Rodenkirchen, 21.4.
Volví a ver anoche, al cabo de mil años, I Want To Live! [¡Quiero vivir!], de 1958, asistí a su estreno en Sevilla y luego la he visto un par de veces más, ya en Alemania. Es una obra maestra de Robert Wise y una de las mejores actuaciones femeninas ante las cámaras en toda la historia del cine: Susan Hayward encarna a la protagonista con tan alto grado de veracidad que hay veces que se le corta a uno el aliento. Ganó uno de los Oscars más merecidos que se recuerdan, y en la ceremonia de la entrega la ovacionaron con toda justicia.
En la plazoleta peatonal a la que abren sus puertas el Maternus, una tienda de Telekom, el supermercado ReWe, una tienda de ropa y la farmacia de la esquina, frente al viejo ayuntamiento, han inaugurado la semana pasada una floristería grande y con un surtido inmenso, una implosión de colores y olores que colma el alma. Al salir hoy del Maternus para ir a almorzar, me doy cuenta de que sin ella, hoy domingo cerrada, la plazoleta parece vacía.
En el Steep’s con Tom, que me pregunta si estoy enfermo, parecer ser que tengo mal aspecto. Le digo que lo que padezco es algo que no tiene remedio, que ya los romanos lo conocieron como Tedium vitae, y se lo traduzco al alemán. Me mira con asombro: «¿Cansado de vivir? ¿usted?» Para no profundizar en el tema y no me suelte los lugares comunes que se dicen en estos casos, cambio el tercio y le encargo una ración de espárragos a secas. Diny se decide por el menú del día, sopa de legumbres y pechuga de perdiz estofada, que se ve apetitosa en el plato y Diny se recrea en ella.
Desde su Orquidiócesis en Cundinamarca (hasta ahora la ubiquè en Antioquia) Guglielmo me manda un artículo publicado por la BBC y en el que un periodista colombiano cuenta cómo en su juventud lo mandaron a Cartagena a entrevistar a García Márquez y le confesó que le aburría leer a los clásicos, que por favor le hiciera una lista de los que él creía de lectura indispensable. GM agarró una hoja de papel y se la entregó escribiendo la lista de su puño y letra, y recién ahora, en ocasión del 10.º aniversario de la muerte del Nobel se decidió a hacerla pública, reproducida además en facsímil. De entrada veo que anda sobrando la Biblia y falta la Eneida y me desintereso de la lista.
Una de mis más fieles lectoras, Sonia Cárdenas, me escribe también desde Colombia, que «en estos tiempos de racionamiento eléctrico me parece muy pertinente su frase de la semana». Esa frase, que acompaña siempre la entrega dominical de mi Diario, este domingo ha sido una de Edison, y dice: «Haremos tan barata la electricidad que sólo los ricos prenderán velas»..
Rodenkirchen, 22.4. Reveo Orgullo y prejuicio, ahora en castellano, no como la vez pasada en eso que llaman español latino. Bada retro!
Vamos de nuevo al Steep’s porque me siento incapaz de andar un trecho más largo. Diny encarga el menú del día, sopa de champiñones y cordon bleu, y yo doy a duras penas cuenta de mis espárragos a secas. Es una tragedia grotesca lo que estoy viviendo. Hay una de Arniches titulada ¡Meáchis, qué guapo soy!, yo podría titular la mía ¡Mecáchis, qué mísero me siento! Por cierto, hace ya tiempo que me intereso por la traducción de los ingenuismos. ¿Cómo traducir “miércoles” cuando se dice en vez de “mierda”?
