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De mi Diario : 1.ª semana del 2024

Rodenkirchen, 31.12., san Silvestre, Año Viejo

Anoche estuve viendo Sorry Wrong Number [Voces de muerte], de 1948, dirigida por Anatole Litvak con Barbara Stanwyck y Burt Lancaster como protagonistas. Es parte de la revisión de todas las pelis que sean asequibles de “la Ruby”, como la llamaba Rolando. Cada nueva peli suya que vuelvo a ver me convence más y más de que fue la actriz más consumada de su generación. Yo recuerdo el fervor casi infantil con el que Gonzalo y Álvaro hablaban de Joan Crawford y de Bette Davis, en el tren que nos traía de Hamburgo a Colonia en el otoño de 1986. Les oía y sonreía para mis adentros: ellos hablaban de dos mujeres y yo no pensaba en una mujer sino en una actriz, que además era bastante más guapa que las dos de que hablaban ellos. ¡Pero cómo discutírselo a los dos viejos divinos! Aquí, en Voces de muerte, BS da una leccción de interpretación que no sé por qué no le recompensaron con un Oscar, nominada como estaba para ello.

Almorzamos en el chino, que al parecer es el único restaurante abierto en millas  a la redonda, con excepción del Palladio, al que le eché hace tiempo cruz y raya. De manera sorprendente, Diny pidió dos sopas. «¿Por qué no?» me respondió a mi muda y asombrada pregunta. Miré a la camarera y le dije: «Sí, ¿por qué no, después de todo?» Luego, cuando dio buena cuenta de sus dos sopas le pregunté si quería un helado, y tanto que lo quería, aunque al ver la copa tan colmada que le sirvieron, creo que hasta se arrepintió. Pero lo mandó a bodega sin pestañear. Y regresamos al Maternus, enfurruñados los dos.

Esto se puede contar como el guion de una peli fraguada por la vida. Diny se fue a dormir alrededor de las 9:00 pm. A las 9:13, un email de Wiebke me cuenta que el 2 de este mes murió su hermano Werner, el amigo entrañable a quien conocimos en el Venezuela, el carguero de contenedores que nos llevó desde Bremerhaven a Buenos Aires, en 22 días de diciembre del 2001, y con el que manteníamos desde entonces una buena correspondencia y largas telefoneadas. Esta noche, 49’ más tarde, a las 10:02, un nuevo email luctuoso: MM me cuenta desde Baja California que hoy falleció José Luis, víctima de la nueva variante del fementido Covid. Esta muerte es como una puñalada trapera. He estado sollozando casi una hora sin lágrimas, que es la más dolorosa y la más terrible de las maneras de llorar. Le escribo a MM, que fue quien nos hizo conocernos a José Luis y a mí: «Un poeta español exiliado en Nueva York después de la guerra civil, Eloy Vaquero, escribió estos dos versos: «Cuando se encuentra un amigo /es que Dios hace un regalo». Yo lo parafraseo: «Cuando se muere un amigo /se puede blasfemar impunemente»». Le envío el email y luego me quedo pensando en el que recibí al mediodía de mi José María madrileño con apellido vasco: «Aunque el refrán castellano dice que «años bisiestos, años de muertos», a ti ni se te ocurra morirte hasta que yo te lo diga. Un gran abrazo para Diny y para ti y que sigas disfrutando de tu Chardonnay y de tu preciosa familia».

Rodenkirchen, 1.1.2024

Me fui a dormir casi a la 1:30 am, y ni cuenta me di de que cruzamos la raya invisible entre los dos años. Sólo de repente descubrí que a mi derecha, en el cielo que se ve por las dos grandes ventanas y la puerta del balcón, estallaban fuegos artificiales. Me asomé al balcón para oír a Pedro “el gordo”, la campana mayor de la catedral. No se le oye tan a menudo como nos gustaría a quienes amamos su sonido grave y armonioso.

