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De mi Diario : Semana 11 / 2012

 

Weiß/Colonia, 11.3., primeras horas de la noche

Como tengo que devolvérselo a los Bayer, he visto esta noche por tercera y última vez el DVD de Der letzte Applaus [El último aplauso], de German Kral, con cuatro tangueros viejos y la Orquesta Típica Imperial. 87’ minutos de placer, de ese placer a veces tan doloroso que viene a ser la nostalgia. Madrid es mi amor de siempre, pero Buenos Aires, ya, mi nostalgia sin remedio.

 

Weiß/Colonia, 11.3 (1)

Ir a lo de los Bayer, en Linz, es mi reencuentro con mi primer paisaje alemán. Cruzamos el Rhin antes de Bonn y seguimos por la autopista hasta que se convierte en autovía y de repente ya veo a lo lejos, al otro lado, las torres de St.Apollinaris. Es Remagen, y enseguida bajamos a la orilla del río siempre con Remagen al otro lado, el puente famoso y no restaurado, y luego Bad Kripp, mi primer hogar alemán, exactamente frente a Linz, donde doblamos a la izquierda y subimos la empinada cuesta hasta la casa de Marlies y Osvaldo. No puedo evitarlo ninguna de las veces, es más fuerte que mi voluntad: en esos momentos sé que soy renano, soy un hijo del Rhin, del río padre. Y no es que reniegue de Huelva, sino que me reafirmo en mí mismo. Aquí estoy en casa.

 

Weiß/Colonia, 11.3. (2)

Marlies debe de leer mi diario sin que nunca me lo haya comentado, porque el almuerzo de hoy es a la medida. Las entradas, aun siendo buenas (ensalada, matambre, y huevo cocido+gambitas en gelatina casera, cada cual con su mojo distinto), no preanunciaban para nada la gloria de la sopa de pescado que siguió. La cocina de Marlies ya la tengo fichada como una de aquellas que se caracteriza por el amor al trabajo bien hecho, y no sólo en la confección sino también en la presentación sobre la mesa; hasta el punto de hacerme pensar que el postre son lichis con helado cuando en realidad la fruta son bolitas de melón moldeadas con una cuchara especial. Es un lujo comer con los Bayer, pero no sólo por el condumio en sí, sino por todos los demás placeres que lo acompañan: el canónico aperitivo de una botella de espumoso alemán Príncipe de Bismarck (cuyo descorche siempre corre a mi cargo); la malvasía que esta vez aportó Carlitos, y Diny casi acaba ella sola con la botella; la charla pespunteada de cientos de anécdotas; y hoy, además, el festejo entre nosotros de sus bodas de diamante (60 años llevan casados Marlies y Osvaldo, 60, se dice pronto) y ese fajo de cartas y tarjetas que me escribió Cortázar y que me traje para que las leyésemos en amor y compañía. El único punto negativo es el reproche que leo en los ojos de Diny. Me adueñé de la palabra desde que llegué y no la solté hasta que nos fuimos. Juemadre, Mafalda, cabrona, vos tenés muchísima culpa en ello, y lo sabés, confesá, confesá, carajo

 

Weiß/Colonia, 12.3. (1)

Mi primer abecedario de Mafalda apareció ayer en LJS y ni siquiera me enteré porque el viaje a Linz, donde los Bayer, desgonzó las rutinas dominicales, una de ellas abrir el suplemento de La Jornada. Esta mañanita de lunes me alerta un email de mi deuda estherna, así es que además del abecedario abro también la presentación del número, y leo y me tengo que restregar los ojos para saber que estoy despierto: «Hace cuarenta y ocho años (no cincuenta como pretenden algunos despistados) surgió [Mafalda] de la pluma de Quino». Mi indignación es tan grande que sé que tengo que contar unas mil y una veces hasta 10 para escribirle a Luis y decirle que si hay alguien bien despistado en el asunto de la edad de Mafalda, ese es Quino, y con él quienes le crean.

