Home Mientras tanto De mi Diario : Semana 13 / 2010

De mi Diario : Semana 13 / 2010

Weiß/Colonia, 28.3. (1)

Domingo de Ramos, nos despertamos con horario de verano y cielo encapotado, y recordando el epigrama de Heine: «En Hamburgo, el verano es un invierno pintado de verde». La mañana dedicada a poner al día mi correo, luego almuerzo, siesta, y después vamos a casa de Montse, café y torta con motivo del cumpleaños de nuestro yerno. Apenas llegado me apropio de Henri; sentado sobre mi muslo izquierdo otea el panorama familiar como un pequeño Buda, está gordo este cabrón. Cuando Montse aventura que al paso que crece, pronto se pondrá a gatear, Frank le retruca escueto: «Más bien a rodar». Otrosí : Oskar, que no pierde ripio y anda de vacaciones pascuales, ya se autoinvitó a pasar unos días en nuestra casa la semana que viene. Bendito sea.

 

Weiß/Colonia, 28.3. (2)

Mail de ayer, de Rolando : «What have I done to deserve this? ¿Qué he hecho yo para merecer ésto? Sábado y muy temprano al campus para recoger los cuentos que les he asignado a los estudiantes. Salgo del edificio y me topo con un policía universitario. Cuando yo era estudiante, había un policía sin pistola, pasaba los días en su garita y a las cinco de la tarde a su casa hasta las ocho de la mañana el día siguiente. Ahora hay un departamento de policía con cincuenta y pico todos armados, y patrullan las 24 horas del día. Quiere saber qué ando haciendo yo en el campus a las seis y media de la mañana y me pide mi identificación. Se la muestro. Pienso que mi carro lleva la etiqueta universitaria numerada, además que él bien pudo haber identificado el carro por las placas del Estado. Me informa que se robaron cuatro laptops en nuestro edificio el miércoles por la noche. Le digo que no es la primera vez que se roban compus en nuestro edificio. En su mano lleva un aparatito electrónico. Lee y me dice «Soy originario de Minnesota y su apellido [Hinojosa] es finlandés, ¿verdad?» Le respondo que sí y el pobre sonríe y dice: «Lo sabía. Have a good day”. En el ejército, muchos creían que mi apellido era japonés».

 

Weiß/Colonia, 29.3.

Desde Madrid me mandó Pilar Reyes –¡tan generosa!– un paquete con varios de los últimos libros que ha editado Santillana, entre ellos el también último (por ahora) de mi querido Héctor, Traiciones de la memoria. Comienzo a leer su prólogo y a la primera frase entro en clinch con él: «Cuando uno sufre de esa forma tan peculiar de la brutalidad que es la mala memoria», y ya no sigo de momento, anoto febrilmente: «¿Y qué tal cuando se sufre de esa otra forma tan peculiar de la brutalidad que es la buena memoria, que es mi maldición?»  Sí, carajo, ¿qué tal cuando casi no se te despinta nada del velo pintado que quienes vivimos llamamos Vida (esa cita de Shelley por Somerset Maugham que se me quedó grabada desde que lei The Painted Veil allá por 1957), qué tal cuando no se te desprende de la pituitaria el olor de tu padre al darle el que no sabías que iba a ser vuestro último abrazo (mayo 1978 en el aeropuerto de Sevilla), qué tal cuando recuerdas sin pausa el tajo harakiri que le diste a tu vida en 1987 (casi sin pestañear), qué tal que siempre, como en un aleph portátil que te acompaña sin pausa, tengas presente[s] todas tus glorias o miserias, o al menos retornables al primer plano de la pantalla interna con tan sólo cliquear mentalmente unas palabras (Venecia, El holandés errante, San José de CR y La estación de fiebre, un crepúsculo en los jardines del muelle de Huelva, otro en Las Vistillas con  Tomás Segovia, el Mar del Norte congelado y mis hijos corriendo sobre las olas detenidas, “Qedeshim Qedeshoth”, la frase «Para mí no hay más vicio en esta vida que tus correos», Diana Damrau cantando en el estadio de Múnich el “Glitter and be gay” del Candide de Bernstein, la sonrisa desafiante de Wendy Hiller en Pygmalion y la fiereza de Jennifer Ehle rechazando a Mr. Darcy en Pride & Prejudice, un ronroneo que tan sólo he oído en sueños, el abrazo de Rolando al despedirse por no sé cuánta vez de nuestra casa, Esther mirando desde mi ventana lo que para mí significa la muerte)…? ¿qué tal cuando tu memoria es una fábrica que está trabajando 24 horas cada uno de los 365 días del año, y hasta 366 los bisiestos? ¿qué tal, Héctor querido?  Pero al final me reconcilio con él cuando llego a la página 206 y descubro una cosa que no sabía, que los dos coincidimos en el amor por la música de Shostakovich. Mañana, mientras desayuno, pondré a todo volumen la “Leningrado”. A ver si me la escucha en Medellín.

 

Weiß/Colonia, 30.3.