Después de leer mi artículo en Nexos acerca de Lord Byron, Ettore me manda desde Medellín un hermoso poema suyo. Le contesto: «No hay poeta malo sin un poema bueno, y viceversa: ¿leíste alguna vez el soneto que Borges le dedica a Texas y donde perpetra el ripio de rimar «cálamo» con «El Álamo»? Hasta Zorrilla, gerifalte mayor de los ripiosos, lo habría resuelto mejor. Y sí, hay poemas de Byron, por lo general breves, que suenan muy bellos, sobre todo si se sabe inglés Pero ya Jane Austen, su contemporánea, lo desdeña no sin razón, como a sir Walter Scott, en Persuasión (gracias, Samuel). Curioso es que sus amigos Shelley y Keats escribieron algunos de los poemas más maravillosos de la lírica inglesa. Pasó lo mismo en España contemporáneamente con Zorrilla y Bécquer (y Rosalía de Castro). A Zorrilla no lo lee hoy ni San Putas, y Bécquer se sigue reeditando sin solución de continuidad, sus Rimas son increíblemente hermosas en su concisión, ¡¡un andaluz conciso!! Hubo que esperar a Machado y Juan Ramón para repetir el prodigio».
Una de las locuciones españolas que más me gustan es «al rayar el alba», la encuentro bellísima, eso de ver cómo el sol dibuja el horizonte igual que la tiza traza una raya en la pizarra.
Mi columna para este viernes en EE lleva un título muy hermoso, que le debo a Ortega y Gasset, a quien le doy el crédito que justamente le corresponde: “De pronto, en esta columna, se oyen ladridos”. Dudo mucho de que haya un lector de EE que deje de leerla al ver su título. Siquiera sea por curiosidad.
Rodenkirchen, 23.4.
Voy con Ulli y Carlitos a almorzar a La Modicana donde no almuerzo, me limito a beber mi vino despacito y buena letra, no podría tragar un solo bocado, ya de pensarlo casi me dan náuseas.
Después de la siesta compongo la nueva entrega de mi TTD para este sábado en Nexos. Entre los selccionados un trino de @LadyDistopia que me encanta, es una fabuladora nata: «Letargo Clark se preguntaba, asomada a la ventana, cómo se había llegado a este punto en el que cada día, millones de personas se dirigían con paso triste y la mirada hundida a un tren bajo tierra para llegar a un trabajo tedioso en el que ganar lo justo para una vida miserable».
En el Maternus sigue mi malestar estomacal y tengo nuevamente algo de diarrea. Una manzana que me pela y parte Diny, y un vaso de leche (amén del yogur para desayunar) son toda la comida que me admitieron hoy el estómago y el Tedium vitae. Me voy a la cama con la vaga esperanza de no despertar.
Rodenkirchen, 24.4.
Me despierto con una opresión en el pecho que no me produce pánico, creo que se debe a que he dormido como lo hago últimamente, no sobre el edredón sino encima y con el grueso pulóver rojo de lana, tal vez influenciado por algo que dijo ayer Ulli y es que por la mañana teníamos sólo 5º de temperatura. Vanessa llega de la lavandería para cambiar la ropa de la cama, le cuento cómo me siento y lo poquísimo que comí ayer. Me dice sin dejar el trabajo: «Comer no importa tanto, Herr Bada, como beber mucho agua». Repaso el día de ayer y es verdad que no bebí sino el té del desayuno, el vino en La Modicana y un vaso de leche anoche. Y los tres whiskies de rigor. Vanessa añade: «Tómese ahora mismo ½ botella de agua». La obedezco y cuando se va me tiendo en la cama boca arriba y siento cómo la opresión en el pecho me dice adiós al rato. No sé cuánto tiempo lleva trabajando Vanessa en el Maternus, es muy joven, pero tiene experiencia de sobra en el trato con ancianos como yo.
Luciano pensaba almorzar hoy con nosotros y venir acompañado por la chica (creo que me dijo que es de Almería, con lo cual sería la primera almeriense que conociera en mi vida), que se encuentra aquí con una beca Erasmus y está catalogando los libros que doné al Centro Machado, me contó al teléfono que ya catalogó la ½ de la que quiere bautizar como Biblioteca Ricardo Bada. Alabado sea el santísimo sacramento del altar. Pero al final el encuentro quedó en aguas de borrajas, aplazado para la semana próxima. Así que almorzamos sin él, esto es: almorzó Diny, yo me limitè a mis dos copas de Grauburgunder y le pedí al camarero que me envasara dos medios Rögglechen, uno con salchicha fresca y el otro con paté de Colonia: mi cena de esta noche.
