Weiß/Colonia, 13.3. (1)
Hay gentes cuyo ego merecería ser argentino, tanto, que hablan de Chéjov como si fuese un gacetillero de El Heraldo de Villafranca de Enmedio. Leo en una columna publicada este fin de semana en El Espectador, de Bogotá: «Hay citas de Chéjov por todas partes: “Cuando se ha terminado un cuento, uno debería borrar el principio y el final” (aquí entre nos, yo creo que el ruso debió borrar también la parte del medio. O hacer haikús)». Como es natural, nadie está obligado a que le gusten los cuentos de Chéjov, pero la frase me huele mucho a que fue escrita pour épater les Bogotains. Y eso sí que no tiene perdón, porque Chéjov, le guste o no le guste a este columnista, o a quien sea, es una referencia inamovible en el arte del cuento. Casi podría decirse –y yo incluso lo diré– que hay un cuento antes y otro después de Chéjov, este ruso de tantas dotes viene a ser la divisoria de aguas en la historia del género. No es por casualidad que los grandes cuentistas lo adoren. Y no sólo ellos. En su página Twitter, mi buen Andrés sugiere que a ese columnista «habría que decirle que uno no mata elefantes con cortauñas». Y al pie de la columna de marras, un lector ha dejado el siguiente comentario: «En verdad en verdad os digo que quien opina lo que opina este columnista acerca de Chéjov, mejor haría dedicándose a la venta ambulante de preservativos. U otra mercadería de bajo perfil. Pero que deje de opinar acerca de literatura. O que componga haikus. Si puede». Debo confesar que por un momento, al leer lo de “En verdad en verdad os digo”, tan evangélico, temí que el comentador concluyese diciendo que sería mejor que el columnista se atase al cuello una piedra de molino y se tirase a un pozo. Menos mal que no llegó a tanto. Probablemente sea un humanista. No como Jesús.
Weiß/Colonia, 13.3. (2)
Diny regresa de Holanda. Mi suegra se está apagando lentamente, consumiéndose como una vela. Me cuenta Diny que al ver que su madre no la reconocía, le preguntó si no se acordaba de la única vez que ha volado en su vida, cuando ella y mi suegro nos acompañaron a Huelva en septiembre 1972, a la boda de mi hermana Nena. No, no se acordaba. Pero al rato le dijo: «Tú eres Diny, la de Ricardo, en Colonia». Curioso y dramático por lo especular con una situación que se dio en Huelva con mi madre, ya sumida en plena demencia senil. Cierta vez estuve a verla solo, con la Nena, y no me reconoció. La siguiente vez iba en compañía de Diny, y cuando la Nena le preguntó que si la conocía, mi madre abrió mucho los ojos como si quisiera decirle que no estaba senil y le contestó casi con desdén: «Pues claro, es la Diny». Y de nuevo la Nena, señalándome: «¿Y él?» «Ah, pues será el Ricardo». Mi suegra reconoció a su hija por mí, mi madre a mí por Diny. Me pongo a pensar en ello y concluyo que puede deberse a que fuimos los primeros extranjeros que hubo en sus familias. Pero no sé, prefiero dejar un resquicio al misterio.
Weiß/Colonia, 14.3.
El terremoto y el tsunami del Japón han remecido incluso las estructuras del diario local al que estoy suscrito. Además del titular en primera plana, con foto y ocupando la mitad del espacio disponible, las páginas 2 a a 5 se dedican únicamente a ese tema. La sacrosanta, hasta la fecha intangible página 4, con los editoriales y los comentarios de fondo, ha sido desplazada a la 8. Casi se ha reducido a gacetillas el resto de la información internacional. La infraestructura de nuestra comunicación con la actualidad está en ruinas; quedó petrificada, con los ojos vidriosos, fijos, de una manera hipnótica, en una central de energía atómica en Japón: ¿será que nos tocará a nosotros ser también Hiroshima? Recuerdo el grito de Federico el Grande al ver huir a sus soldados en la batalla de Kolín: «¡Malditos mocosos! ¿queréis vivir eternamente?»
