He sido jurado de festivales de cortos cuatro veces, y en breve me espera una quinta: para el Festival de Cine de Humor MAIPU CORTOS. Como se celebra en Argentina y vivo en Madrid, la distancia tiene sus ventajas. Recibes un paquete rebosante de cortos, los ves a tu ritmo sin dar al fast-foward y vas tomando notas. Envías un e-mail diciendo que te ha gustado éste, aquel y el otro y… ya.
Más miga hay cuando te toca ser jurado en el propio festival. Ver todos los cortos de un tirón junto al resto de miembros y luego debatir. Debatir o levantar la mano. Si hay un solo premio suele ser rápido, pero a veces te encuentras con doce categorías distintas y un miembro del jurado se ha elegido presidente y suelta un discurso de pie sobre la tremenda responsabilidad que tenemos entre manos, ya que la Zarigüeya de Plata no es un premio que se da así como así, y sabes que esa noche te vas a perder La Noria. Que no querías ver La Noria, pero de repente te parece una opción de lo más atractiva.
Y comienza el sarao. Siempre de una manera civilizada al principio, cada uno de los miembros (un crítico que ha publicado en internet un libro sobre Segundo de Chomón, la actriz que ganó el año pasado pero no pudo recoger el premio, el encargado del museo de artesanía local, etc) expone los pros y contras de los trabajos, asegurándose de que el premio a la Mejor Dirección de Producción no se concede al tuntún, pese a que nadie tiene muy claro qué es eso de la dirección de producción.
Más miga hay cuando te toca ser jurado en el propio festival. Ver todos los cortos de un tirón junto al resto de miembros y luego debatir. Debatir o levantar la mano. Si hay un solo premio suele ser rápido, pero a veces te encuentras con doce categorías distintas y un miembro del jurado se ha elegido presidente y suelta un discurso de pie sobre la tremenda responsabilidad que tenemos entre manos, ya que la Zarigüeya de Plata no es un premio que se da así como así, y sabes que esa noche te vas a perder La Noria. Que no querías ver La Noria, pero de repente te parece una opción de lo más atractiva.
Y comienza el sarao. Siempre de una manera civilizada al principio, cada uno de los miembros (un crítico que ha publicado en internet un libro sobre Segundo de Chomón, la actriz que ganó el año pasado pero no pudo recoger el premio, el encargado del museo de artesanía local, etc) expone los pros y contras de los trabajos, asegurándose de que el premio a la Mejor Dirección de Producción no se concede al tuntún, pese a que nadie tiene muy claro qué es eso de la dirección de producción.
Poco a poco la tarde se oscurece, sale el tema de la piratería, volvéis a ver el corto del mimo en el metro porque no se entiende si al final todo es un sueño, se te duerme la pierna derecha, la Mejor Fotografía es para el del amanecer en los Pirineos, el ruido de tráfico en el exterior cesa, alguien insiste en revisar el premio a la dirección de producción, a un móvil se le acaba la batería, se debate la diferencia entre Música y Banda Sonora, ¿eso ha sido un búho?, te niegas a darle Mejor Guión al corto de una tía encerrada en un ataúd y, justo cuando alguien pregunta qué pasa con la SGAE, el organizador interrumpe para ver cómo vamos y si queremos un poco de agua o llamar a nuestros seres queridos.
Y parecía que no, pero llegáis al punto clave: el Mejor Corto. Será fácil, el trabajo que se lleve mejor director se lleva también mejor corto. Pero no. Nadie sabe explicar por qué, pero una cosa no tiene nada que ver con la otra. Mira los Oscars, te razona una joven promesa que acaba de venir de la New York Film Academy: el año que Ang Lee se llevó Mejor Director por “Brokeback Mountain” ganó “Crash” a Mejor Película. Vale. O Spielberg y “Shakespeare in Love”. Vaaaale. ¿Polanski y “Chicago”?. Vaaaaaaale. ¡Soderbergh y “Gladiator”!. Vaaaaaaaaaaaaale.
Y se acaba de liar. Porque tu corto favorito es el «A». Pero resulta que otro detesta el “A” y el “B”, que él defiende a muerte, te parece deleznable. Y otro adora el “C” y no entiende qué veis en el “A” o en el “B”. Y todo el mundo tiene su preferido y nadie se baja del burro porque sería renunciar a seis horas de discusión y se dicen palabras impropias de adultos civilizados y piensas si no sería más fácil que alguien nos sobornara. Que no sé el resto, pero a las tres menos cuarto de la mañana me vendo por una bolsa de risketos y, de todas maneras, alguien va a decir que ha habido tongo. Y es entonces cuando, ah, el organizador pregunta por nuestro segundo corto favorito. Y resulta que a todos nos gusta el “J”. No nos parece El Mejor, pero sí muy digno como para que gane y estemos orgullosos de que nuestro nombre se vea unido a esa elección para la posteridad.
Y gana el premio al Mejor Corto una metáfora del imperialismo yanki hecha en animación, con hamburguesas que violan y asesinan kebabs y el ketchup es sangre y la mayonesa es otra cosa. Y cuando al acabar la Gala de Clausura tu novia te pregunta si no ha ganado un corto con un mensaje un poco obvio tú respondes que no. En absoluto. ¿Obvio?, no hay nada obvio en esta vida. Ni fácil. Ni nada.