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David Jiménez: «Los jóvenes que quieran hacer buen periodismo no tienen más opción que trabajar para medios extranjeros»

 

Le dedico este post a David Jiménez

 

Conocí a David Jiménez –corresponsal del periódico El Mundo en Asia– gracias a Facebook. Una herramienta maravillosa si se sabe cómo usarla. Uno de mis contactos, Antonio Navarro Amuedo, posteó en su muro un cautivador artículo escrito en su blog: Putas y Periodistas. Me llamó la atención que su texto tuviera más de 300 comentarios. Con el tiempo he devorado cada post y tweet que Jiménez comparte en las redes sociales. Su prosa limpia, sencilla, repleta de verbos firmes y frases cortas– atrapa al lector de principio a fin, como si tuviera vida propia.

 

David Jiménez dejó la redacción de El Mundo en Madrid cuando fue nombrado primer corresponsal de su periódico en Asia (1998), en una época en la que aún se pagaban a los corresponsales. Ha conseguido sobrevivir a este duro oficio. Un oficio de divorciados que no entiende de aniversarios de boda ni de horarios fijos. Un oficio que parece extinguirse. También ha conseguido adaptarse al reto de las redes sociales y publicar dos libros: Hijos del Monzón (Kailas), rechazado por cinco editoriales, premiado como mejor libro de literatura de viajes en España y traducido a varias lenguas, y su novela El botones de Kabul (La Esfera, 2010).


David Jiménez: «Los jóvenes que quieran hacer buen periodismo no tienen más opción que trabajar para medios extranjeros. En España no es posible»


 

¿Por qué decidiste hacerte periodista?


No me imaginaba en una oficina leyendo pleitos todo el día, ni de funcionario de nueve de la mañana a cinco de la tarde. Solo habría trabajado en un banco para robarlo. Tenía curiosidad por las cosas que pasaban y me gustaba contarlas. Además, pensaba que iría con mi carácter anárquico. Estar en la calle, no tener que aguantar jefes (esto tuve que hacerlo) y no madrugar también me atraían. Luego estaba mi visión romántica del oficio. Pensaba que podría ser algo en lo que ayudaría a cambiar las cosas que estaban mal. Luego he templado mis ambiciones. A menudo te tienes que conformar con contarlas.  

 

¿Cuál fue la primera historia que cubriste?


Tuve la suerte de pasar por esa inmejorable escuela de periodistas que es la sección de local de un periódico, que debería ser punto de partida obligada de todo el que empieza. Te enseña a hacer la calle, entrevistar a la gente, visitar el tanatorio y los hospitales, llevarte los primeros empujones, tratar con políticos mediocres, escribir de sucesos y tráfico. Vamos, todas esas cosas que luego te sirven en el oficio.

 

La primera historia a la que me mandaron fue una manifestación de vecinos en Madrid. El Ayuntamiento iba a derribar su bloque de viviendas, me acerqué por allí, dije que era periodista y recuerdo que se armó un gran follón. La gente empezó a gritar “periodista, periodista” y a contarme su caso. Ese día me di cuenta de lo mucho que la gente espera de nosotros. Me dije que intentaría no decepcionarla, que dejaría el oficio antes de ponerme del lado del político, el banquero o el poderoso. Luego, ya como corresponsal en Asia, mi primera gran cobertura fue la revolución indonesia que tumbó al general Suharto en 1998. Allí vi mi primer muerto por herida de bala.

 

¿Cómo consigues tener 300 comentarios en tus posts?


Yo soy el primer sorprendido del éxito que ha tenido el blog. Lo hice pensando que lo leerían unos cuantos amigos, conocidos y despistados que dieran con él. Creo que recibe muchas visitas y comentarios porque en él se habla de todo, sin intención de ofender, pero sin temor a hacerlo. A veces te equivocas, claro, pero prefiero el riesgo de pasarme de vez en cuando a tener que escribir pensando en las consecuencias y terminar cayendo en lo políticamente correcto. Creo que la gente valora el compromiso de independencia del blog, incluso cuando no está de acuerdo con lo que dices.

 

LLevas toda la vida escuchando historias. Cuéntanos una que te haya marcado o que nunca hayas relatado.


Son casi 15 años como corresponsal. Hay muchas. Algunas de las que más me han marcado están en Hijos del Monzón, mi primer libro. Son las historias de niños que me encontré durante mis viajes y que años después fui a buscar para saber qué había sido de ellos. Reneboy, por ejemplo, un niño que vivía en un vertedero de Manila. Cuando volví, seis años después, seguía allí, convertido en un muchacho. Me impactó que siguiera en el vertedero por lo mucho que decía sobre la quietud de la pobreza, la estupidez que hace que existan lugares así y nuestra incapacidad para cambiarlos.

