Weiß/Colonia, 15.4., primera hora de la noche
A la segunda temporada de Wallander, que es la única donde interviene Linda, le sucede lo que a las grabaciones de Gardel: al «Carlitos, cada día cantás mejor» le corresponde en este caso el «Johanna, cada vez actuás mejor». Es macabro, morboso, tal vez incluso reprobable desde un punto de vista estrictamente moral, pero ahora volvemos a ver estas pelis sabiendo que Johanna se suicidó tras haber sobrevivido al tsumani en Tailandia, del que se salvó junto con su hija y su hermano. Y la expresión de sus ojos y de su rostro adquieren una profundidad abisal que acaso no tenían la primera vez que las vimos aparecer en la pantalla. ¡Qué inocentes éramos!: ¡como si semejante maravilla pudiéramos disfrutarla impunemente renovada hasta el fin de nuestros días!
Weiß/Colonia, 15.4. (1)
Me escribió BN a propósito de la República: «Hemos de verla volver. Esto de los reyes es una tontería. Ya España funciona democrática. De todos modos, los reyes son de los cuentos. Sólo sirven para casarse con princesas y desaparecer». Le contesto: «No soy tan optimista como tú en cuanto al tema de la monarquía. Las monarquías europeas así como el Vaticano encontraron un aliado todopoderoso con el que creo que no contaban, y es la televisión. Los programadores de TV orgasman con cada boda real o principesca, con todas y cada una de las bendiciones urbi et orbi (la CocaCola querría esponsorizarlas, y algún día lo van a conseguir) y no te digo ya con cada muerte de payaso vaticano (¡¡¡qué no pagarían –y quién sabe si no lo han intentado ya alguna vez– para que las fumatas se dilaten sine die, creando una expectación que ni la más exitosa telenovela, qué ratings de fábula de los que sería indigno hasta el Guinness Book of Records!!!) No, desengáñate, la TV garantiza la supervivencia del Vaticano y las casas reales europeas. Es tan telegénica la liturgia, es tan telegénico el protocolo… Pensando en ello, los programadores de TV eyaculan sin tocarse, los ojos en blanco, relamiéndose los labios…»
Weiß/Colonia, 15.4. (2)
Vamos al Teatro de Ópera de Cámara, que nos queda muy cerca, en Rodenkirchen, a tiro de autobús, para ver My Fair Lady en una versión minimalista. Once actores y un pianista. Hemos invitado a Vincent, el nieto melómano, y a su mamá, Angie, nuestra nuera preferida, de la que somos los suegros predilectos. Reciprocidad, se llama esa figura. Y salimos entusiasmados del teatro porque realmente este elenco trabaja poniendo toda la carne en el asador. Son ocho las versiones en CD que tengo de My Fair Lady (dos en inglés, dos en alemán, tres en español, una en neerlandés) y qué lindo sería si sacaran un CD de esta, porque tiene gags que son verdaderos hallazgos. El de Lohen–Grün es impagable. E intraducible. Una carcajada homérica lo honró.
Weiß/Colonia, 16.4. (1)
Nos trajo Montse a Henri a las 9.30 am y lo dejó con nosotros hasta las 3 pm. Ya no lo veré más hasta mi regreso de España. Y él es el único de nuestros cuatro nietos que nunca ha llorado por el hecho de quedarse en esta casa y ver partir a los padres; los otros tres sí, al menos las primeras veces, o la primera vez. Henri no, hasta los acompaña a la puerta y los despide con su amoroso “chauchau”. Así es que hoy he jugado con él todo lo que pude, y quiso. Lo tuve sentado en mi regazo viendo un corto de Speedy González, y esos fueron unos minutos de una felicidad a la que nada puede compararse. Esta criatura me vuelve loco, pero está siendo mi salvación mental.
Weiß/Colonia, 16.4. (2)
El avispero colombiano algarabiteó alborotado porque Shakira se equivocó cantando a cappella el himno del país, en Cartagena. Un himno cuya letra parece escrita por un lunático pasado de marihuana: la quinta estrofa termina enalteciendo a los héroes de la independencia a causa de su halitosis, y la octava es de alquilar balcones. Menos mal que la pobre Shakira sólo debió entonar la primera, y aún así debe haber hecho un esfuerzo mental para no cantarla en joda. En cambio nadie menciona los millones de dólares que consigue y entrega dentro de su labor de ayuda a la infancia más desfavorecida. Resumen: ni Colombia se merece a Shakira, ni tampoco ese himno.
