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Mientras tantoDe mi Diario : 8ª Semana / 2011

De mi Diario : 8ª Semana / 2011


Weiß/Colonia, 20.2. (1)

Italia no sabe cómo sacarse de encima el problema de los inmigrantes ilegales que llegan en pateras a la islita de Lampedusa, pisando de esa manera el Dorado que es Europa para ellos. Yo sabría una solución. Según Wikipedia, los 20 km² de Lampedusa son áridos y sin fuentes de agua que no sean las irregulares lluvias, y la isla tiene una población de 5.500 personas que subsisten de la pesca, la agricultura y el turismo. ¿Qué carajo, pues, le pueden importar a los italianos 20 km²  de territorio en esas condiciones, y al que deben subvencionar casi al 100% para que sobreviva?  Que le regalen pues Lampedusa a Túnez (o a Libia), sub conditione de respetar los derechos inalienables de la minoría de 5.500 italianos que pasarían a tener Túnez (o Libia) como una nueva patria. Es tan sencillo como lo de Borges durante el conflicto de las Malvinas: «Y, ¿por qué no se las regalan a Bolivia, que no tiene salida al mar?»

 

Weiß/Colonia, 20.2. (2)

Ayer, en la Konzertsaal de la WDR hubo una versión concertante de La vera Constanza, la ópera de Haydn, con Juanita Lascarro en el papel protagonista. No pude ir, hélas!, y es ya la segunda vez de cercana data que me quedo sin poderla ver y oír cantar en vivo, acá en Colonia o cerca (la otra vez fue en Leverkusen), porque en grabaciones de audio y vídeo sí la conozco desde hace tiempo. Álvaro Castaño Castillo fue el primero en hablarme de ella, cuando Juanita vino a estudiar al Conservatorio de Colonia. Y pasó lo de siempre. Vivió no sé cuántos años en Colonia sin que nos llegáramos a ver, y el colmo del chiste es que no actuó en ninguna de las puestas en escena que vi mientras ella pertenecía al elenco fijo de nuestra Ópera. Si será que el Destino está empeñado en que no nos lleguemos a conocer personalmente Parece tonto, pero yo creo mucho en estos disparates. [Repaso esta entrada y cuento 13 veces la preposición “en”, ¡Alabado sea el santísimo sacramento del altar!, como diría mi abuela Remedios, una sabia].

 

Weiß/Colonia, 21.2. (1)

Me escribe mi amigo Juan Carlos Bada, desde Oviedo: «Leo tus comentarios sobre Jessica Lange y su Oscar por Tootsie. Dices que estuvo casada con un fotógrafo español. Te cuento: ese fotógrafo es hijo de Francisco Grande Covián, científico de enorme prestigio, natural de mi pueblo [Colunga], al que tuve el placer de tratar en varias ocasiones. Se murió en 1995. También conocí a su mujer y tengo buena relación con la hija, hermana del fotógrafo. Le pregunté a ella por su hermano y me dice que vive en Lima y que está casi ciego. Francisco Grande Covián fue represaliado por Franco por ejercer de médico en el frente de Madrid con el ejército republicano. Esta y otras muchas cosas me las contó él». Jessica Lange –pienso– tiene que haber recordado a su suegro español mientras interpretaba el papel de la hija del criminal de guerra húngaro, en Music Box, la peli de Costa-Gavras: ¡qué dos personajes tan distintos, el Mike Laszlo de la peli (trasunto lejano del genocida ucraniano John Demjanjuk) y el gran Francisco Grande Covián!

 

Weiß/Colonia, 21.2. (2)

En el canal Arte un concierto de la Orquesta sinfónica Divertimento dirigida por la simpar Zahia Ziouani. La adoro. A esta criatura de los arrabales de París, el más imposible caldo de cultivo que pensarse pueda para la música mal llamada clásica. ¡Como si la música no fuese clásica per se!, ¡qué joder con tanto pleonasmo!  Zahia se ha propuesto romper las fronteras entre París y su banlieue, como Barenboim entre israelíes y palestinos, y ambos con el arma de la música, ese único idioma que no conoce fronteras (¡eavemaría! –como diría un colombiano– estoy cayendo en los lugares comunes, carajo, tengo que vigilarme más). Es curioso, me digo, cómo es que sin grandes alharacas, el Tercer Mundo está conquistando esta fortaleza del Primero. Si una Teresa Carreño, en el siglo XIX, era la excepción, ahora, en cambio, casi sería parte de la regla. Creo que los pioneros fueron los asiáticos (pienso en Zubin Mehta, un indio, y en el coreano Myung-Whun Chung y aquella Carmen suya de la Bastilla, con dirección escénica de Pepe Luis), hasta llegar a un Gustavo Dudamel y a esta Zahia Ziouani, a la que acabo de ver y oír dirigiendo la más arrebatadora versión de la “Bacanal” de Sansón y Dalila que nunca haya escuchado en mi perra vida. Ha sido una danza del vientre convertida en sonido, lo que Saint-Saëns quizás soñó.

