un medio de los que se podría considerar como ‘clásico, es una pérdida realmente peligrosa para España, su libertad y sus medios, ya que es la primera vez en la historia en la que el director de un peso pesado como El Mundo no era afiliado al PP o al PSOE –siquiera simpatizante, tomaba té con pastas dos veces por semana con Esperanza Aguirre, jugaba al pádel con Aznar, se fotografiaba con González con el puño izquierdo en alto, sintonizaba con los nacionalistas vascos o catalanes, presumía de ser futbolero, o estaba todos los días luchando por salir en las tertulias televisadas: aquellas donde desemboca el periodista español que cree que un pasaporte es una pérdida de tiempo cuando un plató es una funeraria con luces.

 

No entro a valorar la elección de su sustituto, Pedro G. Cuartango, el que hasta ayer fue el jefe de opinión de El Mundo; hoy ya es su director. Pero al mirandés, según mis cuentas, le queda por deshacer el camino cosido por su antecesor, aquel que intentó, en la medida de sus posibilidades, generar más visitas en reportajes desde países muy remotos a número de lectores en las pesadísimas notas que tratan de contarnos, hasta la saciedad, asuntos sobre el PP, el PSOE, Podemos, Ciudadanos, IU, CiU, ERC, la CUP, BNG, los del PNV, los de no sé dónde. (Si se dan cuenta las siglas aburren o asustan. ETA. Y a los hechos me remito).

 

Que haya compartido con David Jiménez horas de mi vida no quita para que este texto, en sí, quiera poner la tilde en un asunto tremebundo: en España no es que la prensa no sea libre, sino que es repetitiva y aburrida. Al menos la historia podrá contar que en medio del lodazal general que asolaba a España, allá por el año 2015, con un paro y una decadencia totales, absolutas y crecientes, un medio patrio de accionariado mayoritariamente italiano, comandado por un tal Antonio Fernández-Galiano, apostó por un corresponsal en Asia: algo así como si mañana Rajoy, Sánchez, Iglesias y los que restan cedieran sus bártulos a gente nueva; fresca; sin manchas; sin tapujos. Sin condón. A tipos sin complejos que han vivido –y crecido profesionalmente sin las clásicas rodilleras con las que en España es imposible ascender.

 

A David Jiménez no le voy a desear suerte, porque nunca la ha necesitado; pero a los que manejan los hilos de los medios en España, sin querer basar su éxito en la suerte, les deseo, al menos, dignidad. Y a Cuartango, el nuevo director técnico, paciencia, en el triste camino que lleva a los medios españoles al infierno absoluto. Cuartango escribir, escribe muy bien. Y que sea humanista, me fascina. Pero claro, hasta que no muestre su pasaporte no podré concebir la idea de que este cambio beneficie a unos medios españoles convertidos en tumbas abiertas donde algunos entran para no salir y otros salen momificados.

 

Y sí, por segunda vez en mi vida escribo desde un portátil ajeno. Porque tras la noticia del cese de David Jiménez no he podido esperar a que mi ordenador fallecido transfiriera la información al nuevo, desde donde escribiré textos, poemas, libros y algún que otro pedido. Porque este obituario de la prensa española, del cual curiosamente David queda liberado de semejante presión, no quiere ser más que una advertencia al mundo no que viene sino que existe. Aquel del que hace años me separé, aunque por culpa de mi escritura, deba seguir unido.

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