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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 18 / De las Bellas Artes

De mi Diario : Semana 18 / De las Bellas Artes


Con motivo de mis vacaciones, y siendo esa una ocasión en la que me distancio al máximo de las computadoras, durante las tres semanas que estaré fuera aparecerán acá viejas entradas de mi diario, agrupadas de manera temática. Hoy le toca el turno a las Bellas Artes.

 

Si lo tuviésemos que medir por la capacidad creativa de formas y variaciones, desde las texturas decididamente pétreas hasta las no menos decididamente líquidas, resulta indudable que el más grande de los artistas que ha habido nunca en el universo, a partir del momento que apareció la vida en él, es el esfínter anal. Comparado a lo que ha sido capaz de producir, puede afirmarse del Arte, sin ningún rubor, que éso sí que es mierda. Por supuesto: ha habido artistas, y se me excusará si no señalo con el dedo, que le han hecho una dura competencia al esfínter anal. Pero son las excepciones que confirman la regla, como dijo la embarazada.

 

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¿Los países, las etnias (anagrama: tenias), los…colectivos? se articulan  a partir de ciertas imágenes. El siglo XVII español desde la imagen de la majestad (Las Meninas) o de la podredumbre (Valdés Leal). Hoy, basta ver cualquier película gringa para darse cuenta de que esa sociedad está (es) histérica. Angustioso pero imposible de dejar de ver: Mientras que ni Las Meninas ni los pudrideros de Valdés Leal hubiesen podido cambiar nada de la sociedad de su tiempo, el cine gringo  influye de un modo decisorio (más que decisivo: decisorio) en la sociedad en que se origina. Y (jodámonos) no sólo en ella. La culpa, que ésto quede claro, es… sólo nuestra. (Y los puntos suspensivos siguen siendo tan patéticos como su pariente semántico: el suspensorio.)

 

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Cada vez estoy más convencido de que la paloma de la paz de Picasso es una broma que el viejo quiso gastarnos. Basta mirar la fecha en que la pintó: un 28 de diciembre (1961).

 

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De la exposición «Velázquez en Sevilla», que hemos visitado con Maite y Pepe Juan, en La Cartuja, entre lo que más me ha impresionado hay una Inmaculada de Juan de Roelas, cedida por el Museo de Valladolid (o no estaba allí o me despisté cuando visité ese Museo en febrero): es una especie de enciclopedia, con rótulos colgados hasta de las nubes. También me impresionaron un San Francisco de Borja debido a Alonso Cano, y el hecho de que la Virgen parece haberse dedicado al basket, según se desprende del tamaño de sus manos en una Inmaculada de Pacheco, el suegro de Velázquez. En cuanto al propio Velázquez, su Virgen que le impone la casulla a San Ildefonso se la han copiado, o ha inspirado, luego, desde Degas a Renoir. Es una auténtica maravilla.

 

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Inauguración de la exposición del tico Osvaldo Orias en la galería vertical de Stollwerck.
Al terminar de subir la empinada escalera, casi seis pisos, reencuentro en una placa la frase de Karl Valentin: «Kunst mach Spass, ist aber viel Arbeit» («El arte divierte, pero da mucho trabajo»).
Por el hueco de la escalera, mientras escuchamos la presentación del pintor por la galerista, descubro un maravilloso Modigliani de carne y hueso que escucha tan desatenta como yo.

 

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En el tren de Colonia a Amsterdam, a nuestra derecha, al otro lado del pasillo, un hombre joven con la computadora portátil abierta ante sí, y los auriculares de un walkman taponándole los oídos. Sentado en diagonal frente a él, desde Oberhausen, un viejo holandés de cara como sacada de un cuadro de El Bosco, pantalones de recia pana, camisa a cuadros, chaqueta de un corte anticuado, y leyendo un libro alemán asimismo de antigua data, lomo de piel y filetes dorados… ¡y todavía en alfabeto gótico!  Casi parece que estuvieran posando para un cuadro de Braun-Vega, como los que hemos visto recientemente en París, en su exposición de la Maison de l’Amerique Latine.
(Anotado en el Bar Americain mientras esperamos la llegada de Juan Manuel Santín:)
Los girasoles no han vuelto nunca más a ser lo que eran desde que los pintó Van Gogh, ni los nenúfares desde que lo hizo Monet, ni las calas desde Frida Kahlo. Lo cual demuestra que NO es verdad que la Naturaleza imite al Arte.

 

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Uno de mis humoristas gráficos preferidos es Peter van Straaten, con su chiste diario en el periódico De Gelderlander [en los Países Bajos]. En el de hoy muestra una exposición de pintura, y el artista le dice a varios muchachos asistentes:
– Miren, chicos, éso es un desnudo: todo lo demás que hayan visto hasta ahora no son más que mujeres en cueros.

