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De mi Diario : 7.ª semana del 2024

Rodenkirchen, 11.2., Domingo de Carnaval

Me despierto con el desaliento dueño de mis ánimos. Diría que estoy enfermo si no supiera que no es eso, no estoy enfermo, estoy condenado, lo que es bastante peor. Desayuno, reposo un poco y luego recurro a la ducha para poderme sentir algo mejor. El desfile del Carnaval de Rodenkirchen comienza a las 2 pm, así es que a las 12 nos ponemos en camino al chino, uno de los pocos restaurantes que están abiertos y en el que sabemos que no tendremos que soportar la tabarra de la música carnavalera. Los dos encargamos sopa pekinesa, Diny luego una ½ docena de minilumpias y yo cuatro King Prawns empanadas. Diny quiere postre, nos traen la carta de helados y le recomiendo el mío predilecto, nata con nueces, pero no, ella pide naranja helada, que es un trampantojo: se trata de una naranja sin gajos pero la cáscara entera (menos el copete, para poder meter la cuchara) y el relleno es helado de naranja: cosa menos imaginativa no se me ocurre como postre. No me convence, pido nata con nueces. Y me recreo en el sabor de ese helado de nata mezclado con nueces y azúcar caramelizada. Hmmmm

En el Maternus, después de trajinar un poco en la compu, me tiendo a dormir la siesta, a las 3 pm, pienso que dure hasta las 6, pero hice la cuenta sin contar con el mesero, como se dice en alemán. Diny me despierta a las 4:15 vestida como para salir a la calle, me dice que quiere irse a casa. Por enésima vez le repito que este apartamento es ahora nuestra casa, sabiendo que mañana lo habrá olvidado. Esta vez lo olvidó antes: me vuelve a despertar a las 5:10, sigue vestida como para salir a la calle e insiste en querer volver a casa. Desisto de hacerle entender que estamos en casa. Desisto asimismo de llamar a Rebeca o Montse para que me hagan el quite: esta lidia tengo que hacerla sin cuadrilla, me tocó torear al más marrajo. Desisto igualmente de reanudar la siesta. Pa qué.

Me escribe Pepe Prats desde Aventura, el barrio de Miami donde vive, y luego de leer mi artículo sobre los 75 años de La muerte de un viajante me pregunta si en la versión para el cine fue Henry Fonda el que dio vida a Willy Loman. Le respondo: «De la obra hay cuatro versiones a otros medios, una al cine y tres a la TV. Son: 1951, cine, con Fredric March como Willy Loman porque Lee J. Cobb, el original de Broadway, tenía compromisos adquiridos antes. 1966, TV, en CBS, con Lee J. Cobb y Mildred Dunnock, la pareja original de Broadway. 1966, TV, en BBC, con Rod Steiger como protagonista. 1985, TV, en CBS, con Dustin Hoffman y una dirección magistral de Volker Schlöndorff. Es posible que Henry Fonda haya sido Willy Loman en alguna temporada teatral, pero no tengo constancia de ello. En realidad todo gran actor habrá querido ser alguna vez Willy Loman. Yo me lo imagino interpretado por Spencer Tracy, por Jean Gabin, por Maximilian Schell, por Vittorio de Sica y lo he visto en Madrid interpretado felizmente por José Luis López Vázquez. Hay además una versión en RTVE con José María Rodero en 1972, que aún no la he visto, y otra con Imanol Arias, que tampoco he visto. Ese Willy Loman es una piedra de toque para cualquier actor que se precie de serlo».

Sonia, una de mis más fieles lectoras, me dice desde Antioquia que le pareció «bellísmo» ese texto sobre la obra de Arthur Miller. Le respondo: «Gracias por su atento seguimiento de mis dobles envíos, y sí, el artículo sobre La muerte de un viajante es muy bello, ¡cómo no lo va a ser si ¾ partes de su texto me las escribió el propio Miller! Saludos desde el más loco carnaval del mundo (olvide el de Río, eso es mero espectáculo para turistas)».