[Le pasé esta entrada a mis amigos colombianos a las 5:24 pm, y las 6:40 me llega este email de la admirada Martha Senn: «El himno nacional de Colombia está compuesto para coros, orquesta y, por su tonalidad original, solista masculino. Así es como conserva su marcialidad. Una voz femenina de solista le quita esa esencia que le es propia. Por esa razón nunca acepté cantarlo a pesar de que son múltiples las ocasiones en las que he sido solicitada para hacerlo, tanto por el sector público, como por el sector privado. Y estoy de acuerdo con el martirio de patria al que se sometió Shakira, nuestra predilecta y admirada artista del género popular, al cantarlo a cappella en el escenario de la VI Cumbre de las Américas». Más claro, el agua].
Weiß/Colonia, 17.4.
Hoy comienza la Feminale, acá en Colonia, el festival de cine de y por la mujer, y la peli que más me interesa, We Need to Talk about Kevin [Tenemos que hablar de Kevin], con la genial y camaleónica Tilda Swinton, la estrenan recién el viernes a las 8 pm. Pero el sábado tenemos que madrugar para salir máximo a las 8 am camino del aeropuerto. Ni modo, pues. Habrá que esperar a cuando la estrenen en salas comerciales, este verano. Pero entonces sin falta. Prometido, Tilda.
Weiß/Colonia, 18.4., primera hora del día
Acabo de ver Dialogue avec mon jardinier. Me he pasado todo el tiempo repitiéndome mientras la veía: «¡Qué hermosa!» Es una de las pelis más hermosas que he visto en mi vida, y apenas de vuelta en Colonia iré a Saturn a comprarme el DVD, si es que no lo consigo en El Corte Inglés o el FNAC, el sábado en Madrid. Y es raro, porque por lo general no me gustan ni me convencen para nada las pelis donde se dialoga un pelín más de lo necesario: ¡abomino de Godard! (menos À bout de souffle). Pero es que esta peli vive del diálogo, los personajes no dejan de hablar ni un solo minuto del metraje. Sólo que es una historia tan bella, tan entrañable, los dos actores viven sus papeles de un modo tan entrañado con la peripecia que se cuenta –y que ni siquiera es un argumento, en el sentido clásico–, que uno termina inmerso, conducido, arrastrado, por el tema. Recordé al final aquellos versos pirograbados en mi memoria (¿te acordarías, Nausica mía, del por qué y del cuándo?) del poema “En la plaza”, de Vicente Aleixandre, allí donde dice que es «hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, / sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, / llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado».
Weiß/Colonia, 18.4. (1)
Diny se fue muy temprano a pasar el día con sus hermanas, el famoso Zusjedag [= el día de las hermanitas], y al mediodía voy al supermercado a comprar rosbif para el almuerzo. Esperando el bus de regreso a casa, en la parada del súper, pasa a toda marcha el doctor Hallberg con su bici y nos saludamos con harta cordialidad. Es el mejor médico que he tenido en mi vida. Qué pena su decisión de abandonar su carrera de internista y hacerse sicoterapeuta. Me quedé sin médico de cabecera hasta el 2006, más de quince años, hasta que apareció Ruppert, el 11 de junio, un día después de cumplir yo los 67. Y me condenó a la gota. Menos mal que con cuentagotas.
Weiß/Colonia, 18.4. (2)
Los caprichos contradictorios del tiempo agostaron en un par de días la impresionante floración del magnolio delante de la casa. Hoy amaneció con sol, pero de repente, mientras repaso los emails llegados durante la siesta, se oye una ráfaga de aire huracanado y la lluvia golpea con sevicia las ventanas de la fachada a poniente. Corro a la cocina y miro con cierta angustia el cerezo japonés en flor sobre el fondo del abeto mamut en el jardín de mis vecinos, y ambos enmarcados por un cielo de color panza de burra donde estallan como una granada de mano de colores. Por todos los dioses, que no se me malogre esta estampa de aquí al sábado, que sea ella la que me lleve de despedida en los ojos cuando salgamos a las 8 am camino del aeropuerto.
Weiß/Colonia, 18.4. (3)
Otra hermosa peli a primera hora de la noche, en el canal Arte: The Secret Life of Words. Luego, buscando en la red algún buen enlace para un hipervínculo, descubro uno donde al lado de dos o tres comentarios sumamente favorables hay otro desabrido y oblicuo, que además se permite el lujo (de matón de pueblo) de envidiarnos a quienes “conectamos” con esta peli. Es de mear y no echar gota. Hay gente que va al cine a ver la peli que ellos quieren ver, y si resulta que es otra cosa, le echan la culpa a la peli. Se necesita ser cerrado de mollera, para decirlo que suene suave.
Weiß/Colonia, 19.4.