 

¿Con qué lugar del mundo te quedas?


“Cualquier sitio al este de Suezallá donde se igualan lo mejor y lo peordonde no hay mandamientos y hay sed de hombres” (Kipling).

 

¿Dónde escribes tus artículos?


En casa, en aeropuertos, aviones, coches en marcha, descampados, alguna vez sobre un tanque, en montes, durante el conflicto de Timor Oriental en un convento y, cuando me ha fallado la tecnología, en un simple trozo de papel.  

 

¿Qué sientes cuando vuelves a Europa?


Ganas de volver a Asia.

 

¿Te acostumbrariás a trabajar en Madrid tras una vida de viajes?


Cuando llegue el momento, será difícil. He estado muchos años trabajando solo, vagabundeando por mi cuenta. No creo que pudiera adaptarme a una redacción, la estructura de un periódico o los horarios fijos. Me fui para no hacer nada de eso, así que cuando vuelva no tengo ninguna intención de sentarme en una silla a editar textos hasta las diez de la noche. Respeto a quienes lo hacen (de hecho alguien tiene que hacerlo), pero no es para mí. A la ciudad en sí me podría adaptar con facilidad. He vivido en ella, tengo grandes amigos. Me gusta.

 

¿Te conoces a tí mismo cuanto más viajas?


Viajar, cuando se hace más allá del resort de lujo y las vacaciones organizadas, es una terapia contra el provincianismo, el nacionalismo, la vanidad, el egoísmo y muchos otros defectos. Te sirve para darte cuenta de que, más allá de las circunstancias y el envoltorio, en lo esencial nos parecemos todos, en Oslo, Pekín o Madrid. Más que conocerte a ti mismo, te pone en el lugar adecuado y minúsculo que ocupas en la vida.  

 

¿Tienen futuro los corresponsales como tú?


No. Creo que cada vez más se tenderá a utilizar a periodistas freelance, que irán reemplazando a corresponsales de plantilla como yo. Ya está pasando. No lo veo mal si se paga a esos periodistas lo suficiente para darles la seguridad financiera que les permita emplear su tiempo en buscar grandes historias. El problema es que los medios españoles están quitando corresponsales y pagando 40 euros por crónica a jóvenes reporteros que tienen que trabajar para cinco medios a la vez y escribir seis artículos al día para llegar a fin de mes. El resultado está a la vista: un periodismo rápido, sin profundidad, mal escrito y de escaso valor para el lector.

 

Te sientes desencantado con el periodismo, ¿por qué?


Creo que estoy en la minoría que no puede quejarse. Mi periódico me trata y me paga bien. Me ha ofrecido, durante 15 años, la oportunidad de hacer el periodismo que quería. Me ha apoyado económicamente y me he sentido valorado profesionalmente. Pero la mía es una corresponsalía peculiar por muchas razones y, mi situación, excepcional. Lo cierto es que el periodismo español ha entrado en decadencia y que lo hace desde niveles que ya eran muy bajos. Los medios españoles son demasiado sectarios, militantes, politizados, seguidistas, poco originales y reticentes a arriesgar con grandes historias propias. Puedes abrir un periódico y encontrarte 20 páginas de periodismo político declarativo que no aporta nada.

 

Tenía la esperanza de que la crisis cambiaría la forma de hacer las cosas, pero no ha sido así. La generación de directivos que está al frente de los medios viene de la transición, su forma de hacer las cosas está muy influenciada por aquella época y no saben ni quieren hacer otro periodismo. Quizá el suyo sea el bueno: a mí no me gusta. Luego está la falta de respeto hacia los periodistas, la pretensión de que trabajen por poco e incluso gratis, el intento de imponer un periodismo de bajo coste, el despido de gente de inmenso valor profesional para poner a alguien más barato y mucho menos preparado. Los jóvenes que quieran hacer buen periodismo y que les paguen dignamente por ello no tienen más opción que trabajar para medios extranjeros. En España no es posible.  

 

¿Qué opinas que hayan echado a Ramón Lobo –periodista de guerra de referencia– de El País tras su último ERE?


Creo que él lo ha definido mejor de lo que yo podría hacerlo: los medios ya no te valoran por lo que vales, sino por lo que cuestas. Que alguien con la experiencia, la escritura, la sabiduría y el periodismo de Ramón Lobo sea despedido es la mejor prueba de que la prensa en España ha entrado en decadencia. Es un círculo vicioso porque son precisamente periodistas como Lobo los que pueden corregir la situación. Pero en lugar de darles las herramientas para hacerlo se les despide. Las nuevas generaciones pierden, además, el maestro que toda redacción necesita para pasar el testigo.