 

Weiß/Colonia, 12.3. (2)

Ramos Horta es uno de los diez Premios Nobel que he entrevistado a lo largo de mi vidaprofesional: cinco de Literatura, cuatro de la Paz, y uno alternativo. Hoy viene en el diario una larga entrevista con él, a toda plana, y al final el reportero le recuerda que es una persona muy vinculada con el mundo artístico: Oliver Stone, Jennifer Lopez, Paul Simon Y le pregunta: «¿A quién le gustaría tener aquí en mayo, para la fiesta del 10° aniversario de la independencia de su país?» Él contesta: «Quisiera que fuese Shakira. Y no sólo porque canta y baila de una manera magnífica, sino porque hace más de diez años compuso una canción dedicada a mi país, se titula “Timor”. Lo hizo siguiendo un impulso propio. Eso me impresionó mucho».

 

Weiß/Colonia, 12.3. (3)

Comienza hoy en el canal Arte un documental en 10 entregas, recorriendo las costas de la península ibérica, y este primer capítulo se lo han dedicado a Galicia, la Finis terrae, el lugar donde para los romanos concluía el mundo. Nadie le debe haber dicho al locutor de la serie cómo se pronuncian las palabras españolas del texto, ni tampoco él debe haberse preocupado de consultarlo, porque de repente, al hablar de esas construcciones arquetípicas de la arquitectura campesina gallega, las llama horrendamente “horreos”, aunque luego la segunda correctamente “hórreos”. Menos mal que el guión no le da una tercera chance; apuesto mi única corbata de Armani a que no hubiera desaprovechado la ocasión y hubiese dicho “horreós”. Con lo cual habría dejado contentos a todos los fonetistas del futuro, que en base a este reportaje estarían un siglo discutiendo cuál sería en la Antigüedad (=hoy) la correcta pronunciación de “hórréós”.

 

Weiß/Colonia, 13.3. (1)

Luis Miguel me avisa de que mi Frase del Domingo («El niño es el padre del hombre»), que le atribuí a Freud, es en verdad de Wordsworth. Yo la tomé de un diccionario de citas que tengo, que no es bueno, y por eso lo uso poco, y a partir de ahora, menos. Y ahí figura como de Freud. Me quedo con la duda de si Freud no habrá procedido como tanto escritor espontáneo en las redes sociales, que plagian por el sencillo lapsus freudiano del olvido de las comillas. A lo mejor hasta es eso, el olvido de las comillas, el verdadero origen de lo que llamamos lapsus freudiano. Pero Luis Miguel además, como es poeta, y gran poeta, añade luego algo que no tiene precio: «Tus nietos, tal y como han estado y van estando y estarán en tus diarios, son absolutamente wordsworthianos, tienen the glory and the dream de ese mismo poema de W. Al grado de decir, por ejemplo: Henri es el padre–abuelo de Bada. La frescura imperdible de la gloria y el sueño».

 

Weiß/Colonia, 13.3. (2)

Por mor de la publicación de mi abecedario de Mafalda en La Jornada Semanal, este domingo, se ha desencadenado un alud de tuits. «¡Te vas a perder en el bosque de tus seguidores y te va comer el lobo de la fama, Caperucito Bada!» me escribe José María desde su Cielorroto, ¡qué topónimo, por todos los dioses [y diosas] de la cosmogonía quimbaya! Impertérrito, contesto: «Como bien dijo Unamuno, que también se ciscaba (jamás hubiese dicho «cagaba») en el tema: “El laurel está bien para asaborar las patatas”. Yo  mi baño de fama lo he tenido ya tres veces, aquellas en que me confundieron con Mauricio Kagel, Arthur Miller y Carlos Saura». La vez con Kagel fue la mejor porque él estaba cerca, se dio cuenta y me hizo señas mudas de que sí, que aceptara pasar por él y contestase ad hoc. Eso fue en Berlín, durante el Festival Horizontes 82, donde él estrenó su Tango alemán, y luego siempre nos reíamos mucho juntos al recordarlo, cuando yo pasaba a visitarlo en su casa, de vuelta de mi trabajo: su casa quedaba muy cerca de la Deutsche Welle y tanto a Úrsula como a Mauricio les gustaba que yo pasara de vez en cuando a tomar el té con ellos y contarles los últimos chistes. La risa de Mauricio es lo más aproximado que conozco y recuerdo en relación con el adjetivo “homérico”. 

