Home Acordeón De lo marginal al fondo: el periodismo infrarrealista de Diego Enrique Osorno

De lo marginal al fondo: el periodismo infrarrealista de Diego Enrique Osorno

“Atiende esto, hijo mío: las bombas caían 
sobre la Ciudad de México 
pero nadie se daba cuenta”. 

Roberto Bolaño, Godzilla en México

 

Ciudad de México, 1975: veinte poetas, jóvenes poetas o, lo que es decir, con ese magma único, incandescente en su interior y, entre ellos, el escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003). Eran los infras, seres libertarios, subjetivos, inusuales, con dejos de la Generación beat de los años cincuenta, de mirar dadaísta aliñado con la estética del artista –también chileno– Roberto Matta. Era el México que no se olvida, el de los amordazados y luego desaparecidos, el de la Guerra Sucia y una efervescencia imberbe que germinó en diversos talleres de narrativa, poesía y teatro. Eran los inicios, en el Café La Habana, del infrarrealismo.

 

Monterrey, 1980: Su cuerpo apenas asomaba a este mundo. Aún no sabía que sería escritor y periodista ni que relataría los peores sucesos de una patria –México, la suya– gemela en emociones a la que describe Iván Tubau diciendo: “Nací en un tiempo triste y en un triste país (…) donde un millón de muertos velaban el cadáver de los supervivientes”. Diego Enrique Osorno era entonces demasiado pequeño para alcanzar a imaginar que en 2013 ganaría, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo y se lo dedicaría al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Desconocía que la vida lo encaminaría a escribir libros como El cártel de Sinaloa (2009), La guerra de los Zetas (2012), Contra Estados Unidos (2014) y Slim. Biografía política del mexicano más rico del mundo (2015), prologado por Jon Lee Anderson. Este recién nacido, cuya personalidad adulta rompe con casi todos los estereotipos de un regiomontano, tampoco advertía por aquellos años que la literatura de Roberto Bolaño se convertiría en una potente influencia para ejercer su mayor, o quizás, su única pasión: el periodismo.

 

Huesca, España, 2016: A mediados de un marzo pirinaico, todavía frío y a ratos ventoso, Diego Enrique Osorno es uno de los invitados a la decimoséptima edición del Congreso de Periodismo Digital y en la cafetería del Palacio de Congresos habla, tranquilo y dispuesto, de lo que para él implica mucho más que una simple etiqueta, el periodismo infrarrealista:

 

—El infrarrealismo es una corriente marginal, poética que hubo en México y que pasó prácticamente inadvertida durante muchos años hasta que uno de sus fundadores, Roberto Bolaño, escribió una novela muy exitosa, Los detectives salvajes (1998), en la que recrea la vida de los poetas infrarrealistas, a los que él llama realvisceralistas. A mí Bolaño, además de todo lo que se puede decir de su obra, me parece un autor que miró la violencia latinoamericana como pocos, fue un escritor que podía hablar perfectamente de las dictaduras, de los sistemas económicos que matan gente, del narcotráfico, etcétera. Y cuando en México nos encontrábamos, en lo que considero el momento más duro de la violencia, entre 2010 y 2011, intentábamos narrarlo sin suerte, ya que la gente comenzó a desarrollar una indolencia hacia los muertos y, en consecuencia, a ser poco receptiva a las historias que contábamos. Había que hacer algo y, bueno, la literatura de Bolaño es una literatura con la que el periodismo puede dialogar para hacer esa búsqueda de los detalles, de los personajes.

 

—Es entonces cuando surge el periodismo infrarrealista…

—El término infrarrealista me encanta, es como contar la realidad que está debajo de la realidad porque no podemos decir que en México no hay información de lo que sucede, el problema es que la narrativa de este gobierno no está mirando el fondo, solo deja pasar aquello que alimenta el discurso hegemónico. Así que el periodismo infrarrealista pretende lo contrario y también es un homenaje a la literatura de Roberto Bolaño. Es un periodismo narrativo que surgió de la guerra del narco y de querer romper con la indiferencia mediante un experimento. No es nada academicista ni un tratado, sino que su espíritu es inspiracional, de impulso.  