No pasa un solo día sin que salgan a flote nuevos escándalos de abusos deshonestos, incluso de violaciones, por parte de sacerdotes y hasta de monjas, y la Iglesia católica se defiende como gato panza arriba echando mano a todos los argumentos posibles. Pero, fatalmente, los hechos conducen al decreto “De delictis gravioribus”, emitido por la Congregación de la Santa Fe en el año 2001 y firmado por el cardenal Ratzinger. Decreto que obligaba a los obispos comunicar a Roma (bajo “secretum pontificium”, el más alto grado de secreto después del de confesión) todos los casos de abusos de menores, reservándose la Congregación el establecimiento de las sanciones correspondientes.

De lo que a su vez se deduce: a) Ratzinger se pasó por el arco del triunfo el canon 22 del Derecho Canónico, que reconoce la jurisdicción del Estado en materia tan penable; b) Ratzinger tiene que estar up to date por lo que se refiere al escándalo, al menos hasta que lo entronizaron como Papa; y c) si no lo estuviera, fue un fracaso como capo de la Congregación. En medio de este escándalo, una nota irónica: el arzobispo de Colonia encargó del seguimiento del tema, en esta diócesis, al canónigo catedralicio Norbert Trippen. Y bueno, el diccionario de la RALE define la gonorrea como “fluido mucoso de la uretra”, y en alemán, idioma tan taxativo para todo, ese fluir específico es “trippen” (la gonorrea se llama Tripper). Colonia gasta estas bromas. El preboste más famoso de su catedral, muy querido en la ciudad por su campechanía y humor, se llamaba Ketzer, lo que en alemán significa lisa y llanamente “hereje”. Una calle junto a la estación principal lleva su nombre. Casi cada vez que paso por ella y leo su letrero, me sorprende de nuevo y me hace reír: Domprobst-Ketzer-Strasse.

 

Weiß/Colonia, 31.3, primeras horas de la noche

Probablemente necesitaba toda esta cantidad de whisky para empezar a entendentir o sentender (es difícil nombrar el estado simultáneo de entendimiento y sentimiento) a un Bruckner dirigido por Günter Wand. Creía conocerlo bien a Bruckner, gracias a Celibidache, pero Wand abre una puerta que estaba oculta en la pared (esa “tercera puerta” de que él hablaba), y así, del Elíseo de Celibidache (subrayado tantas veces por sus gritos orgiásticos, orgasmáticos, lógicos porque las suyas eran todas grabaciones en vivo y el viejo no se contenía, como tampoco las tenistas en un match de poder a poder), de ese Elíseo de Celibidache, al diáfano y severo Purgatorio de Wand. Un whisky más, las noticias, y a la cama.

 

Weiß/Colonia, 31.3. (1)

Recogido en el blog de Ignacio Ruiz Quintano, Salmonetes Ya No Nos Quedan, una reflexión de George Steiner en su libro de ensayos Pasión intacta :
«PARADOJAS
Sólo conozco una representación icónica de las paradojas Es un cuadro de un maestro flamenco anónimo de estilo tardomedieval: en la pared del fondo de la humilde vivienda de María, en el momento de la Anunciación, distinguimos una cruz con el Cristo crucificado».

 

Weiß/Colonia, 31.3. (2)

Laetitia (que estaba con nosotros –Diny, María Luisa, Tomás– aquella inolvidable puesta de sol  en Las Vistillas) me escribe desde el D.F.ectuoso: «Los recuerdos dolorosos, al menos son recuerdos y ya pasaron: espero que a pesar de tu excelente memoria, que es envidable, puedas hacer una selección natural desde tus sensaciones, y cada vez que venga un recuerdo doloroso, no le des tiempo de permanecer más de un segundo, mándalo a volar». A lo cual le contesto: «Ya, ya, mándalo a volar. ¿Y cómo, si tiene las alas rotas, como me pasa en muchos casos?  No, Laeti, ya lo tengo asumido, que cada palo aguante su vela, y la mía es de mucho trapo».

 

Weiß/Colonia, 1°.4. (1)

En mi agenda, todo en mayúsculas (lo que tanto repudio como medio expresivo), y además en rojo y en gorditas, reza con esta fecha: MES DEDICADO A LA LECTURA. Pues a ver si es verdad, porque tengo delante tarea de sobra. La obra completa de Miguel Hernández, y una lectura comparada del Bomarzo de Mujica Laínez y el Paradiso de Lezama Lima (para dos conferencias respectivas que debo dar en octubre, pero el tiempo vuela más de prisa de lo que uno quiere), repasar Mark Twain con motivo del centenario de su muerte, y releer Poema del otoño y otros poemas, de Rubén Darío, en el centenario de su publicación (y tratar de detectar si Darío me sigue sin decir casi nada como poeta), y amén de todo eso, por si fuera poco, varios libros para reseñas –entre ellos el último, póstumo, de Cabrera Infante– y un par de relecturas que siento urgentes en vista de la mucha, demasiada basura que me veo obligado a leer para fines crematísticos y mercenarios. Last but not least, tengo no pocos compromisos ineludibles por razones de amistad. Y Rosario Tijeras, que se la debo a Jorge. 

