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Mientras tantoDe mi Diario : Semana 20 / Los nietos

De mi Diario : Semana 20 / Los nietos


Con motivo de mis vacaciones, y siendo esa una ocasión en la que me distancio al máximo de las computadoras, durante las tres semanas que estaré fuera aparecen acá viejas entradas de mi diario, agrupadas de manera temática. Hoy le toca el turno a la vida con los ojos de los nietos : Paul Louis (*12.5.1997), Oskar Linus (*13.12.1999), Vincent (*11.6.2003) y Henri Jonas (* 4.1.2010)

 

Montse trae a Paul a casa, se quedará con nosotros hasta mañana bien tarde. Ya camina con sus andaderas por todo el apartamento. Hoy llegó a nuestro dormitorio y echó mano a los libros. El primero que ha agarrado este muchacho en su vida es Erótica hispánica de Xavier Domingo. Bien empieza.

 

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Nuestro nieto Paul Louis conoce muy bien el Rhin. Cuando pasa algún día con nosotros, y eso es casi cada semana, Diny y yo lo llevamos siempre a la orilla del río. Ya sabe distinguir las direcciones que siguen los barcos: si a la izquierda, hacia Rotterdam; si a la derecha, hacia Basilea. Hace poco iba yo con él por Colonia como solemos hacer desde que estoy jubilado y lo saco a pasear una o dos veces a la semana: nos montamos al primer autobús o tranvía que pasa por la esquina de su calle, y luego vamos cambiando de autobuses a tranvías o viceversa, pues su pasión es el viaje en sí, y aunque aún no sabe leer ya sabe en cambio todas o casi todas las direcciones de los tranvías y los autobuses de la ciudad. “Abuelo, un tranvía, ¿qué número es?”, me pregunta. “El 6”, le contesto. Y según sea la dirección en que marcha el tranvía, lo mira muy serio y dice Marienburg o Longerich. Con una especie de convicción interior, la de que las cosas están arregladas en el universo para que ese vehículo se encamine a Marienburg o Longerich con el mismo sino ineluctable que determina la existencia de la ley de la gravedad. Pues bien: esta vez que el tranvía nos llevaba hacia el Rhin me di cuenta de que Paul Louis nomás lo conocía a ras de tierra, caminando por su orilla, y le dije que ahora íbamos a cruzar el río por encima, a través de un puente. Se arrodilló en el asiento, enfrentando directamente la ventanilla, y cuando entramos al Puente de Deutz y el río apareció ante nosotros no pudo reprimir sus gritos de reconocimiento: “¡Abuelo, un barco, dos, tres!, ¡abuelo, para Basilea, para Rotterdam!” Segundos después, debido a alguna señal de tráfico, el tranvía se detuvo a la mitad del puente. Paul Louis giró la cabeza como para pedirme explicaciones de ese frenazo, su mirada se quedó prendida a medio camino en la ventanilla de enfrente, y el vagón entero pudo escuchar su nuevo y fresco grito, esta vez de descubrimiento: “¡¡Abuelo, al otro lado hay otro río!!”  La carcajada de los pasajeros fue unánime, como una lluvia de primavera que limpiase el aire del tranvía. Y yo pensé en Heráclito y en esta más reciente constatación de su «Nunca te bañarás dos veces en la misma corriente».

 

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Traigo a Paul a casa de regreso del Kindergarten, nos montamos en el autobús 131, está desocupado el asiento delantero solitario que es el que más les gusta, a él y a Oskar, para poder ir viendo toda la secuencia del tráfico. Nos sentamos ahí, y al poco de estar en camino, de repente la siguiente pregunta:
– Abuelo, ¿ya estarás muerto cuando yo sea mayor?
Casi sin atreverme a preguntar por qué, le hago una pregunta más cuidadosa:
– ¿A qué le llamas tú ser mayor?
– Mayor: adulto –y se encoge de hombros, como no comprendiendo mi estolidez.
– Bueno, cuando tengas 18 años serás mayor de edad, hasta entonces faltan 13 años. –Y me decido finalmente:– Pero ¿por qué querías saber si estaré muerto para entonces?
– Porque si no lo estás, yo te podría llevar de pasajero en mi autobús.

 

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Estoy empezando a enseñarle castellano a Oskar (Paul es reacio, pero lo aprende todo sin decir esta boca es mía), y ello puede dar lugar a situaciones comiquísimas. Como hoy, que al oírme llegar a casa Oskar corre a la puerta enarbolando su pistola de madera y me conmina:
– ¡Manos agguiba!
– ¿Cómo se piden las cosas?
– ¡¡Pog  favog!!