 

Así, impulsivo, sin hacer alarde de nada, Diego Enrique Osorno asume el oficio y de tanto en tanto nos permite, mediante lo que llama un artefacto, oler la tinta subversiva con la que escribe crónicas y manifiestos, como este, redactado en la Biblioteca Municipal de Caborca, Sonora y leído durante el III Encuentro Nacional de Escritores en Monterrey:

 

El periodismo infrarrealista no rehúye las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea.

 

Retoma cosas de Ryszard Kapuscinsky y Jacobo Zabludowsky, de don José Alvarado y don Luis Villoro, de Mario Santiago Papasquiaro y Beto Quintanilla.

 

El periodismo infrarrealista no hace publicaciones al gusto ni ameniza fiestas, cocteles o reuniones de gabinete. Los reporteros infrarrealistas no se ponen la corbata de la autoimportancia a la hora de redactar y así formar parte de un enorme aparato propagandístico sin apenas saberlo.

 

El periodismo infrarrealista no es una máquina, se resiste a serlo.

 

(Ojo: los reporteros infrarrealistas también pueden escribir de otras cosas como indígenas tojolabales, jabalíes, objetos no identificados, diademas de arcoíris en el pelo de las muchachas yaquis, lechuzas doradas, camas ruidosas a la hora de hacer el amor, carreras de caballos, calzones de manta, cedros, cerdos, caracoles, el violento arrullo de las calles y plazas ruidosas, el cambio climático, atardeceres color malva y teshuino.

De lo que no escribirán es de los perros del Parque México, del realismo de la colonia Condesa).

 

(fragmento)

 

 

—El primer Manifiesto del periodismo infrarrealista es de 2011, lo escribí en Caborca cuando estaba dando un taller a un grupo de periodistas veteranos que ya habían visto todo y hablábamos de la importancia de la escritura. El segundo es de 2015, en Oaxaca; ambos tienen ese tono poético porque están inspirados en poetas. También están dos libros que recogen esta idea, Demasiados lobos andan sueltos (2014) y No basta con encender una vela (2015), publicados por Rayuela, una editorial pequeña y marginal de Guadalajara, en los que se recopilan crónicas de temáticas muy diversas.

 

—Roberto Bolaño era –lo sabemos– un perro romántico que permanentemente estuvo navegando entre realidad y ficción, ¿cómo evitar que le suceda lo mismo al periodista que husmea en los basureros y se mete en las alcantarillas a través del infrarrealismo?

—Esencialmente Roberto Bolaño no tiene nada que ver con el periodismo; él fue víctima de lo que Enrique Vila-Matas retrata en El mal de Montano (2002) y que le sucede a la gente enferma de literatura, que todo cuanto ocurre en su vida lo vincula con la literatura. Yo también me siento enfermo, pero de periodismo; vivo para el periodismo y todo el tiempo estoy pensando cómo convertir cualquier cosa en una nota, un reportaje o una columna. Nunca he hecho ficción. En el periodismo hay, por supuesto, un rigor, pero también hay experimentación, el único pacto es decir la verdad. Puede tener estas formas literarias, estos juegos, pero todo tiene que ser verificable y solo se relaciona con la literatura por el cuidado, el respeto por la palabra. Muchos jóvenes tienen una idea equivocada, piensan que consiste solo en escribir bien y no hacen suficiente investigación, no reportean. Esos no son cronistas, son muy buenos cuentistas. La crónica se trata de investigar, de ir al lugar y vivir la experiencia, de tener mucha inmersión y luego intentar escribir lo mejor posible.

 

—¿Cómo narrar lo inenarrable, el dolor cuando es ajeno o lo que de tan contado deja de doler?

