Home Mientras tanto De mi Diario : Semana 16 / 2011

De mi Diario : Semana 16 / 2011

Weiß/Colonia, 17.4.

Dolor en mis encías mártires desde antes del desayuno, pero sobre todo después de abrir el suplemento de La Jornada con mi artículo sobre Orwell: han publicado en abril lo que estaba escrito para julio y el suplemento dedicado a la guerra civil; las dos primeras frases del primer párrafo bastarían para documentar mi alzhéimer. Ay Diny se va a darle de comer a Meggie en lo de Montse. Yo me quedo a solas con el “Miserere” de Eslava, que suelo oír casi a diario durante la semana santa: el glorioso Amplius, en la voz de Diego Romero acompañado de la Coral de Valverde del Camino, me hace olvidar el dolor. La música como divina terapia. Pero el dolor es tenaz, se niega a abandonar mi cráneo. No estoy en condiciones sino de despachar correspondencia como esas máquinas automáticas de los Correos modernos. Lo jodido del caso es que tengo hecha mentalmente la reseña del libro que debo entregar mañana, pero no logro hilvanarla. Y lo único que me alivia por la noche es una policial inglesa de la serie del DI Lewis, en Oxford. Un caso interesante. Entre bastidores, durante una representación de El mercader de Venecia, matan a Shylock, y Lewis interroga a la directora, que hace algún tiempo mantuvo una relación amorosa con ese actor, bastante mujeriego: «¿Ha tenido usted también muchos amoríos?» Y ella: «(Mirándolo como si llegase desde el siglo XIX, si no antes, por el túnel del tiempo:) ¡Estamos en Oxford! (Tras una pausa:) Digamos que el promedio normal». Y de la manera como lo dice, a uno le dan unas ganas locas de ir ipso fuckto a matricularse en Oxford.

 

Weiß/Colonia, 18.4. (1)

No eran los puntos que me tenían que sacar, yo entendí mal, eso será el jueves, y lo hará mi dentista, acá en el pueblo. Hoy, el cirujano sólo quería ver en qué estado de cicatrización se encuentran las heridas, preguntarme cómo pasé los tres días anteriores y ponerme una pomada antiinfecciosa en las encías. En suma, añadir otro ítem a su factura, a la que se añadirá la de mi dentista al sacarme los puntos. Como soy paciente privado, se me considera desde un punto de vista idéntico al que en los tambos evalúan a las vacas: una especie ordeñable.

 

Weiß/Colonia, 18.4. (3)

Me escribe Rolando acerca de «lo que cierta gente se lleva en ese viaje [la muerte] sin  rumbo, por ej. Bernard Schwarz (a) Tony Curtis. Me lo sepultaron con su sombrero Stetson, un carrito modelo de su auto Trans-Am, una bufanda Armani, un I-Phone, una valijita con fotos y cartas, guantes, dinero, zapatitos de su nieto Nicholas, dos relojes, siete paquetes de Splenda, y piedras que coleccionaba. Bueno [añade Rolando], no se comparará con lo que se llevó Tutankhamon, pero en aquellos tiempos no había aduanas, que digamos».
[Addenda el 19.: «Ah, se me olvidó lo siguiente in re Tony C. Una novela (bueno, un novelón del siglo 20 pero del tamaño de las que se escribían en el l9). Se trata de Anthony Adverse, de Hervey Allen; muy popular en su tiempo. Tony tomó ese nombre porque era su novela favorita». Le contesto: «Leí Anthony Adverse cuando tenía quince años, o menos, y no recuerdo nada de ella. Más recuerdo la peli, con Olivia de Havilland». Y luego, buscando un enlace para hacer un hipervínculo en mi blog, descubro que la música de la peli es de nadie menos que Korngold].

 

Weiß/Colonia, 19.4. (1)

Salimos de La Modicana y de pronto me doy cuenta de que Carlitos se ha parado. Lo miro y le pregunto con la mirada, y me dice: «El silencio de una calle de pueblo al mediodía». Es verdad, todavía quedan un par de cosas que valen la pena. Como este silencio.

 

Weiß/Colonia, 19.4. (2)

Acabo de hacer una curiosa observación. Entre los amigos que se comunican diariamente conmigo enviándome anexos de todo tipo, uno de ellos se cuenta entre los mejores poetas visuales de nuestro idioma. Y de sus envios, nueve de cada diez son visuales, nada de textos. Ya lo dijo Marx: «Das Sein bestimmt das Bewusstsein». ¿Cómo lo habrán traducido al español?