Ayer, en mi selección semanal de TTD para Nexos, incluí uno que le venía al día como un yelito al güisqui: «—¿Con qué deseo entra en el Año Nuevo?  —Con el de salvarme de estas preguntas. (Karl Kraus, citado en @OlgaLosad)»

Reincidimos en el chino porque hasta Steep’s tiene cerrado hoy. La camarera ya sólo pregunta por pura cortesía: «Bebidas ¿las de siempre?» Diny se decidió hoy por un plato de pato crocante con brotes de soja, no sin antes hacerle los honores a un cuenco de la deliciosa sopa pekinesa. Yo pedi la sopa Wan Tan, que es una de las dos que despachó ayer Diny y lleva como tropezones unas empanaditas de carne de cerdo. Me gustó casi tanto como los pinchos de gambas a la plancha, con una salsa espesa y que redondeaba el sabor del marisco. Amén dello piqué bastante brotes de soja del plato de Diny, para que por primera vez en este año devuelva el plato al lavavajillas casi sin restos del condumio. Ah, y hubo postre para mí: banana empanada, frita en miel, recién salida de la sartén, y con una gran bola de helado de vainilla que magnánimo que es uno se la regalé a Diny, quien se hizo la remolona pero se la zampó sin dejar ni para el gato. Miauuuu, se le oyó maullar al pobre micifuz de la cocina.

Muchas llamadas telefónicas hoy. La Nena (su santo), Judith (su cumplesantos), Mónica y Elena (felicidades por el Año Nuevo), Ulli (la noticia de la muerte de José Luis, con quien compartimos en Langenbroich un almuerzo con bullabesa que aportamos nosotros, los visitantes, para que no tuviese que trabajar en otra cosa que en sus tareas profesionales mientras disfrutaba la beca que le conseguí en la Fundación Casa de Heinrich Böll), Rosa Mari (para confirmar su dirección postal ya que Julio quiere enviarle un ejemplar del poemario que le acaban de publicar y que encabeza con un verso del inolvidable Juan), Paul (para avisarle de que el fotógrafo de la Calle Mayor de Rodenkirchen está liquidando todas sus existencias porque parece que se jubila, Paul se interesa de inmediatodesde su cama del Klösterchen, la clínica donde nació hace casi 27 años y adonde lo han llevado a su regreso del Lago Maggiore con un absceso que había que operar en uno de sus pies, se me olvidó preguntarle cuál), Rebeca y Montse, claro está, y a Chico no quise llamarle porque seguramente estaría al volante de regreso de sus días de esquí en Francia, Angie (que festejó con un grupo de amigos fuera de Colonia y recién regresaba)Como dato –¿estadístico?– a registrar, ni una sola llamada desde los Países Bajos (a) Holanda.

Rodenkirchen, 2.1.

A las 10:30 donde la Drª. Sulimma, la oculista, para un chequeo regular. Le explico por qué no hice uso de su remisión a un profesor en la clínica de santa Isabel, allá en el quinto pino, por mi escasa movilidad y porque no creo que la necesidad de una operación de cataratas sea tan urgente. Me da la razón pero me pide que vuelva en abril porque lo que sí se hace más necesario es una mayor frecuencia en los chequeos regulares.

Vamos a almorzar al Steep’s, con saludos de año nuevo para y de Tom, a quien Diny le encarga el rosbif rosado con papas asadas, y yo mi inevitable salchicha al curry con pommes, aunque Tom regresa al poco para informarme de que se ha estropeado la máquina de freír (¿cómo la llamarán en España?) y preguntarme si las puede sustituir por papas asadas; le digo que sí, porque conozco las de aquí y son de lo mejor que he comido en su especie.

En el Maternus, al final de mi siesta, se activa de nuevo la alarma de incendio, sólo que esta vez no es a base de pitidos intermitentes, como las cuatro veces anteriores (las llevo contadas), que tanto me recordaban el incendio en nuestra vivienda anterior; esta vez son como ráfagas dentro de un bajo continuo, igual que las alarmas por ataque aéreo. Esperemos que la ciencia avance lo necesario para convertir esta clase de alarmas en transcripciones para oboe de la “Pequeña serenata nocturna” de Mozart.

Escribí y mandé a la redacción el texto de mi columna para el viernes, y poco después del envío constato perplejo que se trataba del borrador de una columna que ya publiqué hace unos años. Me olvidé, pues, de mandarlo a la papelera. Les escribo a mis interlocutores explicando la confusión y asegurándoles que mañana tendrán una nueva columna. Entretanto me pregunto cómo es posible que me haya pasado esto, con independencia de mi calamitoso estado físico y mental. Y empiezo a sumar 2 + 2 y al poco ya sé lo que ha pasado, he padecido un error freudiano. Me aplico a repararlo hasta la medianoche.

Rodenkirchen, 3.1.

