Rodenkirchen, 21.5.
Ayer me anunció Montse que Oskar pensaba visitarnos hoy, además de tomarme el pelo, y pensé que bien podía invitarlos a almorzar con nosotros, en el chino, él y Paul, quizás también Vincent, que no reaccionó a mi llamada. Fuimos caminando Diny y yo, ella con el andador, yo con mi bastón, y llegamos al Orquídea, donde ya había reservado mesa, 5’ más tarde apareció Oskar, y 15’ después Paul, a quien el bus anterior lo había dejado en tierra. Pidieron sus platos bien colmados, y con abundante arroz. Yo me limité a mis langostinos empanados y mis Chardonnays. Charlamos mucho, los chicos y yo, Diny se había quedado bastante pensativa desde que Oskar y yo le aseguramos que entre él y Henri no había un nieto más, en concreto una nieta, ¡tanto como lo hubiésemos querido!… Descubrimos (Diny los descubrió) a Margot y Uwe en una mesa en diagonal con la nuestra. Al salir, pasamos por allá para saludarlos y animarlos a que se vengan a vivir al Maternus, como nos dijeron que lo estaban pensando cuando nos visitaron en febrero. Ojalá se decidan, pienso sobre todo en la compañía que serían para Diny, ella y Margot eran uña y carne en su grupo de Amnistía Internacional.
Paul regresó a casa desde el chino y Oskar nos acompañó al Maternus, para tomarme el pelo, como le llamo a sus artes de Fígaro. Esta vez vino hasta con sus pertrechos eléctricos y me dejó un corte poco menos que perfecto. Acaba de irse y me echo a dormir la siesta.
Cuando me acuesto por la noche caigo en la cama como un tronco, como un toro tras una estocada en el hoyo de las agujas. Pero en la siesta casi nunca concilio un sueño, todo lo más un semisueño poblado por lo general de ensueños eróticos. Es la primera vez que me sucede, como también que algunas veces no sean ensueños eróticos, sino auténticas pesadillas en las cuales me encuentro atenazado de tal forma que no consigo moverme, siento la impotencia para librarme de eso que me atenaza, sea lo que fuere. Pero no pienso darle tres cuartos al pregonero, es decir: no acudiré a un matasanos del alma. Como decía el gran Karl Kraus, «El sicoanálisis es la enfermedad que cree ser su terapia», y también «La sicología es un ómnibus que acompaña el vuelo de un zepelín».
Rodenkirchen, 22.5.
Anoche volví a ver y a gozar Butch Casssidy & The Sundance Kid [Dos hombres y un destino] al cabo de varios años. Con ella me pasó una cosa muy curiosa. La vi y la gocé por primera vez en el otoño 1969, cuando la estrenaron en Colonia. Me fascinaron sobre todo la escena en que Sundance (Robert Redford) obliga a hacer estriptís a Etta (una Katharine Ross comestible a besos) y la inolvidable del paseo en bici de Butch (Paul Newman) llevando sentada en la barra o en el manillar a Etta mientras suena en fondo «Raindrops Keep Fallin’ on My Head [Gotas de lluvia siguen cayéndome en la cabeza]» cantada por Bill Joe Thomas. Y también la banda sonora de los asaltos a los bancos bolivianos y las consiguientes persecuciones a caballo por parte de la policía. Dos años después, en 1971, al regreso de unas vacaciones en la entonces Caracas, hoy Karakogrado, Luis Pardi me trajo de regalo un vinilo LP de la Nueva Onda de Aldemaro Romero, que puso patas arriba mis esquemas sobre la música popular latinoamericana. Al mismo tiempo pensé que AR era un discípulo formidable de Burt Bacharach y su suite sudamericana de Butch Cassidy… Pero hace un par de años, la última vez que vi la peli, descubrí que AR creó la Onda Nueva en 1968, un año antes de la filmación de la peli con su partitura debida a BB… Y es algo que no he visto comentado en ninguna parte: a partir del conteo 77’30” del metraje, hasta el 82’57”, la suite sudamericana de BB es Onda Nueva² (sí, al cuadrado). Es decir, fue BB el aventajado discípulo del gran Aldemaro, aunque sin darle ningún crédito. Pero al César lo que es del César. Los hipervínculos con Youtube en este texto lo demuestran sin lugar a la duda. Y en LJS de ayer hay un artículo muy bueno sobre la filmación en México del episodio boliviano de esta peli.
En el almuerzo de hoy en el comedor del Maternus una tortilla de jamón que sabía a tortilla y a jamón. Puse a un lado una salsa de queso derretido que estaba de más en el plato, y la engullì con unas pocas papas cocidas y con sal. Y con apetito. Es casi un hecho histórico.