—Para mí es muy simple, debo estar interesado en el tema. Los periodistas también nos cansamos y frustramos con las historias que vemos porque somos parte de la sociedad, pero yo siempre me aferro a esa curiosidad. Si mi curiosidad se activa, la sigo. Ese fue el caso, hace unos dos o tres años, cuando me llamó cierto alcalde de San Fernando en Tamaulipas diciendo que quería cambiar la imagen del lugar y para ello pretendían romper el récord Guinness del cóctel de camarones más grande del mundo. Y pues pensé que era una buena oportunidad, primero para ir al lugar y mostrar el anhelo de paz de la gente, pero además la imbecilidad del gobierno al imaginar que con ello podía solucionar el inmenso daño causado a la población de una ciudad donde se han encontrado casi 400 personas enterradas clandestinamente y donde ocurrió la mayor masacre de México en el siglo XXI, más todos los eventos de violencia que han vivido. Yo veía la historia para, sí, sacarle una risa al lector, y a la par evidenciar el absurdo en el que nos encontramos. Era una crónica que había que contar y punto.

 

El 1 de diciembre de 2015, al cumplir 35 años “de andar en el camino”, Diego Enrique Osorno publicó en Facebook, a manera de posdata, la segunda versión del Manifiesto del periodismo infrarrealista, “un artefacto diseñado durante investigaciones, protestas, talleres y funerales celebrados en sitios de Oaxaca como Mitla, Huajapan, San Antonio Castillo Velasco, Putla de Guerrero y Santa Catarina Lachatao”. Lugares, todos, donde que cada minuto de ver e indagar, hicieron que el periodista de nuevo hundiera la mano en el lirismo para transformar lo visto en palabras:

 

Un migrante 
un fantasma
una mujer golpeada
toman en estos momentos
la curva de la muerte

 

Lejos quedan las colinas de la canción Mixteca
o los pasadizos subterráneos de Mitla
el laberinto de Yagul que se alza en los Valles

Ante los gritos de este dolor mexicano
el murmullo de un cacuy 
rompe una caverna escondida
entre montes llenos de nopales y hambre

 

Escribir sobre esto 
en el hotel de un pueblo de asesinos
Escribir ahí
sobre un pueblo de víctimas
Escribir contra lo políticamente correcto
lo políticamente corrupto
Escribir más que nunca y sin parar
porque el periodismo infrarrealista 
está herido
tergiversado
confrontado
pero sigue de pie

a
b
a
j
o

 

(fragmento)

 

Diego Enrique Osorno fue miembro de la Comisión de la Verdad en Oaxaca. Actualmente es profesor de la Universidad de Monterrey (UDEM) y semana a semana publica una columna en el diario Máspormás. El Alcalde (Bambú-IMCINE, 2012), Entrevista con un Zeta (Bengala-Gatoparto, 2013), El poder de la silla (Bengala, 2014) y Los cuadros negros (Bengala, 2015) forman parte de la filmografía de este reportero para quien “escribir es un autoatentado o no escribir”:

 

—Cada vez las historias que elijo son más desde el punto de vista personal, muy directas. Casi a la par de que nació mi hijo, escribí el libro Nosotros somos los culpables (Grijalbo, 2010), que trata sobre el incendio de la Guardería ABC. Es una denuncia de lo que pasó ese día que además alude a la culpa que uno siente como padre. El origen es algo personal, aunque no lo convierto en el tema, no hablo de mi hijo. Lo que sí, invariablemente he intentado vincular el periodismo con el arte. De joven escribía poesía, incluso publiqué –desgraciadamente– un libro de poesía. También hubo periodos en los que hice muchas coberturas y periodismo de investigación en Monterrey, al estilo Watergate, fue una época en la que me sentía Bob Woodward.

 

—Un recorrido infrarrealista, como usted, que ha publicado en Gatopardo, Proceso, Letras Libres, El Universal, Le Courrier, Nexos, Etiqueta Negra o Newsweek, ¿qué opinión tiene del periodismo mexicano? 