 

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Llama Montserrat desde Formentera para felicitarme por mi cumpleaños, los niños también.
Pero primero es con Diny con quien habla Paul, que le pregunta:
– Abuela, ¿cuántos años cumple el abuelo?
– Sesenta y cuatro –contesta Diny.
– ¿Y él lo sabe ya?

 

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Por la mañana, Diny salió con Paul y Oskar a pasear hasta un mercadillo de pulgas infantil, acá en Weiß/Colonia, y al regresar me dijo muy extrañada que Paul no cesaba de repetir que yo me podría morir hoy. Como la verdad es que me gustaría saber con una cierta exactitud cuando me voy a morir, le pregunté a Paul que por qué estaba tan seguro de que yo me podría morir hoy. Su respuesta no ha podido ser más elocuente. Cuando sus padres nos los trajeron a casa el viernes, y apenas habían desaparecido, Oskar me echó los brazos al cuello y me dijo: «Abuelo, ahora nos quedamos con vosotros siete días», a lo que yo espontáneamente le respondí: «Si os quedáis con nosotros más de tres, no sobreviviré». Y parece que Paul se puso a calcular mentalmente: «Viernes uno, sábado dos, domingo tres…»  Ergo… hubiese dicho Descartes…

 

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Al parecer Paul llegó a casa de la escuela y contó un chiste que había oído en ella y que tenía que ver con la tortura. A Montse le molestó mucho y le explicó que sobre ese tema no se deben hacer chistes, y cuando él, como es habitual en los niños le preguntó que por qué no, Montse le dijo que le preguntase el porqué a la abuela Diny, que trabaja desde hace muchos años para amnesty international, ayudando a los presos. Hoy fui a buscar a Oskar para que se quede con nosotros hasta el domingo, mañana vendrá Paul. Y cenando, Oskar le dice a Diny:
– Abuela, ¿verdad que tú trabajas ayudando a los presos…?
– Sí –le contesta Diny sin darse cuenta de que lo interrumpía.
Pero Oskar siguió sin darse cuenta tampoco él de la interrupción, y lo hizo inclinándose al oído de la abuela con una cara cómplice y bajando la voz (¡en nuestra propia casa!):
– Si es verdad, tienes que ir de noche, cuando los polis están dormidos. Si quieres yo voy contigo y te ayudo a ayudarles a escapar…

 

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Vincent, tan chiquito todavía, recién dos años, ya “apunta maneras”, como dicen los cronistas taurinos de los toreros jóvenes que prometen. Vincent es muy, pero muy madrero, y creemos que va a ser hijo único de una hija única, nuestra nuera. Así es que cuesta muy mucho acostumbrarlo a quedarse con nosotros, cosa que no sucedió con los otros, aunque ya ha dormido una noche en casa y al día siguiente fue una fiesta, hasta conmigo, hacia quien siente ciertos recelos porque su sentido del humor no es el de Oskar, un cachondo de tomo y lomo, o de Paul, que se pone el mundo por montera (como su madre). Bueno, pues hoy pasó con Diny todo el día, en su casa, por motivos laborales de la madre, y a la hora de la siesta Diny le dijo “Y ahora a dormir, la siesta, con la abuela”, pero él contestó que sólo la dormiría con su mamá, e insistía en ello, sólo que Diny no le hizo caso y lo empezó a preparar (cambio de pañales) para la siesta, y de repente el crío va y le dice muy serio: “Abuela, esto no va a funcionar”. Bueno, contado así quizás no tiene gracia, pero en alemán es para morirse de la risa: “Oma, das wird nicht funktionieren!”

 

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Montserrat cuenta : Bajó al sótano de su nueva casa, con Oskar, para seguir abriendo cartones de la mudanza, y también la maleta de Frank, que estaba sin deshacer desde que regresó de Sicilia hace un par de días. Y al abrir la maleta encontraron dentro de ella un geco muerto. Los niños conocen bien los gecos, de las veces que han ido de vacaciones a Cerdeña, así es que Oskar lo reconoció enseguida, sin temor ni rechazo, y dijo “Mira, mamá, un geco muerto”. Quiso saber que cómo había muerto allí, Montse le explicó que posiblemente estaba dormido entre la ropa de Frank, que Frank metió de cualquier manera en la maleta al regresar a Colonia. Oskar dijo, porque parece que era un geco pequeñito, que sus pobres padres estarían buscándolo por toda Sicilia, y que había que enterrarlo. Montse accedió. Y entonces añade Oskar: “Mamá, si yo me muero antes que tú, quiero que me entierren con muchas flores, en un sitio abierto, que estén todos mis amigos y que canten We will rock you… pero bajito”, y cuando Montse aún no se había repuesto de la sorpresa y empezaba casi a llorar, añadió: “Pero pensándolo bien, no lo creo, tú eres mayor que yo, lo normal es que tú te mueras antes que yo”.