Rodenkirchen, 12.2., Lunes de las Rosas, festivo en Colonia

De A las armas y al varón [«Arma virumque cano=Canto a las armas y al varón», escribió Virgilio] y aunque el vídeo del programa Theater Night de la BBC es algo primitivo, vi anoche una versión bastante buena donde a Raina la interpreta nadie menos que una Helena Bonham Carter de 23 años en 1989, los  mismos años que tiene Raina en la obra y son decisivos para que Bluntschli pida su mano al comandante Petkoff. La obra gana mucho en la tele al filmarse en escenarios naturales y no en decorados. Y la Bonham Carter está comestible a besos. Como el que se da con Bluntschli al aceptar por marido a su «soldado de chocolate», beso –por cierto– no previsto en el texto de Bernard Shaw. ¿Qué hubiera dicho el viejo cascarrabias, a quien Leslie Howard le hizo cambiar el final de Pygmalion al adaptarla al cine? «Me lavé la cara y las manos al venir aquí», le dice Eliza al profesor Higgins, sentado en la mecedora de espaldas a ella, cuando ella regresa a su hogar natural en la Wimpole Street. Y Higgins, sin volverse a mirarla, le pregunta: «¿Dónde diablos están mis pantuflas, Eliza?» Quién sabe, a lo mejor esas dos líneas de diálogo fueron decisivas a la hora de concederle a Shaw el Oscar al mejor guion del año, se trata del único autor en la historia de la literatura con un Nobel y un Oscar.

Marjorie me escribe desde Cámaralentolandia (nunca tan bien empleado este topónimo que me inventé para Costa Rica) que «el jurado de los premios nacionales me otorgó el Premio Nacional de Cultura Magón, el más importante de la cultura costarricense, que sólo se puede recibir una vez en la vida. Este mismo se le concedió hace unos años a nuestra amiga Yadira Calvo». Recuerdo, claro que recuerdo, el alegrón que me dio el premio a Yadira y le contesto ipso fuckto a Marjorie: «Proficiat!!  (¡Enhorabuena!, en neerlandés). Te felicito de todo corazón. Y oime lo siguiente: Concedieron a Unamuno la mayor distinción cultural de su tiempo, el ingreso en la Orden de Alfonso X el Sabio, y acudió al palacio de Oriente para recibirla de manos del rey Alfonso XIII. Al hacerlo dio dignamente las gracias por «esta Orden que me merezco», y el rey, asombrado, le dijo luego: «Caray, don Miguel, todos aquellos a quienes les he entregado esta Orden me dijeron que era una distinción inmerecida». «Y probablemente todos tenemos razón, Majestad». Aplicate el cuento y poné una pica en Flandes».

Festivo en Colonía, sí, pero no para todos, los grandes almacenes (ReWe, Aldi) están abiertos. Pero los restaurantes casi todos cerrados. De los abiertos, por la tarde, sólo me interesa el Primo Piano, y allá nos vamos a las 3:45 pm. El turno de tarde no lo cubren Stella y su compañera, sino un camarero muy solícito que nos consigue una mesa para dos ideal, en un rincón junto al bar. Diny atiende mi sugerencia y encarga la lasaña boloñesa. Yo espaguetis con gambas, una porción humana, no à la Nietzsche. El camarero sonríe. Los dos platos son fabulosos, Diny le dice al camarero que son como los de La Modicana, elogio mayor no se le ocurre. Charlo un poco con el camarero y Diny me pregunta si puedo adivinar por su acento de qué parte de Italia viene, le digo que no, pero luego le pregunto a él y empiezo diciéndole que «Le dije que no sé si viene de Calabria, Apulia…» y él me interrumpe: «Empezó bien, soy calabrés». Nos vamos encantados del Primo Piano, la comida y el servicio son de lo mejorcito en Rodenkirchen, pena no haberlo descubierto antes.