Anoche, tras escribir la nueva columna, volví a ver el final de Laura, vuelta  a ver anteanoche y que me dejó la sospecha de una pifia. La descubrí. El personaje que encarna Clifton Webb, persuadido de que Laura ha muerto, quiere recuperar tres regalos que le hizo: un antiguo tibor chino, un adorno de la chimenea y el reloj de péndulo. Pero el guion de la peli se olvida de la escopeta de perdigones escondida en ese reloj, aquella con la que presuntamente fue asesinada Laura. Y es evidente que si se la quiere llevar de vuelta a su casa, enseguida se va a oír el ruido de la escopeta bailando dentro del cuerpo hueco del reloj, donde no estaba sujeta, nomás recostada en un rincón. Me fui feliz a dormir.

Tras el desayuno y releer el texto de mi nueva columna, la envío a la redacción de EE, desde donde me escribieron anoche de una manera que me emocionó por la solidaridad. Les explico en mi email: «Don Fernando, muchísimas gracias por su email y su contenido, que me emocionó. Con independencia de ello quiero decirle que este texto que le envío lo escribí anoche, antes de irme a dormir, y lo escribí de un tirón, se conoce que ya lo tenía escrito en mi subconsciente. Y eso me permite aventurar la hipótesis de que el envío del texto de ayer sí fue un error, un error freudiano, porque lo que pasa es que yo no quería escribir un obituario de mi muy querido José Luis, entrañable hermano del alma. Decidí que no lo haría, y eso me hizo cometer el error de la columna duplicada. Es la única manera que tengo de explicármelo. En fin, que lo escribí y ahí lo lleva. Con cordiales saludos, también para  Laura Camila».

Esperando en la parada del bus de la línea 131, pese a que la pizarra electrónica sólo prevé el siguiente, 20’ después del de las 12:34. Una señora que llega me pregunta si ya pasó el 131, le digo que no, que llegará en 5’. Ella mira la pizarra: «Pero ahí dice que serán 25’». «Créamelo –le contesto–, la Cibernética no es una ciencia exacta, y mucho menos la que usan los KVB [los servicios de transportes municipales colonienses, uno de los peores de Europa, y puede que del mundo]». Los demás pasajeros que aguardan se ríen de buena gana. No hay un solo habitante de la ciudad que no tenga su historia que contar acerca de las falencias de la KVB. Y 5’ más tarde llegó el 131. Q.e.d.

En el Bistro Verde, en la mesa inmediata a la nuestra, dos mujeres jóvenes, ambas de perfil para mí. La de la izquierda parece una Inmaculada de Murillo mofletuda, y con unas tetas chiquitas, de esas que invitan a acoparlas con las manos, pero intuyo que con caderas en cinemascope, lo cual compruebo cuando pagan y se van: si me paro a pensarlo, creo que no ha habido nunca un artista que haya pintado o esculpido una Madonna con las caderas de Mae West. En otra mesa más allá, una señora con abanico, que usa de cara a la galería, sentencia Diny, tanto calor no hacía allá dentro. Diny comió una cazuela de setas del bosque con pasta, yo un plato de sopa de papa con unos tropezones de salchicha fresca, la sabrosísima Mettwurst. Siempre que la veo me acuerdo de mi suegro, cuando nos acompañó a Huelva para asistir a la boda de la Nena en septiembre 1972. Cuando llegamos al lugar donde se iban a alojar, él y mi suegra, entreabrió casi conspirativamente la maleta y me mostró muy satisfecho una ristra de Mettwurst que había traido consigo por si acaso no le gustaba la cocina onubense. Luego devoró choco frito hasta decir basta.

Rodenkirchen, 4.1., Henri cumple 14 años

Volví a ver anoche Sin Takes A Holyday [título caprichosamente traducido como El precio de una mujer], de 1930, con Constance Bennett y un Basil Rathbone anterior a su creación de Sherlock Holmes (ese nacería, como yo, en 1939). Empecé a verla y al poco de hacerlo me di cuenta de que ya la conocía de antes, sólo que en blanco y negro, pero la volví a ver hasta el final por puro cansancio y la pereza de andar buscando otra.

Telefoneo con Montse temprano, para saber cómo se encuentra, y me tranquiliza saber que mucho mejor, tanto que va a salir a comprar barquillo para Henri, que lo desea expresamente en el día de su cumpleaños. Luego llamo a Henri, como está mandao, le felicito y le paso el celular a Diny, pero Henri ya había cortado la comunicación, no es un buen interlocutor. Hubo que llamarlo de nuevo para que también lo pudiera felicitar su abuela. Finalmente llamo a Paul, quien me confirma que mañana lo dan de alta en la clínica, pero que se irá a su casa y se dedicará a descansar este fin de semana; retrasamos nuestro reencuentro en el Bistro Verde hasta el sábado 13.

