The most you drink, the best I sound, nos dijo Gene Taylor, después de dos o tres canciones seguidas, a las 25 personas que llenábamos la pequeña sala de La Camioneta en Hoyo de Manzanares. No pudimos seguir su consejo porque la policía, en esta locura recaudadora, se agazapa cada noche en las rotondas y te deja la cuenta tiritando y el carnet con menos puntos que Belén Esteban en el rosco de Pasapalabra.
Quién le iba a decir a los 11 años, cuando se subió por primera vez a un escenario, que cincuenta años después iba a tocar en un sitio que parece más un refugio de montaña que una sala donde, además de cenar, se puede escuchar música en directo. Pues como la vida da muchas vueltas, el jueves de la semana pasada fue uno de esos días en los que ocurren cosas improbables. El que había sido teclista de Canned Heat, T-Bone Walker, The Blasters o The Fabulous Thunderbird estaba tocando delante de mí a una distancia poco mayor que la del tercio de cerveza que tenía en la mano, en una habitación con paredes de piedra, algunas sillas, mesas, un par de sofás, luz de ambiente y un pequeño juego de voces… Vamos, como en el salón de casa. Pensé que algo así debieron ser los conciertos que Levon Helm dio en su casa hasta poco antes de morir.
Ya algo agarrotado por la artritis, pero con una fantástica voz, Gene Taylor hizo dos pases, solo ante el peligro y al más puro estilo New Orleans. Redondo, con bigote y perilla rubios, de negro riguroso y sombrero Borsalino, trasegó cuatro cervezas mientras sus cortos y regordetes dedos recorrían el teclado a ritmo de Boogie-woogie y Blues una noche de verano en las estribaciones de la sierra de Madrid.
@Estivigon