Me escribe Loyola desde Minas Gerais, desde un lugar «que se chama Cangalha, um bairro de uma pequena cidade, Aiuruca. Verde, leite, queijos, silencio, iogurtes, pães feitos em casa, verduras da horta», o sea, un beatus ille, y quiere saber qué significa mi Frase del Domingo («Las cosas imposibles no pueden obligar») y quién es Celso, el autor, así como se disculpa por su ignorancia. Le respondo: «La ignorancia es universal, todos y cada uno de nosotros es ignorante en alguna materia. Pero mi dilecta amiga Miss Hortensia Google suele ser sabia en todas, abre este enlace. En cuanto a la sentencia de hoy, yo la interpreto en el sentido de que algo que sea materialmente imposible no puede obligarte a nada. Por ejemplo, pensar que pueda (ojo: verbo en subjuntivo) haber políticos honestos no puede obligarte a creer en la democracia. En ella tienes que creer por otros motivos. Abraço para Marcia e para você, Ricardão Coração de Leão».

R’kirchen, 13.2., Martes de las Violetas en Colonia, Mardi Gras en New Orleans

Anoche volví a ver Arms and the Man, interpretada por un elenco de estudiantes del Edwards College de Humanidades y Bellas Artes de la Universidad Coastal, en Conway, Carolina del Sur. Visualmente es la mejor de las tres que conozco por ahora, pero aunque los aficionados le han echado guindas al pavo y dejan en los espectadores una buenísima impresión, no tienen las tablas que demuestran los profesionales londinenses de las otras dos. No he logrado encontrar la lista del reparto, pero sí varias críticas donde en una de ellas se dice que la chica que interpreta a Raina sobreactúa: pero aunque en efecto sobreactúa, debe ser porque ha leído el prólogo de Shaw a sus Comedias agradables, la primera de las cuales es Arms and the Man, y es de justicia resaltar que la última frase que dice, la más bonita de la comedia, no la sobreactúa. Quién sabe, ¿y si resulta ser la novia del chico que interpreta a Buntschli y a quien le dice esa frase?

Carlitos cumple hoy 79, Martes de Violetas acá y Mardi Gras en Nueva Orleans. Pero mi buen Carlos anda enredado con médicos, análisis de sangre y de orina (en la que han detectado rastros de sangre), así es que hemos aplazado nuestro encuentro hasta el viernes por ahora. Ay. Y por cierto, se me ocurrió mirar en los dominios de mi dilecta Miss Hortensia Google las razones por las que el Mardi Gras de Nueva Orleans se llama así y algo de su historia, Nueva Orleana es el único lugar de los USA que me gustaría conocer. Y tal y como me lo esperaba, Miss Google no me defraudó.

Ayer, bace 40 años, Osvaldo Soriano me telefoneaba desde París para decirme que Julio acababa de morir, y no hice nada más que colgar el tubo cuando ya estaba sonando de nuevo el teléfono. Mi jefe: ¿no podría encargarme yo, por favor, de escribir la necrológica de Cortázar, para el programa de esa noche? La escribí, sí, la escribí doliéndome cada palabra que escribía. Y sin que sepa de dónde me vino la idea, de repente me vi escribiendo este final: «Ya no vendrá. Ya no volveremos a escuchar su voz en el contestador automático, cuando llamábamos a su apartamento de París», consignando a continuación el código del archivo de un corte, para el técnico que me iba a grabar. El corte, claro está, era ese registro, gracias al cual, casi fantasmagórico, Julio nos seguía pidiendo –después de muerto– que le continuáramos dejando mensajes. En algún lugar de su extensa obra, el doctor Castaño Castillo dejó dicho, de manera muy generosa, que ese fue mejor programa de radio en la historia de este medio. Con todos los respetos, a mí me bastaría pensar en la adaptación por Orson Welles de La guerra de los mundos, de H.G. Wells, para convencerme de que no. Pero hay algo de lo que sí estoy seguro: de que quizás siga siendo la única necrológica que aún hoy, al oírla a 40 años de la muerte de Cortázar, nos vuelve a poner el corazón en un puño cuando escuchamos la voz del Gran Cronopio.