Weiß/Colonia, 15.3., primeras horas del día
The Core es una peli que le hubiera gustado a Julio Verne. Recuerdo que cuando se estrenó en Alemania, en el 2003, todavía nos parecía una exageración de los efectos especiales –incluso un poco ridícula– la volatilización del Coliseo de Roma. Hoy, después de las imágenes del tsunami del 2004 en el sudeste asiático, y del terremoto y el tsunami en Japón hace tres días, casi resulta ocioso repetir la paradoja de Wilde, de que la Naturaleza imita al Arte. Y quería verla esta noche (estaba programada para las 10.15 p.m.), pero al parecer los mandamases del último piso del 2° canal deben de haberle agarrado miedo a convertirse en una especie de Orsons Welleses malgré lui même, aquella noche de la transmisión de su radioteatro La guerra de los mundos. Retiraron The Core del programa a última hora. La remilputa que los recontramilparió a todos ellos y a la remilputísima corrección política. Ni siquiera me pude consolar con The Good Girl en el canal de la NDR, a pesar de que es uno de los mejores desempeños de Jennífer Aniston, y además en un papel que nadie hubiera podido sospechar que lo interpretase tan convincente, tan good girl.
Weiß/Colonia, 15.3. (1)
Hoy el diario trae la noticia de que Hans Süper, uno de los cultivadores más renombrados de lo que suele llamarse “el buen humor renano” (100% coloniense en este caso), cumple 75 años. Y el diario le dedica la primera página de su sección local. Me hace gracia una de sus declaraciones y la anoto porque la gente siempre se asombra cuando digo que mis hijos son pentalingües: hablan alemán, neerlandés, español, inglés y kölsch, que es el idioma de Colonia y se puede aprender en la Universidad uno de cuyos rectores fue san Alberto Magno. La declaración de Hans Süper, en kölsch, dice así: «Dä schönste Dud wör für mich: vorm Dom stonn, noch einmol erop luure un dann umfalle». O sea, en alemán comm’il faut: «Der schönste Tod für mich wäre: vorm Dom stehen, noch einmal hinauf blicken und dann umfallen». O sea, en cristiano: «La muerte más linda para mí sería estar delante de la catedral, mirar una vez más hacia arriba y luego caerme muerto». Puedo entenderlo bien. A mí no me gustaría morir delante de la catedral y elevando la vista hacia sus torres, pero puedo entender que sí sería el happy end perfecto para un coloniense.
Weiß/Colonia, 15.3. (2)
Me hace llegar Luis, desde Caracas, el enlace con un cortometraje titulado 036 que es una farsa muy lograda acerca de la estolidez burocrática, en este caso la española. Distribuyo el enlace entre mis amistades y enseguida me llega la respuesta de Jota Palacios, a quien conozco desde que visité por primera vez la redacción de Fronterad. Jota es de Manizales, y hemos entablado una buena relación personal, como siempre me pasa con los colombianos. Aunque Jota además ya lleva tantos años en España que el cortometraje filmado por él, titulado Burocracia, es tan, pero tan esperpéntico, que lo hubiera podido firmar Valle Inclán de haberse dedicado al cine. Yo los programaría, estos dos cortometrajes, como programa doble previo a la proyección de El proceso, de Orson Welles, basada en el libro de Kafka.
Weiß/Colonia, 15.3. (3)
László Erdélyi, el redactor jefe del suplemento cultural de El País montevideano, estuvo allá por las postrimerías del año pasado en Malasia, y me contó al regreso que fue para él una experiencia desastrosa. Como mi aversión por lo asiático es de piñón fijo, cuando me llegó el viernes el pdf del suplemento y vi que comenzaba con su crónica de aquel viaje, me limité a archivarlo. Ahora, alertado por un mail suyo, donde dice que me cita en esa crónica, la leo de cabo a rabo, porque es la de un observador concienzudo y de una percepción bien afinada, que sabe convertir en buena prosa viajera. Y así, conforme avanzo en la lectura, más y más se acrecienta mi rechazo de todo lo asiático. Por lo demás, diría yo que al final, cuando me cita [«”Asia para los asiáticos”, me dijo un colega español amigo, para tranquilizarme. Tiene razón»], de algún modo quizás trata de protegerme de algunas maldiciones de los dioses malayos, hindúes o mahometanos (aunque creo que en esa cosmogonía sólo hay uno), y se lo agradezco, pero jamás hice un secreto de mis opiniones acerca del Asia. En mi diario hay abundantes testimonios de ello, y al día de la fecha añado acá la del enlace a esa crónica, “La tierra de los monos piratas”.
