Ayer por la tarde, la Puerta del Sol no era el hervidero del fin de semana, pero seguía lleno de tiendas y toldos, de acampados y asamblearios, de simpatizantes y curiosos. La Plaza del Carmen, también en pleno centro de Madrid, acogió un encuentro destinado a organizar las asambleas programadas en todos los barrios de la ciudad y su cinturón metropolitano para este fin de semana. En Sol se respira todavía el hermoso olor de la utopía, aunque la mayoría sabe que resta lo más difícil: transformar ese no -a una democracia representativa que cada vez es menos democracia y cada vez menos representativa- en propuestas concretas. Sin embargo, muchas ya han sido lanzadas, y son coherentes: establecer nuevos mecanismos de participación política, reformar la ley electoral, controlar el descarado absentismo de la clase política, acabar con los paraísos fiscales y controlar los excesos de las entidades financieras, entre otras muchas.
En Madrid y en muchas otras ciudades, de España y de todo el mundo, se sigue hablando de Spanish Revolution y resisten en las calles, dejando claro que el movimiento del 15-M va mucho más allá de unas elecciones municipales. Mis amigos brasileños siguen preguntándome qué está pasando en Madrid. Intentaré explicarlo sucintamente.
La acampada de Sol es, en esencia, un grito de protesta de una sociedad con un 20% de paro, que se duplica entre los jóvenes; de una sociedad que vio cómo, una vez más y con más descaro que nunca, se privatizaron ganancias en tiempos de vacas gordas y se socializaron las pérdidas cuando llegó un descalabro económico mucho más fácil de predecir de lo que quisieron hacernos creer. El Gobierno español, que se hace llamar socialista, jugó a la improvisación y cedió a los requerimientos de austeridad del FMI. Congeló las pensiones el mismo año que eliminaba el impuesto de patrimonio. Dicen, y seguramente es verdad, que el margen de acción de los gobiernos es extremamente limitado frente al poder de ese ente al que llamamos “el mercado”, pero lo que puede y debe achacársele al presidente Zapatero es que ni siquiera intentó minimizar el impacto social de la crisis. En Europa, los excesos de los bancos y demás entidades financieras provocaron el colapso y salieron de rositas, más reforzados que nunca, y la clase política no hizo nada por evitarlo: al revés. En Europa se impuso, sin dejar un resquicio al debate, la ortodoxia neoliberal para la cual la austeridad presupuestaria lo cura todo, aunque ello nos condene a años de recesión. Comenzó a gestarse un descontento que en España estalló tarde, pero lo hizo con ganas. Dos publicaciones ayudaron a agitar la protesta, que acabó convocándose por facebook y twitter: ‘Indignaos’, un panfleto político de 30 páginas escrito por el veterano militante Stepháne Hessel, y ‘Reacciona’, una obra coral con textos de periodistas e intelectuales, entre ellos el propio Hessel. Porque a la indignación había de seguir la reacción. Y muchos nos acordamos del desaparecido Saramago, que tan feliz hubiera sido de pasearse estos días por la Puerta del Sol.
Rescato aquí un par de frases que sintetizan el discurso que cristalizó en las protestas de la Puerta del Sol. El grito de Hessel exigiendo una democracia verdadera: “Es tiempo de acción, de participación, de no resignarse. Es tiempo de democracia genuina. Tiempo de movilizarse, de ser actores y no sólo espectadores impasibles, progresivamente uniformizados, gregarizados, obedientes”. Y el lúcido José Luis Sampedro sintetizando el engaño de la libertad que nos vende el sistema: “Se confunde a la gente ofreciéndole libertad de expresión al tiempo que se le escamotea la libertad de pensamiento”.
No me resisto a traduciros este poema de Ralf Rickli, que mi amigo Peu oportunamente compartía en este blog:
No.
No queríamos
luchar.
Sólo queremos el sol,
nada más.
Pero como hay quien intenta
mantenernos en el gris
ir hasta el sol se tornó
lucha!