Tras su instauración en 1960 la Copa Intercontinental se consolidó durante la primera mitad de la década como un torneo de prestigio a través del cual finalmente se podía determinar de facto cuál era el mejor club del mundo —fijación que al menos desde que el Wolves de Wolverhampton tuviera la audacia de autoproclamarse tal en 1953 tras vencer en partido amistoso y en casa al Honved de Budapest había alimentado el morbo y la ambición de las mayores figuras del fútbol, desde Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta, pasando por Gabriel Hanot, Stanley Rous y Henri Delaunay.
Las primeras siete ediciones de la competición ofrecieron un retrato acertado de lo que era el fútbol de élite de la época y de la relativa paridad entre el fútbol europeo, dominado por clubes latinos (Real Madrid, Benfica, Inter, Milan) con la influencia de jugadores importados (mayoritariamente sudamericanos, como el uruguayo Santamaría, y el argentino Di Stéfano en el Madrid, el peruano Benítez, y los brasileros Altafini y Amarildo en el Milan y Jair da Costa en el Inter, así como los africanos Coluna, Eusebio, Costa Pereira y Águas en el Benfica) contra los clubes rioplatenses y brasileros que dominaban la Copa Libertadores (el Peñarol de Montevideo, el Independiente de Avellaneda y el Santos).
A partir de 1966, sin embargo, empezarían las controversias que habrían de erosionar el prestigio de la copa en los próximos años. El origen de la discordia fue dual y concernió a dos de las más grandes potencias futbolísticas de Sudamérica: Brasil y Argentina. A partir de 1966 la Copa Libertadores amplía su formato para incluir no solo a los equipos campeones de cada nación sino también a los subcampeones, a pesar de las quejas de la federación brasilera. Como consecuencia, Brasil no participaría en la copa del ’66, ’69 y ’70, mientras que el Santos, subcampeón del campeonato brasilero de 1966 se negó a participar en 1967, optando en su lugar por una gira internacional que resultaría más lucrativa.
Al mismo tiempo Argentina se convertiría en la fuerza dominante del fútbol continental, representando a Sudamérica en cuatro ediciones consecutivas de la Copa Intercontinental (1967-70). Dos de esos cuatro torneos los jugarían contra equipos británicos —y los argentinos jamás olvidarían la afrenta que significó la derrota ante Inglaterra en uno de los partidos más controvertidos de la Copa del Mundo de 1966, cuando Antonio Rattín fue expulsado por el colegiado alemán Rudolf Kreitlein a los 35 minutos de juego porque no le gustó la manera en que el argentino lo miraba.
La primera oportunidad concedida a los argentinos para conseguir algún tipo de retribución de lo que hasta hoy es considerado (por ellos) uno de los más grandes agravios de la historia fue la Copa Intercontinental de 1967 disputada entre “la Academia” Racing Club de Avellaneda y el Celtic de Glasgow. El hecho de que las selecciones de Escocia e Inglaterra eran y siguen siendo rivales a muerte en el terreno de juego no mitigó el fervor de una afición que vio en los pupilos de Jock Stein a un representante de la perfidia que apenas meses antes los había robado de su momento de mayor gloria a nivel mundial. Aquel Celtic era un fenómeno inusual inclusive en una época en la que el éxito no era impensable para clubes semi profesionales como el Eintracht Frankfurt o equipos sin figuras internacionales como el Partizan de Belgrado. Pero los “leones de Lisboa” no eran solo todos escoceses sino que además todos habían nacido a menos de 50 kilómetros del Celtic Park.