 

Weiß/Colonia, 2.4., primera hora del día

Ah, el ensayo cinematográfico de Peter Greenaway sobre la “Ronda nocturna” de Rembrandt, Rembrandt’s J’accuse, qué deslumbramiento indescriptible, hay que verlo, sencillamente hay que verlo. Greenaway no hace pelis convencionales y su ego es del tamaño de la Argentina (incluyendo los territorios antárticos), pero cuando da en el blanco, hasta la diana se queda como vibrando igual que un diapasón. Esta historia de desvelamiento y acusación de un crimen, presuntamente narrada more críptico en el más célebre cuadro de Rembrandt, es de veras algo portentoso, y es además, de manera literal, algo nunca visto. Hasta que lo vio Greenaway y se lo hace ver a los felices espectadores.

 

Weiß/Colonia, 2.4. (1)

Oskar, que llegó ayer a media tarde y vivaqueará en el Camping Bada Hansen hasta mañana, anunció durante el desayuno su inexorable decisión de quedarse todo el día en pijama. «La manzana no cae lejos del árbol», comenta Diny. Es el refrán alemán espejo de los españoles “De tal palo, tal astilla” o “De casta le viene al galgo”, pero Oskar no conoce la expresión, y Diny se la explica en base al ejemplo del abuelo Ricardo. Luego, a media tarde de hoy, cuando despierto de la siesta, una hermosa sorpresa, y es que ha llegado Montse con Henri. Salió a dar un paseo con el cochecito y se vino a nuestra casa despacito y con buena letra, unos 20’ de camino. Como es la primera visita que nos hace Henri, resulta una pequeña fiesta improvisada. Diny saca unas viejas fotos de Pauli cuando tenía un año, y en verdad que Henri se parece  mucho más a él que a Oskar. Así como también se parece mucho a mí, cuando yo era bebe, hay una foto que lo documenta casi de manera facsímil. Sí, las manzanas no caen lejos del árbol.

 

Weiß/Colonia, 2.4. (2)

Un amigo paisa y masoca leyó en fronterad mi texto sobre el hilo de Ariadna y me escribe: «Borges hizo una recreación de este mito en su cuento “La casa de Asterión”. No lo recuerdo mucho ahora, pero me parece que en él Minotauro no es un monstruo, o al menos él no lo sabe. La casa que habita tiene una infinidad de cuartos que Asterión intenta recorrer durante su vida. No me viene mucho más a la memoria porque no es cuento de los más celebrados del escritor».  Le contesto: «El hilo de Ariadna tiene una larga tradición literaria (Lope, Calderón, Nietzsche, Kazantzakis, Gide, Butor), así como operística (Monteverdi, Massenet, Milhaud qué curioso, todos son compositores cuyos nombres comienzan con la misma letra que el Minotauro, es una coincidencia que le hubiese divertido a Borges)».

 

Weiß/Colonia, 3.4. (1)

Me paso un buen rato reflexionando sobre la foto que tengo delante. Pertenece al catálogo de una exposición de hallazgos arqueológicos en esta comarca. Muestra el esqueleto de un perro al que su amo debió de querer mucho, porque no quiso enterrarlo extramuros (como obligaba la ley) sino que le dio sepultura al pie del lado interior de la muralla, acá en Colonia, hace dos mil años. Y al enterrarlo le puso debajo del cuerpo una piel donde reposara, y le dejó entre las patas delanteras una costosa jarra, para que pudiera beber en su peregrinaje al reino de Plutón. Pucha que debió de quererlo ese amo. ¡Y cómo será de novelera la gente que una revista ha lanzado la idea de que este perro no puede quedarse sin un nombre!  Tres son las propuestas: Ferox, Tigris y Celer (el veloz). Pero ¿y si su amo hubiera sido uno de aquellos legionarios de la Bética a los que Roma les dio tierras en la Renania, para afianzar la frontera del Imperio frente a las hordas germánicas? ¿y si se hubiese traido el perro de las orillas del Guadalquivir a las del Rhin? ¿y si el perro se hubiera llamado Cipión, o Berganza? ¿ah?

 

Weiß/Colonia, 3.4. (2)

He estado tres días sin salir de casa, el único ejercicio que hice fueron los 15’ diarios montando a Kate, mi bici fija. Hoy salgo con la otra a hacer unas compras en el supermercado, y me noto desentrenado para este pedaleo distinto al aire libre. Y lo peor es que volver a casa y subir a nuestro piso, cargando con dos bolsas pesadas, de repente, siento un tirón doloroso en la cadera izquierda. Tengo que apretar los dientes y me muevo como si me hubiese coceado el caballo de Atila. Diny me pregunta qué me pasa y le digo espontáneamente que me quiero morir de una maldita vez, estoy harto de las sevicias de mi cuerpo. Diny se echa a reír: «¿Morirte tú? ¡Pero si nos vas a enterrar a todos! 

Vamos, vamos, yerba mala nunca muere». No es la primera persona que me lo asegura. Al parecer hay un consenso botánico-moral unánime acerca de mi persona.

 

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