Home Mientras tanto De la integridad de algunos africanos y la vaciedad argumental

De la integridad de algunos africanos y la vaciedad argumental

 

Estos días ha ocurrido en Alto Volta un hecho del que debemos sacar conclusiones para siempre. La primera: ¿los militares africanos tienen todavía necesidad de más poder, si ya controlan el cuerpo armado de sus empobrecidos países y son, además, incapaces de resolver ninguna cuestión africana, de las tantas  que desatan y en las que los civiles ponen siempre los muertos?

 

En Alto Volta, y lo llamamos así por una razón determinada, la ciudadanía, hombres, mujeres, y chicos con sólo dos dólares al día para comer y para satisfacer el resto de las necesidades, se dieron cita en los alrededores del parlamento mientras en su interior el pusilánime dictador Campaoré había reunido a sus teloneros para hacer un cambio en la constitución que le permitiera cumplir 33 años en el poder. Si se iba a votar, y esto hay que decirlo, es porque los políticos se avinieron a ello, casi alegremente. Esta alegría es reseñable si tenemos cuenta que en los primeros años, con el cuchillo todavía sangriento, gobernó como un sátrapa y luego se puso el traje de demócrata y se presentó a unas elecciones en las que, en dos ocasiones, las ganó con un ochenta por ciento de los votos. Le gustó tanto el poder, los huevos suyos se pusieron así de grandes, y quiso cambiar la constitución para seguir en la silla, hala, esto es mío. Y encontró a los teloneros de siempre, gente que hacía bulto en la sala para decir que se votó, y que perdió, y que el pusilánime dictador siga su glorioso camino, y  aquel teatro maldito fue interrumpido por la ciudadanía.

 

Gentes de andar por casa, gentes sencillas sin un jornal diario, maestros sin escuelas para enseñar y amas de casa que sobreviven de lo que labran dijeron que ya estaban hartos del teatro, que nadie iba a votar allí, pues en dos ocasiones votaron una cosa y el poder contó otra distinta y nadie de los que pretendían seguir votando pudo hacer nada. Fue ahí que se puso de manifiesto que los escandalosos 80% de votos habían sido una falsedad. Y estaban hartos. Y dijeron basta, ¡basta!, ¡¡basta!! Era la forma de exigir su verdad.

 

Las consecuencias de este caso nos hacen pensar en la Guinea española, donde otro pusilánime lleva en el poder más años que Campaoré, y ha ganado con porcentajes más rotundos. Con mucho menos aspavientos, se reformó la constitución, los votos se leyeron y se hizo lo que quiso, avalado por los teloneros de siempre, gente con una inmarcesible necesidad de participar en procesos políticos. O sea, los mismos. Como todo en él son mentiras, nada mejoró, y ahora entre teloneros y miembros de la dictadura, se han sacado de la manga la idea brillante de un diálogo, sí un diálogo con Obiang, para decirle, quizá, que se le fue la mano en eso de atribuirse victorias electorales, pues con un 59% ganaba igual. Parecería una exageración nuestra, pero no hace mucho un partido de estos hizo un intento de sacar a su militancia a las calles porque se creyó engañado en el recuento. Aquello terminó en un intento porque la militancia no se creyó nada.

 

Como sabemos que estos grupos tan amantes del juego político miran desde lejos por si irrumpe en sus conciliábulos la marabunta de ciudadanos de menos de un dólar al día para exigir la verdad general, tenemos que decir que cuanto se abonen a la verdadera solución, la de exigir la restitución por la vía multitudinaria, mucho mejor, porque sería la manera de evitar que los militares, tan golosos, se aprovechen de las victorias del pueblo. Esto lo decimos porque es una mentira que unos han nacido para gobernar, porque son más listos, y por esto no chirría que cenen con Obiang, y otros tienen que exigir que el mentado dictador se avenga a las normas. ¡Viva, pues, Burkina Faso!

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