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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 21 / 2013

De mi Diario: Semana 21 / 2013


 

Weiß/Colonia, 19.5.

Hoy me pegué un susto de la gran puta. Me fui al Notebook de Diny para ver cómo funcionaba lo de Google Drive en otra compu, programé «Google Drive» en la ventana de búsqueda y me salieron las opciones infinitas que hay allá, casi medio billón (billón real, no el descafeinado de los gringos), y apliqué a la primera de ellas, para –creía yo– proceder a programar mi contraseña y acceder a mis datos, pero, para mi sorpresa y susto, mis datos aparecieron todos sin necesidad de ninguna contraseña. Fue un momento literalmente angustioso, como si alguien me agarrase por la garganta, pensar que en ese mismo instante cualquiera que lo quisiese podía tener acceso a mis datos. ¡Hasta los que no conoce ni la CIA!  Llamé a Arzola, desesperado, y él me volvió a dar una lección de ecuanimidad y savoir faire, explicándome que seguramente ayer o anteayer intenté conectar con mi cuenta gmail desde la compu de Diny, para lo cual tuve que consignar  mi contraseña, y luego me olvidé de “desconsignarla”. En realidad, no me olvidé, ni siquiera se me ocurrió, inconscientemente debo de haber creído que al cerrar la conexión desconectaba la consigna, pero ¡ca!, el sistema binario funciona con otra lógica que el de los bípedos implumes. Lo que me deja muy pensativo es que Arzola, al despedirnos, me haya dicho que es difícil encontrar alguien de mi edad que aprenda tan rápidamente los secretos de la lógica virtual. No es sólo que me deje muy pensativo, sino horrorizado: ¿es posible que el resto del colectivo de gente de mi edad sea tan tonto?  Y después de un buen rato de reflexión me digo que no debe de ser un problema de dispacidad, sino tan sólo de asimetría con los tiempos que vivimos.

 

Weiß/Colonia, 20.5.

0:20 am: Pasan el último episodio de la 5ª temporada de Lewis y me quedo con la bronca de no saber si alcanzaré a ver la 6ª y la 7ª. Pero hay un fotograma de este episodio que vale la pena casi por toda la serie. Lewis y Hathaway interrogan al profesor Voss, y en un momento determinado él dice que lleva bastante poco en Oxford, que llegó recién de Cambridge. Entonces Hathaway, ex alumno de Cambridge, implementa su mejor sonrisa y le pregunta que de cuál College viene, y cuando Voss le responde «De Harvard, Cambridge, Massachussets», el rostro del pobre Hathaway sufre una paralización donde se mezclan la consternación y el desdén, en cantidades tan visiblemente mensurables en la escala Richter de la expresividad facial, que me reafirman en mi reflexión de la semana pasada: la saga Lewis supera a la saga Morse gracias al DS Hathaway, dándose la paradoja de que el formidable DI Lewis era casi impensable a partir del DS Lewis de Morse.

 

Le escribo a Piedad, luego de leer su columna, y le cuento que «soy un epistolómano convicto y confeso, desde al menos los trece de mi edad, cuando mi padre en su despacho y mi madre en casa me dictaban las cartas que yo (respectivamente a máquina y a mano) les escribía a sus clientes y a nuestra familia en Extremadura, Sevilla  y Madrid. Y suscribo todo lo que dices menos lo relativo al relato de Skármeta sobre el cartero de Neruda, que me parece el texto de una Corín Tellado con autoexigencias literarias (¡como si ella hubiese tenido necesidad de semejantes coartadas para escribir!) No, lo que a mí me retrotrae siempre a la profesión del cartero es una de las novelas más hermosas que jamás se hayan escrito en inglés, y no sólo en ese idioma cuasi monosilábicoThe Human Comedy, de William Saroyan. Si no la conoces, búscala y léela, y créeme, Il postino no está mal, pero es tan, tan previsible Casi como el propio Neruda, quien supo al menos acertar que si alguien nacía tonto en Chile, lo harían embajador».