Rodenkirchen, 14.2., Miércoles de Ceniza

Anoche escribí mi nueva columna para EE, también dedicada al Día Mundial de la Radio (ayer) como los tres textos que me publicaron en Nexos, precisamente ayer. Me alegro en especial por ver en pantalla el texto de mi radioteatro Lorelei –Express. Y después de enviar mi columna a Laura Camila, en EE, me entretuve  viendo una puesta en escena de Pygmalion, otra de las obras maestras de Shaw, y que nunca he visto en un teatro, sólo en la espléndida versión para el cine, con guion del propio Shaw, música de Honegger. montaje de David Lean, dirigida por Anthony Asquith al alimón con Leslie Howard, quien protagoniza al profe Higgins, y la presentación sensacional –le roba el show al resto del reparto– de la simpar Wendy Hiller. Ella y LH cosecharon sendas nominaciones al Oscar, Shaw lo ganó por su guion. La versión que acabo de ver se filmó en vivo en un teatro de Austin. Me hizo ilusión pensar que tal vez acudiera a verla Rolando, quien tanto gozó conmigo viendo a Wendy Hiller enfrentada a LH en una escena formidable. Es uno de los DVD que he salvado del desastre.

Hace 40 años, a estas horas, antes del mediodía, estaba en París, asistiendo al entierro de Julio. Lo conté de manera minuciosa en El Magazín Cultural de EE, hace diez años, porque entretanto había oído contar la historia de lo que pasó a personas que no estuvieron allí y presumían de haberlo hecho. La remilputa que los remilparió.

En el Steep’s, Diny pide una crema de legumbres, yo una salchicha al curry con pommes. Al querer pagar, la mesera simpática y entrada en carnes me dijo que no podía facturar la propina en su compu manual porque Hacienda anda detrás de esas ganancias que nunca se declaran. Estoy curioso por saber qué me van a decir en los demás restaurantes a los que acudimos con regularidad.

Me llamó Chico para darme la noticia de la muerte de una de nuestras mejores amigas (sobre todo de Diny), la madre de las tres niñas que fueron las canguros de nuestros hijos, siempre venía una –se turnaban– cada vez que íbamos al cine, al teatro, a los conciertos o a cenar con los amigos. No sé cómo decirle a Diny que Ilse ha muerto. Hace un par de semanas la llamamos para felicitarla por su cumpleaños, nada hacía presagiar este final inesperado. Ay.

Rodenkirchen, 15.2.

Anteanoche, viendo Pygmalion en la función representada en Austin, me quedó la impresión de un final descafeinado y no tan empático, tan convincente como el que Leslie Howard le sugirió a Shaw para la peli de 1938 y del que años más tarde echarían mano los autores del musical My Fair Lady.

Diny decidió no salir a comer conmigo, atosigada por un dolor que la trae a mal traer en el pie izquierdo, uno de sus dedos se encarama en el vecino y le punza y a Diny le duele que te duele. Yo por mi parte decidí esperar a las 4 ó 5 pm para ir al Primo Piano, eventualmente con Diny si pasadas esas 4 ó 5 horas se sentía mejor, como así fue. Caminamos despacito y buena letra hasta el PP y allí nos recibió el mismo camarero del lunes, el calabrés (se llama Daniele), y comimos de lo mejor: Diny hígado de conejo con una ensalada mixta y yo esa lasaña que no desmerece de la que hace la signora en La Modicana.

En el Maternus, antes de tenderme a descansar, le programé a Diny una playlist en la compu, le encasqueté los auriculares y la dejé oyendo a Hermann Prey, a Deanna Durbin, a Teresa Berganza y a la Palast Orchester con Max Raabe. La disfrutó durante hora y ½ larga. Y yo todo el tiempo pensando en cómo, amén de cuándo, contarle lo de la muerte de Ilse. Le va a doler más que su pie. Y ya es decir. Estoy 100% seguro, y eso me retrae.

Rodenkirchen, 16.2.