El partido de ida en el Hampten Park fue un enfrentamiento sucio en el que los locales consiguieron ganar por la mínima ventaja tras gol de cabeza del capitán Billy McNeil en el minuto 69. A la vuelta en “El Cilindro” las cosas empezaron mal cuando el portero del Celtic, Ronnie Simpson, tuvo que retirarse con una herida en la cabeza tras ser golpeado con una moneda lanzada desde las gradas. Un penalti cometido por el portero Cejas sobre Jimmy Johnstone fue convertido por Tommy Gemmil en el minuto 21 y parecía que los europeos tomaban el control. Pero el juego arrabalero de los del Racing acabó por enervar a los escoceses, y el gol del empate del Toro Raffo en el 33 fue seguido por el 2-1 final marcado por Juan Carlos Cárdenas tras apenas cuatro minutos de la segunda parte. Los jugadores y parte de los dirigentes del Celtic quisieron retornar a casa sin jugar el partido de desempate después de que el autobús del Celtic fuese atacado por fanáticos del Racing pero Jock Stein se opuso a la idea y tres día más tarde los mismos equipos se enfrentaron en lo que hasta hoy se conoce como “La Batalla de Montevideo”.
Los jugadores del Celtic estaban entre molestos y desconcertados por la estrategia de “El equipo de José”, como se conocía a aquel Racing dirigido por Juan José Pizzuti, que les escupían, les bajaban los pantalones, les halaban las orejas y el cabello buscando sacarlos de sus casillas. Eso fue justamente lo que consiguieron en el Centenario de Montevideo, donde el Celtic se vio involucrado en una de las batallas más encarnizadas de la historia del fútbol. Una entrada asesina sobre Jinky Johnstone forzó al arbitro paraguayo Rofolfo Pérez Osorio a advertir a los capitanes de ambos equipos que la próxima infracción vería a Alfio Basile y a Bobby Lennox expulsados. No pasaron dos minutos antes de que ambos equipos se vieran reducidos a 10 jugadores. Era el minuto 28. La próxima expulsión fue para el propio Johnstone, uno de los mejores jugadores escoceses de la historia, quien había entablado un pique personal con Roberto “el Mariscal” Perfumo, el único representante de ese Racing en la nacional albiceleste y uno de los mejores centrales del mundo de la época. Frustrado con Perfumo cuando este lo agarraba por la camiseta, Johnstone abrió el codo e impactó con el rostro del argentino. Diez minutos más tarde “Chango” Cárdenas haría la ventaja numérica del Racing valer con un disparo de zurda desde unos 25 metros que definiría la copa en favor de la Academia. El resto del partido fue una vergüenza: Tommy Gemmil lanzó una patada con toda alevosía y donde más duele a uno de los defensores del Racing, mientras que John Hughes golpeó repetidas veces al portero Cejas cuando este sostenía el balón. Hughes fue expulsado y también lo sería Bertie Auld por agredir físicamente a un jugador argentino, aunque Auld se rehusaría a dejar el campo, con lo cual el árbitro simplemente lo dejó terminar el partido. ¡Así de macarra fue el juego!
Al año siguiente la Copa Intercontinental entre Estudiantes de La Plata y el Manchester United demostró que lo sucedido en 1967 no había sido una simple excepción. Estudiantes, el equipo de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Plata, era conocido como “el pincha ratas” en parte porque eso era lo que los estudiantes de medicina hacían en los laboratorios de la universidad, en parte por el famoso antifútbol que su entrenador Osvaldo Zubeldía promovía. El partido de ida entre el United y Estudiantes fue un espectáculo predeciblemente violento disputado en La Bombonera, pues Estudiantes jugaba sus partidos internacionales en casa del Boca, dado el tamaño de su propio estadio. Para la historia quedaría la rivalidad entre Nobby Stiles y Salvador Bilardo que le costó al primero unos lentes de contacto y una expulsión, así como la herida en la cabeza de Bobby Charlton y un 1-0 para los locales que parecía abrir la posibilidad de una remontada para el United en casa. Pero las cosas no fueron según planeadas en Old Trafford, y cuando Juan Ramón Verón, el padre de la Brujita, marcó en el minuto 7 el mundo se hizo un poco más oscuro para el United. A partir del minuto 25, el partido se convertiría en una batalla campal: Denis Law salió lesionado antes del medio tiempo y Willie Morgan, quien marcaría el empate en el minuto 89, se encaró con José Medina en la segunda parte. Medina y Best serían expulsados justo al final del partido, cuando los ánimos hicieron que el deporte pasara a segundo plano, y una trifulca que se extendió hasta los camerinos del Old Trafford donde el portero Stepney fue a buscar y a golpear a Bilardo, interrumpió las celebraciones finales de Estudiantes. El fiasco de 1967 se repetía, esta vez en las supuestamente civilizadas tierras europeas.