 

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Oskar, a sus siete años, sigue siendo el niño solidario y siempre dispuesto a ayudar a los demás, en especial a la abuela cuando la tiene en casa. Ayer estuvo Diny allí y la ayudó en la cocina, a pelar y picar un nabo para la ensalada, y luego le preguntó que qué más podía hacer, y Diny le dijo que por qué no limpiaba la escalera (es una casa de tres plantas) y allá que se fue Oskar con la aljofifa. Al rato va Diny a inspeccionar el trabajo y le dice: «Pero Oskar, sólo estás limpiando el centro de los escalones, ¿y los lados?» «Nooo», le contesta él, «ahí hay demasiado polvo».

 

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Salí corriendo del dentista, y con la bici, bajo una lluvia implacable, a casa de Montse, para estar allí cuando Paul y Oskar llegaran de la escuela, y quedarme con ellos hasta que la madre regresara a casa. Por cierto que cuando aparecieron, bajo la lluvia, les dije que se lavaran las manos, se pusieran ropa seca y comieran y, por favor, me dejaran en paz, porque andaba muy dolorido, entre el dentista y la gota; y luego, al tenderme en el sofá dije para mí pero en voz alta: “¡Qué mierda!”, a lo que Oskar comentó: “Pues la KVB* no es mucho mejor”. Tuve que reírme, menos mal, una risa en un día tan cabrón.
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*      La KVB es la compañía municipal de tranvías y autobuses de la ciudad de Colonia, y hasta Oskar, a sus siete años, ya sabe que es el peor servicio de transportes públicos de toda Alemania si es que no de Europa y hasta del resto del mundo.

 

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Aunque es muy temprano para la reunión con los nuevos esposos (Alex y Moosi se han casado antes del mediodía en el Registro Civil), vamos directamente del tailandés al Prater, la cervecería al aire libre [Biergarten] donde nos hemos citado. Y mira por donde ya está allí Montserrat, abismada en la lectura de una revista. Tenía pensado dejar sus dos bolsas en el Biergarten al llegar de la estación principal, y salir a pasear por el barrio, que es muy majo, pero los camareros –pienso que con razón– no se han querido hacer cargo de su equipaje, así es que a nuestra buena hija no le quedó sino apechugar con la situación. Nos cuenta que hubo ayer un incidente con Oskar. No regresó de la escuela. Fue a buscarlo por el camino por donde regresa siempre, y nada. Buscó por el pueblo. Nada. Llamó a varias casas de amigos suyos de la escuela. Nada. Por fin un viejo a quien preguntó le dijo haber visto a un niño de las características de Oskar, acompañado de otro, yendo a la orilla del Rhin. Allá que se fue Montse. Y los localizó, a Oskar y a su amigo, quienes a su vez la descubrieron a ella y huyeron con sus bicicletas, jugando al escondite con Montse durante un rato, hasta que los acorraló. Conociendo a Montse, la bronca que le tocó oír a mi pobre Oskar debe ser digna de figurar junto a las catalinarias de Cicerón. Y con razón, porque la angustia de una madre, en una situación así, nunca se valorará en su justa medida, ni siquiera aproximadamente. Oskar, contrito, se retiró a su habitación, y volvió al rato entregándole a su madre una hoja DIN A4 donde había escrito: «Libe Monzi  Ich renh ni wida wäck  Dein Oskar».
[Traducción con transcripción diferida de los errores gramaticales del original: “Qerida Monzi   No mhescapo nunka má. Tu Oskar»].
Nos echamos a reír cuando Montse nos muestra la hoja, a un niño así es imposible no quererlo.