—No sé. A mí no me interesa ser un administrador de medios, pero creo que hay muchas estrategias para que el periodismo independiente se pueda fortalecer. En Monterrey tengo un periódico donde mis estudiantes hacen periodismo de barrio y, en general, veo un buen periodismo emergiendo en México, veo mucho ímpetu en las nuevas generaciones; se equivocan, claro, pero hay un arrojo que me parece positivo. Lo que percibo es menos sumisión, quizás porque ellos no traen el chip de la cultura priísta que todos, aunque nos sintamos independientes, asumimos.

 

—¿Y del periodismo en España?

—Viví aquí en 2002 y en ese entonces me pareció un buen periodismo, pero muy ceremonial, protocolario, poco dinámico… cortesano. Hasta ahora, leyendo medios como El Diario, El Español y La Marea, veo más creatividad.

 

—¿Qué piensa de movimientos sociales como el 15M en España o YoSoy132 en México?

—Todo está conectado. Hay una inconformidad con el sistema y en cada país hay grupos de vanguardia tratando de proponer algo distinto para confrontar al sistema. Lo que no se ha logrado todavía, me parece, es la articulación entre estos grupos al menos para dialogar, entenderse y construir algo de verdad alternativo. Cuando esto no sucede, vemos a jóvenes activistas que terminan como conductores de Televisa en México o como diputados en España y el sistema los sigue asimilando muy bien. Sé que es difícil pensar globalmente, pero es a lo que debemos llegar, a entender que las experiencias locales son las mismas que les están sucediendo a otras comunidades. La resistencia en la que yo creo es la autogestión, tener un espacio propio en el que puedas asumir libremente una perspectiva de vida y donde el gobierno se involucre lo menos posible. Para mí, este es el modelo más realista en estos tiempos: fortalecer la autonomía de los colectivos, de las comunidades.

 

Leer y teorizar es sencillo, pero detectar el hecho concreto como un radar, oler, tocar, ir para estar y escuchar, eso no cualquiera. Sumergirse hasta las profundidades en la vida de las personas, atravesar los límites, detenerse a observar lo que a otros les cierra los ojos, avanzar hacia la escena que hace retroceder al resto. Así funciona el periodismo infrarrealista. Henri Cartier-Bresson definió la fotografía como una cuchillada y la pintura como meditación. Las crónicas de Diego Enrique Osorno buscan eso, ser el navajazo que perfore la neutralidad del lector, el machete que corte la maleza y allane el terreno para ver lo que está oculto. “La hoja en blanco de un reportero debe ser un arma, no solo un paño de lágrimas”, señala en su manifiesto. Pero, ¿se puede ser periodista y activista a la vez?

 

—Un periodista que sea cabal quiere cambiar las cosas al igual que un activista. Lo que no se puede transgredir es la metodología, el procedimiento del trabajo periodístico. Yo soy periodista total y terco las veinticuatro horas, aunque debo reconocer que en 2015, cuando logramos la consignación de algunas autoridades involucradas en la ejecución del campesino Arcadio Hernández Santiago, me sentí muy bien de haber metido a la cárcel a uno de ellos. Vi a mucha gente sufrir las consecuencias de ese gobierno autoritario y corrupto, pero el asunto es no poner por delante del periodismo estas emociones.

 

—¿Cuál fue su trabajo en Oaxaca dentro de la Comisión de la Verdad?

—En Oaxaca conformamos un grupo multidisciplinario –de sociólogos, antropólogos, psicólogos, abogados– para realizar una investigación del conflicto que hubo en 2006. En mi caso, además de participar como periodista fui testigo de ejecuciones. El resultado es un documento no periodístico de más de 1.200 páginas que tiene un multienfoque, pero mi mirada es la del periodista. Este informe se entregó a los poderes y también se dio a conocer un breve resumen de nuestras conclusiones y recomendaciones. La Comisión ya desaparece como tal y lo que sigue es divulgar sus resultados, hacer que se revisen y estudien. Por ejemplo, documentamos la posible existencia de nueve fosas clandestinas y la Fiscalía de Oaxaca aceptó hacer los operativos de inspección. En otros asesinatos dimos elementos para que también se actúe, pero hasta el momento no ha habido un pronunciamiento al respecto. Lo más importante es que esta información genere justicia, pero si eso no sucede en Oaxaca ni en México las víctimas podrán llevar el informe a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (OEA), al sistema de justicia internacional que puede intervenir cuando se ha negado la justicia en un país por determinado tiempo y, en el caso de lo ocurrido en Oaxaca, ya han pasado diez años.