 

Weiß/Colonia, 14.3. (1)

Encuentro en la presentación del nuevo # de la revista Arcadia el anuncio de una encuesta titulada «¿A parte de la Mona Lisa, cuál cree que es la obra más importante de Leonardo da Vinci?» Es decir, la cosa es grave: si ni siquiera en las revistas culturales se sabe escribir bien la preposición “aparte”, el idioma no es que vaya de culo, es que ya lo sodomizaron.

 

Weiß/Colonia, 14.3. (2)

Me publican un nuevo tuit en @otraparte:

 Otraparte ‏ @otraparte
El ingenio, sobre todo el ingenio por el ingenio mismo, es una buena tapadera para la cobardía moral. (Ricardo Bada)

Y Ángeles reacciona desolada desde el DFectuoso: «¡Dioses! ¿Y Oscar Wilde?» Pero le digo que en el ingenio por el ingenio mismo se está priorizando la verbalidad sobre todos los demás valores, y no me parece que ese fuera el caso de Wilde: «En Wilde, creo yo, el ingenio por el ingenio es aquello que los farmacólogos llaman un excipiente, lo que vale para darle forma a su concepción del mundo. Eso, claro está, con independencia de que, moralmente, don Oscar no era muy valeroso que digamos, y a la pobre Constanza y a sus pobres hijos no les fue nada bien con él. Pienso que sería interesante que leyeses la novela No te enamores de Oscar Wilde, de mi amiga Susana Sisman, argentina de ascendencia inglesa. Un beso, y deséame suerte mañana en Hamburgo, en la conferencia sobre Mafalda. Tu siempre fiel caballero de la rechoncha figura». 

 

Weiß/Colonia, 15.3., camino de Hamburgo

A las 6.30 am, cuando me levanto, luce el sol y cantan los pájaros. Casi parece ya la primavera,  es un buen presagio. En la parada del bus una jovencita de unos 16 años; melena castaña suelta, óvalo de cara perfecto, como de portada de novela rosa para quinceañeras; labios de africana, golosamente abultados. Viste un top blanco donde no se le marcan los pechos, que debe tener chiquitos; pantys negros y minifalda floreada. Al bajar delante de mí en la parada de la estación del tranvía, en Rodenkirchen, la minifalda se le arrefalda (¡una falda no se puede arremangar!) y deja al descubierto su nalga derecha, envuelta en el denso tejido del panty, que revela la costura y la sospecha del color de su calzón. Estoy por decírselo, pero imagino que puede tomarlo por una invasión de su esfera privada, y además me gusta contemplar la suave comba de esa esfera. Vamos sentados frente por frente hasta la estación central y al llegar allí me vuelvo a fijar en su caminadito patoso. Dios mío que no existes, por qué le diste un culo así a quien no sabe lucirlo

 

Hamburgo, 15.3.

Me está esperando Helena en el andén y yo ya llego eufórico porque desde Harburg he venido viendo grúas y barcos de alto bordo, no las chatas gabarras de mi Rhin, he regresado una vez más a mi infancia de puerto marítimo. Como soy el primer invitado del Cervantes que se va a alojar en el hotel de la cadena NH, con la que hicieron un convenio, Helena no conoce todavía los alrededores, pero después de dos intentos fallidos encontramos donde almorzar. Es, además, un sitio muy agradable, como una Bierhaus, sólo que muy tranquila a estas horas, las 2 pm.

