A propósito de la partida de Pep Guardiola del Barcelona ha surgido un interesante debate, o acaso diálogo especulativo, en cuanto a qué será del futuro del equipo. En este respecto, hemos querido ilustrar uno de los infinitos futuribles que se abren al club blaugrana, ahora que el Mesias ha abdicado, con un ejemplo tomado (con algo de alevosía) de la historia.
Hablemos un rato de Béla Guttmann. Nacido en Budapest en 1899, Guttmann fue un futbolista que perteneció a lo que ya no se puede describir como otra generación, sino, prácticamente, otro mundo. Iniciado en el deporte más hermoso del mundo durante el apogeo de aquel legendario estilo de la “escuela danubiana” que Jimmy Hogan exportara a las capitales centroeuropeas, Guttmann formó parte del mítico MTK de Budapest (en aquella época llamado MTK Hungária) que conquistara nueve ligas consecutivas entre 1917 (con Hogan al mando) y 1925. Ganador de la liga doméstica en 1920 y ’21, Guttmann partió hacia Viena al año siguiente, donde formaría parte del millonario Hakoah, club sionista y primer campeón de la Liga Profesional de Austria (1924-25), antes de abandonar sus filas durante una gira por Nueva York en 1926.
Guttmann continuaría su carrera como jugador en los Estados Unidos, pero sería en realidad como entrenador que su nombre habría de quedar grabado en la historia. Aún en deuda con el Hakoah tras abandonar el club en 1926, Guttmann volvería para entrenarlo siete años más tarde. Así comenzó una nueva carrera que lo llevaría de vuelta a Hungría, huyendo de la anexión Nazi de Austria, donde llevaría al Ujpest de Budapest al título en 1939, así como también a conseguir la última edición respetable de la Copa Mitropa. Para entonces, el Ujpest ya se había consagrado como el equipo dominante en Hungría, entre otras cosas gracias a la incorporación del joven goleador Gyula Zsengellér en 1936, quien brillaría junto a György Sárosi en la Copa del Mundo de 1938.
Tras la guerra, Guttmann tuvo episodios más o menos exitosos en Hungría, donde se encontró con Puskas y Bozsik en el Honved (por aquel entonces llamado Kispest) en el ’47, y en Italia, donde acabaría entrenando a un talentosísimo Milán, en el que militaban Nordahl, Liedholm, Maldini, Buffon, Schiaffino… Pero la controversia perseguía a un Guttmann que se hacía famoso más por los contratos que exigía que por los triunfos que lograba. Así partió a Brasil en una gira con el Honved en 1956, durante la cual desarrollaría el famoso 4-2-4 que habría de consagrarlo como director técnico.
Tras un período en Brasil, Guttmann acabaría en Portugal, donde se haría de las riendas del Porto de José María Pedrotto en noviembre de 1958, llevando al equipo a remontar la liga y a conseguir el triunfo. Al año siguiente Guttmann daría una nueva sorpresa, abandonando el club norteño y poniéndose al mando del Benfica. Era aquel un buen equipo que, con Coluna, Augusto, Simoes, Águas, y el arquero, Costa Pereira, formaba la base de la selección. Pero Guttmann habría de hacer dos contribuciones que llevarían a aquel Benfica a convertirse en un hito del fútbol mundial: su sistema táctico, y una tal promesa que llevaba por nombre Eusebio da Silva Ferreira, la Pantera Negra. Un jugador al que descubrió el Sporting de Lisboa, pero que perdió cuando este prefirió ir al Benfica, club más grande estructuralmente y menos atado a la alta burguesía y al resto aristocrático que quedaba en la Portugal de entonces.
Sin embargo, inclusive antes de la llegada del más gran jugador que Mozambique haya producido jamás, Guttmann llevó a su Benfica a la cúspide del fútbol continental, triunfando en la Copa de Europa de 1960-61 ante el Barcelona de Ramallets, Gensana, Segarra, Kocsis, Zcibor, Luis Suárez… De hecho, ese Benfica habría de ganarle dos finales de Europa a los grandes de España, pues en la edición de 1961-62, ya con Eusebio, vencería al Madrid de Di Stéfano, que se acercaba a la transición. Dicen las crónicas que el Benfica tuvo mucha suerte en ambas finales, en las cuales los españoles fueron mejores; pero el equipo luso tenía una joya emergente que valía por tres.
En fin, ganaron ellos y crearon una leyenda. Porque el entrenador húngaro fue despedido después de haber ganado todo esto (no hubo acuerdo en cuanto a su remuneración para el año siguiente), por lo que profetizó que el Benfica nunca volvería a estar en lo más alto. Tuvo razón: el equipo de Eusebio disputaría las finales de 1963, 1965 y 1968, pero la suerte los había abandonado. Años más tarde, el Benfica volvería a disputar finales contra el PSV en 1988, decidida por penaltis, y el Milán en 1990: dos nuevos fracasos. Desde entonces, el Benfica ya ni se acerca a un título europeo.
La partida de Guardiola del Barcelona no ha sido acrimoniosa, como la de Guttmann, ni ha prometido Pep una maldición a los culé. Es cierto que no tiene por qué ser este el camino que seguirá el club en los próximos 50 años, ni mucho menos. Hay ejemplos contrarios, de otros equipos triunfales que han cambiado de entrenador y, así, han conseguido cementar su gloria (podríamos haber hablado del Bayern post-Latek, del Ajax post-Michels). Pero ahora mismo la incógnita de qué será del Barcelona después de Guardiola está abierta, y este es tan solo uno de los infinitos futuribles que pueden llegar a hacerse realidad en los próximos años. Hasta entonces nada más queda esperar.