 

Weiß/Colonia, 19.4. (3)

Me llega el número de abril de Nexos, y al ladito de la columna de Ángeles aparecen las bases del premio internacional de ensayo Isabel Polanco, con una cláusula brutalmente leonina. Dice así: «Se entregará un único premio, indivisible, de 100.000 USD, de los que se detraerán los impuestos que fueran aplicables según la legislación mexicana y la publicación de la obra en el sello Taurus». Carajo, es mucha detracción esa: resulta que  la publicación de la obra también es perceptora de impuestos. ¿O será que falta una coma después de “mexicana”?  Por si las moscas, me abstendré de concursar, y así de camino aumento las chances de quienes concursen. Será mi buena acción del día, papá Baden Powell.

 

Weiß/Colonia, 20.4. (1)

¡Inocente de mí, yo toda la vida he creído que Gay Talese se llamaba Guy! Hasta me mofé, en una entrada anterior de este diario, de quienes le amariconaban el nombre. Lo que se tienen que haber reído quienes me leyeran. Pero bueno, nadie es perfecto, ni siquiera nosotros, argentinos. Y eso porque Dios es brasileño. Qué cabrón.

 

Weiß/Colonia, 20.4. (2)

Sopa de pescado a mediodía con Julio en el Nordsee. Y yendo allá, en el tranvía, empecé a leer  Las alas de la esfinge, el 11° caso del comisario Montalbano. Y otra vez lo mismo de siempre cuando leo una de las novelas de Camilleri: me pregunté cómo es posible que a alguien que escribe tan requetebién, tan sobrio, tan gracioso, tan natural, tan pirandelliano, le hayan gustado  los indeglutibles bodrios de diseño del Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, hasta el punto de bautizar al protagonista de su saga policial siciliana italianizando el segundo apellido del catalán. Como no puedo poner en duda la sinceridad de Camilleri, me lo explico diciéndome que entre su capacidad como escritor y sus luces como lector y crítico se abre una tijera de un amplísimo arco. Quería comentárselo a Julio, pero la conversación derivó por otros derroteros.

 

Weiß/Colonia, 20.4. (3)

Un refrán chino dice que si el gobierno te quiere ahorcar, siempre encontrará una soga. Y tal parece que a Ai Weiwei el gobierno rabanito le acusa –por acusar que no quede– ¡hasta de relaciones extramatrimoniales! La cosa es tan ridícula –aunque tan peligrosa (¿qué pena estará prevista en el códio penal rabanito para los adúlteros? ¿les cortarán los huevos, o tendrán una guillotina especial para castrarlos?)–, carajo, la cosa es tan ridícula que en una tira cómica la censura ha suprimido una viñeta donde un personaje suspiraba. El signo chino del suspiro se pronuncia “Ai”. ¡Esa viñeta podría haber sido un mensaje subversivo!  Hijueputas, ni perros pekineses se los puede llamar, para no ofender a una raza canina inocente de tales chicanas. Para mí la etimología de “chicana” está muy clara: es, n  a  t  u  r  a  l  m  e  n  t  e, chi[ca]na.

 

Weiß/Colonia, 21.4. (1)

Voy en la bici a lo del dentista, para que me saque los puntos de sutura. Y el buen hombre me anuncia que mis dolores de muelas desde el domingo provienen de que tengo una infección en la herida de la encía derecha superior. De manera que procede a anestesiar el foco infeccioso, raspa la infección y me implementa un apósito con un nauseabundo sabor a yodo. No es eso lo malo, sino que deberé renovarlo el sábado en la consulta que esté de guardia para emergencias  odontológicas. Como estamos en la que llaman Semana Santa, interpreto que los dentistas de Colonia se han puesto de acuerdo para hacerme pasar el vía crucis. La remilputa que los parió.

 

Weiß/Colonia, 21.4. (2)

Pasa por la tele a las 10.15 p.m. un episodio de la segunda temporada en la serie del comisario Wallander, ahora sin Linda y sin Stefan. A Stefan lo mataron en el 13° episodio de la primera temporada, y Linda, ay, nuestra Linda, no volverá porque Johanna Sällström se suicidó y los responsables de la saga, empezando por Henning Mankell, le rinden el homenaje de no quererla sustituir con otra actriz: ella fue y será la única Linda. El resto del equipo sigue, y más que todos me gusta el hijo de Ingmar Bergman, Mats, en el papel del técnico criminalista Nyberg. Y hay además una novedad, y aunque este es un episodio que despierta el hambre pero siempre nos faltará Linda, la irreemplazable, la alevín Isabel es un personaje que admite mucho desarrollo: no que nos llegue a hacer olvidar a Linda, sí que acierte a conquistar su propio espacio.

 

Weiß/Colonia, 22.4.