 

Después de descansar una hora pido un taxi para ir al Cervantes. Como noto que el taxista es un alemán que habla casi académico, le pregunto si sabe qué significa, en el alemán de Hamburgo, la palabra “twiete”, en la dirección del Instituto: Fischertwiete 1. Me lo explica con todo lujo de detalles: twiete es un callejón de menor importancia y una sola cuadra, entre dos calles grandes. Cuando llegamos a la plaza desde donde se entra a ese pasaje cubierto, dentro de la Chilehaus, uno de los edificios más emblemáticos de Hamburgo, la explicación del taxista parece algo así como la leyenda explicativa al pie de una foto.

 

Vine temprano porque Helena me quiere hacer una breve entrevista para el boletín audiovisual del Cervantes, en el que también insertarán un fragmento de mi conferencia. Saludo a Isabel y a su team, abejas incansables, y descubro sobre una mesa el tomo Todo Mafalda (¡!), constatando así que la edición española tiene un título masculino. Después de la entrevista, en el despacho de Helena, hacemos tiempo hasta las 7 conversando de todo un poco, y Helena me regala una joya, el volumen de LaOficina con su edición bilingüe de uno de los poemas fundamentales del idioma alemán: “Der Archipelagus”, de Hölderlin. Traducido en hexámetros, que los expertos recusan para nuestro idioma, según ellos sólo apto para el sonsonete consonante o asonante del octosílabo y, si acaso más majestad, los endecasílabos del soneto. Helena me cuenta que el libro se ha convertido, a nivel de libros de poesía, en un bestseller, llevan 2.000 ejemplares vendidos, pero lo que de verdad la enorgullece es haber conseguido lo que parecía imposible. Y yo, por mi parte, me siento orgulloso de ser amigo de la persona que ha logrado coronar dos cumbres de la traducción; con esta de Hölderlin, y con la primera, congenial, del Fausto de Goethe, que reojeo una y otra vez, encantado de poder leer a Goethe en castellano sin avergonzarme de mi idioma.

 

Llega puntual el cónsul de Argentina y esa es casi la señal para largar la carrera, Isabel dice que además la sala ya está llena y la gente esperando. Empezaremos, pues, también superpuntuales. La sala está efectivamente llena, y sigue goteando público. Me presenta Helena y comienzo algo (levemente) nervioso. Pero leo la primera frase [«Confieso de entrada que a pesar de lo mucho que la admiro, lo muchísimo que la quiero, e incluso añadiría que la venero, soy una de las personas menos indicadas para hablar de Mafalda, por una sencilla razón que no oculto para nada: y es que adoro la sopa»] y estalla la primera carcajada de la tarde. Y a partir de ahí ya no para la gente de reír, yo me siento bastante seguro e inspirado, y me permito todos los histrionismos a que el texto da pie. Al final la ovación es larga y agradecida, se nota en los ojos del público. En el diálogo con él, y luego, afuera, el tenor general es que se les hizo corta, ¡y ha sido la más larga!, que por qué no me traje los demás abecedarios, me preguntan, que hubieran seguido oyendo una hora más, sin ningún problema. Creo que esta, y la de Miguel Hernández, hace dos años, también aquí, han sido mis dos mejores prestaciones, en dos registros opuestos: el dramático y el humorístico.  

 

Isabel me devuelve los DVD de Mafalda y que yo les había enviado por si acaso les podían servir para ir ambientando al público, o después de la conferencia, cuando nos reunimos todos en el hall de entrada, a tomar vino tinto con papas fritas. El cónsul argentino me pregunta qué es lo que me cuelga del pulóver, en el ángulo del cuello en V: «Y, la birome de Mafalda» le digo, y se la muestro, la que me regaló La Maguita y esta noche no podía faltar en este homenaje. Con ella, en el libro de visitas del Centro, escribo en la página correspondiente a hoy: «Mafalda cumple 50 / y le quiero desear / que cual Quino los 80 / le podamos festejar». Y de allí nos vamos –Helena, Isabel y yo– a cenar al mismo restaurante francés del año pasado, donde celebramos mi cumpleaños cuando llegó la medianoche. Otra vez vuelvo a pedir la sopa bretona de pescado y un buen tinto, porque soy animal de costumbres. O animal, a secas.

