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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 16 / 2010

De mi Diario : Semana 16 / 2010


Weiß/Colonia, 18.4.

Mis conocimientos sobre historia de la pintura son limitados. No sé quién inventó el género de los bodegones, esos milagros que sólo una mente enfermiza –la francesa– pudo taxidermizar llamándolos “naturalezas muertas”. Pero sí sé que fueron los neerlandeses quienes llevaron el bodegón a la cumbre de las bellas artes en el siglo XVIII. Intuyo el por qué. Las neerlandesas son maestras en el arte de componer bodegones sin saberlo, y cuando sus maridos eran pintores se aprovechaban de semejante cualidad innata. Lo sé por ciertas sensaciones que me asaltan a veces al llegar a casa y, de pronto, por ejemplo hoy, en la mesita baja del recibidor, junto a un fragmento de la raíz de un árbol que recogí hace años en la orilla del Rhin (y donde se posan un par de pajarillos de porcelana y cerámica), ver una fuente de vidrio verde con media docena de manzanas, formando todo ello un conjunto que me hace pensar espontáneamente: «Cézanne».

 

Weiß/Colonia, 19.4. (1)

La sesión de linfodrenaje con Frau Schumacher nos acerca mucho como seres humanos, más que como fisioterapeuta y paciente. Me entero, por ejemplo, de que es polaca (nadie lo diría oyéndola hablar un alemán de Hannover, que es el equivalente del castellano de Valladolid), y que llegó a este país, al que no quería venir pero se la trajo su familia, en 1980, cuando tenía 20 años. Y cómo, una vez asumido el hecho de desterrarse de su querida Masuria, decidió que iba a aprender alemán al 100%, y a fe mía que lo consiguió. Yo, cuando me cuenta de Masuria, le  hablo de que aprendí ese nombre en mi bachillerato (la batalla de los Lagos Masurianos, en la Iª Guerra Mundial, donde Hindeburg se convirtió en un héroe nacional), y que después me la he encontrado de nuevo en la literatura, primero con La vida sencilla de Ernst Wiechert, leída aún en España, antes de emigrar acá, y luego, ya acá, en Alemania, con So zärtlich war Suleyken [=Tan dulce era Suleyken], el libro de cuentos de Siegfried Lenz. Ninguno de los dos le dice nada, porque entonces ella era polaca y la literatura alemana no gozaba del favor del régimen, sobre todo si tenía por escenario lo que en la nomenclatura alemana continuaba siendo Prusia Oriental. Al final, lo cierto es que hoy me dedicó una hora larga de tratamiento (en vez de la ½ recetada) porque su siguiente paciente no apareció, y al despedirnos me dijo que iba a tratar de linfodrenarme en las seis nuevas sesiones que me restan, de tal modo que pueda volar a España el 2 de mayo. ¿Y éso, Frau Schumacher?  Mire, su pierna derecha me inspira serios cuidados, si nota que se empieza a poner roja, llame enseguida a su médico, puede ser una inflamación, y en ese caso sería contraproducente que volase. He salido de la consulta con el ánimo por los suelos. Pero agradeciéndole su franqueza y, por qué no decirlo, esa muestra implícita de una simpatía subliminal.

 

Weiß/Colonia, 19.4. (2)

Ojeroso, obnubilado, semiparalizado por una sensación de impotencia ante la tenaz resistencia de mi cuerpo a la salud, acudo a las 3 pm a lo de Montse, para cuidar de Henri mientras ella va al médico para que revisen la salud de Oskar (uno de los exámenes periódicos a los que deben someterse los escolares alemanes). Henri duerme el sueño de los justos, pero sólo hasta las 3.50 pm, y a partir de ahí cero cochecito, lo que quiere es que su abuelo lo tenga en brazos. Y cómo negarse a una tan persuasiva argumentación cual es su inconsolable llanto

 

Weiß/Colonia, 19.4. (3)

Graciela, en Córdoba/Argentina, y Esteban Carlos, en Medellín/Colombia, quedaron fascinados por lo que conté del pan frito y quieren saber más de él. Y bueno, la receta es bien sencilla. Diny lo hace con lonchas de pan de molde (el que se usa para las tostadas), les recorta con una tijera de cocina los bordes, los corta con la misma tijera en tres o cuatro tiras, y esas tiras, a su vez, las corta en cuatro, cinco o seis pedacitos (los espesores y dimensiones dependen de cada consumidor), que va friendo en la sartén, por ambos lados, bien entendido que el sabor será tanto más rico cuanto más buena sea el aceite con que se fríe. No hay ningún misterio. Y por lo que refiere a otro comentario de Graciela, a que La Maga y Mick Jagger se habrían entendido, pues sí, quién sabe, a lo mejor, o mejor dicho, a lo peor: una mala hora la tiene cualquiera.

