Mientras en España la gran mayoría de la audiencia televisiva se enfocaba en el clásico y los bares de la mitad del país se desbordaban de gente, yo veía al Madrid desmoronarse a las orillas del Duero, del otro lado de la frontera y ya casi al borde del mar. Era una noche de diluvio en la ciudad de Oporto, durante la cual un bar cualquiera de los que proliferan entre los grandes puentes de la ciudad sirvió de resguardo algo más que provisional. Así, entre catas de vino de la región e imágenes de un clásico que cada vez lo es menos, pasé una velada de vivos recuerdos que me llevó a la figura de José María Peroto. De hecho, los goles del partido me los perdí todos, mientras charlaba con el camarero acerca del Porto y del Benfica, de la UEFA y Vilas Boas, de la Champions y Mourinho, de Madjer, un aquel gol de tacón y la gloria de alzar la Copa de Europa por primera vez en aquella increíble final de 1987, en el Praterstadion de Viena.
Quedémonos, por ahora, con Pedroto, que de finales perdidas por el Bayern en los últimos minutos del encuentro ya podremos hablar más adelante. Jugador de banda derecha que, según cuentan, poseía un toque y un control de balón como pocos, Pedroto empezó a captar la atención del fútbol lusitano mientras cumplía con su servicio militar en Tavira, en el Algarve, hacia finales de los años 40. En 1950 el club Belenenses de Lisboa contrató sus servicios, a pesar de las ofertas astronómicas del Porto, y un año más tarde debutaría en la selección nacional. Delgado de contextura y pequeño de tamaño, Pedroto se convirtió en uno de los jugadores más dominantes de la liga de aquellos años, a tal punto que el interés del Porto se intensificó, llegando a pagar una cifra inimaginable para la época (500.000 escudos en 1952) por el jugador, en lo que sería el fichaje más caro de la historia de Portugal hasta muchos años más tarde.
Arriba: Américo, Virgílio, Angelo Carvalho, Barrigana, Valle, Del Pinto, Albasini y Osvaldo Cambalacho. Abajo: Hernâni, Porcel, Monteiro da Costa, Pedroto, José Maria y Carlos Duarte.
Así pasó Pedroto de ser un jugador amateur, que combinaba el fútbol con su empleo en la compañía hidroeléctrica de la ciudad, a convertirse en el jugador mejor pagado del país (165.000 escudos). Así también llegó a alzarse con la liga portuguesa en dos ocasiones, 1956, año del doblete del Porto, y 1959. Sin embargo, la leyenda del gran Pedroto surgiría años más tarde, cuando, junto a la boina que le dotaría de su sobrenombre, Zé do Boné (traducción al portugués de la caricatura inglesa, Andy Capp), se convertiría en uno de los entrenadores más galardonados y célebres del país. Tras un breve paso por el Académica, Leixoes y Varzim, Pedroto se hizo con las riendas del Porto por primera vez en 1966, ganando la Copa de Portugal en 1969. La trayectoria de Pedroto lo llevó al Vitória de Setúbal y luego al Boavista de Oporto, equipo con el cual consiguió dos Copas de Portugal, en 1975 y 1976.
Sería precisamente ese año cuando Pedroto regresaría al Porto, formando una dupla imponente con Jorge Nuno Pinto da Costa, nuevo presidente del club. En los próximos cuatro años al frente de los dragones azules, Pedroto se convertiría en el artífice del primer vuelco en la hegemonía del poder de la liga portuguesa desde los años cuarenta, consiguiendo su tercera Copa de Portugal consecutiva en 1977 y haciéndose de la liga por primera vez como entrenador en los dos años subsiguientes. Fue durante este período cuando Pedroto consiguió su reputación como un seleccionador atrevido, que buscaba atacar a domicilio a los grandes del fútbol portugués, al Benfica, al Sporting, sin resignarse al conformismo de solo conseguir un buen resultado en casa. Aquel valeroso Porto contaba con figuras como Simões y Murça en la defensa, Celso, Frasco y Costa en medio campo, y un impresionante Fernando Gomes en la punta.
La salida de Pinto da Costa de la presidencia del club significó también la migración de Pedroto al Vitória de Guimaraes, donde permaneció por dos años. En 1982 volvería el dúo dinámico de Pinto da Costa y Pedroto al mando del Porto, consiguiendo un año más tarde la Copa de Portugal.
A partir de entonces, y en buena parte gracias a las bases que sembrara el propio Pedroto, el Porto ha sido la potencia futbolística más importante de Portugal. Es por eso que cuando uno habla de tradición, de los tres grandes, del Benfica, el Sporting y el fútbol mundial, la gente de Oporto suele fruncir el ceño, entrar en una especie de estado meditativo y exclamar, medio en sorna, medio en serio: “Bah, ya la tradición no es lo que era!”