La he visto un par de veces para confirmar mi sospecha: Love Affair [Un asunto de amor] debe verse como una declaración de amor de Warren Beatty a Annette Bening, a la que ya era su esposa y la madre de su primer hijo, además de estar embarazada del segundo. Creo que es una peli con un bastante alto contenido autobiográfico. Sólo el sagaz Roger Ebert hace alusión a eso en todas las reseñas que leí del film: «Es un poco sorprendente que esta nueva Love Affair funcione tan bien como lo hace. Parte del efecto puede deberse a los paralelismos con la vida real. Cuando Warren Beatty le dice a Annette Bening“¿Sabes?, nunca le he sido fiel a nadie en toda mi vida”, tienes la extraña sensación de que esas palabras podrían haber pasado entre ellos en una ocasión anterior». Y este es tan sólo un botón de muestra.

Vamos a almorzar al chino con Ulli y Carlitos, quien nos invita a cuenta de su reciente cumpleaños. Tras brindar con los respectivos brebajes, le entrego un ejemplar de la traducción alemana de la novela de Roy Lewis, What we did To Father [publicada en español como Crónica del pleistoceno] con la siguiente dedicatoria: «Para Carlos esta divertidísima novela del pleistoceno, que te traerá ¡tantos recuerdos de tu infancia!» Hemos comido bien y a mayor abundancia hubo postre: helados en forma de espaguetis para Diny y un plato compartido entre Ulli y Carlos, de plátanos fritos en miel. A Carlos se le ha desarrollado un apetito enorme por los postres, y al oír la palabra “plátano” (la dije en español) su almita canaria respondió como un perro de Paulov. Un perro largo tiempo a dieta porque empezó a meterle cuchara a la ½ que le correspondía a Ulli, por lo que tuve que pararle el carro y recordarle las buenas maneras, ¡ejem!

Vino Vanessa, la chica de la lavandería, a traernos la colada de la semanay el llavero de Diny con la llave de este apartamento, que lo estuvo buscando ayer y hoy, al santo botón: lo dejó en el bolsillo de los pantalones que puso en la cesta de la ropa sucia. ¡Pa chasco!, según se decía en los madriles de antaño.

Rodenkirchen, 17.2.

Anoche vi una puesta en escena de Pygmalion en italiano, por la compañía Al Castello, de Foligno, en la provincia de Perugia, entre Asís y Spoleto, donde tiene lugar uno de los mayores multifestivales europeos. Esta función de anoche ha sido una novedad 100% para mí porque no se trata de la obra teatral a secas sino enriquecida con varias escenas del guion de la peli, también de Shaw. Así, las escenas de la bañera (para sacarle a Eliza la mugre que arrastra, cuando el  profe Higgins la toma como alumna y habitante de su casa), de la recepción en la embajada y de Freddy haciendo guardia nocturna en la calle donde vive su amor (que da pie a uno de los más pegadizos cantables de My Fair Lady), todas ellas son del guion. Como me sé al dedillo ambos textos, nada me importó que fuese hablado en italiano. Es una gozada, me prometo volver a verla.

Paul telefoneó alrededor de las 11:00 am para decirme que no podría acudir hoy al Bistro Verde: su compañero de pìso le contagió una tos perruna (se le notaba mucho en la voz) que por nada del mundo nos quisiera contagiar. Así es que fuimos solos a almorzar allí, Diny su entretanto plato favorito, la ensalada renana de papas con una Frikadelle, y yo intenté por tercera vez la bullabesa, pero es evidente que la buena cocina del Bistro Verde fracasa con este plato, no lo volveré a encargar más aquí. Diny redondeó su condumio con un expreso y no quiso postre, como se lo ofrecí.

Viendo mi nueva edición de TTD en Nexos, me acordé de esta anécdota: Fue en Colombia, en un partido de fútbol, cuando un centrocampista le dio un pase en profundidad a su cazagoles, aunque fue un pase tan profundo que un espectador le tuvo que gritar «¡Pero dele para el bus!» Es toda una epifanía comparable a la del último trino que he incluido en mi selección de esta semana, espigado en la cuenta de @saritapalacio: «Más feliz que tortuga con rueditas».

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