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De lo malo… lo malo

 

Colombia se ha enfrentado a una de esas terribles dicotomías ante las que nos pone el modelo de democracia de urnas y publicidad en las que nos movemos: debía elegir entre lo malo y lo peor. Se quedó con lo malo. Los pueblos son tercos pero no tan torpes y la mitad de los colombianon (que son los que votaron) le apostó por no cerrar la puerta a una hipotética paz antes de intentarla.

 

La victoria de Juan Manuel Santos en nombre de la paz, con el apoyo de buena parte de la izquierda (lo que ha provocado arcadas a muchos) y con más de medio país ignorando el jueguecito de las urnas es paradójica. Es la victoria de la obligada desmemoria. Cuando Santos era ministro de Defensa de su ahora enemigo mortal –Álvaro Uribe- los falsos positivos (asesinatos de civiles para presentarlos como guerrilleros abatidos en combate) aumentaron un 134%. Santos fue el articulador del Partido de la U que ahora olvida qué simbolizaba esa ‘U’ de Uribe, fue un buen propagandista de las bondades del presidente que más ha violado los derechos humanos en Colombia (y eso que esa es una posición costosa de lograr en el país suramericano).

 

Pero la desmemoria fue obligatoria porque de ganar el candidato de paja del ‘ubérrimo’, Óscar Iván Zuluaga, se habría entrado en la pesadilla del talibanismo uribista: esa vasta combinación de nacionalismo provinciano, populismo económico y militarismo genético del ex presidente curilla que tanto daño ha hecho a la estructura del país.

 

Santos, una vez olvidado quién es y a quién representa, deberá ahora tener la cintura suficiente para que sectores tradicionalmente estigmatizados participen en el proceso de paz que apenas se negocia con las guerrillas e, incluso, en el aparto del Estado. Siempre he dicho que la apuesta por la paz de Santos se basa en la necesidad de su clase (la élite Bogotana y las transnacionales con las que se relaciona) de dar el último asalto a Colombia, esquilmando sus recursos naturales en zonas ahora vetadas por obra y desgracia de la guerra. Es decir: Santos no es una paloma blanca; pero, si es útil para poner fin a las seis décadas largas de violencia política y social, bienvenido sea. La paz, como se demostró en Centroamérica, no se logrará al firmar un acuerdo con los actores beligerantes, pero es imprescindible ese primer paso para restañar las heridas que desangran a la sociedad colombiana. 

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