 

A las 2:15 pm, tras una siesta cortita y temprana, me plantifiqué delante de la tele para ver por enésima vez Los puentes de Madison County, y llorar por enésima vez con esa bella y tan triste historia. Snif snif snif, qué hijueputa puede ser la vida, hasta cuando es una vida de ficción.

 

Terminó esta noche el pase de la primera temporada de la serie policial sueca con la reportera Annika Bengtzon como protagonista. Al parecer no la van a continuar, problemas económicos lo impedirían. Me cago en la recontrarremilputamadre que los recontrarremilparió. He dicho.

 

Weiß/Colonia, 21.5.

Buscando citas para mis dobles envíos dominicales encontré esta de Charles Morgan: «Responsibility is a hard bread to be eaten with a rough wine, not sopped in milk. No one can eat it for us. Eat it or starve». Se la envío traducida a Rolando («La responsabilidad es un pan duro para ser comido con un vino áspero, no ensopado en leche. Nadie puede comerlo por ti. Cómelo, o muere»), pidiéndole que me diga qué le parece mi versión. Rolando me contesta: 


«Está rebién, viejo. Leí a Morgan durante mi último año de secundaria; imagínate. Amy Cornish (apellido más inglés no puede haber) fue la que me prestó The Voyage; me quedé con él todo el semestre de la primavera del ’46 antes de presentarme como voluntario en el ejército, con el permiso de mis padres. Años después (después de Corea), Miss Cornish visitó a mi mamá y le dijo que de los cinco Hinojosas que habían sido estudiantes suyos, yo iba a ser profesor y, quizás, escritor».

 

A mi vez le respondo: «El viaje es un libro admirable, pero de Charles Morgan lo que más me gusta son sus ensayos y esa obra de teatro donde adaptó su propia novela sobre el aviador inglés caído en Francia y que la Resistencia quiere «contrabandear» a España pero alguien cree que es un infiltrado y, safety first, lo matan por si acaso. Si no la conoces, no dejes de leerla, en español se titulaba Camino secreto».

 

Rolando: «Te prometo que mañana vuelvo al campus para qué tienen de Morgan. (Apellido popular en Gales; significa “el mar”, lo que le la toda la razón al seudónimo que usa el pirata Henry Morgan). Si te interesa, te mando otras citas de Morgan. Mi favorita tiene que ver con los diez mandamientos si los hubiera escrito un graduado de la escuela de derecho en Harvard con tres años de trabajo en La Loma (como también se le llama al congreso en D.C.)».

 

Y me las manda y traduzco la primera: «Si Moisés hubiera estudiado Leyes en Harvard y pasado tres años trabajando en La Loma, habría escrito los diez mandamientos con tres excepciones y una clásula de salvaguardia». Y le añado este comentario a Rolando: «También me gusta esta frase. Y te cuento que tuve una etapa, allá por mis 18→22 años, en que era un charlesmorganadicto a tiempo completo. Hasta Sparkenbroke, que es un poco pesada, me la devoré en dos días. Y la releí, además, y se la hice leer a mi pobre novia de entonces, que la dejó por aburrida. Pero novelas como la que tú me dijiste que habías leído, El viaje, o por ejemplo La fuente, con ese mundo de caballerosos oficiales ingleses y alemanes neutralizados en Holanda durante la 1ª guerra mundial, o bien Camino secreto y su adaptación al teatro, o su otra obra teatral, El río deslumbrante, que es deslumbrante la obra misma, ah sí, Morgan me apasionó en su día. Y una de las mayores pérdidas que he sufrido en mi biblioteca es por haber prestado el volumen II de sus obras selectas, donde estaba El río deslumbrante, a una actriz amiga, uruguaya, a quien le hablé con tanto entusiasmo de ese drama que especuló con la idea de montar la obra acá en Colonia con un grupo de aficionados todos latinoamericanos. Cuando al cabo de un par de meses le pedí que me devolviera el libro, que incluía además El viajeCamino secreto y los ensayos Imágenes en un espejo, me confesó con gran pena que lo habían perdido (lo que significa que alguien del grupo terminó quedándose con él, la puta que lo parió). Por cierto que aquí en Alemania terminé de leer a Morgan en alemán, lo poco que me quedaba por conocer y que no estaba traducido al español, por ejemplo Challenge to Venus, que me encantó. Leer a don Charles no es fácil, pero recompensa». 

