La historia del fútbol, como la de tantas otras cosas, se podría resumir en los grandes triunfos y los grandes fiascos que a través de los años han tenido lugar en torneos varios. Entre los últimos destacan, por ejemplo, la derrota que sufriera la selección inglesa ante su homóloga estadounidense en el Mundial del ’50, el humillante 1-0 que le propinara Corea del Norte a Italia en Middlesborough en 1966, o la mítica derrota, elevada a niveles heroicos por intereses políticos, que el once de la República Federal de Alemania sufriera en casa a manos de su alter ego socialista, la República Democrática de Alemania.
No obstante, la gran anécdota literaria fue el triunfo de la RDA sobre la RFA. En el ’74 la RFA ya era la potencia futbolística que sería por los próximos 20 años. En realidad, venía siéndolo desde hacía unos años, y ya había conseguido esa Eurocopa del ’72 que validaba un poco toda la atención que recibía esa joven generación de Netzer, de Breitner, de Vogts, ya con Beckenbauer, y el propio Uli Hoeness. El mundial se jugaba en Alemania y se suponía que ese equipo iba a aplastar a todos los demás. Pero no fue así: el comienzo de esa RFA, en la ronda previa, fue horrendo, y la derrota contra la RDA, 1-0 con gol de Sparwasser en el minuto 77, fue un escándalo. Pero lo literario no radica allí, sino en lo que fue ocurriendo cuando los democráticos llegaron a su país, y lo que le ocurrió a Sparwasser, autor del gol. Él pensaba que iba a ser recibido como un héroe, pero el régimen utilizó el resultado como propaganda de la superioridad comunista frente a sus decadentes hermanos, y entre la población en general, comunistas a la fuerza, creció la duda, y se alegó que el futbolísta había sido premiado con un gran bono, con un coche de lujo y demás historias. En realidad, Sparwasser empezó a padecer un rechazo social de bajo impacto, porque además se convirtió en un espiado de la Stassi.