Vino puntual Frau Lindemann, la ergoterapeuta, y me permití, con su permiso, decirle algo bastante personal; y es que hace un par de semanas, cuando Paul le entregó su calendario con una dedicatoria asimismo personal, y resultó que ya se conocían, al verlos juntos pensé en la magnífica pareja que harían. Ella, se llama Celina, sonrió y me dio las gracias por el subyacente piropo, pero ya tiene un amigo, me explicó. Lo que no sé es por qué me lo explicó, no tenía necesidad de hacerlo, digo yo.
Rodenkirchen, 23.5.
Hoy, en La Modicana, Ulli encarga una de sus megaensaladas, esta vez con espárragos, Carlitos una pasta con ragú de carne de res y yo ravioles con trufa blanca. Por cierto que las rodajas de trufa me las trajo en persona la signora diciéndome que Minou había pecado de un exceso de rapidez. En verdad, al no verlas en el plato pensé que serían parte del relleno de los ravioles, y ya me relamía de antemano. Porca miseria! Durante la comida les hablé de Butch Cassidy… y a Ulli le pareció superinteresante, es más: ella conocía la canción «Raindrops Keep Fallin’ on My Head”, sin saber que forma parte de la banda sonora de este western tan atípico. Luego, ya de sobremesa, se interesó por mi columna de esta semana y hablamos de gentilicios alemanes atípicos. Gracias al fútbol, el más conocido es Borussen, derivado del topónimo Borussia, el nombre de Prusia en latín.
Dediqué gran parte de la tarde a despachar correspondencia atrasada, me fastidia mucho ver la bandeja de borradores casi llena en mi cuenta gmail.com, pero la atención vigilante a lo que hace y dice Diny me roba mucho tiempo. Hoy me preguntó, hace poco, que cuánto tiempo vamos a seguir en este apartamento de Chico. Se le ha metido en la cabeza que este apartamento, el 230 del Maternus, es propiedad suya y, además, que se lo compré yo. ¡Tan luego yo, que –como mi padre– nunca quise poseer una propiedad inmobiliaria!
Rodenkirchen, 24.5.
He pasado cientos de veces delante del Steep’s, hotel y restaurante en el centro de Rodenkirchen, a ½ cuadra del Maternus, sin detenerme nunca a mirar en la vitrina con el menú de la casa, pero la semana pasada lo hice, descubrí que los miércoles ofrecen Rievkooche, el nombre coloniense de los Reibekuchen, tortillitas de papa rallada, uno de los platos que más me gustan de la gastronomía de acá. Decidí venir hoy, pues, y estudiar la topografía del lugar para ver si es uno al que puedo traer a Diny: que no haya desniveles en el comedor, que los servicios estén en el mismo piso, etc. Y sí, puedo traer a Diny, ya que se accede por una entrada con rampa para los andadores y las sillas de ruedas, y en el interior, al pasar del bar al comedor, hay que descender un escalón, pero eso es hacedero para Diny. Además, se va a alegrar mucho porque no es amiga de los Rievkooche, pero en la carta hay cuatro clases de Flammenkuchen, la pizza alsaciana, como yo la llamo, y que a Diny se le hace la boca agua al nombrarlos. En cuanto a mis Reibekuchen con salmón ahumado, que regué con dos generosas copas de un Grauburgunder entrador, estaban de rechupete, bien doraditos, como a mí me gustan. Paul, a quien durante nuestro almuerzo el domingo, en el chino, le conté de mi descubrimiento del Steep’s, y resulta que él conoce bien el local, me dijo que ahí se comía muy bien, que el local era coloniense hasta las cachas y el servicio muy esmerado. No exageró ni un cm en su elogio del lugar. Me haré parroquiano.
Marcos me escribe desde Karakogrado, en Venezuelistán: «Confieso que no me pude aguantar y anoche compré la más reciente novela publicada de Irene Nemirovsky (Dos); estoy de acuerdo con el autor de la nota, todo lo que he leído de esa escritora –fallecida demasiado joven, por culpa del monstruo Hitler y los suyos– es sobresaliente, comenzando con la conmovedora e impactante Suite Francesa». Le contesto: «Tomo nota de tu recomendación del libro de IN, tenía esa asignatura pendiente, gracias por moverme a desecar esa laguna en el mapa de Finlandia que es mi disco duro».