 

¿Prima la velocidad en la red o el talento del periodista para el negocio de los medios?


Como decía García Márquez, lo importante no es quién lo cuenta primero, sino quién lo cuenta mejor. Hoy se valora la rapidez y la cantidad, dejando de un lado la calidad. ¿Cuál es el resultado? Menos lectores. Hacer las cosas rápido y mal está al alcance de cualquiera. Ofrecer un reportaje en profundidad, original, que el lector no pueda encontrar en ningún otro sitio, eso es aportar valor a tu medio. Los diarios extranjeros que mejor están soportando la llegada de internet y la crisis de publicidad son los que desde un principio se dieron cuenta de que solo sobrevivirían ofreciendo más calidad, no más rapidez o cantidad. El periodismo no puede ser una fábrica de todo a cien ni una charcutería de barrio. El buen periodismo, uno por el que la gente está dispuesta a pagar, requiere tiempo, dinero y los mejores profesionales.

 

¿Recomendarías a los jóvenes que quieren aprender este oficio que ingresaran en la facultad de comunicación, o que hicieran otra carrera y luego se especializaran en periodismo?


Creo que el periodista debe tener una formación periodística. El problema es que muchas facultades no te la dan. Son tan negadas a la hora de enseñar cualquier aspecto práctico del oficio que lo mismo te da si estudias filosofía, historia o literatura. Pero el ideal sería que los periodistas fueran formados como tales y que salieran de la universidad con unas aptitudes profesionales mínimas.

 

Cita periodistas y blogs de referencia.


Hay muchos, muy buenos. En prensa Enric González, Ramón Lobo, Javier Espinosa… Para entrevistas Ana Pastor, Jordi Évole… En radio Toni Garrido. Pero si te fijas, muchos de los nombres que te voy dando son gente que ha sido despedida o ha tenido que marcharse. No porque hicieran mal su trabajo, sino porque trabajan en un país donde la mediocridad ha triunfado y la excelencia es considerada sospechosa.   

 

En uno de tus posts mencionas que estamos ante la nueva generación JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente Perezosos). ¿No crees que esa afirmación es muy general y que no se puede aplicar a los miles de jóvenes preparados que tienen que salir de España porque no hay trabajo?


El artículo habla de una “minoría de jóvenes motivados y con el carácter necesario que sin duda terminarán por abrirse camino”. Hay jóvenes con iniciativa, preparación y un gran futuro por delante, aunque lo tienen más difícil que nunca. Pero también hay muchísimos sin ninguna motivación, capacidad de esfuerzo o disposición a aceptar la parte menos amable del trabajo de periodista.

 

Durante años estuve buscando un colaborador en la India. Fue imposible porque incluso los que no tenían trabajo no estaban dispuestos a dejar a la novia (o el novio), irse a vivir fuera, no ver el partido con los amigos el domingo y renunciar al cocido de su madre. Es decir: no querían dejar su zona de confort para arriesgarse y marcharse a un sitio donde podían hacer periodismo de verdad. Ahora bien, los buenos suelen ser muy buenos. Quizá mejores que nunca.

 

¿Es el periodismo la profesión más bonita del mundo o es una frase barata, poco realista?


El periodismo es el mejor oficio del mundo si te dejan ejercerlo con libertad, te pagan con dignidad y lo puedes hacer con profesionalidad, lejos de jefes mediocres y medios catetos que solo se preocupan por el fútbol, el famoseo y la política provinciana. Tal como está planteado en España, me temo que a menudo es un trabajo de oficinista mal pagado.

 

¿Es compatible la vida de un viajero con una familia? ¿Cual es la fórmula?


Esta es una profesión de divorciados. Uno de los problemas es que si eres periodista, lo eres las 24 horas del día, 365 días al año. Tienes tus libranzas, claro, pero si hay una revuelta tienes que ir para allá. Es como el bombero que está cenando con su mujer y de repente ve que hay un fuego en el edificio de enfrente. No puede decir: “Cariño, acabemos la cena y luego voy a ver qué pasa”. Sale disparado. Pero creo que se puede mantener un equilibrio. Compensar las ausencias ofreciendo un tiempo de calidad a los tuyos cuando tienes la oportunidad.

 

Aprovechar cuando no hay incendios para hacer las cosas que no pudiste hacer cuando lo estabas contando. Y encontrar una pareja que tenga la capacidad para entender que no eres un funcionario, no tienes un horario fijo y es posible que no estés en todos los aniversarios de boda.


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