El fútbol escocés, alguna vez la referencia mundial en cuanto a clase y elegancia, ha estado sumido en la mediocridad por tanto tiempo que pocos recuerdan los días, no tan remotos, cuando contaban como una de las grandes potencias mundiales. Esta situación es consecuencia, sin duda, de una serie de circunstancias, no todas ellas ajenas a la gestión de los propios escoceses de su fútbol y de su liga: un campeonato que desde tiempos inmemoriales se ha convertido en una procesión de dos equipos, el Celtic y el Rangers, ambos de Glasgow.
Sin embargo, y a pesar de que esa bipolaridad estaba ya en pie, la década de los 70 fue testigo de la emergencia de una de las más talentosas generaciones de futbolistas de país alguno. Fue la cosecha dorada del fútbol escocés moderno –un combinado que, sin embargo, no consiguió dejar su huella en la historia del deporte con nada más concreto, nada menos efímero, que el elusivo concepto del talento.
Entre 1974 y 1990, Escocia asistió a cinco Copas del Mundo consecutivas, figurando entre los grandes protagonistas, siempre decepcionantes, de las primeras tres. De hecho, en Alemania ’74 Escocia se ve eliminada invicta tras conseguir 4 puntos en tres partidos. En aquella ocasión, le había tocado jugar contra Zaire, la cenicienta del grupo, de primeros, y el modesto 2-0 que consiguieron les costaría más adelante, tras empates contra una Brasil con la resaca post-Pelé (0-0) y contra una potente Yugoslavia (1-1). Este último resultado obligaba a Brasil a ganarle a Zaire por más de dos goles para clasificar: hasta el minuto 65 el partido se mantuvo 1-0; luego apareció el gran Rivelino (66’), seguido por Valdomiro (79’) y se selló el destino de los nórdicos. Escocia se despedía de Alemania, pero el presagio de ese gran equipo, anclado por los jovencísimos Kenny Dalglish (aún en el Celtic) y Joe
Jordan (aún en el Leeds United) y acentuado por la venerable presencia del prolijo Denis Law (Manchester United), quedaría en el aire.
Desafortunadamente, en lugar de servir como lección, la experiencia del ’74 fue la primera de una serie de demostraciones de falta de disciplina y profesionalismo que le costarían buenos resultados y, al fin y al cabo, la trascendencia al equipo de Escocia. Se dice que en Argentina, en 1978, se encontraron varias botellas de whisky bajo las camas de las habitaciones de los jugadores escoceses. Emparejados de nuevo en un grupo complicado con una cenicienta (Irán) y dos rivales fuertes, Escocia dio el primer tropezón al perder contra otra de las grandes selecciones de los años 70, aquel mítico Perú de Sotil y Chumpitaz, del arquero Quiroga y, por supuesto, del gran Teófilo Cubillas. Aquel encuentro terminaría 3-1 a favor de Perú, y el segundo enfrentamiento, ante Irán, acabaría en un pobre empate a 1, con lo cual, para conseguir el pase, Escocia tenía que ganarle por 3 goles a su último rival: Holanda.
Un gol de penalty de Resenbrink en el minuto 34 parecía sentenciar el encuentro. Fue entonces, solo entonces, cuando aquel combinado, aún cementado por la presencia de Dalglish (ya en el Liverpool) y Joe Jordan (ya en el Manchester United), así como la de Graeme Souness (quien se convertiría en el capitán de aquel gran Liverpool, tetra-campeón de la Copa de Europa), se vio inclinado a mostrar su potencial. Dalglish marcó antes del final de la primera parte y Gemmill apenas reanudado el encuentro. Cuando Archie Gemmill apareció de nuevo en el minuto 23 para anotar uno de los mejores goles de aquel torneo, parecía que el mundo se ponía de cabeza. Pero la reacción holandesa no se dejó esperar, y Rep marcó tres minutos más tarde con un derechazo de veinte metros que hundió a Escocia en la miseria que se merecía.
Para 1982 el Liverpool ya se había hecho con tres Copas de Europa, y su trío de escoceses ya bastante maduros, Kenny Dalglish, Graeme Souness y Alan Hansen, conformaban la espina dorsal de la selección. Joe Jordan (ya en el Milán) había perdido la titularidad y entre las nuevas jóvenes figuras contaban Gordon Strachan y Alex McLeish. El sorteo, una vez más, no favoreció a Escocia, emparejada de nuevo con Brasil –acaso la mejor canarinha de todos los tiempos, que pasó por encima de los isleños con un 4-1. El segundo encuentro fue contra una débil Nueva Zelanda, contra la que se logró imponer por un 5-2. Por average de goles, Escocia se veía obligada a ganar su último partido, contra la Unión Soviética. Jordan, de vuelta al once inicial, abrió la cuenta a los 15 minutos,
pero el 2-2 final significó la tercera ocasión consecutiva que Escocia sería eliminada de una Copa Mundial por diferencia de goles.
Fue el final de una generación dorada en la que también jugó Andy Gray, aunque nunca participara en Mundial alguno, cuyo máximo legado serían sus famosas borracheras por las calles de Málaga. Solo cabe preguntarse:¿hasta dónde habrían llegado varias selecciones escocesas si el alcohol no hubiera sido la prioridad de sus vidas? Ya nunca lo sabremos.