Está teniendo Rajoy en estos días una exposición que váyase a saber si no va a tener consecuencias de las de volver a sacar el plasma con la grabación mientras se recupera. Uno piensa, hace un tiempo, en la resaca de unas elecciones, la crisis, el paro, los nacionalismos, y además en una abdicación con sus comparecencias y su jaleo, y encima con la Selección de fútbol dando la tabarra con que se va a Brasil como si se fuera a las Cruzadas, y no ve más que a secretarios haciendo sus funciones mientras él lo observa todo desde su estudio insonorizado como el Gran Hermano. De Orwell se pasa al gurú televisivo interpretado por Ed Harris en ‘El Show de Truman’, que a un señor con corbata y barba de Pontevedra le deja lampiño con jersey de cuello vuelto y boina escrutando desde los monitores su creación. Los de Podemos están haciendo una labor magnífica de despertamiento, lo cual, se piensa ahora mismo, es una magnífica labor de regeneración democrática. Unos Jackass muy educados, nada salvajes, que van por las televisiones como dando descargas en los bajos a los de siempre sin que se note. De momento Rajoy se ha levantado de la silla y últimamente parece la rana Gustavo, por dicharachero, y a veces hasta Coco, por lo repetido, bien apareciendo junto al Monstruo de las Galletas, bien montado sobre Jaca Paca. A propósito del cowboy de los teleñecos, España es un Lejano Oeste y Pablo (Pablo de España), Iñigo y Juan Carlos (el Tocayo Real) los vaqueros más cotizados que cabalgan delante de las cámaras poniendo hierros a diestro y siniestro. Se levantan las reses como un resorte y salen despavoridas. Ha llegado Iglesias desde su Universidad a hablarles a los políticos como el sargento instructor Foley a sus reclutas: “¿De dónde eres recluta?/ ¡De “…” , señor!/ ¡En “…” sólo hay vacas y maricones y no veo que tú tengas cuernos, así que debes de ser un maricón!”, y en ese plan, pero sin los gritos ni los insultos. Todo muy suave. “¡Contigo ya! Suave es la noche”, debieran decirles sus enamoradas y admiradores a la salida de los platós. Pero hay que olvidarse del programa y de sus odas al ruiseñor para celebrar su tumulto silencioso, no sus incendios ni sus guillotinas, ni sus fines últimos con el pajarillo que les habla; y sí contemplar el primer efecto de este Caballo de Troya del que acaban de bajarse, no a sangre y fuego como los griegos sino a consigna, verdad y populismo expresadas en la intimidad de un confesonario catódico, como mucho en una trifulca de prime time, lo que, sólo por la sorpresa y el bullebulle de los allanados, casi llega a ser tan bonito y esperanzador como el reverdecer de los Zhivago en su casita de Varykino.