Para incitar a comprar más periódicos, Faro de Vigo ha incluido este verano una colección de novela negra en la que encontrar lecturas complementarias de la realidad, a veces mucho más reveladoras, aunque se trate de ficción, que el día a día de las noticias.
En Una verdad delicada, de John Le Carré, se lee: “Defensa se encontraba ya en un estado de podredumbre colectiva mucho antes de aparecer él. ¿Acaso Toby está al corriente de eso? Toby sí está al corriente. La mitad de sus funcionarios no sabían si trabajaban para la reina o para la industria armamentística, y les importaba un comino, con tal de sacar tajada”. ¿Como todo el mundo en todas partes? ¿Como algunos reyes y figuras eminentes? El bien común y la seguridad del país como pantalla, para la tajada en el plato y en una cuenta secreta en un paraíso fiscal.
Una noche de verano en que apuraba las páginas apasionantes de un Le Carré que volvía por sus fueros vi que en televisión estaba programada una película que me había dejado buen sabor de boca cuando se estrenó: Green Zone: Distrito protegido, y comprobé que entre la novela de Le Carré y la película de Paul Greengrass había más de una concomitancia, sobre todo cuando al final tanto el sargento que interpreta Matt Damon al frente de un destacamento que trata de hallar las famosas armas de destrucción masiva que condujeron a una guerra inicua en Irak como el funcionario que se empeña en averiguar la verdad sobre el funcionamiento de los servicios secretos británicos, su Ministerio de Defensa y una empresa norteamericana con soluciones logísticas y políticas para cualquier eventualidad, se dan cuenta de que la única forma de preservar la verdad y el mínimo funcionamiento democrático es denunciando las mentiras a los principales medios de comunicación del mundo. Parecía que se habían intercambiado la lista de direcciones: The Guardian, The New York Times, Private Eye, Reprieve, Channel 4 News, BBC News, ITN… Lo mismo que hace Edward Snowden cuando denuncia las prácticas más que abusivas de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) en tiempos de Barack Obama. Saca a la luz una trama que va contra todo lo que proclama la gran democracia americana, y lo hace por verdadero patriotismo, y pone en manos del Guardian las pruebas de un inconcebible abuso de poder. Es lo que se cuenta en Snowden, donde Oliver Stone recupera algunas de sus mejores dotes como cineasta.
Hacia el final de la novela de Le Carré se lee: “tampoco todo el mundo lee el Evening Standard, ¿no? No ahora que es gratis. La gente valora lo que paga, no lo que le endosan a cambio de nada. Forma parte de la naturaleza humana”.
¿Cuándo empezaremos a aprender? ¿Cuándo sea demasiado tarde?
En el último libro que me he echado al coleto este mes de agosto, y que terminé de leer ayer en playa del Vao, El murciélago, de Jo Nesbo, encuentro otra estimulante apelación a la vieja prensa que nos ha acompañado durante todo el siglo XX: “Los que creen que podemos pasar de los periódicos se equivocan. En este país los periódicos ya han causado el despido de varios jefes de policía”. Algo que no deberían olvidar los jefes de policía, los curas pederastas y los obispos que les encubren, los alcaldes que eluden responsabilidades… Y los propios periodistas. Y los dueños de los periódicos.
Me gustaría creer que, como ha ocurrido en Estados Unidos en parte gracias a Donald Trump, los periódicos volverán a tener el predicamento de que gozaban. Los mejores diarios de aquel país, en los que nos seguimos inspirando con sana envidia, no sólo cerraron sus webs y empezaron a cobrar por leer sus páginas en internet, sino que invirtieron sobre todo en periodismo, en reporteros, y eso se ha visto recompensado con un aumento de la circulación tanto en los ejemplares impresos como en los beneficios de sus versiones digitales. Como señaló el editor del New York Times, el futuro del periódico no pasa por la publicidad (en internet, puede que tampoco en el papel), sino por la fidelidad de los lectores dispuestos a pagar por buena información. Me gustaría creer que, si volvemos a invertir en periodismo, es decir, en mejorar el relato de la realidad, en contar historias extraordinarias, como quería Walter Benjamin a comienzos del siglo pasado, los lectores volverán a pagar por leer noticias en cualquier soporte, y tal vez a comprar diarios de papel, a viajar por esas sábanas que ordenan el caos del mundo cada día.
Tengo la mala costumbre de comprar vieja prensa de papel siempre que puedo. Y los fines de semana se ha convertido en un hábito hacerme con la edición doble (que abarca el sábado y el domingo) de la edición internacional del New York Times y del Financial Times. Y sin embargo, en verano, es imposible hallar esos periódicos en todo Vigo, una ciudad de… ¿casi trescientos mil habitantes? (Y en invierno, apenas en el kiosco de El Corte Inglés). Pero basta cruzar en transbordador el río Miño en su grandiosa desembocadura, entre A Guarda y Caminha (poco más de 16.000 almas), para encontrarse con un kiosco sin parangón en la ciudad en la que nací y en el que están disponibles no solo esos dos admirables diarios anglosajones sino periódicos en las lenguas más apreciadas en toda Europa, amén de los imprescindibles, por supuesto en portugués, Jornal de Letras, Artes e Ideas y Ler, una revista que no tiene equivalente a este lado de la frontera.
La Editora Regional de Extremadura acaba de sacar de la imprenta, recién cocido, Los primeros poemas del Diário. Odas, de Miguel Torga, en primorosa edición de Amador Palacios. No me resisto a transcribir uno de los poemas:
Instantáneo
S. Martinho da Anta, 26 de Dezembro de 1938
É um cemitério pobre.
Fica à beira da estrada,
E qualquer tempo o cobre
Duma sombra de nada.
Vão a enterrar ali
Pobres almas singelas
Que viveram aqui,
E só ali são elas.
Esta es la versión es español de Amador Palacios
Pasajero
S. Martinho de Anta, 26 de diciembre de 1938
Es un cementerio pobre
Orillado en la calzada
Y en cualquier tiempo cae sobre
Él una sombra de nada.
Van a enterrar allí
Pobres almas modestas
Que vivieron aquí,
Y solo allí son ellas.