 

High Art, la primera peli escrita y dirigida por Lisa Cholodenko, no me ha convencido. Creo que está muy bien interpretada; que la idea original del guión, aunque poco original, no es mala; que la música lleva en andas a las imágenes no pocas veces; pero el resultado en bloque decepciona, y lo peor es que el final, además de decepcionante en sí, es casi una confesión de impotencia de la guionista/directora frente al problema de su principal criatura.

 

Weiß/Colonia, 22.5.

2:00 am: La programación de medianoche me puso en un dilema, pasaron casi unísono Last Chance Harvey [Nunca es tarde para enamorarse], la peli con Emma Thompson y Dusty Hofman; In the Electric Mist [En el centro de la tormenta], ese homenaje de Tavernier al cine negro de los 30, con un fabuloso Tommy Lee Jones; e Il caimano [El caimán], de Nani Moretti, bastante más que una simple sátira contra Berlusconi. Y la verdad es que estaba tan triste que me decidí por la comedia romántica, eso aparte de que doña Emma y Dustin componen una pareja deliciosa. Entre los dos consiguieron quitarme mucha tristeza de encima.

 

He tenido un problema al cambiar mi dirección estándar en PayPal; el sistema de seguridad me pidió que contestase a dos preguntas, las mismas que me hizo cuando inauguré mi cuenta en PayPal hace años, casi recién inaugurado ese sistema bancario. Y una de las preguntas no la respondí como estaba archivado en la memoria del sistema. Lo cual me hizo tener que ponerme a pensar en mi infancia y llegué a la conclusión de que a esa pregunta sólo la pude contestar de dos maneras: probé con la segunda, y PayPal me la admitió. Y eso me llevó a releer “El desafío de las contraseñas”, la columna de Ángeles en el último # de Nexos, que es una joya de su estilo narrativo. En cualquier caso, el hacker que me quiera joder lo tiene fácil porque yo no uso nada más que una sola contraseña, pero mi tranquilidad consiste en que por ejemplo, ahora, cuando he cambiado mi estafeta postal de bada-hansen@t-online.de a r.bada.hansen@gmail.com, Google Chrome clasificó mi contraseña como “óptima”. Trabajo les mando a los hackers.

 

Recogí a Henri en el Kindergarten y hemos almorzado juntos los tres. Bueno, el almuerzo suyo ha sido una terrina chica de yogur, media chocolatina y ¾ de una magdalena, y por cierto que se niega en redondo a llamarla así excepto para negarla: «Es ist ein Kuchenchen [=bizcochito], nicht eine “magdalena”!». Le gasto un par de bromas al respecto, revolviéndole el pelo, a mi “chiquitito bonito”. Como dice Andrea, «Henri es es.pec.ta.cu.lar».

 