 

Weiß/Colonia, 22.2.

Vamos a almorzar a La Modicana, con Violeta. Ha terminado sus estudios de sugestopedia y le han dado el diploma correspondiente. Ahora viene lo difícil de verdad: sacarle rendimiento a lo que sabe. Convencer a quienes forman maestros de que una de las primeras cosas que tendrían que enseñarles, es que sus futuros alumnos son –prima facie– un público, y que hablarle a un público no es cosa que uno nace sabiéndola, a no ser un actor nato. Pienso en ello una hora después, cuando escucho el discurso que me echa el odontólogo en presencia de la radiografía de mis quijadas. ¿Qué hace este hombre en Weiß, implantando empastes, extrayendo muelas, saneando caries, cuando lo suyo sería interpretar a Mosca, el criado de Volpone, en el Teatro Municipal? ¡Si hasta se parece físicamente a Carlos Carlín, el actor peruano que hizo de Mosca en la versión  limeña del 2009!, me digo más tarde en casa al encontrar un enlace ad hoc para el hipervínculo en la palabra “Volpone”. ¡Qué gran comedia es ésta de Ben Jonson, el compadre de Bill Shakespeare, y qué buena versión la que hizo Tomás Borrás allá por 1950!  Al menos la recuerdo como buena, pero hace más de medio siglo que la leí, tendría (tengo) que releerla.

 

Weiß/Colonia, 23.2. (1)

Aduana del aeropuerto, allí donde Cristo perdió la gorra del Barça, y para más inri, al otro lado del Rhin, ya casi en Siberia. Pero ha valido la pena el viaje. El funcionario me entrega el paquete hasta sin pago de aranceles, cuando se cerciora de que sólo se trata de un libro voluminoso y que además me fue dedicado personalmente por uno de sus editores. Me basta repasar el índice de sus 2.667 páginas para certificar a priori que The Norton Anthology of Latino Literature es una de esas obras que con justicia deben de ser llamadas fundacionales. Su editor amigo mío ha sido Rolando, y en la dedicatoria autógrafa escribe: “He aquí 13 años de mi vida”. Con este libro me podría quedar lectura para el resto de mi plazo (como diría Gonzalo Rojas) si yo supiera inglés. Y cuando regreso a casa llega el cartero con un envío ultrarrápido desde Madrid; recién el lunes le pedí a Pilar Reyes los cuentos completos de Fogwill y Autogol, la novela de mi tocayo Silva Romero, et voilá!, 48 horas más tarde están acá. Parece cosa como de prestidigitación.

 

Weiß/Colonia, 23.2. (2)

50 años de amnistía internacional. El diario le dedica dos páginas a la efemérides. Entre las fotos que ilustran el texto, la de una joven china momentos antes de ser ejecutada. Me da un escalofrío verla. Va conducida por dos soldados que no la miran, y es observada de reojo por otros dos, a sus espaldas. En primer término, de perfil, y en posición de firmes, otro soldado. A todos se los ve de cintura para arriba. Lo que me escalofría es ver la mirada ni siquiera de miedo, sino más bien de asombro, de la condenada, mirando al cielo. Y cómo va vestida: como si fuese a una fiesta, seguramente se trata de su mejor traje sastre, azul eléctrico con dibujos en blanco; cuello vuelto. Y se ha puesto además un collar. No tiene más de 20 años. ¿Qué delito habrá cometido, según el código penal chino, que tenga que pagar de este modo, con un tiro en la nuca?  En chino, la palabra “extranjero” no existe; los no chinos somos llana y simplemente “bárbaros”. Y sin duda, la pena de muerte es una muestra de lo civilizados que son ellos.