Por su parte, Óscar me escribe desde Paisápolis, vulgo Medellín, comentándome algo que conté hace pcoo en este Diario: «Desde un principio sospeché que el Óscar con c, no con k, era este servidor de tinto [café en colombiano]. El segundo ajedrez de mi colección se lo regalé a la nieta de Gilberto Echeverri, asesinado por las Farc hace veinte años. El contó en su diario que con sus compañeros de cautiverio había tallado un ajedrez para Camila, su nieta. Consulté con su familia si les había llegado el ajedrez y como la respuesta fue negativa le envié uno de los míos. Felicidades y que los dioses vuelvan a serte propicios. Ya es hora». Óscar es de una generosidad espontánea y natural de las de antes de la guerra, como diría mi abuela Remedios.
Rodenkirchen, 25.5.
Anoche estuve viendo de nuevo, al cabo de unos 70 años, o más, Anchors Aweigh [Levando anclas], que es de 1945 y debe de haber sido uno de los primeros, si es que no el primero, de los musicals que he visto en mi vida. Fue en Huelva, en el cine Park, que estaba frente al Bar La Copa, cerca de la palmera en el Paseo del Chocolate. La vi durante el verano de 1948 ó 49 unas seis o siete veces, siempre en programa doble, cada vez con una peli distinta, por lo general de la serie negra. Ahora, al volverla a ver al cabo de unos 75 años me doy cuenta de que había olvidado su trama, no recordaba el baile de Gene Kelly con el ratón Jerry, ni con la adorable mexicanita, ni cuando danza en solitario una mezcla de “La cumparsita” y “España cañí”. Tampoco recordaba al insufrible José Iturbi. Pero la he recobrado para mi cinemateca de la nostalgia de aquellos tiempos tan lejanos.
Tras el chequeo que hice ayer de la topografía del Steep’s, acudí hoy con Diny y el camarero me saludó al verme llegar: «¿Hoy con su esposa?» Dijo “Gatin”, no “Frau”, lo que habla de su buena educación. Y cuando le pedí un refresco de manzana para Diny, me preguntó: «¿Y para usted un Grauburgunder como ayer?» Se ha dado cuenta de que ganó un parroquiano. Diny pidió un Flammenkuchen en su variante clásica, con tocino de jamón bien picadito, y yo un panqueque con lonchitas de tocino de jamón: ambos quedamos muy satisfechos.
Alrededor de las 6 pm vino Doña Geranio, la asistenta cubana, para cambiarle el pañal a Diny y ponerle el pijama. Luego pegamos la hebra un ratico y me entero, para mi gran sorpresa, de que tiene siete nietos. Viéndola, a nadie se le ocurriría pensar que ya es abuela. «Sorpresas te da la vida», como dijo en su día un filósofo panameño.
Rodenkirchen, 26.5.
Vinieron a Colonia los cinco hermanos de Diny. Tardaron tres horas para un trayecto que normalmente se hace en una hora y ½, pero como el lunes de Pentecostés acá es festivo, ya desde hoy mucha gente se ha echado a las autopistas, en ambas direcciones, dando lugar a eso que los colombianos llaman “trancones”, palabra que me gusta más que su nombre español, “retenciones de tráfico”, siempre me suena a “retenciones de orina”. Nos encontramos con ellos a las 3 pm, en el Bistro Verde, que ya Willy conoce de dos o tres veces anteriores. Fuimos en compañía de Chico, que tiene una buena relación con todos ellos, pero una especial con Theo. Por eso organicé la mesa para ocho, haciendo parejas, Willy conmigo, Diny (la hermana mayor) con Harry (el mayor de los cinco hermanos), Theo con Chico, y Marcel con Joos, que es un ahijado de Diny, por cierto. Y la comida fue copiosa y buena, muchos espárragos y muchas sollas de mayo, un plato típico del mes, porque es cuando este pescado tiene mejor sabor. Pagaron ellos, de lo cual ye me habían avisado cuando propuse que dividiéramos la cuenta entre siete porque de ese modo invitábamos a Diny. Y en vista de que ellos pagaron la comida y la bebida los invité a un postre de su elección. Fue curioso porque Marcel y Joos pidieron una copa de tinto (Primitivo), mientras que Willy y Diny sólo quisieron un café, Harry y Theo una selección de bayas del bosque, Chico no quiso nada, y yo un Apfelstrudel vienés que sabía mismamente a gloria y lo mandé a bodega con una copa de grappa: nadie quiso un digestivo. Del Bistro Verde nos vinimos al Maternus, y Harry se sentó ante mi compu y estuvo trabajando para obtener una certificación de los ingresos de Diny por concepto de jubilación, no es mucho porque su vida laboral en los Países Bajos fue breve, pero con esa pensión y la que le pasa la caja de pensiones alemanas, por su maternidad, tiene ± unos 500 € mensuales. El certificado neerlandés ad hoc lo envían todos los años, tengo el del 2022, pero el del 2021 debe haberse perdido a consecuencia de la desgracia con el viejo piso. Y mientras Harry (que tuvo su propia firma de asesoría fiscal) se afanaba con la compu, el resto platicamos de todo lo divino y todo lo humano, ese pleonasmo. La despedida fue muy cariñosa y emotiva. Pero cuando yo les creía saliendo del garaje donde aparcaron, de repente sonó el timbre y era Willy: me había traído un ejemplar de la adaptación teatral de Max Havelaar, la genial novela de Multatuli, y ya estaban saliendo del garaje cuando se dio cuenta de que se le había olvidado entregármela. Menos mal que el garaje está al costado sur del ReWe.
