Home Mientras tanto De los libros y del cuento de las muertes inmerecidas

De los libros y del cuento de las muertes inmerecidas

¿A que parece mentira que desde que el hombre tuvo uso de razón entendiera que una de las formas más seguras de alcanzar prosperidad sea matar a otro? Parece mentira, sí, que desde el minuto cero matar al próximo sea tan rentable en términos de asegurar un puesto en la posteridad  que ni la ciencia más sólida haya sido capaz de desengañar al hombre de esta patraña. Hoy matar al próximo está tan alcance de tantas personas que muchos viven el infierno de Dante en la tierra, y de manera injustificada. Y no, no ha cundido la idea de que lo importante en la vida podría ser escribir un libro, y que todos lucharan por escribir su libro y encontrar quien lo leyera, y que esta constituyera la lucha de la vida, miles de personas queriendo entrar en contrato con otras a las que convencer de leer su libro, y que en el camino nacieran otras mil historias, y con la cantidad de mujeres hermosas que hay en el mundo, los hombres feos hicieran esfuerzos sobrehumanos por conseguir su amor y que disfruten hasta que Dios, avergonzado de que el hombre no se haya enfrentado a machetazos, se retirara definitivamente a sus aposentos.

            Por la madrugada de ayer, cuando casi todos los vecinos estaban en sus camas, el calor era pasable, salimos a chapear el patio del vecino, porque sus hierbas atraen los desechos humanos circulantes, y una barrendera nos dijo que en el cruce de Fiston, famoso porque se han sacado un nombre de la manga, un militar de Nguema Obiang dio muerte a otro de su padre, el general de los ejércitos guineanos Obiang Nguema Mbasogo. La noticia se la daba a otra, pero como nos miraba de soslayo le preguntamos de qué se trataba y nos dijo que el cuerpo yacía en el mencionado cruce, y con la cara de tristeza, dijo que esperaba que el todopoderoso actuara de una vez y se terminara la historia, pues ya estaba bien. (las alusiones a la divinidad suprema se hacen en versales, ya saben)

 Seguimos chapeando, una acción verbalizada para que los académicos guineanos tuvieran tarea, y la barrendera siguió en su pública labor. Pero nos entró una duda que aclaramos enseguida: ¿De qué parte dijo la señora que era el soldado que mató al otro, del padre o del hijo? Y luego concluimos por cuenta nuestra que daba igual, y es que daba igual. Un guineanito engañado por unos miserables dio muerte a otro de su misma región por una nada, aunque era improbable que la razón se llegara a saber. Pero si quisiéramos contar la noticia, debíamos decir exactamente lo que nos contó la barrendera, así que estuvimos atentos porque tenía una calle no larga y había recorrido la mitad, así que era probable que la volviéramos a ver. Al volver, señora, señora, y se paró, y le preguntamos por los pormenores. ¿Cómo sabes, señora, que el que disparó sobre el otro es un soldado de Nguema Obiang y no al revés? Pues es lo que quedó dicho por los que atestiguaron el hecho, hermano mío. Era joven, supongo, dijimos. Sí, como de veinticinco años. ¿Y qué hay ahí? Un lugar donde van a emborracharse. Ah, dijimos finalmente.

             En la primera vez que soltó la noticia, la barrendera mencionó inmediatamente a la madre del crío, y dijo, hablando con una señora a la que no podíamos ver bien por mediar una pared, o por la escuadra de la esquina, que ella estaría ya muerta. Y ahí estaba la verdadera cuestión, que cómo una madre del entorno rural del vasto Río Muni llegó a este estado de pobreza que no solamente es testigo de que sus conciudadanos comen de lo que compran en Camerún sino vivir la historia de que un hijo suyo es atravesado por una bala de un ejército en tiempo de paz. Y es que ahí está la clave de esta historia: una mujer que podría ser una poderosa campesina, porque contribuiría a dar de comer a medio país, está tan desatendida que sólo podría alegrarse si su hijo, quien no ha leído ningún libro en su vida, se enrola en una organización cuyo valor supremo es poder matar al prójimo, y hacerlo bien. Y cuando decimos poderosa campesina lo decimos con conocimiento de causa, porque todo lo que los guineanos compramos en Camerún crece en Guinea Ecuatorial.

            ¿Saben?, hoy, a cierta hora, y en una parte de Río Muni, puede que en Bata, los académicos de la lengua se unirán y harán académico de honor a su excelencia el presidente vitalicio Obiang Nguema Mbasogo. Y es que salió el presidente de dicha academia y enumeró las razones por las que debían hacer académico al mentado anciano de cargo vitalicio. Curiosamente, el de la academia no dijo nada de los libros que escribió Obiang, un hecho que le haría merecedor de un asiento en dicha institución. Indirectamente, dijo que se lo merecía porque entendió que había que aceptar la labor colonial. La verísima razón por la que el anciano se merece el título, y tiene mejor palmarés que muchos académicos que lo van a aplaudir, es que es general en jefe y al saber matar mejor que todos, tiene poder, todo el poder. En este escrito esta es la parte trágica de la historia, porque hoy es el día del libro y estamos haciendo el relato de cómo infames personas se enredan en un asunto tan excelso, pero sin que tuvieran el mínimo interés por lo central, el libro. De hecho, no consta, y hasta que pongamos la radio y nos desengañemos, que vaya a haber actividad alguna en torno al libro o sobre todos los libros que debemos escribir y leer en la No República de Guinea Ecuatorial. Y esto lo escribe el que dentro de dos meses va a ser el autor guineano publicado en más lenguas europeas, siento, ítem más, y de largo, el más prolífico. (Sabemos que muchos confunden prolífico con prolijo, no teniendo nada que ver, o sí, si se es malicioso)  Lo decimos ahora para que conste, a nadie le interesan los libros en este país, y podemos enumerar por orden del alfabeto cirílico todas las instituciones que sí dirían que están interesadas, haciendo de la hipocresía una forma de malgastar dinero, o de robarlo impunemente.

            Nuestra profunda convicción de que la literatura es una de las actividades humanas que más han contribuido en el realce de los valores positivos de la humanidad, a cierta distancia, incluso, de disciplinas científicas, nos permite retirarnos con la debida serenidad, deseando que en el mundo haya más gente que sienta la necesidad de leer un libro, aunque no sea precisamente de literatura.

                                   Malabo, 23 de abril de 2017

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