Concebida por Henri Delaunay, quien fuera, junto con Jules Rimet, uno de los principales artífices de la Copa del Mundo en el período de entreguerras, la Eurocopa fue, en un principio, un torneo de relativamente poco talante, orquestado por la UEFA, una organización nacida en 1954 con el único propósito de regular las competiciones entre selecciones nacionales europeas, a pesar de que en aquel momento no existía ninguna competición de este tipo.
En sus inicios, y hasta mediados de los años 70, la Copa de Naciones de Europa, luego rebautizada Eurocopa, se disputaba entre 16 selecciones a lo largo de dos años, con un formato de eliminatorias directas con partidos de ida y vuelta en cada ronda, hasta llegar a las semifinales, cuando los cuatro equipos clasificados viajaban a la sede de la fase final del torneo para disputar los últimos dos enfrentamientos.
En el papel, todo parecía muy sencillo, pero la realidad de una Europa dividida, tras el Tratado de Varsovia, en dos bloques plenamente antagónicos significó que, a pesar de ser aprobado por la UEFA en 1957, la primera Copa de Naciones de Europa se puso en marcha en septiembre de 1958 con apenas 14 participantes confirmados. La fecha límite de registro para el torneo fue aplazada en febrero de 1959, cuando aún había apenas 15 equipos confirmados. Tres meses más tarde se jugaría una ronda preliminar entre Checoslovaquia e Irlanda para decidir cuál de los dos equipos sería el decimosexto contendor. Ganó una Checoslovaquia joven, en pleno proceso de restructuración tras la catástrofe del mundial del ’58, en la que todavía no figuraba Josef Masopust. A más tardar en Francia, en la fase final del torneo, ya toda Europa sabría quién era el chico que dominaba el mediocentro checoslovaco.
Además de Francia, que jugó sin Kopa ni Fontaine, y Checoslovaquia, los otros dos clasificados a la primera edición de la Eurocopa fueron la Yugoslavia de Sekularac, “el Pelé blanco”, y la Unión Soviética de Lev Yashin. Lo curioso es que esta última, eventual campeona del torneo, ha podido perfectamente quedar eliminada en las rondas previas, de no haber sido por una decisión diplomática (o lo contrario a eso) del General Franco. Pues, en los cuartos de final el emparejamiento igualó a España con la Unión Soviética, pero el Generalísimo no otorgó permiso a su selección de viajar a Moscú. Era la España de Ramallets, de Di Stéfano y Kúbala, de Luis Suárez y Francisco Gento, de un Real Madrid rampante por los campos de Europa y un potencial que ya se había probado en muchas ocasiones.
Para soñar con lo que aquellos gigantes podrían haber logrado no hay que mirar más allá que la siguiente edición de la Eurocopa. Los últimos cuatro incluían a la Unión Soviética, una vez más, sumados a Dinamarca, Hungría y una España renovada, en la que solo figuraban Pons y Suárez del equipo de cuatro años antes, junto con las nuevas incorporaciones de Amancio, Marcelino y, en el banquillo, el inolvidable José Villalonga. La UEFA decidió otorgarle la sede a España y esta vez Franco accedió a que el equipo soviético, así como el otro representante del socialismo internacional, Hungría, visitaran tierras hispanas. La final, inevitablemente, se disputó entre el local y una URRSS en la que, más que nunca, la figura central era su guardameta, Lev Yashin. El gol de Marcelino en el minuto 84 sellaría el primer triunfo institucional de la selección española en la historia. Habiendo tenido una oportunidad tan clara cuatro años antes, sería difícil imaginar que habría de esperar 40 años para levantar la próxima copa.