Al ir hacia los ascensores para salir a almorzar reparo en el extintor de incendios que hay en un recodo del pasillo y no puedo reprimir una sonrisa, se llama nada menos que Vulkan. Me saco el sombrero in petto ante el autor de semejante golpe de ingenio, es todo un shock visual.

Vamos a almorzar en el Primo Piano, el italiano que se encuentra junto al chino, pero no se hacen competencia. La camarera se llama Stella, es servicial y atenta, y creo que la impresionó un poco que le encargué una copa de Lugana, luego me entero de que procede de Friaul y eso explica su conocimiento de las bondades de ese vino tan entrador. Diny encargó espaguetis alla carbonara y yo una pizza veneciana, con anchoas, jamón dulce, cebolla y no sé qué más, pero era una pizza en 3D y technicolor, de manera que cuando comí ¾ partes de ella estaba como un cocodrilo ahíto. En este Primo Piano estuvimos ya una vez, sólo que en el milenio pasado, como diría Carlitos, y no volvimos a él porque descubrimos al lado el chino y su pescaíto frito entre los menús del mediodía. Ahora supongo que lo vamos a frecuentar al menos una vez a la semana, en el Primo Piano se come bien también, el servicio es bueno, tienen Lugana, qué más quiero. «Eres joven, eres guapo y eres rico, ¿qué más quieres, Federico?», como solía decir la Nena del entonces alcalde de Huelva, quizá el mejor que Huelva ha tenido en el siglo pasado.

Rodenkirchen, 5.1.

Anoche estuve viendo Shock [El susto], de 1946, con Vincent Price, la elegí por su brevedad, sólo 62’, era ya pasada la medianoche cuando la empecé a ver, y me dije, con Gracíán, «Lo malo, si breve, menos malo». Esta mañana encontré en su ficha de www.imdb.com un dato curioso: en un descanso del rodaje, Lynn Bari y Anabel Shaw, las dos actrices punteras del reparto. estaban conversando y Bari mencionó que era descendiente directa, por parte de madre, del héroe de la Guerra de la Independencia Alexander Hamilton. Y Shaw, por su parte, le reveló que era descendiente directa de Aaron Burr, el hombre que mató a Hamilton en el famoso duelo. Así de chiquitico es el mundo.

Al levantarme vine lo primero del todo a abrir mi estafeta en esta compu y otra vez una mala noticia, que no vi anoche porque el cansancio me hizo acostarme sin abrirla: Mónica me escribe desde Huelva que antier murió Joselito y lo han enterrado ayer. Les paso la noticia a mis hijos, y después de decirles que ayer lo enterraron, añado: «Y con él también mi infancia». Era el único amigo que me quedaba de aquellos años. Descanse en paz el hombre bueno y generoso que jamás me dejó pagar en su bar de la Plaza Niña, y tanto se alegraba de vernos a Diny, a mis hijos, a mí.

Almuerzo en el chino, como todos los viernes. Diny encargó el menú 7 de los del mediodía: pasta con carne de pollo, huevos y brotes de soja, yo mi menú 19 de pescaíto frito con salsa agridulce. Y todo el tiempo pensando en mi Joselito de mi alma. También Diny. Los dos en silencio.

Apareció en EE mi columna dedicada a José Luis, in memoriam, y les paso el enlace a todas mis amistades centroamericanas. El tico Adriano Corrales Arias me acusó recibo así: «Muchas gracias por su sentida necrológica, especialmente porque conozco al padre de José Luis, el poeta Luis Rocha, quien está muy conmocionado». Le contesto: «Que se te muera el padre es jodido, hablando mal y pronto; si lo sabré yo, se me murió el padre de un infarto inmisericorde, de esos que matan en menos de 10′ (que fueron poco menos que cronometrados por mi primo hermano Laureano, de visita casual en su casa de Huelva) pero que se te muera un hijo, ah, ese es uno de los «golpes como del odio de Dios» de que habló César Vallejo, el único poeta latinoamericano para el Olimpo universal, quizás en compañía de Rubén Darío, pero tengo mis dudas: porque la grandeza de Rubén es ínsita al idioma español, no lo trasciende, y en cambio un Celan casi que no se explica sin Vallejo. Curioso, un cholo y un judío…»

