La Copa Intercontinental, esa linda iniciativa por determinar el mejor equipo del mundo entre los campeones de los dos continentes dominantes dentro de la dinámica futbolística de las primeras décadas de la post-guerra se vio irremediablemente desprestigiada durante los últimos años de los sesenta por una serie de incidentes violentos en partidos para el olvido que sumieron al trofeo en la más profunda desidia.
Entre 1971 y 1979 —los años de mayor turbulencia para el torneo— hubo dos ocasiones en la que se canceló la copa (1975 y 1978) y otras cinco en las que el campeón de Europa se negó a participar (abriendo las puertas al subcampeón para jugarse un trofeo internacional). Pero si bien es cierto que la legitimidad de la Intercontinental se vio comprometida por el hecho de que en repetidas ocasiones no la disputara el equipo campeón de Europa, también hay que señalar que esta circunstancia dio pie a más de una anécdota interesante. La primera de ellas tuvo lugar precisamente en 1971, cuando la decisión por parte del Ajax de Amsterdam de no enfrentarse al Nacional de Montevideo hizo que el gran Ferenc Puskas se reencontrara con el torneo, más de diez años después de que le marcara dos al Peñarol en la edición inaugural de 1960. Y es que Puskas era en 1971 el entrenador de un Panathinaikos que había dado la sorpresa en la Copa de Europa ese año tras eliminar al Estrella Roja de Belgrado en la semifinal remontando un 1-4 adverso fuera de casa.
Al contrario que Panathinaikos, Nacional era un equipo que contaba con figuras de calibre internacional como el goleador Argentino Luis Artime, el portero brasilero Manga, y el centrocampista Luis Cubilla, miembro de aquel Peñarol campeón de la Intercontinental en 1961 (y subcampeón en 1960). Además el Nacional era un club acostumbrado a ganar a nivel doméstico, intercalándose el dominio del torneo nacional con su archirrival, el Peñarol de Montevideo. Tras conseguir la tercera de cuatro ligas que ganaría consecutivamente, Nacional finalmente había dado el salto y de la mano de su entrenador Washington Etchamendi había logrado hacerse por primera vez en 1971 con la Copa Libertadores, ganándose el derecho a disputar la Intercontinental.
El partido de ida en Atenas estuvo marcado por una entrada terrible de Julio Morales sobre Yiannis Tomaras que le valió una fractura doble en la pierna derecha al defensa griego y una expulsión al atacante uruguayo. Amparado por la reputación del juego rioplatense y la historia reciente de una copa en declive, el Panathinaikos protestó por el juego violento del Nacional pero no hubo mayores consecuencias y la vuelta se disputó dos semanas más tarde ante más de 50.000 personas en el Centenario de Montevideo, donde un doblete de Artime le daría la Intercontinental a un equipo uruguayo por primera vez desde 1966.
Si bien el retorno de Puskas a la competición no fue del todo exitoso, cabe resaltar como nota a pie de página que, a pesar de no conseguir el título, el Panathinaikos descubrió gracias a esta excursión el mercado sudamericano, fichando a un brasilero y a tres argentinos, incluyendo a Juan Verón, para la temporada de 1972 —un año antes de que los equipos españoles pudieran volver a fichar extranjeros.
La figura de la Intercontinental del ’72 sería Johan Cruyff, pues tras conseguir su segunda Copa de Europa consecutiva el Ajax accedió a enfrentarse a un Independiente de Avellaneda en el que figuraba José Omar Pastoriza. El partido de ida fue en La Visera (abarrotada, como siempre) y a los cinco minutos Cruyff ya había marcado el primero. Dos minutos después el atacante Dante Mircoli se desquitaría no con un gol sino con una entrada que marcaría el final del encuentro para el pequeño genio holandés. La estrategia de los argentinos era la usual, el juego duro y cancheroso que tanto daño le hacía (y le sigue haciendo) a los equipos europeos. De hecho, cuenta la leyenda que llegada la pausa de medio tiempo, los jugadores del Ajax se rehusaron a continuar con el encuentro, pero el entrenador Stefan Kovacs —el sucesor de Rinus Michels— logró convencerlos para que lo hicieran. Independiente logró el empate justo al final del partido, pero el 1-1 era bueno para la vuelta en Amsterdam donde Cruyff dictó cátedra. Los goles fueron de Neskeens y del suplente Rep, quien marcó dos, y para el júbilo de los casi 50.000 espectadores presentes la copa se habría de quedar en Holanda por segunda vez en la historia.