Oskar lleva tres días amenazando con visitarnos pero nanay de la China. Ahora (9:30 pm) me llama contándome que se ha herido en un pie y no ha podido ir al trabajo, que tratará de venir mañana. ¿Y para eso ha tenido que esperar a estas horas de la noche? Es de una informalidad que no es herencia familiar, tanto sus padres como sus abuelos somos puntualísimos y formales, como lo son Paul y Vincent (de Henri no digo nada porque recién tiene 14 años). En fin, Oskar es así y no de más carnes, como decía mi abuela Remedios; Oskar es irrepetible, lo hicieron un día y luego rompieron el molde.
Rodenkirchen, 25.4., 50 años de la Revolución de los Claveles en Portugal
Anoche vi los capítulos 3 y 4 de la versión en castellano de Orgullo y prejuicio, cuento con ver esta noche los dos últimos capítulos. Se embebe uno tantísimo en la trama, que se van en un soplo.
El malestar y la diarrea continúan haciendo de mi vida un desvivir. De lo único que tengo ganas es de estar tendido en la cama y a ser posible durmiendo. O tal vez morirme de una maldita vez Es un martirio. Se explica el dilema de Hamlet: «¿Quién no pondría fin a su vida, si el recelo de un algo tras la muerte, incógnita región de donde nunca ha vuelto un viajero, no turbara la razón haciéndonos sufrir el mal presente antes que en busca ir de lo ignorado?» (Cito de memoria y espero haberlo citado bien, es la traducción que aprendí de memoria en mi libro de lecturas del bachillerato).
Diny al chino con Vincent, que viene a buscarla para acompañarla a almorzar, y a quien le doy mi tarjeta de crédito y la contraseña, así como 50 € en efectivo por si acaso no le aceptasen que pague con mi tarjeta, puesto que la camarera que siempre nos sirve la conoce de sobra. Pero creo que entretanto conoce ya también a mis nietos y al ver llegar a Diny sola con Vincent, sin mí, supondrá lo correcto y no pondrá objeciones. Sobre todo si él no olvida la contraseña. Los chinos son de lo más pragmático que se despacha en botica.
Le pido a Diny que me haga una taza de caldo de gallina, y una hora más tarde que me pele y me corte una manzana. Eso y mi yogur de stracciatella con el té para el desayuno es todo el alimento que me toleraron hoy el estómago y el Tedium vitae, igual que antier. Porca miseria! Pero indudablemente me siento mejor, mi terapia de un reposo absoluto parece dar resultado. Laus Deo!
Rodenkirchen, 26.4.
Terminé de ver anoche Orgullo y prejuicio, y luego estuve buscando alguna posibilidad de ver una copia gratuita del original inglés, pero no hubo modo. Deberé resignarme a tener un DVD–Player, pero por otra parte pienso qué sentido tiene hacer una inversión como esa para morirte al día siguiente, en el peor de los casos.
Vamos a almorzar al Steep’s ya que sigo sintiéndome incapaz de caminar hasta el Primo Piano o algo más lejos. La disminución de mis facultades físicas supongo que en otro momento anterior de mi vida me la hubiera amargado, pero lo que es ahora sencillamente tomo nota de ello como paso adelante hacia la incapacidad total o la silla de ruedas o la inmovilidad total de la muerte. No es nada que me alegre, por supuesto que no (¿a quién le alegraría algo semejante?), pero qué sentido tiene rebelarse contra algo que ya no tiene remedio… Mejor resignarse y tratar, entretanto, de sacarle el mejor partido a la vida. Por ejemplo con una buena comida. Diny le encargó al camarero a quien llamo Yul Brinner un filete empanado á la milanesa y yo pedí el manú del día, filete empanado de platija (EL diccionario me ofrece como posible sinónimo “acedía”, lo cual sòlo puede significar que los académicos no han visto jamás una acedía, cuyo tamaño es la ¼ parte de una platija). Lo pido a secas, sin guarnición. Está recién frito y muy sabroso. Y el postre, que elegí en vez de una entrada de sopa, le ruego al camarero que se lo sirva a Diny, de lo que ella se alegra. ¡Su puede hacer feliz a alguien con tan poca cosa!