Estudiantes sería protagonista de la más violenta de todas las ediciones de la Copa Intercontinental un año más tarde, al enfrentarse al Milan de Nereo Rocco. La ida en el San Siro fue un asunto pedestre y formal, con una victoria contundente 3-0 de los de casa que prácticamente finiquitaba el torneo. Pero en La Bombonera lo que siguió fue una hecatombe que tuvo como principal blanco al franco-argentino del Milan, Néstor Combín. Pierino Prati sufrió una contusión, Giovanni Lodetti alegó ser pinchado con una aguja y Gianni Rivera fue golpeado por el arquero platense, Alberto Poletti, quien también pateó a Combín antes de que este sufriera una fractura de nariz y pómulo a manos de Ramón Suárez. El partido terminó 2-1 en favor de Estudiantes, pero la actitud de los pincha ratas fue tan destructiva que al final del encuentro la policía tuvo que intervenir no solo para proteger a los jugadores, sino de hecho para arrestarlos. Poletti, encarado con la afición, además de Suárez y Eduardo Manero fueron detenidos y posteriormente encarcelados por exceso de violencia. Increíblemente, Combín también pasó la noche en prisión, acusado de no hacer la mili en Argentina.
La prensa italiana denunció el partido como una persecución contra un solo hombre (Combín), y la argentina la declaró la hora más oscura del deporte en el país: la primera década de la Copa Intercontinental acababa así con una nota eminentemente negativa. Sin embargo, a lo largo de los primeros diez años de su existencia el torneo había conseguido cautivar a la afición, que asistía en masa a verlo en ambos lados del continente a pesar de (o tal vez entusiasmada por) la violencia y también había sido tomada en serio (en ocasiones hasta demasiado serio) por los clubes que en todos los partidos habían alineado a sus titulares.
Pero la última vez que eso se vería como algo normal, en lugar de una excepción, sería en 1970 cuando los pincha ratas, de nuevo campeones de una Copa Libertadores sin presencia brasilera en cuya final vencieron al Peñarol, se enfrentaron al Feyenoord de Ernst Happel. Feyenoord había ganado la Copa de Europa meses antes al vencer en la prórroga al Celtic de Stein, que había eliminado al Milan campeón intercontinental en la segunda ronda y había progresado a costa del Benfica en los cuartos de final recurriendo al recién establecido lanzamiento de moneda que reemplazaba al partido de desempate como método para definir el vencedor de la ronda tras resultados idénticos en la ida y la vuelta (3-0 en el caso de Benfica y Celtic). El partido de ida en La Bombonera se jugó ante 50.000 personas e inmediatamente demostró que la prioridad de Estudiantes esta vez era recuperar el título. Goles en los primeros quince minutos de Juan Echecopar y la Bruja Verón parecían augurar una goleada pero el Feyenoord era un equipo sólido, técnico y bien organizado y goles de Willem van Hanegem y el delantero sueco Owe Kindvall aseguraron un buen resultado para los visitantes que en Holanda se perfilaban como favoritos. La vuelta en De Kuip fue menos gentil, y un partido trabado parecía destinado a ir a prórroga antes de que el recién ingresado Joop van Daele marcara el cabezazo que coronó al Feyenoord rey del mundo.
A pesar de la victoria, los dirigentes del club holandés quedaron indignados con la actitud de Estudiantes. Famosa fue la reacción del central argentino Oscar Malbernat, quien tras el gol corrió en dirección de van Daele, le arrancó las gafas de ver y se las rompió gritándole, “¡en Argentina no está permitido jugar con lentes!”. Happel insinuaría más tarde que de haber sido necesario un partido de desempate, el Feyenoord no lo habría jugado, prefiriendo perder el torneo que poner en riesgo la integridad de sus jugadores. La marea de rechazo por parte de los clubes europeos hacia la Copa Internacional empezaba a hacerse palpable, y la inevitable caída en desgracia se haría realidad durante la década de los 70.