Leí de un tirón las 89 páginas de Los almajos, de Juan Villa. Es un relato rulfiano, pero de un Rulfo que hubiese condescendido a explicarnos motivaciones de sus personajes en función de una metáfora tan poderosa como la de los almajos. No sabía lo que eran los almajos hasta que lo leí dentro de la novela: «Unas yerbas que se comen las yeguas para malparir en los años secos. Ellas saben que si paren a su tiempo, los potros no van a tener comida para criarse bien, así que los matan ellas mismas para que no los mate la miseria, que es lo último». Es un relato denso, contado con un lenguaje muy pegado al tema, al ambiente, a los personajes, a la época. Sobre el destino del protagonista alienta un fatum, un hado adverso que explica el final. De paso, explica cantidad de conductas que propició la guerra civil en ambos lados. Suena rulfiano, pero también algunas veces faulkneriano (las novelas de Faulkner no son sino intentos de salvar el alma de la degradación a que la llevó una guerra civil, y su posguerra, tan infames ambas como la nuestra). Gané además otra palabra que desconocía, “maniego”, infinitamente más sabrosa que la estéril y casi grotesca “ambidextro”: el oficio de Mejías era el de pendolista, «con la particularidad de que era maniego, habilidad que aprovechaba para escribir con la mano izquierda sólo cartas de amor, que eran las más, y con la derecha el resto». Larga carta mía maniega a Juan, felicitándolo.
Weiß/Colonia, 20.4., primera hora del día
Leo en la cuenta de un tuitero colombiano, a propósito del concierto de hoy, de Paul McCartney en Bogotá, que «Las puertas del Campín [el estadio de fútbol, donde va a celebrarse el evento] se abrirán a las 6 pm de la tarde». ¡Donoso cómputo del tiempo, a fe mía! ¿Porque cuándo serán las 6 am de la mañana? Dicho de otro modo: ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?
Weiß/Colonia, 20.4. (1)
Día sin historia, echando balones fuera, para poderme ir a España tranquilo, sin dejar ni una sola cosa pendiente, ni tampoco aplazada. También ocupado con explicarles a los amigos, alarmados ante mi anuncio de que este será con seguridad mi último viaje a España, que sí, que me voy a despedir de mi gente tan querida y de mi bienamado Madrid, pero no porque esté desahuciado y condenado a morirme pronto (ojalá me muriese ya, carajo) sino porque estoy harto de viajar, no quiero viajar más, ya viajé todo lo que tenía que viajar en esta encarnación. La sola idea de estar más de tres días fuera de mi casa me pone enfermo. Así es que haré de tripas corazón, para despedirme de mi familia (cinco días en Huelva) y de mi Madrid de mi alma. Y al regresar a Colonia sólo pienso viajar si me invitan a dar una conferencia dentro de Europa, yendo al lugar donde me inviten el día mismo de la conferencia y regresando al siguiente. Calculo que entre 1969 y 1994 (o sea, 25 años), por mor del trabajo, hice unos 250 viajes, algunos de los cuales me tuvieron por más de un mes fuera de casa, siendo el promedio de cinco días como mínimo por cada viaje. En otras palabras, aunque a partir de 1995, también por mor del trabajo, no hice sino seis o siete viajes hasta mi jubilación el 31.12.1999, lo cierto es que entre febrero 1963, cuando me fui de España, y hoy, habrán sido más de 350 viajes, lo que significa un promedio de siete anuales. Y en junio cumplo 73, así es que eso explica de sobra por qué digo que este del día 21 será mi viaje de despedida de España. Como lo será de París el que emprenda del 8 al 11 de junio, para pasar allá el fin de semana de ese 73° cumpleaños y librarme de la fiesta familiar, pero al mismo tiempo decirle adiós a mi Barrio Latino y, sobre todo, mi Île-de-la-Cité, el rincón de París que más amo, y a mi tumba y a las de Julio y César en el cementerio de Montparnasse, así como despedirme de nuestra querida Aurora Bernárdez. No le tengo ningún miedo a la muerte, sólo se lo tengo a ser una carga para los míos, y es por eso que quiero irme despidiendo mientras sepa lo que hago, y ojalá después ya no tenga necesidad de saberlo porque se acabó lo que se daba, como decía mi pobre padre, muerto tan a destiempo.
Weiß/Colonia, 20.4. (2)
Última anotación en Weiß antes de subir las de esta semana a Fronterad: Acabo de elegir y meter en mi bolsa el libro que me acompañará durante el viaje, es uno que nunca me canso de releer: la traducción alemana de Between Friends, la correspondencia mantenida desde 1949 a 1975 por Mary McCarthy y Hannah Arendt, y que sólo cesó al morir Arendt. Me movió a elegirlo la lectura de un tuit donde una colombiana –por lo demás inteligente y nada sospechosa de contagio histérico– aseguraba que le lanzó el brassier al televisor, cuando Paul McCartney empezó a cantar “Hey Jude” en su concierto de anoche en Bogotá. Necesito desintoxicarme.
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