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De Hendaya a Ceuta, de frontera a frontera

 

 

Viajar desde la frontera de España con Francia hasta la de España con Marruecos. En pocos países se puede realizar un viaje así, de tanto contraste en las fronteras, de norte a sur.

Cuando estaba al final un conductor de autobús me dijo que en Ceuta ocurría lo mismo que en Estados Unidos, se levanta una valla porque a un lado se vive bien y al otro lado se vive mucho peor.

Otro viaje interesante sería desde la frontera con Canadá a la de México, por ejemplo, entre Point Roberts y la plaza de toros de Tijuana. Alguien lo habrá hecho ya. Un poco más de 2.222 kilómetros.

De Hendaya a Ceuta hay casi 1.111 kilómetros y yo vivo en el medio, en Madrid.

El norte

Antes de cruzar la primera frontera pasé unos días en Euskadi, en Bilbao y Donostia. Muy lejos del centro de España (al final del país) hay otro idioma. Aquí hubo un grupo terrorista que quería la independencia. Pienso que los otros nacionalismos independentistas del país están también en la periferia, muy alejados del centro, como Cataluña o Galicia, donde también se hablan otros idiomas.

El libro que leo antes de empezar el viaje es Naciones y nacionalismos desde 1870 (1992) de Eric Hobsbawm:

También el deporte tendió un puente sobre el abismo que separaba el mundo privado del público. Entre las dos guerras mundiales el deporte como espectáculo de masas se transformó en una inacabable sucesión de encuentros protagonizados por personas y equipos que simbolizaban estados-nación, lo cual forma hoy día parte de la vida mundial. Simbolizaban la unidad de tales estados, ya que la rivalidad amistosa entre sus naciones reforzaba la sensación de que todos formaban parte de una sola unidad.

Hobsbawm escribe que las banderas son una forma tangible y colorida de representar algo imaginario: la nación, pueblo, país, etcétera.

No sé cómo se llama mi vecino español.

Lidl dice que el pepino que compro es español.

Cuando camino por las ciudades del País Vasco veo muchas banderas y me acerco a las personas que hablan euskera y camino junto a ellas para escucharlas y en la televisión de la pensión pongo cualquier canal en vasco y busco canciones.

A Hendaya

Hendaya es el primer y último pueblo de Francia en la costa atlántica. Se puede llegar en tren desde España. Se pasa por encima de un puente ferroviario sobre el río Bidasoa. Al salir de la estación aparece la policía francesa, piden el documento de identidad a todos y lo miran por encima. En sentido contrario no hay controles, no hay policía española controlando la entrada desde Francia a España.

No pregunto.

Cambia el idioma escrito en público, siempre en francés y a veces en euskera (debido a que Hendaya pertenece al Pays basque français). Cambia la calidad del pan y la variedad de quesos, a mejor. Los precios son un poco más altos. Cambia la forma de las calles y las casas. Cambian las cosas y también los salarios.

Hendaya fue el lugar donde vivió el escritor Miguel de Unamuno durante varios años de exilio voluntario en la década de los 20 del siglo pasado, durante la dictadura de M. Primo de Rivera. Primero estuvo en París, pero luego decidió acercarse a la frontera para poder ver y escuchar a España todos los días.

A tiro de piedra (incluso literalmente).

Anoto aquí dos versos de su poema sobre las campanas del otro lado, en Hondarribia.

Si no has de volverme a España, Dios de la única bondad, si no has de acostarme en ella, ¡hágase tu voluntad!

Como en el cielo en la tierra en la montaña y la mar, Fuenterrabía soñada, tu campana oigo sonar.

Fuenterrabía en euskera es Hondarribia.

Oigo las campanas también en 2022, suenan fuertes y la brisa las trae.

En la iglesia de Hendaya hay una tabla de surf enaltecida.

Hay una línea de productos en el Carrefour que se llama Reflets de France. No sé si las uvas moscatel (raisin muscat de Provence) que compro son de Francia o de la viña o del agua o del cuervo o de la jefa de producción o del publicista o mías o de la cajera guapa que intenta hablar español.

Hobsbawm también dice que la lengua es una de las herramientas más poderosas para unir a un grupo de personas en torno a algo que la mayoría de las veces será utilizado políticamente.

Veo una película del Oeste con Charles, el dueño de la casa donde me alojo. Él me dice en francés lentamente lo que sucede en la pantalla y así logro entender que el protagonista busca a los bandidos que mataron a su familia.

