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De Leónidas Da Silva: El diamante negro

Mucho antes de que Pelé deslumbrara a la afición sueca con su potencia, su técnica y su color de piel, sería un tal Leónidas Da Silva quien llamaría la atención del mundo, y no solamente del futbolístico, con su garra y, sí, también con la técnica que lo consagraría como el inventor de lo que hasta hoy es una de las más espectaculares acrobacias posibles en el terreno de juego: la chilena o bicicleta.

 

Célebre internacionalmente apenas a los 20 años, Leónidas partió en 1933 hacia tierras Uruguayas, donde la liga ya se había profesionalizado, a jugar con el gran Peñarol, que venía de  hacerse con el primer campeonato profesional de la liga el año anterior. Leónidas marcaría 11 goles en 16 partidos aquella temporada, pero volvería a su país natal antes del final de la misma. El Peñarol tendría que conformarse con el subcampeonato aquel año, tras empatar con el Nacional con 46 puntos durante la temporada, pero perder el tercer y último partido de desempate por 3 goles a 2. 

 

De vuelta en Brasil, Leónidas se uniría al Vasco da Gama en 1934, equipo que se coronaría campeón de la liga profesional. Ese mismo año “el diamante negro” participaría en la segunda Copa del Mundo FIFA, con sede en Italia. Sin embargo, aquella selección brasilera se veía fraccionada por la polémica entre el fútbol amateur, aún afiliado a la Federación, y la nueva liga profesional, evidentemente de mayor calibre, pero hasta ahora clandestina. Entre los 17 jugadores que Brasil llevó a aquel campeonato, solo dos eran de color, y uno de ellos, Leónidas, marcó el único gol del equipo en la primera ronda, en partido de eliminación directa contra uno de los favoritos del torneo, “la furia española”, que terminó por vencer 3 – 1.

 

Leónidas tendría que esperar hasta 1938 para su gran momento. Allí, en medio de un evento que tenía un perfil mucho más político que deportivo, Da Silva causó, estragos, fue la sensación y creo mitos y leyendas que, hasta hoy, se leen en todo tipo de publicaciones. Líder goleador del torneo con siete tantos, se dice, entre tantas cosas que se dicen, que en el partido de la primera ronda (que ya era eliminatoria) Leónidas jugaría sin zapatos por algunos minutos e, inclusive, marcaría un gol. Es verdad que del fútbol de aquel lado de la Guerra Mundial se dicen muchas cosas, pero lo cierto es que si Leónidas jugó sin zapatos, solo se le podría haber ocurrido a él: a ninguno de sus compañeros blancos se les hubiese cruzado por la cabeza hacer cosa semejante.  

 

Brasil pasó a segunda ronda tras un agónico 6-5 en tiempo extra, obligado porque sus contrincantes, Polonia, empataron el partido a 4 en el minuto 90. Ese día, Leónidas se ganó el apodo de “diamante negro” de manos de un periodista de Paris Match, tras convertir 3 tantos, a los que le sumaría el único gol de su equipo en lo que se conoce como la Batalla de Burdeos, un espantoso empate a 1 contra la Checoslovaquia de Frantisek Planicka, “el gato de Praga”, quien, se dice, porteó con una fractura por una buena parte de aquel encuentro en el que hubo más expulsiones (tres) que goles (dos). También en el partido de repetición aportaría su contribución Leónidas, jugando de capitán y marcando otro gol, el quinto hasta ese momento en el torneo. Pero Brasil se encontró con una Italia regenerada en la semifinal, y, con Da Silva en el banquillo, fue eliminada. 

 

De vuelta en casa, Leónidas fue recibido como un héroe. Al año siguiente conseguiría su tercera liga, tras ganarla con el Vasco (34) y el Botagogo (35), esta vez con el Flamengo. Ese mismo año la compañía de productos lácteos, Lacta, pagaría una suma insustancial por los derechos del nombre “diamante negro”, el cual se convertiría en una barra de chocolate que hasta el día de hoy se vende en Brasil. Leónidas nunca volvería a jugar en una Copa del Mundo, aunque sus mejores años en el campeonato carioca aún estaban por llegar. Tras su traspaso al Sao Paulo en 1942, Da Silva ganaría la liga cuatro veces entre 1943 y 1949.

 

Desafortunadamente, el destino habría de jugarle una mala pasada al diamante negro, con un largo y triste final en el que se tuvo que enfrentar al Alzheimer y a la diabetes por más de 10 años. Leónidas Da Silva moría a los 90 años de edad en un geriátrico en las afueras de Sao Paulo en 2004. Dejaba de existir el cuerpo de aquel diamante, pero el verdadero, el de las leyendas, seguirá allí por los siglos de los siglos.

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