 

Hamburgo, 16.3.

Anoche, al llegar acá al hotel, sin pizca de sueño, abrí  la petaca Jameson llena con tres medidas de tres dedos horizontales de whisky, y fui mezclando las porciones con un generoso chorro de agua fría del grifo, unas dos horas tranquilas y reposadas viendo en la tele lo único que valía la pena: Breakheart Pass [Nevada Express en español], con el aliciente de un guión de Alistair MacLean basado en su propia novela. Una mezcla de western, thriller y relato de crimen en un espacio cerrado (en este caso un tren), con una banda sonora muy buena y un paisaje invernal espectacular. Y lo mejor de todo, nada de happy end chico/chica con beso final en technicolor.

 

En el tren, regresando de Hamburgo, 16.3.

Desperté temprano, me duché, hice la maleta y bajé a desayunar. La conferencia me ha hecho bien, porque desayuno con apetito: un huevo cocido, bacon, salchichitas, una rodaja de naranja dulce y dos de pomelo rosa, todo bajado a bodega por dos tazas de un excelente té de menta. Y tengo además suerte con el taxista, un hamburgués casado con una brasileña, vivió tres años en Brasil y hablamos en portuguésy de fútbol, claro está. Es tan joven que tengo que contarle en detalle cómo sucedió el maracanazo, y me dice que ahora entiende el trauma. Y tanto.

 

En el tren, el asiento de al lado lo ocupa una mujer de unos 30 años, vagamente atractiva pero tan, tan resfriada, que al contestar a mi saludo cuando me siento me mira con ojos suplicantes, como diciéndome “Por favor, no se le ocurra darme conversación, no estoy en condiciones para ello”. Y se abisma en su lectura, y yo en la mía: concluyo de leer en este viaje El secreto encanto de la KGB, una apasionante indagación histórica de Marjorie sobre el espía soviético que sería «uno de los mejores funcionarios en la historia diplomática de Costa Rica». Y tanto, como que llegó hasta embajador de Camaralentolandia en Belgrado y en Roma, y fue recibido no menos de quince veces, en audiencia privada, por el papa Pacelli, el gran espantapájaros del catolicismo de posguerra, aquel a quien Hochhuth desenmascaró en El vicario.

 

Weiß/Colonia, 16.3.

Acojonante el cagazo que se han agarrado en todas las redacciones con el ukase de Quino S.L. [y de lo más limitada] decretando que “el” (¿?) cumpleaños de Mafalda será en el 2014. Es algo de mear y no echar gota. Porque si en el 2014 cumple años es evidente que también en el 2013 y en el 2012, y así podemos ir retrocediendo hasta el 1964, cuando se publicó la primera tira, pero Mafalda ya tiene un par de añitos en ella, así que no vale decir, como decreta el decreto, que «Cualquier otro cálculo de cumpleaños es incorrecto». ¡Lo que nos faltaba, la corrección como parámetro para festejar a Mafalda! ¡Y decretada por Quino!  Conclusión políticamente correcta por mi parte: El señor don Joaquín Lavado no te merece, Mafalda, de a devras.

 

Weiß/Colonia, 17.3.

Diny preparó para la cena filetes de ternera a la parrilla. Con ensalada mixta para ella y unos espárragos peruanos para mí. Mientras comemos, aquello que los críticos taurinos calificaban como “división de opiniones”. Ocurre cuando le digo que Anahí y yo estamos celestineando el emparejamiento de nuestro Henri con su Sofía, que nació el pasado 11 de enero, y Diny alega que Henri no es precioso, como dice Anahí, sino simplemente gracioso, simpático, que el que era guapo de nuestros cuatro nietos, era Paul. Discuto con ella, porque a mí Henri me parece bien hermoso, y además, si bien creo que Diny tiene razón, aún más creo que ya tiene celos de Sofía. ¡No puede ser que venga una piba porteña recién nacida a quitarle el novio, carajo!

 

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