 

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Dublín. Llueve y ya hemos hecho todo lo que queríamos hacer, asi que decidimos visitar la Galería Nacional, animados por la idea de ver uno de los mejores Vermeer y algunos Caravaggios. Pero hay más, mucho más, además de los inevitables pintores dublineses, ilustremente desconocidos. Por cierto que entre ellos no se encuentra representado Francis Bacon, cuya casa natal, en la misma calle de nuestro hotel, descubrimos de camino a Sandymount. Y la Galería en sí ya es digna de visita como edificio: una armoniosa simbiosis del espacio con la visibilidad y con la comodidad. Si fuese cuadro, me encantaría estar colgado aquí. Donde hay bastantes españoles, dicho sea de paso. Ribera el Españoleto, Antolínez, Morales, Carreño de Miranda, Juan van der Hamen y Leva, Navarrete, El Greco, José Leonardo, varios Murillos, cuatro Goyas, un Velázquez del que no sabía su existencia, y sobre todo una Santa Rufina, de Zurbarán, que vale por sí sola una visita al museo (la cual, por si todo lo dicho fuera poco, es gratuita). Del mismo Zurbarán, al lado, tal vez como contraste, una Inmaculada murillesca y empalagosa, con cara de hacer la primera comunión no muy convencida. La Santa Rufina, por el contrario, parece estar pidiéndole explicaciones a su Dios por sus Santas Tonterías.
Descubro (la memoria me falla ahora dónde, en qué sala) un Jacob Duck que muestra a una mujer soñando con gente minúscula, liliputiense. Pero el gran descubrimiento es el del Vermeer, la mujer escribiendo una carta mientras su criada mira por la ventana. Y lo es no ya por el cuadro mismo, que es una maravilla, sino por la disposición genial adoptada en esa sala 40: exactamente frente al Vermeer hay dos Gabriel Metsu, uno de un gentilhombre escribiendo también una carta, y el otro como una réplica del Vermeer, una mujer lee una carta mientras su criada descorre un poco una cortina y mira…un cuadro, un cuadro con un motivo marítimo. El juego de referencias visuales entre los tres cuadros es algo así como asomarse a un aleph. Y la criada asomándose a un cuadro casi prefigura la lejana llegada de la televisión.

En el restaurante de la Galería Nacional, uno de los platos del día es bacalao a la vizcaína. Me recuerda el caso de un restaurante madrileño donde quisieron tener la carta bilingüe pero parece que no encontraron traducción inglesa para el rape. De modo y manera que incluyeron en la carta un plato denominado RAPE BASKIAN ART, con la natural consecuencia de que hubo afluencia de público femenino deseoso de saber en qué consistía la violación a la vizcaína.

 

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Tenemos en Colonia, en el Museo Ludwig, una exposición de sesenta cuadros de Edward Hopper, que he visitado hoy con Esther y que nos ha dejado a los dos boquiabiertos: ¿cómo es posible llegar a ser un tan gran artista sin pintar otra cosa que lo que veía?  Y la reflexión que seguía a ello no era otra que la siguiente: ¿Y de qué otro modo pintaron Velázquez o Goya, Rembrandt o Vermeer, Durero o Renoir? Me llamó la atención un hecho que nunca había percibido a pesar de conocer bien la obra de Hopper, pero sólo en reproducciones. Recién acá, en el Museo Ludwig, enfrentado a los originales, fue donde me saltó a la vista. En toda la obra de Hopper hay un único varón que está leyendo, y lo hace por motivos profesionales, pues se trata de un contable, en una oficina. A cambio son muchas las mujeres que aparecen leyendo en sus cuadros, y todas, todas, todas, sin excepción, lo hacen por gusto, por placer, porque les da la real y republicana gana de hacerlo. Puede que se trate de un mediterráneo, de la pólvora, puede que lo hayan descubierto muchos críticos y analistas de la obra de Hopper, antes que yo, pero no me importa, porque yo lo hice por mis propios medios visuales y sin tener ninguna infraestructura informativa al respecto.

 

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Almorzando con Carlitos en La Modicana, me cuenta que acaba de comprarle un nuevo cuadro a un joven pintor tico. Verdaderamente asombrado le pregunto que por qué, si no tiene donde colgarlo, las paredes de su pequeño apartamento no admiten más colgaduras. A lo cual contesta con su característica cachaza y con un gesto de mayor incomprensión que la mía:
– Es que no comprar un cuadro por no tener donde colgarlo…

 

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Hay un género de razonamiento que me irrita particularmente, y lo vuelvo a encontrar hoy en una reseña que leo en Revista de Libros. Dice allí: “sin Tiziano, difícilmente hubieran podido existir ni Rubens ni Velázquez, entre muchos otros”. Lo máximo de verdad que se dice con eso es que sin la obra de Tiziano, y en el buen supuesto de que la asumieran, Rubens y Velázquez tal vez, sólo tal vez, habrían pintado distinto: pero el hecho de que, con o sin Tiziano, hubieran existido y sido grandes pintores, eso creo que está fuera de dudas.

 

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