 

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Con Vincent en el coche de su madre y en el parking de Aldi, esperando que ella y Diny salgan de hacer unas compras de última hora (el parking está lleno y no hay carros de la compra a la vista, señal de que el discount debe andar de bote en bote). Mientras esperamos, para distraerlo, le hablo de miles de cosas, le canto la canción de Mackie Messer, luego repito la primera estrofa suspendiendo el canto ante la última palabra de cada verso y él los completa de buena gana. Pero finalmente, en algún momento, pregunta que cuándo es que van a volver mamá y la abuela, y le explico que Aldi debe estar llenísimo porque habrá venido mucha gente a comprar Proviant (vituallas). Le pregunto si sabe qué significa Proviant, me dice que no. Le explico de qué se trata y que hay hoy mucha gente avituallándose porque hoy es un día muy especial, es el último del año, y mañana es fiesta por ser el primero del año siguiente.
– ¿Lo has entendido, Vincent?
– Sólo he entendido una cosa.
– ¿Qué cosa?
– ¡Están locos esos romanos!
«Die spinnen die Römer!», la frase emblemática de Ásterix. Y tengo que soltar la carcajada.

 

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Me cuenta Diny al regresar de la casa de Montse : Ocurre que Paul ha pasado toda la semana de excursión con su clase por la región del Eifel, donde se enteraron de que Alemania fue tan volcánica como Hawai… sólo que hace millones de años. Y ocurre que parece ser que Oskar lo echaba de menos al hermano. Montse, la madrecita querida, le dijo: «Pero Oskar, aprovecha que estás solo, disfrutando el lujo de ser hijo único». Y Oskar: «Ah, ¿así es que esta es la ventaja de ser hijo único?  Pues yo prefiero andar peleándome con Paul». ¡¡¡Oskar irrepetible!!!

 

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Ayer nos trajeron a Vincent, que pasó el día completo con nosotros, y se lo llevarán a mediodía los abuelos maternos, quienes están viajando desde Franconia para pasar acá la Nochevieja, con la finalidad de que Chico pueda festejar esta noche con los amigos su cumpleaños: es jodido lo de cumplirlos en una fecha tan crítica como es el 31 de diciembre. Diny ha ido de compras con Vincent, después del desayuno, y se ha encontrado con Montse, también de compras, y Montse le ha pedido el favor de que Paul y Oskar duerman esta noche con nosotros, porque también ella y Frank van a festejar con Chico. El resultado es un comentario de Vincent, que Diny le pide que me lo haga cuando regresan a casa. Así es que Vincent se acerca hasta mi despacho y me dice su comentario: «Esta casa es el Hotel Abuela». Cada noche huéspedes distintos, sí, Vincent tiene muchísima razón. Como la tiene luego, cuando pinta un retrato de su padre, para regalárselo en su cumpleaños. Es bastante raro ese retrato, y yo soy bastante lerdo para esta clase de simbolismos o trampantojos, pero no Diny, que enseguida se da cuenta: Vincent ha pintado a su padre en forma de corazón.

 

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Me cuenta Diny que cuando se encontró hoy con Montse en Sürth, ella le pidió que se hiciera cargo de Oskar durante un rato mientras iba al peluquero, que la esperasen en la heladería, así es que allá se fue Diny con Oskar (9 años recién cumplidos) y Vincent (5 años, desde junio), pudiendo asistir en primera fila al siguiente diálogo:
Vincent: – Oskar, ¿tú eres creyente?
Oskar: – Noooooooooo….
– (Tras una pausa:) ¿Y no crees en el Niño Jesús?
– No, ¿y tú?
– Yo tampoco.
Diny: – Ten cuidado, Vincent, porque si no crees en el Niño Jesús, el año que viene no te traerá regalos por la Navidad. (Vincent se queda muy pensativo) Y tú, Oskar, ¿no has ido a la iglesia a ver el pesebre?
Oskar: – Nooooo, yo a la iglesia sólo voy cuando me llevan de la escuela con el resto de la clase, si no, no.
– Pues en el pesebre, este año, entre los pastores han puesto también a Podolski [el ídolo de los niños colonienses amantes del fútbol].
– Ya lo sé, pero a la iglesia no voy si no es porque me obligan a ir.
Y la verdad es que me pregunto de dónde le habrá salido a Oskar esa negatividad frente a la iglesia. Es cierto que ninguno de nosotros (ni Diny ni yo, ni sus padres, ni sus tíos por la parte materna, la nuestra) es religioso, pero tampoco somos proselitistas. Su rechazo debe de ser pues producto del gene agnóstico Bada.