Pero la experiencia no fue lo suficientemente buena como para que el Ajax la repitiera al año siguiente, así que por segunda vez en tres temporadas el campeón de Europa pasaría de enfrentarse al campeón de Sudamérica. Fue, por lo tanto, la Juventus de Zoff y Gentile, así como de José Altafini, miembro de aquel Milan que perdiera contra el Santos en la infame “Batalla de Río” de 1963, la que se midiera contra Independiente —tras la segunda de sus cuatro victorias consecutivas de la Copa Libertadores—. En esta ocasión hubo una curiosidad: la Juve accedió a participar en la copa solo con la condición de que se jugara un partido único en terreno neutro —una fórmula que algunos años más tarde significaría la salvación de un torneo que parecía destinado a la tumba.
El detalle, por supuesto, está en que el terreno neutro propuesto por la federación italiana fue el Olímpico de Roma. Con todas las de perder viajó el Independiente a Roma en el verano del ’73, ya sin Pastoriza que se había marchado al AS Mónaco, pero con la dupla ofensiva de “Bocha” Bochini y Daniel Bertone que en Avellaneda ha marcado hito, entre otras cosas por el gol de Bocha en el minuto 80 de esta final que sentenció el partido y le otorgó la primera Intercontinental en cuatro intentos al equipo de Avellaneda.
Dicen que la desgracia de un hombre es la fortuna de otro, y así fue en 1974 cuando el nuevo campeón de Europa, el Bayern de Munich y de Lattek, Beckenbauer, Maier, Breitner y Müller, alegó choque de fechas para evitar disputar la Intercontinental. En una movida similar a la que hiciera el Santos de Pelé con la Libertadores, el club bávaro mantenía que una gira por Brasil era más lucrativa que el torneo por lo que no podía permitirse cancelarla. La fecha usual, entre septiembre y noviembre del año vigente, fue postergada hasta que finalmente se tomó la decisión de que fuese el Atlético de Madrid, equipo de tradición en España pero sediento de triunfos a nivel internacional, el que se enfrentara a Independiente.
Por lo tanto, la Copa Intercontinental de 1974 se jugó en abril de 1975, en medio de la temporada liguera. El torneo volvió a su formato original y el partido de ida se jugó en La Doble Visera con victoria para los locales por un magro 1-0. Era aquella la primera final de Luis Aragonés al mando del equipo con el que había ganado tres ligas y dos copas en los últimos diez años. Entrenando a sus antiguos compañeros, a Gárate, Adelardo, el portero Miguel Reina —padre del también portero Pepe Reina, por supuesto— y demás, Aragonés consiguió la remontada y el título con una victoria 2-0 en un Vicente Calderón con el ambiente que lo caracteriza. Pero esa sería la única Intercontinental que se disputaría en 1975, pues la edición correspondiente a ese año fue cancelada cuando el Bayern volvió a rechazar la oferta de participar en el torneo por las mismas razones que el año anterior, como también lo hiciera el subcampeón de Europa, el Leeds United de Joe Jordan.