Weiß/Colonia, 16.3., primeras horas del día
Quien se muere más pronto, más tiempo está muerto. Es una peli deliciosa. En la Argentina se estrenó como Decisiones de ultratumba, un título repelente donde los haya. Es delirante asistir al imaginario de un niño de la Baviera profunda, capaz de representarse mentalmente de una manera tan vívida, semejante entelequia: el Purgatorio. Baviera no es que sea católica, es que encontró en el catolicismo el cauce más adecuado para su religión básica, tribal, que no es otra sino la superstición. Eso queda plasmado de modo admirable en esta peli, donde además hasta se presenta un caso inesperado de amour fou, resuelto de manera tan natural que lo deja a uno pasmado. Y además, la banda sonora, qué portento, y qué portento también la cohabitación del catolicismo más superchero con los temas de Jimi Hendrix y la devoción al rock del disc jockey de la emisora local. No, de veras, es una peli deliciosa, y tan prismática… Hay que verla un par de veces más para sacarle todo el jugo. Compraré el DVD cuando vaya a Colonia.
Weiß/Colonia, 16.3. (1)
Tengo la inmensa suerte de contar entre mis amistades más queridas con nada menos que tres sabios. Tres sabios de aquellos que se daban en el Renacimiento, de unos saberes universales y un pensamiento propio al servicio de su sabiduría: Julio Mendívil, Javier Maderuelo y Cinna Lomnitz, por orden de más joven a mayor. Me enorgullezco de ser amigo de ellos y cuando me hablan (bueno, Cinna cuando me escribe, pues no nos conocemos todavía personalmente, y eso que él es de Colonia) los escucho con las orejas bien lavadas, porque sé que lo que dicen nunca tiene desperdicio. Hoy le escribí a Cinna para que me desasnase in re el tsunami japonés y sus repercusiones en la central nuclear. Ojalá escriba un artículo para Nexos, o donde sea, con tanta claridad expositiva como la del mail con el que me ha contestado, tranquilizándome no poco.
Weiß/Colonia, 16.3. (2)
Ya están ahí los capullos del magnolio, a la entrada de nuestra casa. Como puñitos aún cerrados de la niña Primavera, que así se anuncia. He salido con la bici, a hacer unas compras, y a pesar del aire bien frío, se respira el perfume que precede a la llegada de Fräulein Lenz. ¡Ah sí, Lenz, qué hermosísima palabra, infinitamente más hermosa que Frühling, para llamar a la Primavera!…
Weiß/Colonia, 17.3. primera hora del día
Ayer, ya ayer, el ángel de la muerte, el terrorífico Dr. Mengele, esa mala bestia de Auschwitz, hubiera cumplido cien años. Reservé para el día mi revisión de The Boys from Brasil. Y quería reverla porque sigue sin entrarme en la cabeza que tan luego Gregory Peck, el Atticus Finch de Matar un sinsonte (el ruiseñor es un pájaro que no existe en toda América), hubiese aceptado interpretar el papel de semejante sádico. La peli no es mala, pero es demasiado construida, el guión le pesa como una losa de plomo, la lastra en vez de dinamizarla, y eso incluso a pesar de varios hilos sueltos que deja (¿qué pasa, por ejemplo, con el indiecito paraguayo?)
Weiß/Colonia, 17.3., 2 a.m.
Quería irme a dormir, pero no perderme al menos el comienzo de Small Time Crooks, retrasado casi una hora por culpa de una información hiperdimensionada acerca de la catástrofe en Japón. Hice bien esperando. Porque apenas Woody Allen empezaba a convencer a Tracey Ullman de que su rififí era viable, sonó el teléfono. Y a las 2.00 a.m. el teléfono sólo suena para anunciar la muerte. Era Riet para decírmelo: «Ik moet jullie zegen, moeder is overleden». Le di el pésame, desperté a Diny. Ahora ella pasa a ser la matriarca de su familia, como yo soy cabeza de la mía desde que murió mi madre. Hay derechos de antigüedad que uno no quisiera adquirir nunca.
Weiß/Colonia, 17.3. (2)
Leo en ABC que el terremoto del Japón «podría haber acortado la duración del año hasta en un segundo». Con prescindencia de la veracidad y exactitud de la información, lo que me seduce es el comentario del lector Currante (por más señas): «Espero que caiga en un día laborable».
Weiß/Colonia, 17.3. (3)
Dos buenos filetes de pescado, y encima de cada uno una loncha de pan de molde desmigajada y mezclada con curry en una cantidad a gusto del cocinero, y cubriéndolo todo, queso para gratinar. Nada más que eso, y al horno. Tal es la cena exquisita que salió esta noche de las manos de Diny. Y la de anoche –una espesa y sin embargo delicadísima sopa de apio– la coronaron unos panqueques con jarabe de arce canadiense. Che, Diny, cada día cocinás mejor.