 

Weiß/Colonia, 20.4. (1)

En el diario de hoy una esquela, la de Elisabeth Wassermeyer, fallecida el 1° de este mes a la edad de 93 años. En la esquela sólo aparecen su nombre, las fechas que enmarcan su vida, y un texto en castellano que incluye cuatro faltas de ortografía y la ausencia de una “r”. Dice así: «No son muertos los que en paz descanzan bajo la tierra fria. Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavia. Amo eterno. Raul». Ni corto ni perezoso, programo la frase “muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía” en la ventanilla de busca de mi amiga Miss Sabelotodo Google y vengo a descubrir que pertenece a un poema de autoría en entredicho, he registrado su adjudicación al menos a nueve poetas (entre ellos incluso Larra, qué disparate). Lo más seguro es que sea de un vate colombiano, de Popayán, del siglo XIX, Antonio Muñoz Feijoó, nacido en 1851 y muerto joven, a los 39 años. Pero el intercambio de correspondencia sobre el tema es tan divertido de leer como un acertijo.

 

Weiß/Colonia, 20.4. (2)

Pasan por el canal Arte una nueva serie viajera de Sarah Wiener, la cocinera austríaca. Estos diez capítulos, dos semanas de lunes a viernes, están dedicados a la gastronomía en los Alpes. Hoy le tocó el turno a la Saboya francesa y fue fascinante porque como de lo que se trata es de que sea ella, Sarah, la que aporte personalmente los materiales para cocinar los platos típicos del lugar, en esta oportunidad pudimos ver en primera fila el funcionamiento de un criadero de caracoles y la caza de una gamuza. Y ah, esas empanadas saboyanas de acelga y caracoles es algo que a Diny le ha llamado la atención poderosamente, ojalá le dé la ventolera por probar a hacerlas, deben de ser un manjar de los dioses. Porque lo de salir a cazar una gamuza, en estas llanuras renanas, lo veo harto más problemático. Aunque ese estofado también debe de ser una Delikatesse de la gran flauta. Traversera o dulce, no sé, tanto no entiendo de música.

 

Weiß/Colonia, 21.4. (1)

Gran sesión de linfodrenaje, positiva en todos los sentidos. Esta Frau Schumacher, además de sus manos de hada, posee una capacidad de conexión conmigo que es un poco el resultado de dos singularidades asimétricas. Ella, polaca, católica, que no quería venir a vivir en Alemania. Yo, español, agnóstico, que me extraterré (¿?) expresamente a Alemania. Pero las experiencias que nos intercambiamos, como los niños canjean cromos cuando los andan coleccionando para sus álbumes, son tan similares En resumen, ese clima de química personal funcionando, y sus indudables dotes como fisioterapeuta, me hacen mucho bien. Quedan cinco sesiones, y espero que al final de ellas no haya ningún problema que me impida volar a España el 2 de mayo.

 

Weiß/Colonia, 21.4. (2)

Mi amigo A*** está metido en la puesta al día de una guía de viajes, alemana, sobre Cataluña, y la redacción de la editorial le ha pedido que incluya un artículo sobre la fiesta brava, que en tierras del bon seny quieren prohibir. A*** me pregunta qué pienso al respecto. Y se lo digo :

«Querido A***, no he seguido el tema de la polémica sobre la supresión de las corridas de toros en Cataluña porque no puedo (ni me gusta) perder el tiempo con la imbecilidad nacionalista. El nacionalismo es una metástasis del espíritu, y en el caso del catalán lo es más todavía, porque implica la imbecilidad suprema de la automutilación: con tal de ser catalanes, hasta se quieren autoextirpar el bilingüismo. Es tan cretina semejante actitud que sólo se la puede enfrentar con el desprecio más absoluto. Y lo de suprimir las corridas de toros no es por amor a los animales o por horror a la sangre en la arena, sino sencillamente porque las corridas de toros no «son» catalanas. Que se vayan a tomar por culo (a condición de que no les guste), manada de imbéciles. Perdona mis exabruptos y que te escriba en español (perdón: castellano) pero es que siempre recuerdo aquello que decía Flaubert, que podía soportarlo todo, menos la estupidez humana. Y lo que dijo Einstein: que la estupidez humana y el espacio carecen de límites, haciendo la salvedad de que en el caso del espacio no estaba completamente seguro».