El Bayern finalmente accedería a jugar la Intercontinental en 1976 tras su tercera Copa de Europa consecutiva, y no es casual que el campeón de la Libertadores aquel año no fuera un equipo rioplatense sino el Cruzeiro de Belo Horizonte —de haber sido el Independiente, o cualquier otro equipo argentino, lo más probable es que el combinado alemán hubiese encontrado algún compromiso que lo obligara a renunciar al torneo. Pero no fue así, el campeón sudamericano fue un equipo brasilero por primera vez desde los días del Santos, y aquel Cruzeiro en el que militaba Jairzinho —campeón del mundo en el ’70 pero ya de 30 y algo años— y Pablo Forlán —padre de Diego— no supo muy bien qué hacer cuando se encontró un estadio medio vacío con un terreno de juego plenamente nevado en el Olímpico de Munich. El resultado: Müller, Kapellmann y muchas gracias. La vuelta en el Mineirao fue uno de los 0-0 más entretenidos de la historia, y además se firmó sin controversias, sin violencia, ni pataletas —solo con más de 100.000 espectadores que venían a insuflar un respiro de vida a la competición.
Sin embargo, aquella sería la última Copa Intercontinental en contar con los campeones de ambos continentes hasta que la competencia cambiara su formato en 1980. En Europa la era de dominancia inglesa había comenzado, y la antipatía que los isleños habían albergado por esta competición tras los hechos de finales de los sesenta no había desaparecido. Bob Paisley, el mítico entrenador del Liverpool, se rehusó a participar en las ediciones de 1977 y 1978, y el Nottingham Forest de Brian Clough hizo lo propio en 1979 cuando debía enfrentarse al Olimpia de Paraguay, probablemente ya por costumbre o una cuestión de honor —si los grandes equipos como el Liverpool no tienen interés en participar en la copa, pues nosotros tampoco—.
Al igual que la edición de 1974, la de 1977 logró disputarse tras un sinfín de discusiones y aplazamientos. El subcampeón de Europa, el Borussia Mönchengladbach dirigido por Udo Lattek y con Berti Vogts en medio de la defensa se midió contra el Boca, campeón sudamericano por primera vez, tras vencer al Cruzeiro. La ida fue en marzo de 1978 en una Bombonera a reventar a la que el Mönchengladbach se presentó sin su principal estrella, Alan Simonsen, y sin su entrenador, pues Lattek se quedó estudiando al Liverpool, rival de los de verdiblancos en la Copa de Europa ese año. En tanto, el Boca, dirigido por Juan Carlos Lorenzo —quien guiara al Atlético de Madrid al triunfo de la liga en 1973—, planteó un partido con más fútbol que hostilidad, sorprendiendo posiblemente al mundo entero. El resultado, un 2-2 peleado, parecía favorable para los alemanes pero el partido de vuelta no se jugó en el tradicional estadio de Böckelberg, que estaba en obras, sino en el Wildparkstadion de Karlsruhe, donde el Boca dio un espectáculo de velocidad, fuerza y, sencillamente, ganas de triunfar venciendo por tres goles a cero a un rival que evidentemente nunca se sintió en casa.
Las cosas fueron de mal en peor para la Intercontinental en 1978, cuando el Boca y el Liverpool repitieron respectivamente en Sudamérica y Europa. El Liverpool volvió a rechazar la oferta de disputar el trofeo, pero esta vez el Boca no se contentó con jugarse una copa que ya tenía en sus manos ante el subcampeón europeo, posiblemente en vista de que este era el Brujas belga, por lo cual la competencia se suspendió por segunda vez en cuatro años. Su retorno, en 1979, fue por cualquier cosa menos la puerta grande: el Olimpia de Paraguay dirigido por el uruguayo Luis Cubillas se había convertido en el primer equipo proveniente de un país que no fuera Argentina, Uruguay o Brasil en ganar la Libertadores al vencer al propio Boca Juniors en 1979, y su rival en la Intercontinental era un modesto Malmö cuya presencia en la final de la Copa de Europa ya había sido una sorpresa. El partido de ida, en Suecia, fue presenciado por unas 5.000 personas y aunque el estadio Defensores del Chaco de Asunción se vio repleto en la vuelta la crisis en la que había caído la competencia era evidente. El Olimpia selló una temporada inolvidable con victorias en casa y a domicilio pero la Intercontinental tenía que cambiar o resignarse a morir. Fue entonces cuando de la nada surgió Toyota para darle un vuelco inverosímil a la tradición futbolística. Pero esa anécdota queda para otra oportunidad.