Corría el año 1982 y España, aparentemente del lado democrático de la cuesta de la transición, daba un paso al frente para colocarse en el ojo del escrutinio mundial hospedando la duodécima copa mundial de fútbol en la que 24 naciones se disputarían el título.
Entre ellas se encontraba la selección de Alemania Federal, sospechosa habitual junto a Brasil e Italia para ganar el torneo. Mientras Naranjito cautivaba los corazones de españoles y extranjeros por igual durante la primera fase, Alemania Federal se encontraba con un grupo fácil en apariencia donde debía competir con Chile, Argelia y la Austria del mediocentro del Inter, Herbert Prohaska, que en 1978 había batido a Alemania en la segunda fase de grupos, sacándolos de la semifinal.
Aquella derrota, la del ’78, había significado la destitución del técnico alemán Helmut Schön –subcampeón del mundo en 1966, campeón de Europa en el ’72 y del mundo en el ’74– y su sustituto, Jupp Derwall, había superado con creces el reto de su primer torneo internacional al ganar la Eurocopa de 1980 invicto en cuatro encuentros.
Llegados a España ’82, el primer partido en la fase de grupos de Alemania Federal fue contra Argelia en el Molinón de Gijón. Derwall, con la soberbia característica del europeo, anunció que si Alemania no ganaba él mismo pagaría los boletos de tren de vuelta a casa. Era casi inevitable que después de tentar al destino de tal manera el juego resultara un batacazo prácticamente anunciado: el primer tiempo concluyó 0-0 pero con superioridad argelina, por lo que cuando Lakhdar Belloumi burló la defensa alemana y estrelló el balón contra Toni Schumacher, desembocando en el remate de Rabah Madjer a puerta vacía, el único que tal vez se puede haber sorprendido fue el propio Derwall.
Los alemanes respondieron, como de costumbre, y el gol de Kalle Rummenigge en el minuto 22 de la segunda parte parecía restaurar la normalidad en el universo y preparar la escena para el vendaval teutón. Eso, de nuevo, es lo que ha debido pensar Derwall. Los argelinos, sin embargo, tenían otros planes. Planes que ejecutarían prácticamente de inmediato, apenas reiniciado el encuentro, con una movida rápida que culminó en un desmarque por la banda izquierda de Salah Assad, quien mandó un centro preciso, rastrero, veloz. Esta vez Belloumi no falló: la ventaja argelina había sido restaura en menos de un minuto, y los alemanes no encontrarían el temple ni la determinación para volcar un partido que lo mismo ha podido quedar 3 o 4-1 a favor de los africanos.
Bellouimi, acaso el mejor jugador argelino de todos los tiempos, nunca jugó fuera de Argelia. Madjer, por su parte, conseguiría permiso para salir del país, fichando para el Racing Paris en 1983 antes de entronizarse como uno de los más grandes ídolos del Porto tras marcar de tacón el empate a uno y crear el segundo en la final de la Copa de Europa de 1987 ante el Bayern Munich, dándole el primer triunfo internacional de alta envergadura al club portugués en su historia.
Pero los goles que Argelia no consiguió marcar al final de aquel partido contra Alemania Federal en 1982, y los que permitió que Chile le marcara en el segundo tiempo de su último partido en la fase de grupos (una victoria 3-2 para Argelia, después de ir ganando 3-0) junto con la derrota 0-2 ante Austria en su segundo encuentro del mundial dieron pie a una permuta en la que el partido entre Alemania Federal y Austria beneficiaría a ambos siempre y cuando Alemania ganara por uno o dos goles.
Aquella es otra anécdota, la del tongo de El Molinón, un partido que solo se disputó por 10 minutos, hasta que Horst Hrubesch marcó el 1-0. A partir de ese momento solo hubo un acuerdo (tácito o no) y la fuente de la más profunda vergüenza, hasta el día de hoy. Pasaron Austria y Alemania Federal, que llegaría hasta la final contra Italia, y Derwall no tuvo que comprar los boletos en primera ronda. Tampoco se dignó a comprárselos a la selección argelina, eliminada tras aquel arreglo indecoroso, así que la promesa de Derwall quedó sin honrar para siempre.