 

Weiß/Colonia, 23.2. (3)

Me cuenta Diny la última de Oskar. Se le acercó con cierto misterio y le preguntó: «Abuela, ¿tú me podrías conceder un crédito?» «¡¿Un crédito, yo a ti?! ¿Y para qué?»     «Sí, tú a mí, sería para poderme comprar un buen disfraz de Carnaval, es que no quiero tocar mis ahorros» (Oskar está ahorrando a fin de comprarse una compu como la mía). Diny, tras una breve pausa: «Un crédito siempre hay que devolverlo con intereses». «De acuerdo, pero ¿me lo concedes?» Diny se lo ha concedido, claro está. Al tipo de interés normal en estos casos. Oskar querido, es impagable.

 

Weiß/Colonia, 24.2. (1)

Llamo a Héctor a su hotel en Barcelona, y mediada la plática sale a relucir que este año serán las bodas de plata de la Feria del Libro de Guadalajara/México. ¡25 años!  Lo cual significa que allá por 1984, ¡oh manes de Orwell! [Pero esto, si no consulto los archivos, es hacer demasiada literatura, y consultarlos es una tarea harto engorrosa] en la Buchmesse de Fráncfort –y creo recordar que en el pabellón de Carmen Balcells–, alguien me avisó de que andaban rondando por ahí dos mujeres, en misión prospectiva para la fundación de una futura Feria del Libro en la mexicana Guadalajara. Como yo iba a la de Fráncfort en calidad de periodista destacado por los servicios latinoamericanos de la Radio Deutsche Welle, aquel tema podía ser de interés para nuestro programa. Así es que las localicé, les pedí una entrevista, y tras un nervioso intercambio de cuchicheos entre ambas, se pusieron de acuerdo en quien de ellas dos conversaría conmigo. Hicimos la entrevista, y al terminar no pude sino preguntarle a mi interlocutora, impostando un acento mexicano que a veces me sale (vi muchas pelis de Cantinflas y Jorge Negrete siendo niño, y esas cosas son de las que te marcan para siempre): «Órale, ya estuvo suave, no ha sido más pior que una visita al dentista». Visiblemente aliviada por mi cantinflismo, así como por el hecho de que habíamos terminado y hablábamos off the record, mi interlocutora me respondió: «¡Ay Ricardo, por Dios, pero si es que esta es la primera entrevista que me han hecho en mi vida!»  Y ahora, ya, desde aquel entonces, nada menos que –algo más de– 25 años. Con el picante dato histórico añadido de que en el 2011 la Feria de Guadalajara estará dedicadaa Alemania. Una Alemania que no existía en aquel ¿1984, 1985, máximo 1986? 

 

Weiß/Colonia, 24.2. (2)

Me llega un mail de Marisa comunicándome la muerte de Juan, su marido. Me deja de piedra la noticia, por lo brutalmente inesperada. Precisamente el 20.1. mencioné yo a Juan en este diario, con motivo de la fiesta de san Sebastián, en la calle del mismo nombre y barrio donde él nació, en la casa donde vivía de soltera mi tía Amelia. Una persona tan querida, tan gentil, el bueno de Juan, onubense hasta el tuétano. Le escribo a Marisa, ella me contesta a vuelta de correos: «La depresión se lo llevó, no tuvo más fuerzas para seguir luchando». Y recuerdo la mía de octubre de 2008, que también estuvo a punto de acabar conmigo. No sé, me va a costar acostumbrarme a no encontrármelo por la calle en Rodenkirchen, como solía ser que nos encontrásemos, y de inmediato ya me estaba él hablando de su Huelva de su alma, cuya nostalgia lo asediaba; Juan era mi ancla onubense en estas tierras. Me costará acostumbrarme a su ausencia.

 

Weiß/Colonia, 25.2. (1)

Con mi columna de hoy en El Espectador, y gracias a que tengo mucha mano izquierda, como mi padre decía de Manolete, he logrado que se arme un debate en su foro y que la gente que se mete a comentar en él lo haga con argumentos y no con insultos ni mítines desaforados. Hasta he logrado que alguien me llame burro, pero a la manera juanramoniana, «Marco Aurelio de los prados». ¡Qué cabrón Juan Ramón, es el más grande del idioma después de Cervantes, y Borges casi le alcanza!  Cuánto más se lee a Juan Ramón, en profundidad, la prosa y el verso, más se puede detectar cuánto le deben todos los que vinieron detrás de él, Borges incluído, sólo que Borges, como Juan Ramón, tenía además un mundo propio inhomologable con el de los demás plumíferos, que somos todos los demás, «desde la princesa altiva / a la que pesca en ruin barca».