Voy al lugar donde se alojó Unamuno (a medio kilómetro exacto de la frontera) y pregunto en la recepción por él. El hombre quiere saber si está alojado en el hotel y se asusta un poco cuando le digo si puedo entrar para ver el lugar e incluso si sería posible ver la habitación donde estuvo Miguel y al final logro hacerme entender en francés y le digo que estuvo hace más de cien años aquí.

Imagino a Unamuno, sale y baja a la playa a hacer surf sin traje de neopreno.

Aquel que escribió Me duele España y murió el 31 de diciembre de 1936.

La frontera del norte

Hay varios puentes para cruzar de un lado a otro, entre Hendaya e Irún. Uno de ellos está vallado en el lado francés (con unas verjas de polígono discotequero); hay una patrulla de policía todo el día, el paso no es posible. Pregunto al policía francés el motivo y me dice en francés que es por la inmigración clandestina. A pocos metros hay otro puente donde cruzar sin barreras ni vallas; sí hay policía francesa para controlar el paso hacia el norte, no hacia el sur. Los policías miran un poco los coches y piden a veces el documento de identidad, pasan dos chavales en patinetes sin retención. Remonto a pie el Bidasoa y hay otro puente fronterizo unido a Irún, donde también hay un control francés.

Parece que también se vive mejor a un lado que a otro. Nadie parece querer entrar en España desde Francia para quedarse. Me cuentan en una taberna que varios inmigrantes se han ahogado al intentar cruzar el río Bidasoa. Dicen que el control francés está desde la pandemia del covid.

Hay otra forma de cruzar la frontera. Un barco sale cada media hora hacia Fuenterrabía y vuelve, cuesta dos euros cada trayecto. En este paso no hay ningún tipo de control, al menos en mi ida y vuelta. Es agradable el viaje y me recuerda al barco que conectaba Ayamonte y Vila Real de Santo Antonio a través del río Guadiana. Al otro lado, en España, escucho las campanas dentro de la iglesia, donde se recuerda a los muertos en la Guerra Civil.

Cerca de Ceuta

Llego a Ceuta desde Algeciras, en el viaje desde Hendaya (coche, bus, avión, bus, coche y ferri exprés) como varias latas de cuscús del Carrefour de Hendaya y deux baguettes. El trayecto es interesante desde el norte, paso del frío al calor, del francés y el euskera al andalú, veo Gibraltar, el Mediterráneo y el Atlántico, la costa africana al otro lado.

Gaviotas vuelan junto al barco, veo sus panzas y patas de timonel.

El centro 

Es similar en el aspecto urbano a cualquier pequeña ciudad de España, bares, iglesias, campanas de Ceuta (quizás sea posible escucharlas desde Algeciras o Tarifa), plazas, edificios cuadrados, calles rectas, etcétera. Y pronto empiezo a ver diferencias. Hay una zona de cafeterías cuyos dueños son musulmanes y los hombres toman café o té en vaso.

Utilizo musulmán para diferenciarlos de los cristianos. Esta distinción por religión la hago porque las ciudades que me vienen a la mente desde otro lado del Estrecho son el Toledo de las tres religiones y el Móstar de Bosnia.

Los musulmanes residentes en Ceuta constituyen en torno al 43% del total. El censo de ciudadanos musulmanes afincados en la ciudad a 31 de diciembre de 2018 ascendía a 37.002, 5.281 de ellos extranjeros. La mayoría de los musulmanes foráneos (5.236) poseen nacionalidad marroquí.

En las peluquerías del centro también cortan el pelo los musulmanes (en una me cortaré el pelo, hay TVE, el hombre habla en un árabe cuajado de palabras en castellano con sus compañeros y conmigo en un español acentuado en ceutí o andaluz). Muchas mujeres llevan el velo sobre la cabeza. Veo muy pocas chilabas entre los hombres.

En el centro viven la mayoría de los cristianos.

Las afueras

Cojo el autobús urbano y visito los barrios.

Llego al Príncipe a la hora en la que los niños salen del colegio. Es como las medinas modernas de Marruecos, calles en laberinto, decenas de colores, casas de diferentes alturas y formas, puertas, ventanas y ventanucos.

Llego a una mezquita en construcción desde donde es posible divisar el mar y Marruecos, Castillejos, Marina Smir, Rincón y Cabo Negro. Las montañas altas y recortadas al final.

Hay algunos coches quemados (un bombero me contará más tarde que Ceuta es la tercera ciudad de España donde más coches arden).