Al llegar al Maternus subimos al 2.º piso con el ascensor, y como Diny tiene su propia llave de nuestro apto. le pido que se me adelante y –para recobrar el aliento– me siento en una de las providenciales butacas que hay en cada antesala de la torre de ascensores. Llegan dos asistentas, y una de ellas, a quien creo no reconocer (como fisonomista soy una auténtica calamidad), me dice que vienen de ponerle el pijama a Diny. Me ve tan mal que me pregunta si necesito algo, si pueden hacer algo por mí. Y como parecen conocernos, le explico lo difícil y agotador que es compartir 47 m² con una persona demente, sorda y terca como una mula. Como si eso fuese una novedad para una de estas asistentas. Habla ella un alemán impecable, y sin embargo creo que es extranjera. Como no puedo leer bien la escarapela que la identifica, le pregunto cómo se llama y se inclina sobre mí para que pueda leer bien la escarapela. Pero no lo consigo, «¿Brigitte?” le pregunto. «No, Dórota, pero acá me llaman Dorothee». «¿De qué país viene?» «Soy polaca, de donde dicen que vienen las mujeres más bonitas de Europa». «Viéndola a usted, está justificado de sobra». Se sonroja un poco y me da las gracias sonriendo. Pero no le he mentido ni exagerado. Es muy bella, con una de esas bellezas serenas de las madonnas de la Edad Media, de esas que no te das cuenta hasta que las miras con detenimiento y con creciente admiración, cómo es posible que no lo haya percibido hasta ahora. «Dórota –le digo sin disimular mi admiración–, gracias, me ha hecho usted el día». Y cuando nos despedimos tengo la impresión de que yo también se lo he hecho a ella.
Rodenkirchen, 27.4.
Estuve viendo anoche El padre de la novia, una de las pelis predilectas de mi padre, cuyo actor favorito era Spencer Tracy, a quien lo imitaba con muchísima gracia. Viéndola ayer de nuevo, y con independencia de los méritos de este tan divertido Minnelli, que no son pocos, me di cuenta de algo que no había notado de manera perceptible las otras veces que ya la he visto, y que a lo mejor explica de algún modo la predilección de mi padre por esta peli, y es que la boda del título se celebra un 10 de junio, el día de mi cumpleaños, que para mi padre fue una enorme alegría: él y mi madre ya habían tenido antes una niña, Remeditos, que murió a los pocos meses de nacer, pero tener un niño, para un padre, esa es una alegría suplementaria. Me bautizaron el 18 de julio, la primera celebración tras la guerra civil del Glorioso Alzamiento Nacional del inferiocre, y la gran alegría de mi padre por mi nacimiento se puso de relieve en la fiesta que dio a los obreros de su fábrica, que entonces estaba en el piso bajo de la esquina de las calles Señas y Alonso Sánchez. Todo ello lo supe por mi abuela Remedios, de quien fui su nieto favorito.
Reincidimos en el Steep’s para almorzar. Hoy está Tom. Diny le pide una porción del que llaman gulash con costra (nunca lo he comido ni sé en què consiste) y yo le pido un plato de espárragos con sólo dos o tres papitas de las tempranas. Diny añade luego un postre con helado de vainilla y grosellas. Al regresar al Maternus me tomo un whisky antes de caer redondo en la cama para una siesta súper merecida, la salida a comer, aun siendo tan cerca, me agotó. Diny me despierta a las 6:14 pm para decirme que ya son pasadas las 7 y que le preste el móvil para llamar a Rebeca. Le digo que su reloj va adelantado, que sólo son pasadas las seis. Porca miseria!
Cierro la semana constatando que sólo hice durante ella mis columnas para EE y Nexos. Y absolutamente nada más. Eso me da la medida de mi agotamiento, de mi cansancio, de mi abatimiento. Los dioses me protejan.
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