 

Weiß/Colonia, 25.2. (2)

Pensado durante la siesta : Si sus adefesios se limitaran a la Epístola a los (en latín=ad) efesios, el Nuevo Testamento se podría leer como una premonición hebrea de Las mil y una noches. Está prácticamente todo el imaginario que recordamos de ellas. Magdalena es Cherazade. Simbad es  Jesús caminando sobre las aguas. Y el «¡Ábrete, sésamo!» de Alí Babá tan sólo es el eco, en una etapa más desarrollada del incipiente capitalismo, de un anterior «¡Lázaro, levántate y anda!»

 

Weiß/Colonia, 25.2. (3)

En la situación stand by en que me encuentro, decido dedicar el resto del tiempo lector, hasta mi conferencia en Estocolmo, releyendo selectivamente literatura sueca (amén de repasar las páginas del ejemplar ilustrado de Pippi Calzaslargas, la delicia de mis hijos cuando niños): La carreta fantasma de Selma Lagerlöf, el tremendo capítulo de la batalla de Poltava en Los paladines de Carlos XII de Verner von Heidenstam, Señorita Julia de Strindberg, algo que aún no he decidido de Pär Lagerkvist (probablemente aquel cuento suyo del ascensor que conducía al infierno), un par de páginas de la Karina de Sally Salminen, y el cuarto volumen de las memorias de juventud de Eyvind Johnson, éste para leer en el avión. Me parece una selección buena y equilibrada, en la que sólo faltan los policiales, pero esos –Sjöwall&Walhöö, Mankell, Kjell Ola Dahl, Aino Trosell– los leo (y también los veo en la tele) con absoluta regularidad.

 

Weiß/Colonia, 26.2., primeras horas del día

A Love Song for Bobby Long [neciamente titulada Una canción del pasado en España, Secretos del pasado en Argentina] es una de las pelis más hermosas que nunca he visto en relación con la literatura. Casi todos, si es que no todos los libros que se muestran en ella, están tan releídos que se desencuadernan. Y los escritores que la protagonizan hablan como tales mientras viven casi como clochards. Al contrario que en algunas pelis francesas, donde los clochards  hablan como Sartre y son casi tan feos y repelentes como él. Y en esta peli, además, quedó conservada para siempre –como un insecto antediluviano en una gota de ámbar– una Nueva Orleans que después de Katrina ya nunca volverá a ser sino reconstrucción arqueológica (la peli es de 2004, el año anterior al huracán). Si será buena la peli que hasta me siento feliz en la compañía de John Travolta y de Scarlett Johansson, dos actores que no son santos de mi devoción

 

Weiß/Colonia, 26.2.

Botellas al mar es un sinónimo de SOS desesperado, los náufragos de una isla desierta que confían su salvación a ese albur. Botellas al río sugiere más bien otras posibilidades, románticas  o traviesas. Sea como fuere, un artista de Colonia, Joachim Römer, ha logrado almacenar en el sótano de su casa más de 350 botellas rescatadas del Rhin con mensajes de todo tipo. Así lo leo en un reportaje del diario. Uno de los mensajes lo enviaron unos niños: «Estamos prisioneros en una isla del Caribe, por favor, vengan pronto, los piratas ya están aquí». Y este otro es toda una declaración de bancarrota: un papel envolviendo dos alianzas de platino, y en él estas palabras: «Entregamos ambos anillos a las aguas. Nuestro matrimonio no nos hizo felices». Mientras leo el reportaje llega Diny de regreso de casa de Montse y me cuenta que estando en la cocina le oyó decir a Oskar, que andaba de canguro con Henri: «¡Ah, Henri, feliz tú que tienes toda la vida por delante!» Diny acudió de inmediato y le pregunta a Oskar: «¿Y tú?»  Oskar: «Yo ya tengo 11 años, abuela». Y sí, un mensaje  de Horacio en una botella invisible: «Eheu, fugaces!»  

 

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