Me pierdo y pregunto a una mujer cómo salir del dédalo, pero no conoce muy bien el español, así que le dice a otra mujer que me ayude, ella habla perfectamente, y con su hija me acompaña hasta un lugar para llegar a la frontera del Tarajal, mi aparente destino.

Entro en una tienda a comprar una manzana y le pido a la mujer si puedo lavarla en el grifo y ella la lava y me da una servilleta para secar la manzana.

Sukram.

La gran mayoría de las personas que viven en el Príncipe son musulmanas.

El hospital de la ciudad está cerca, desde el hospital veo un cementerio muy bonito, me acerco y es el cementerio musulmán de Ceuta (me recuerda al de Salé o Rabat, en Marruecos), las tumbas tienen flores y plantas encima, hay mucho verde y colores. El día anterior estuve en el cementerio cristiano, en el otro extremo de la ciudad, bajo el monte Hacho y frente al mar, el cementerio cristiano parece un garaje subterráneo gigante junto al metro de Madrid.

Descanso en el cementerio musulmán y casi me duermo a la sombrita.

El barrio de Hadú tiene mucha vidilla. Voy a comer varios días al Marrakeck, un restaurante cerca de la mezquita Sidi Embarek, escucho la llamada del almuédano a la hora de la comida, bebo té con hierbabuena y leo el libro de Mohamed Lahchiri, Cuentos ceutíes (2004), mientras como una banana de Costa Rica (transportada en barco de Singapur) comprada enfrente.

Si los de Ceuta teníamos todas las facilidades para cruzar las dos aduanas y ver a los nuestros (o hacer las compras) en Fnideq, en Tetuán o en algún pueblo incrustado en la montaña, las cosas, con el paso de los años, fueron haciéndose cada vez más escabrosas para los del otro lado. Al principio no había problemas. Nuestros yeblíes podían pasar a Ceuta con sus borriquitos, sus tomates y patatas, su carbón, etc. Y yo recuerdo que mi tío, antes de casarse, finales de los cincuenta, entraba a Ceuta con su uniforme de policía marroquí y todo.

Junto a la mezquita hay un morabito santo musulmán, el jueves y el viernes abre y es posible visitar la tumba.

En el Marrakech escucho árabe y español, como entre militares y legionarios, obreros de la construcción o pintores de brocha gorda, hombres ancianos con chilaba, casi ninguna mujer.

Este barrio también es de mayoría musulmana.

Hadú me gusta, me pierdo por las medinas y a veces no me encuentro, pero al final logro encontrar la salida porque es fácil orientarse en Ceuta debido a que el mar siempre es uno y grande.

El barrio del Recinto Sur está muy cerca del monte Hacho. Hay dos mezquitas muy bonitas, entraré en la Qubaâ y le diré a un hombre que me encanta escuchar al almuédano y que me gustaría saber quién hace la llamada y cómo, me dice que es él y que está a punto de empezar, escucho con emoción y descubro el secreto, acompañaré después a los hombres al rezo, me explicarán en español algunos aspectos importantes del Islam, finalmente escucho recitar el Corán junto a ellos, todos sentados cerca del mihrab.

Abandono la mezquita al anochecer.

Al día siguiente escucharé la salva del cañón militar en lo alto del monte Hacho. Bum. Bajaré a visitar el morabito de Sidi Bel Abbas.

Visitaré otras barriadas.

Ceuta.

Don Julián

Leo, junto a mi té con hierbabuena sin azúcar, un libro de crítica sobre la obra de Juan Goytisolo.

Sueña perversas, abominables traiciones, se imagina un nuevo don Julián, una versión moderna de aquel al que rinde homenaje el título del libro, el legendario Conde Ulyan u Olián, gobernador de Ceuta, que, en el año 711, abrió las puertas de la Península a los ejércitos musulmanes.

El narrador se convierte en el alter-ego del Conde don Julián, el gobernador visigodo de Ceuta, quien según la leyenda traicionó a su rey y a su país y entregó España a los árabes.

Abono un euro por mi té en la barra y salgo a la calle con la idea clara de encontrar algo de don Julián en Ceuta. Pregunto en la oficina de turismo si hay algo de él, lugar de nacimiento, tumba, playa donde se bañaba, iglesia o templo frecuentado, cualquier indicio. No saben nada. Pregunto por la acera a varias personas y tampoco. Nadie sabe nada sobre Julián. En Ceuta se hizo posible la conquista musulmana, desde Algeciras y Gibraltar al Poitiers de Carlos Martel (quien sí tiene una estatua). Julianito es un fantasma en la ciudad. Juan Goytisolo lo revivió en su excelente libro.