 

Weiß/Colonia, 21.4. (3)

La queridísima ‘Eleni me ha comentado desde Atenas mi texto sobre el minotauro y el laberinto de Creta: «Admiro tu capacidad de ponerte con un mito tan complicado, y examinar tantos aspectos inverosímiles en él. Pero no la comprendo, y permíteme esa incapacidad mía. ¿Te pondrías a analizar el milagro de los peces de Jesús Cristo [sic] o la resurrección de Lázaro, y más cosas semejantes? Lo bonito de la mitología está en su inverosimilitud, en esos extremos de la imaginación cuando no existía tal vez la palabra racionalismo. Para mí ha sido un ejercicio de un hombre occidental, cuyo valor consiste en su meticulosidad, pero no entiendo por qué has sentido la necesidad de hacerlo. Disculpa mi ignorancia».

Le contesto que no hay tal ignorancia suya a disculpar, sino osadía mía en tratar de comprender. Y que lo menos que habría podido imaginarme es que tan justamente una griega, ¡traductora de Borges y Cortázar!, no entendiese de qué iba mi texto. Le digo también que yo no creo que los mitos sean inverosímiles, sino todo lo contrario; ni anteriores al racionalismo, sino fundadores del mismo. Los mitos me parecen explicaciones que tratan de ser lo más verosímiles y racionales posibles, aunque en una escala superior a lo humano. Y desde luego que mi ejercicio ha sido en este caso el de un hombre occidental, pero no sólo jamás he negado serlo, sino que además me negaría, defendiéndome como gato panza arriba, a ser otra cosa. Last but not least, si no queda claro, leyendo mi texto, por qué sentí la necesidad de hacerlo, debe de ser porque como escritor gratuito, cuando escribo ex abundantia cordis, soy un absoluto fracaso. Pero eso ya lo sabía. Para lo único que me vale saber escribir es para hacerlo por encargo y contra pago. Y menos mal. Porque de eso vivo.

 

Weiß/Colonia, 22.4.

Rolando me escribe sacando de la chistera, como un prestidigitador, una teoría revolucionaria: «Hace tiempo que se me desmoronó mi Cuyás, lo había comprado durante mis primeros estudios universitarios. (Bueno, eso de comprar comprar no es correcto: como veterano con tres años y pico de servicio, me correspondían 48 meses de estudios con matrícula, libros, lápices, plumas, papel, en fin, todo lo necesario cada semestre además de mis 75 dólares mensuales). Me sirvió mucho mi Cuyás y me acompañó por más de 45 años hasta que las páginas se caían de por sí. Me acordé que le había regalado uno a mi hermana Clarissa y cuando fui a visitarla la semana pasada le pregunté por el Cuyás. Me señaló donde estaba y  fui por él.  Esta edición es de los 60. Lo primero que busqué fue la palabra hoque. Mis conciudadanos tienen mil y una teorías de la procedencia de OK; de mi parte, creo que okay es un préstamo lingüístico de hoque: trato hecho». Hoque. La primera vez que lo veo escrito. Pero como ancestro de OK se le ve un cierto aire de familia. Vamos, diría yo, aunque la verdad es que soy muy mal fisonomista. (Pésimo sería más exacto: suelo decir que si reconozco a Diny es porque la veo todos los días).

 

Weiß/Colonia, 23.4., primera hora de la noche

Cerré temprano esta noche mi estafeta, para poder empezar con la lectura de Cuerpos divinos, el libro póstumo de Guillermo Cabrera Infante, y ver de avanzar lo máximo posible. Pero hice una pausa a las 0.35 am para ver (mejor: oír) el comienzo de The Shoes of the Fisherman. Y es que la música de sus títulos de créditos fue la que compuso Alex North para 2001:Odisea del espacio, pero Kubrik la rechazó a cambio de los 54” iniciales del Also sprach Zarathustra, de mi tocayo Richard Strauss. Eso fue en 1968. Ocho años antes, en 1960, yo había usado ya esos 54” como música de fondo para los créditos de Con las manos manchadas, un cortometraje argumental de un cineasta aficionado de Huelva, Gregorio Fidalgo, el inolvidable y malogrado Potoco, y en el I Festival de Cine Amateur de nuestra ciudad natal, ese mismo año, la banda sonora de la peli me hizo ganar el primer Colón de Oro que se haya concedido en la historia cinematográfica onubense.