Me escribe Josefa, desde el berrocal, contándome una linda anécdota que tiene que ver con un asterisco en la calificación de un examen suyo, por escrito; un asterisco que demuestra el buen gusto y el tacto de su profesora: cuando Josefa acudió a preguntarle la razón del asterisco, la profe le dijo: «De nota tienes un ocho, pero tres faltas de ortografía. Esta vez vas a pasar, pero la próxima que me las encuentre en uno de tus exámenes hará que deje de corregirlo y se acabó la indulgencia». Le cuento que a mí me pasó algo de lo mismo, «pero al revés, y fue en el primer examen parcial de Internacional Público, estudiando Derecho en Sevilla. Cuando dieron las notas fue de manera oral, lo hizo el profesor auxiliar, Carrillo Salcedo, y yo estaba seguro de que mi examen había sido bueno, o sea que contaba con el aprobado; con lo que no contaba es con lo que dijo el profe: “Ricardo Bada, sobresaliente con matrícula de honor. (Y ahí me miró:) En realidad su examen es sólo para notable, pero usted es el único que ha escrito sin una sola falta todos los nombres de los tratadistas extranjeros”. Y eran muchos los que había citado, y algunos de una grafía tal como Lasson, Corbett, van der Heydt, Savigny, Burkhardt y piensa que te estoy hablando de 1958, cuando la relación del españolito con los idiomas extranjeros pasaba por las carteleras de los cines y los créditos de las pelis, y nadie decía táiron págüer sino tirone póver, ni sharl buaié sino chárles bóyer, etc. Yo a mi pobre abuela paisana tuya, Remedios la bella y la sabia, la mareaba con mi pronunciación, por ejemplo decir rita jéiguorz y no rita aiwor, como ella, y cuando se me encaraba diciéndome que por qué yo pronunciaba tan raro, yo la encaraba de vuelta preguntándole que por qué ella decía jóligú y no ollivód. ¿Lo ves, Josefilla querida?  De esta manera un recuerdo trae otro, y así escribimos nuestras memorias».

 

Weiß/Colonia, 23.5.

0:50 am: Con Los tres entierros de Melquiades Estrada me pasa algo curioso. Es una peli que adoro, pero que no la quiero volver a ver. Cuando aparece en la programación, y pasan otra paralela interesante, le doy prioridad a la otra. Ni siquiera la tengo en DVD. Pero esta debe de ser la cuarta o quinta (o sexta) vez que la veo. Si cedo a la tentación de zapear al canal donde la pasan, ya no la suelto hasta el final. Tengo que analizar a qué se debe mi rechazo, aunque estoy seguro de que se relaciona con el odio y la rabia que le tengo al racismo gringo, el más estúpido e incomprensible de todos, porque el USAno es aquello que, hablando de perros, los alemanes llaman “eine Promenadenmischung”, el resultado de las cópulas promiscuas en la calle. Y conste que lo pienso en un sentido muy positivo: son ellos quienes ni lo saben ni quieren saberlo.

 

Lo leo en el diario, que en la prosa de la burocracia militar suiza, existen «pequeños cuerpos volantes de naturaleza biológica y capacidad autorreproductora, con retorno automático programado desde cualquier dirección o distancia»: son las palomas mensajeras. Chapeau!

 

Leyendo En otros lugares, de Henri Michaux, me entero de que el emperador Dovobo murió «en la mañana de su diecisieteavo día de reinado». Confundir un “decimoséptimo” con un “diecisieteavo” es grave, no tanto por la ignorancia aritmética, sino por la idiomática. Ay estos traductoresNo quiero pensar que el error esté ya en Michaux, porque en tal caso el traductor hubiese añadido un “sic” o una nota a pie de página. Soy así de altruista y bienpensante.

 

Viene a buscarme Carlitos para la lectura en Düsseldorf, en el Café Internacional, una iniciativa de la asociación de estudiantes de la Uni. Todos los años organizan cuatro o cinco eventos de esta índole, siempre con el centro de gravedad en un país determinado, e invitan a un autor del mismo que viva en Alemania, para que lea de su obra y dialogue con los estudiantes. Este año han elegido España y me invitaron a mí. Yo acepté siempre y cuando se me permitiera leer en español, aunque el diálogo, después, podía ser en alemán. Aceptaron porque existe traducción de un cuento mío, El hombre que coleccionaba nombres de gabarras, de manera que quienes no pudieran seguirme la lectura en el original, podían hacerlo en la versión tedesca impresa. El acto incluía cante flamenco antes y después de mi lectura, y el lugar es en verdad un café, con mesas para cuatro personas, un par de ellas para seis, y la atmósfera por completo la de un café: nadie está obligado a oír a quien lee o canta, y en ese sentido tuve más suerte que los hermanos Jiménez, el dúo malagueño a cargo de la parte musical. Me escucharon en bastante silencio, y horas después, Salomón Derreza, el mexicano del comité directivo que propuso mi nombre, me hizo llegar dos diálogos que había mantenido luego de que Carlitos y yo (en compañía de la querida Andrea, que me dio una gran alegría al participar en la aventura) partiéramos de regreso a la civilización (no olvido nunca que Düsseldorf está en la orilla falsa del río, en la derecha):


«Diálogo 1:Ella: ¿Dónde puedo comprar el libro de Ricardo Bada, de donde leyó su cuento? –Yo: No existe tal libro. –Ella (incrédula): Por qué no? –Yo: Yo tampoco me lo explico, ¡con las maravillosas posibilidades de autopublicación que hay! –Un tercero: ¡Lo mejor sería un audiolibro!