Hadú-Almadraba, los buses en Ceuta

El servicio de autobuses urbanos de Ceuta es interesante.

En las paradas no hay ninguna indicación de las líneas que pasan. En la página web puedes ver alguna línea, su recorrido y horarios, pero no todas. Todos en Ceuta saben cuándo pasa el bus y a dónde va. Hay nueve líneas. Si no sabes cuándo viene el próximo le preguntas al hombre de azul en la cabecera de todas las líneas, él siempre sabe cuándo llega el siguiente. El billete sencillo cuesta 85 céntimos, quizás el más barato de toda España.

He recorrido todas las líneas.

Me gusta subir y escuchar a las personas. Sobre todo me gusta escuchar a los musulmanes que hablan en un árabe cuajado de palabras españolas. Escucho el árabe y de repente aparece en la frase El notario todavía no o Mañana le ayudo con o Eso está claro, y luego sigue el árabe y al menos sé de qué va la cosa, no como en Hendaya, donde no pude acabar la película y no supe si el protagonista aniquilaba a los bandidos o no.

O desde Benzú junto a una mujer muy anciana con un vestido tradicional musulmán, empieza a hablar conmigo y con el conductor, me indican los dos una planta muy abundante que sirve para cortar hemorragias, la anciana tiene un acento del sur de España (supongo que el ceutí es así como suena) muy marcado, dice que antes vivían muchos más militares en Ceuta y que ahora hay muchas casas vacías y que esto ya no es lo que era.

Leí en una publicación que se debería mejorar el servicio urbano de autobuses de Ceuta para el turismo, porque así no hay quien lo utilice y esto incentiva poco al turista. A mí me gusta así, caótico y ordenado, puntual.

Quizás podrían promocionar la ciudad de Ceuta con eslóganes como estos:

Ceuta, el Toledo del siglo XXI, cristianos y musulmanes en convivencia

Ceuta, el lugar de los almuédanos y las campanas

Ven a Ceuta, la ciudad de las mejores tapas de alcuzcuz los viernes

Ceuta, la patria de don Julián, enemigo de don Unamuno

Un museo

Hay varios museos en Ceuta. Solo visito el de la Legión.

Algo del credo legionario:

El espíritu de amistad: De juramento entre cada dos hombres.

La bandera de la Legión: Será la más gloriosa porque la teñirá la sangre de sus legionarios.

En Ceuta hay mucha policía, guardia civil y militares; cuarteles, centros, casas, etcétera.

Comparación

En menos de una hora recorro de punta a punta la valla de Ceuta en bus, de Benzú (en el cinco) hasta la plaza de la Constitución, luego (con el siete) hasta la frontera del Tarajal, la otra punta de la valla.

El conductor me cuenta que hubo un tiempo en el que salían autobuses de Ceuta a las ciudades principales del norte de Marruecos e incluso más lejos.

Al final del viaje me quedo junto a la frontera, por donde entran y salen personas. Tomo el último té en un barecillo, maúllan los gatos. No puedo entrar en Marruecos porque tengo el pasaporte caducado desde el año 2021 y no tengo la tercera vacuna del covid y Marruecos (a septiembre de 2022) la exige. Estoy obligado a quedarme en Ceuta. En mi pasaporte está la palabra España y el escudo de la bandera. Diviso banderas de Marruecos al otro lado, roja y estrella verde, símbolos del país y del islam.

Me cuentan que la frontera está muy cambiada ahora, desde que se volvió a abrir después de más dos años cerrada debido a la pandemia del covid. Ahora para entrar en España es necesario tener un visado o un permiso de trabajo. Se ha reducido en un 80% la entrada desde allí. De 20.000 y 25.000 cruces al día antes de que se cerrara la frontera a unos 3.000 o 3.500 cruces ahora.

Voy hacia la playa a oscuras, hay un hombre pescando.

Las gaviotas duermen con la cabeza dada la vuelta.

Comparo.

La frontera entre Francia y España sería como el monte Hacho de Ceuta o la montaña de la Mujer Muerta.

La frontera entre España y Marruecos serían los Pirineos.

Nubes.

Valla pirenaica, mezquita y perfil de una mujer muerta o tumbada al otro lado

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