 

Palabras urgentes y Poesía integral son los dos manifiestos de Hora Zero, el movimiento vanguardista peruano surgido en 1970. Seis años más tarde, Roberto Bolaño escribiría el suyo: Déjenlo todo nuevamente, primer manifiesto infrarrealista, publicado en 1977 en Correspondencia Infra 1. Revista menstrual del movimiento infrarrealista. “(…) un equívoco, una mentada de madre, un río turbio en Veracruz”, es como ahora describe el periodismo infrarrealista quien con el gesto expresa poco, pero con la pluma lo saca todo.  Alejandro Almazán, Wilbert Torre, Javier Valdez y Alejandro Sánchez son algunos de los cronistas que, sin representar un movimiento como tal, pero sí emulando a aquella parvada de poetas setenteros, también decidieron “volarle la tapa de los sesos” a la historia oficialista que dibuja un México sin hambre y sin muertos. Nuevos narradores –o acaso detectives– como Nel San Martín, Manuel Larios y Laura Sánchez Ley, se les han unido para publicar los sucesos que ocurren mientras alguien más ve un partido de futbol por televisión.

 

—Creo en el periodismo que va al lugar de los hechos, pero también en el poder de la palabra para denunciar. Así surgió esto del periodismo infrarrealista, un tanto como un juego. Yo espero que no se convierta en una secta, jamás. 

 

“Ahora pienso retomar una investigación en el norte de México en la que llevo ya varios años”, responde Diego Enrique Osorno cuando le pregunto qué viene. Sin importar el asunto del cual se trate, él –y otros– son los que siguen el miedo, los que escriben de la desdicha y el desequilibrio aunque a veces las palabras falten, aunque a veces la poesía no alcance. Piden, pierden, sangran cuando escriben, por eso escriben. Cada frase que dejan sobre el papel lleva implícita una celebración a la vida y un rechazo a la muerte cuando no llega de forma natural. Su transitar por la orilla más caótica e inexplicable de la condición humana, les ha hecho comprender, como a la argentina Alejandra Pizarnik, que coger y morir son dos conceptos que no tienen adjetivos.

 

 

 

 

Diego Enrique Osorno es Premio Latinoamericano de Periodismo sobre Drogas 2011 y
Premio Internacional de Periodismo por el 35 aniversario de la revista Proceso. La Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) lo señala como uno de los llamados Nuevos cronistas de Indias que robusteció su oficio con las obras de Ryszard Kapuściński, Wojciech Jagielski, Julio Scherer, David Foster Wallace y Juan Villoro. El Barrio Antiguo es la publicación gratuita de crónicas, cuentos, columnas y ornitorrincos que dirige con el apoyo de otros periodistas, escritores, artistas, activistas y ciudadanos.

 

 

 

 

Gloria Serrano es periodista mexicana, decidida a mantener sus quinientas libras y una habitación propia, que ha complementado sus estudios con un Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). Actualmente es corresponsal en Madrid del periódico La Jornada Maya. Entiende la cultura como un eje transversal que toca todas las áreas del quehacer humano, lo que califica como “cultura de banda ancha”. “Saber mirar y saber decir” considera son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido contando algo más que una simple historia. En FronteraD ha publicado La mejor jugada: Ajedrez sin fronterasEl tiempo de las cerezas. Ecos entre el último congreso anarquista y el 15M y De cine y precariedad de la vida, aquí, hoy. A partir de ‘A cambio de nada’, de Daniel Guzmán. En Twitter: @gloriaserranos

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