Weiß/Colonia, 17.3. (4)
El canal Arte pasa un reportaje requetebueno de Christian Baumeister, en la parte brasileña del Pantanal. Su ilusión era poder filmar jaguares, uno de los animales más raros de captar con una cámara. Y a fe mía que lo consiguió, además de una escena hasta ahora nunca registrada: cómo un jaguar ataca y mata a un caimán. Alucinantes las imágenes. Me distraen de la tristeza que se ha metido hasta el tuétano de los huesos de esta casa.
Weiß/Colonia, 18.3., primeras horas de la noche
El dolor puede paliarse de muchas maneras. Una combinación casi infalible es whisky + música + una reflexión divertida sobre las bromas de la Historia. Acabo de ver transmitida por Arte la función de gala en la Ópera de Roma, Nabucco, dirigida por Riccardo Muti, con ese final del acto III y el famoso coro de los prisioneros, que cuando el estreno de esta ópera, en Milán 1842, señaló el comienzo del fin de la ocupación austríaca: Viena probibió Nabucco, en vano, porque la melodía del “Va pensiero” ya era la consigna secreta de la redención de Italia. Y lo que me hace gracia es que el año pasado las repúblicas americanas han celebrado el doble centenario de su independencia, mientras que un año después, más modestamente, Italia tan sólo celebra el sesquicentenario de la suya. Auguri! Riccardo Muti ha hecho cantar el “Va pensiero” al público junto con el coro. Las lágrimas han corrido a raudales. Italia, cara mía, ahora de quien te tienes que liberar no es del austríaco, sino del bufón.
Weiß/Colonia, 18.3.
Según leo en el diario, el 18.3.1931 se puso a la venta la primera maquinilla eléctrica de afeitar. Así pues, se cumplen 80 años del inicio de la guerra entre los partidarios del rasurado húmedo y los del rasurado en seco. Participé en esa guerra, como desertor del ejército húmedo, cuando con el primer sueldo que cobré en mi vida, a fines de 1960, me compré una camisa Lacoste y una Philips Shave. Mi padre y mi tío reaccionaron escandalizados ante el despilfarro de ese primer sueldo, y a mi tío además se le marcó en la frente un hondo pliegue de preocupación al pensar en el aumento de la factura mensual de la Compañía Sevillana de Electricidad. Pero lo cierto es que yo, al poco de usarla, deseché la Philips Shave y deserté del ejército seco para reengancharme en el húmedo, abandonado la maquinilla en un cajón del escritorio de mi padre. Cuál no sería mi sorpresa cuando un buen día, al pasar por el almacén de los Bada escuché al fondo, en el patio, el runrún de la dichosa maquinilla, y al asomarme a ver descubrí a mi tío afeitándose con ella mientras mi padre, a su lado, aguardaba el turno para hacerlo él después. Desde entonces me miraban con un sentimiento de conmiseración por lo anticuado que soy. Ellos jamás volvieron a reengancharse en el ejército húmedo. Lo curioso es que conservo todavía esa maquinilla (no sé dónde, pero sí que en esta casa, ¡y hasta en el estuche original, de plástico con sarpullido y cierre de cremallera!), porque al correr de los tiempos tanto mi padre como mi tío adquirieron máquinas más perfeccionadas y me devolvieron la mía, ya casi antediluviana.
[A esta anotación le viene como yelito al güisqui lo que acabo de leer acerca de una campaña de la firma Gillette para lanzar su nueva rasuradora con una sexta cuchilla a la que llaman “cuchilla sixtina”, enarbolada por un Jesús sin barba. ¡Ayyy Dios mío, y yyyo con estos pelos!]
Weiß/Colonia, 19.3. (1)
Pasan 12 Angry Men. Se puede ver una y mil veces. Siempre sorprenderá, siempre apasionará. Actores tan inmediatamente cercanos a la perfección interpretativa, como Henri Fonda y Lee J. Cobb, no se dan muchos en la historia del cine. Ni directores como Sidney Lumet, autor de tanta obra maestra: este debut suyo, pero también Network, para citar sólo una. Él dijo cierta vez que nunca consideró como una limitación el hecho de filmar en un espacio cerrado. Además de con Doce hombres sin piedad lo volvió a demostrar con Murder on the Orient Express. De paso demostró también, ciertamente, que el infierno siempre son los otros.
Weiß/Colonia, 19.3. (2)
Me entero de que Baltasar Gracián, a los japoneses, los llamó «esos españoles de Asia». Según eso, a los españoles tendría que haberlos llamado «esos japoneses de Europa». ¿O me equivoco en el razonamiento, don Baltasar? ¡Cuánto equívoco en sólo cuatro palabras! Pero usted mismo lo dijo también, don Baltasar: «Lo malo, si breve, menos malo».
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