Diálogo 2 (hace unas horas):Él: Todavía sigo alucinando con la lectura de ayer. –Yo: 🙂 –Él: Me llegó, te juro que me llegó. Es la mejor historia sobre el movimiento de las palabras que conozco».

 

Al parecer, pues, mi cuento les hizo tilín. Me alegro mucho porque me costó un vencimiento leer al ritmo lento que lo hice, el ritmo interior del cuento es otro. Eso además de no ser un cuento para leído en voz alta, «es para leído con los ojos», me atestiguó Carlitos, que sabe del asunto.

 

Weiß/Colonia, 24.5.

Me pregunta Carlos, desde Aracena, que si “Pflasterhofweg 11a, 50999 Koin (Colonia)” es mi dirección postal correcta. Y  le contesto que la de la calle, sí, pero la de la ciudad debe de ser simplemente, “50999 Colonia”, nada de Koin (que eso está en Málaga, aunque escrito así con ortografía alemana), ni nada de Köln, que es como se escribe en alemán. Los alemanes no saben que Trier se llama Tréveris, Aachen Aquisgrán, Regensburg Ratisbona, Lausitz Lusacia, Mainz Maguncia, etc, pero todos ellos saben que Köln es Colonia. Y quienes somos latinos y vivimos en ella estamos orgullosos de hacerlo en una ciudad que, como me dijo cierta ocasión Heinrich Böll, no se avergüenza de confesar en su topónimo que fuimos una colonia.

 

Almuerzo con Andrea en el italiano de Karstadt, la clásica sopa sarda de pescado, con agua mineral ella (que tiene que entrar a trabajar a las 4 pm), con vino tinto yo, un jubiloso jubilado. Reseñar que las horas felices, como las familias que lo son, carecen de historia, Tolstoi dixit!

 

Weiß/Colonia, 25.5.

2:05 pm: Acabo de volver a ver A Stranger Among Us, una de las pelis menos valoradas de Lumet. A mí no me parece tan desigual como le critican, pero sí es verdad que Lumet podría haberle sacado mucho más partido al material del que dispuso. Como fuere, siempre me quedará  el recuerdo de la doble cita de la Cábala: «Dios cuenta las lágrimas de las mujeres».

 

Atraso la siesta hasta las 4 pm porque a la 1:40 pasan Kiss Me Kate, la peli de los cincuentas. Antes, busco en el archivo de este diario lo que escribí cuando hace un par de años fuimos felices espectadores del musical acá, en la Ópera. Encuentro la entrada con fecha 15.1.2010, y mi memoria no me traiciona, fue una noche sensacional. Anoté entonces que la peli la recuerdo muy vagamente, y sólo la he visto una vez, y que en imdb descubrí que en ella actuó Bob Fosse, y también que salimos de la Ópera muy contentos con Dagmar Manzel y el elenco que la acompañaba, y tarareando uno de los temas más pegadizos de Cole Porter. Hoy, después de ver la peli constato dos cosas:1ª) que no deberían haber doblado las canciones al alemán porque convirtieron la banda sonora en algo así como el CD de una opereta vienesa; y 2ª) que tiene muchísima razón el crítico del diario de Colonia en la minirreseña que le dedica dentro de la programación del día: «El film era originalmente una producción en 3D, pero cuando Ann Miller llena la cámara con su regio par de remos, el efecto 3D salta a la vista». Lo certifico, sobre todo cuando canta y baila “Too Darn Hot”.

 

***********FIN***********

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