Se me olvidó anotar que leí el domingo pasado la columna que Héctor le dedicó a Serrat con motivo de su 80.º cumplesantos. Nunca me gustó Serrat y siempre me ha sorprendido el predicamento que tiene entre los latinoamericanos. Será porque a su español no lo lastra la fonética de Castilla. En cualquier caso, Héctor afirma que Serrat «significó para nosotros el primer descubrimiento de la más grande poesía española de este siglo: Machado, Miguel Hernández, León Felipe, Alberti». Con independencia del lapsus cronológico, los españoles accedimos musicalmente antes a esos grandes gracias a Paco Ibáñez desde su exilio en Francia, y al gran Alberto Cortez, que fue quien descubrió ese filón genial con su concierto inolvidable en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, el 19.12.1967. De repente nos cayó el vintén de que los poemas de don Antonio se podían cantar, y su autorretrato era también una joya en la sosegada voz de Alberto.

Con cierta satisfacción descubrí que he resuelto el último problema de ajedrez planteado en Fronterad en menos de 5’ de los 8’ que concedían los autores de ese blog. Basta mover el rey blanco a la casilla c5. El resto viene por sí solo: la dama negra no tiene otra solución que “comer” la dama blanca, y entones viene la jugada genial del peón blanco d2 a d4, con jaque al rey, y la siguiente de las blancas es con el caballo, no importa donde huya el rey negro, porque de todos modos será jaque doble y las negras perderán la dama, y con ella la partida. Elemental, querido Watson.

Rodenkirchen, 6.11, la Adoración de los Reyes Magos

Estuve viendo anoche The Amazing Adventure [La maravillosa historia de Ernest Bliss], de 1936, basada en una novela de E. Phillips Oppenheim que a mi juicio debe su inspiración al relato de Mark Twain Un billete de un millón de libras esterlinas. Vale la pena por el trabajo de Cary Grant, como la adaptación del relato de Twain al cine valía la pena por la actuación de Gregory Peck. Poco más puedo decir de esta comedia romántica, salvo que Cary Grant ya era a los 32 años tan fascinante como a los 59, cuando interpretó Charada, con Audrey Hepburn como cabecera del reparto.

GNQ leyó en su retiro mi columna “In memoriam José Luis Rocha” y mi cruce de correspondencia con ACA y me envía un email diciéndome: «No sé a qué te refieres ni qué habrá pasado si ha pasado algo. Pero, por si acaso, quiero que sepas que a mí se me murió mi único hijo hace algo más de diez años, cuando estaba a punto de cumplir los treinta. Y sí. Si hay algo verdaderamente doloroso en esta vida, es eso». Por su parte, un lector llamado Bernardo (no sé si es mi Bernardo paisano) dejó este comentario en el foro de mi columna: «»Compañero del alma, tan temprano». Muy triste el exilio y la eterna tarde de las dictaduras». A lo cual le respondo en el mismo foro: «Ay Bernardo, la de la patética, lúgubre pareja Ortega/Murillo no es tarde, sino ya noche cerrada».

Mis diálogos con Diny van adquiriendo a veces calidades cercanas a las de una obra de Beckett. Esta mañana, después de que pasara la ATS que viene a diario para asearla, se me acercó para preguntarme a cuál hora vendrían a buscarnos. «¿Quién?» le pregunté, «Los que van a volar a Mombasa, para construir una escuela», me contestó. No he logrado averiguar de dónde sacó esa información, tal vez de alguna de las revistas que lee. Le aseguré que no vendría a buscarnos nadie (y mucho menos viajeros a Mombasa) y a las 11:45 am nos pondríamos en marcha rumbo al Bistro Verde.

Almorzamos en el Bistro Verde, y sentados a “nuestra” mesa, pese a ser una para cuatro personas y a que hoy no nos acompañan Paul ni Antonia. Con Paul hablé por el celular desde esa mesa y ya se encontraba en casa, de alta en la clínica. Nos citamos para el sábado próximo. Diny encargó ensalada de papa con una salchicha de carne de ternera, y yo un filete de perca, que me dejó con ganas de más.

Olivia de Havilland y Joan Fontaine, hermanas, ambas nacidas en Tokio, no se llevaban bien. Olivia fue siempre la preferida por los padres, que veían para ella un futuro brillante, mientras que a Joan le tocó el desagradecido papel de ser la segunda de a bordo. Ella se vengó a su manera, y lo dijo en público, sin andarse por las ramas: «Yo me casé primero, gané el Oscar antes que Olivia, y si muero primero, sin duda se pondrá furiosa porque me le adelanté». Eso es llamar al pan pan y al vino vino. Y a la que le pique, que se arrasque, como decía mi abuela Remedios.

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