La estatuilla está encima del armario de nuestro salón, acá en Colonia, y cada vez que mi mirada se tropieza con ella, recuerdo la primera vez que vi la peli de Kubrik, también acá en Colonia, y que cuando empezaron los títulos de crédito, a los que yo no daba créditos era a mis oídos, hasta que mi nobleza de carácter me hizo pensar en Stanley y decirle para mis adentros: «Colegaaaa» (a la par que alzaba el puño derecho con el pulgar hacia arriba).

 

Weiß/Colonia, 23.4. (1)

Cuarta sesión de linfodrenaje, y nos la pasamos todo el tiempo platicando, la Frau Schumacher y yo. El alivio, al cabo de tres cuartos de hora, es palpable. Tan palpable que ya puedo volver a sentir los tobillos del pie derecho al puro tacto. La fisioterapia no sé si le ha hecho merecer, ya, algún Premio Nobel de Medicina a quienes la inventaron, pero caso de que no, sería como con Borges y el de Literatura que nunca le concedieron. Enter.

 

Weiß/Colonia, 23.4. (2)

Cada vez que regreso a casa, me paso un rato seleccionando pétalos del magnolio que hay al final de la rampa que es nuestra salida a la calle. Recojo los más bellos que encuentro regados en el suelo y los coloco sobre las pilas de libros que hay en mi cuarto de trabajo, en esta leonera. Y no sé por qué lo hago, porque al día siguiente están del color de la más corrosiva herrumbre. Se me ocurre pensar si no será que me los traigo como un memento mori, y puede que no ande tan desencaminado.

 

Weiß/Colonia, 24.4.

El otro día, al despedirme en un  e-mail de mi Annuchka querida, lo hice enviándole un beso de varias docenas de besotones. Me gustó la invención, así es que la perfeccioné (limándole lo hiperbólico) y la repetí con otras amigas, y hete aquí que algunas erraron el significado y decidieron despedirse de mí con “besotones”. Es evidente que no captaron que el besotón no es una variedad del beso, como el besito, el besazo, el besototote o el bexo, sino tan sólo la unidad de medida de la intensidad osculatoriasin ir más lejos, como añadiría -tras una medida pausa- el impertérrito locutor de Les Luthiers.

[No es la primera unidad de medida que invento, me basta buscar en el archivo la glosa que escribí para mis emisiones en la Radio Deutsche Welle, durante los primeros meses de la guerra en Afganistán, y donde dije así:

«Los últimos bombardeos han puesto a los profesionales de la información en un tremendo aprieto: tener que valorar los datos que les suministraban en función de unos criterios que sólo permiten, en el mejor de los casos, calcular a ojo de buen cubero. Los comunicados de prensa, los vídeos y el famoso briefing cotidiano, su principal manantial informativo, más bien se caracterizaron por la desinformación. Ahora bien: ¿en qué medida desinformaban?  He aquí la fórmula rigurosamente científica que permite calibrar y medir ese grado de desinformación. Sencillamente basta con basarse en el número de cifras manejado en el comunicado de prensa, sumándole luego el contingente alícuota de las cifras manejadas en la conferencia de prensa que sigue, y detrayéndole más luego la correspondiente multiplicación de las cifras dadas a conocer por el enemigo en torno al mismo combate ; y todo ello dividido por el exponencial logarítmico del componente dialectal (galés) del portavoz de la NATO, una vez deducido el coeficiente llamado «Tío Paco el de la rebaja», del ministro Rambosfeld, ± la raíz cuadrada de la luenga barba de Ossama bin Laden. El resultado es una cifra que se expresa en pentagones, pues a la unidad de medida de la desinformación le he bautizado, con absoluta consecuencia, con el ilustrativo nombre de pentagón, que así se une a la gloriosa familia del vatio, del ohmnio, del faradio, del amperio y del voltio. [[Medida pausa]] Sin ir más lejos»].

En el besotonaje, el beso de 10 besotones, la escala más alta, es aquel cuya intensidad

y placer se corresponden con los del grado inmediatamente inferior a la muerte chiquita (=orgasmo), y a partir de ahí desciende la intensidad hasta el beso de 1 besotón, que es el intercambiado de un modo meramente protocolar, y por regla general a 1 cm de distancia de la mejilla del dizque besado. Inútil decir que lo más aproximado al beso de 10 besotones es el bexo. Pero en distinta clase de labios.

 

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