Por un artículo acerca de jardines ingleses, que leo para ver si le podría interesar a Javier, vengo a enterarme de la existencia de los ermitaños ornamentales (o de jardín), una invención tan, pero tan extravagante, que no puede ser sino inglesa. Así es que busco con ayuda de mi excelente amiga Miss Laetitia Google y me entero además de que un caballero de la nobleza campesina, Charles Hamilton, se hizo construir un espléndido jardín que incluía una casa en un árbol, pensada como ermita, y puso este aviso en un diario: que le pagaría 700 ₤ esterlinas a quien «se retire siete años como ermitaño a vivir ahí, donde se le proveerá de una Biblia, unas gafas, una estera, un saco de paja como almohada, agua para beber y alimentos de la casa. Deberá usar una túnica de lana y bajo ninguna circunstancia se cortará el pelo, la barba ni las uñas, no vagará por los dominios de Mr. Hamilton ni cambiará una sola palabra con su servidumbre». Lo dicho, más inglés, imposible. ¿Será que Javier tiene noticia de esta ornamentación humana de jardines, cuya misión última era distraer al dueño de la casa y a sus invitados?  Hay un óleo de John William Waterhouse, su “Diógenes”, que muy bien pudiera haber sido inspirado por esta excentricidad.

 

Weiß/Colonia, 23.4., primera hora del día

Le mandé a los amigos el enlace con mi cuento semanasantero que publiqué en Nexos allá por septiembre 2009, y para mi alegre sorpresa encuentro luego allí un comentario de 66 palabras que es harto mejor que mi cuento, pero carajo, lo firma Anónimo, ¿por qué?  Menos mal que al cabo de un par de horas me llega un mail de quien firmó Anónimo, mi amigo paisa José María Ruiz P., asegurándome que casi lo borra porque le pareció un abuso de confianza, pero al fin de cuentas decidió dejarlo, a sabiendas de que se lo perdonaría. Carajo de nuevo, y más que carajo, ¿cómo podría ser yo tan cretino que no me diese cuenta de que el cuento mejoró con ese final que él se inventó, o mejor dicho, que el cuento le inspiró?  Una vez más Conrad: «El autor sólo escribe la mitad del libro. De la otra mitad debe ocuparse el lector». Y la verdad es que yo tengo unos lectores que la mayoría de ellos milita en la Champions, a ver si hay quien dé más.

 

Weiß/Colonia, 23.4. (1)

Voy al centro para que uno de los cinco dentistas de guardia hoy en Colonia me saque el apósito que me puso el jueves el mío de Weiß, y lo sustituya por uno nuevo con antibiótico incorporado. En el tranvía 16 estoy leyendo Nexos y una viajera al otro lado del pasillo se inclina para ver quién lee en español y me grita alegremente: «¿Qué es eso tan interesante que lees, Ricardo?» ¡Carmen Alicia! ¡meses ya de no vernos!  En seguida le pregunto por René y me dice que está bien, se repuso de la operación. Charlamos hasta Neumarkt, donde bajamos los dos. Ella sube por las escaleras fijas, yo por las mecánicas. AyY luego el dentista me asegura que gran parte de mis dolores provienen de la mala postura que adoptamos quienes, por las razones que sea, pasamos mucho tiempo ante la pantalla: los hombros ligeramente alzados, la cabeza ligeramente adelantada, una postura que no permite un buen flujo vital en el cuerpo. Pero al preguntarle qué puedo hacer para evitar eso me contesta «Schonen Sie sich!», y al repetir yo con aire incrédulo «Mich schonen?», cree que no le entendí y le pide a su ayudante que busque en el diccionario. Le digo que no hace falta, que “sich schonen” significa “cuidarse” y que yo sí me cuido, que es la vida la que no se cuida de nosotros. Se ríe. No sé, me da la impresión de que este señor es uno de esos seres felices que deberían dedicarse a contar chistes en vez de sacar muelas.

[Esta impresión se acentúa durante la cena. Diny me ha preparado algo liviano de mascar, unas vieiras con puré de papa y tomate, están deliciosas y hago un esfuerzo consciente por masticar tan sólo con el lado izquierdo, pero a la segunda vieira siento de repente la punta del apósito descolgada de la encía. Sin vacilar me lo saco y lo tiro a la basura y decido no ir más al dentista hasta el martes –el lunes es fiesta– acá en Weiß. Si se repiten los dolores, tomaré Ibuprofén, le digo a Diny. ¿Y si se infecta?, me pregunta ella. El whisky es alcohol, desinfectará, le contesto].

 

Weiß/Colonia, 23.4. (3)

Leo en una cuenta Twitter esta frase: «Un amigo me dijo: «Quise escribir como otro, pero se me atravesó la originalidad». Lo genuino es extraño». La lea como la lea, y la relea como la relea, me convenzo de que el twittero quiso hacer una frase y le salió el tiro por la culata. Porque si uno quiere escribir como otro pero se lo impide la originalidad (se sobrentiende que la propia), lo que se deduce de ello es que lo genuino es lo normal, y no lo extraño. Otra cosa sería si el amigo hubiese dicho: «Quise escribir como otro, pero se me atravesó su originalidad». Ay

 

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