 

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Me pide Montse que vaya a su casa a mediodía para cuando Oskar regrese de la escuela, ella tiene que ir al Gymnasium donde Paul hace el bachillerato, a causa de una bronca que tuvo con la profe de Arte. Los hechos : Varias escuelas enviaron sus alumnos a la Philarmonie, la sala de conciertos de Colonia, para asistir a un ensayo de coreografía de alumnos de otra escuela, con música de Bach. La profe de Paul les pidió luego a los suyos, en el Gymnasium, que redactaran lo que habían visto, como si fuera para un periódico, pero pudiendo dar su opinión personal. Paul, ni corto ni perezoso, escribió algo así como: «Estuvieron dando vueltas en círculo. Luego se detuvieron. Siguieron dando vueltas en círculo. Luego se tiraron al suelo, giraron allí sobre sí mismos y se pusieron de pie. Siguieron dando vueltas en círculo» y así varias veces, y ese fue el trabajo que le entregó a la profe. Ella le preguntó que si eso era todo, él le dijo que sí. Ella quiso saber si es que no tenía una opinión personal, él contestó que no quiso escribirla porque aquel espectáculo era de lo más aburrido y más estúpido que había visto en su vida, en fin, una mierda, y prefirió reflejarlo describiendo lo que vio. A partir de ahí se enzarzaron en una discusión en la que él siempre le sacaba un punto flaco al argumento de ella, hasta que la profe decidió cerrar el capítulo con un  categórico «¡No más “Peros”!», a lo cual Paul le respondió: «Pues entonces un “Y si…”»  Maestro de la polémica a sus todavía doce no cumplidos. Es lo que dice Montse, que la profe no está en condiciones retóricas de enfrentarse con él. Pero hay que aplacar las olas, porque la discusión le ha supuesto a Paul una entrada negativa en su registro escolar.
[Cuando regresa de la escuela y de su charla con la maestra, Montse le quita hierro al asunto. Nunca es tan fiero el león como lo pintan].

 

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A sus doce años, un mes y seis días, Paul ha participado por primera vez en una manifestación de protesta. Y lo ha hecho motu proprio. Estoy orgulloso de él. Nos hemos enterado por Montse, y ella a su vez por una llamada telefónica de la escuela, diciendo que Paul había hecho novillos, junto con dos alumnos y dos alumnas más. Cuando llegó de regreso a casa, en compañía de uno de esos dos chicos, Montse los sometió a interrogatorio y supo que habían decidido acudir a una manifestación de protesta (de las muchas que están teniendo lugar en estos días) contra la catastrófica política universitaria y escolar que padecemos en este país. Y no sólo acudieron a ella sino que tomaron buena cuenta de cuanto dijeron los oradores, como se notó en las citas de sus discursos que le hicieron a Montse. Resultado: Montse escribe a la escuela admitiendo que no deberían haber ido, puesto que estaba expresamente prohibido a los escolares hacer huelga, pero que personalmente prefería que hubiesen hecho la rabona para acudir a la manifestación, en vez de irse a la orilla del Rhin a fumar y ver pasar las gabarras. Diny me lo cuenta mientras cenamos y tengo que aguantarme las ganas de llamar a Paul para felicitarlo.

 

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Vincent [6 años] le cuenta a Diny que está harto de Michael Jackson porque casi es lo único que se ve en estos días en la tele, que no puede dormir por su culpa, y que en el kindergarten uno de sus copupilos le ha tomado el pelo diciéndole que al salir del kinder se iba en avión a América. «¿Para qué?», le preguntó Vincent. «Para acudir al entierro de Michael», le dijo el otro. Y Vincent se lo creyó hasta que el otro se echó a reír. Un motivo más para estar harto de todo este circo mediático que han montado en torno a ese esperpento cuyas canciones parecen que se hubieran compuesto y grabado en unas granjas avícolas de explotación intensiva.

 

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Después de almorzar en La Modicana, Carlitos me dejó a la puerta de la clínica donde antier dio a luz Montse. Y he pasado allí una hora con el niño y los padres. Mi regalo de Reyes: tener a Henri Jonas por primera vez en mis brazos, y acunarlo suavemente, cantándole pianísimo el «arroró mi niño, / arroró mi sol, / arroró pedazo / de mi corazón».

 

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Nieve en las calles, a pesar de que hoy ha salido el sol. Tomo el autobús para ir a lo de Montse, tan sólo he visto a Henri dos veces desde que nació, hace 44 días. Apenas llego, lo tomo en mis brazos y ya no lo suelto sino para almorzar una bullabesa que me descongela Montse mientras lo acuno a Henri, como hice con sus hermanos y con Vincent, cantándole muy suavecito, para no perturbar su sueño, el Moritat de Mackie Messer en Die Dreigroschenoper. Qué criatura tan adorable este niño, cuánto estoy deseando que comience a gatear, y luego a caminar, que será cuando empiece a pasar horas y días en nuestra casa, como los otros tres críos, rejuveneciendo nuestras paredes, nuestro espacio, nuestra vida.

 

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