Rodenkirchen, 27.5.
Estuve viendo anoche Autumn in New York [Otoño en Nueva York], con una querible Winona Ryder y un Richard Gere, donjuán impenitente de 48 años que se enamora de una joven de 22 (Winona) y ella de él, y sobre quienes pende la espada de Damocles de una enfermedad mortal que ella padece. Se trata, pues, de todo un melodrama, pero el hecho de que lo dirija una mujer, Joan Chen, expulsada de China a causa de su debut, Xiu Xiu, consigue que salte la chispa entre los protagonistas y entre los dos salven la peli. Creo que no ha tenido la crítica favorable que merece y creo que la volveré a ver esta noche, para poder saborearla mejor. Y por cierto: yendo esta mañana a la busca de un buen enlace para un hipervículo en esta entrada, descubrí un texto muy completo y con observaciones bastante inteligentes acerca de las pelis que transcurren en el otoño, decidí incorporarlo como hipervínculo aquí.
Fui de compras al ReWe (sopas, manzanas, jugo de manzana, agua mineral, whisky, papel higiénico), me hice una sopa de ajo con huevo escalfado y me tendí a dormir la siesta, no sin cerciorarme de que Diny me había hecho caso, e ido con su andador al parque del Maternus, el que podemos ver completo desde nuestro balcón, y estaba sentada en un banco, tanqueando un sol de 20º.
Hace tres días le contesté por fin a Violeta, quien se había interesado (después de leer una entrega reciente de mi Diario) por su compatriota Ricardo Ojeda Vera, de quien no había encontrado nada gugleando. Y me contaba además la experiencia de su primer viaje a Brasil, a São Paulo, un viaje relámpago, y de lo mucho que le impresionó su Museo de Arte. Le contesté por fin: «Esta vez no te he querido contestar hasta no haber hablado con mi tocayo Ojeda Vera. Pero ya le he dejado dos mensajes en su CAL y no tengo una respuesta suya. Y en efecto, no encuentras referencias suyas en la red porque no es fotógrafo, él era médico y biólogo, y ahora se desempeña como practicante de la medicina alternativa, en Heilbronn, una ciudad al sur de este país. Pero casi no hay material en la red acerca de su formidable trabajo sobre la muerte de los árboles, ya me di cuenta cuando le hablé a Jessica de vuestro compatriota y estuve buscando en la red algún material al respecto, es algo que pienso preguntarle cuando finalmente contacte conmigo. Y apenas sepa algo más, te lo comparto. […] En cuanto a São Paulo, he vivido allá un mes, en 1987, con mi amiga brasileña, cuando estuve a punto de juntar mis trapos con ella. Y el Museo es en verdad una belleza. Gracias a él tengo contabilizadas tres Tentaciones de San Antonio: la del Prado en Madrid, la de Lisboa y la de São Paulo. Y en un sebo (como llaman allí a las librerías de viejo) compré una increíble traducción al portugués de D João Tenório, hecha por uno de los más grandes poetas brasileños, Manuel Bandeira. En la escena de la seducción de doña Inés, hasta me gusta más que el original: «Não é certo, anjo de amor, /que nêste quieto recanto / tem o luar mais encanto / e se repira melhor?» Está formidablemente ilustrada con fotografías de los montajes con escenario diseñado por Dalí, en Madrid y en Río de Janeiro. Una joya. Y la compré por tres perras gordas, como diría mi abuela Remedios».
Al repasar estas anotaciones veo que se me olvidó algo que me pasó el miércoles. Entre las cosas que me traje del viejo apartamento había una bolsita de tela negra con una franja tecnicolor en el centro, conteniendo moneda fraccionaria de 1, 2 y 5 centavos. Hace poco vi que a la entrada del ReWe hay un automático donde se las puede depositar y a cambio te expenden un bono, pagadero en una de las cajas. Pues bien, la llevé allá el miércoles, deposité las monedas en la bandeja y el bono era por 8,94 €. Fui donde los whiskies y comprobé que tenían Ballantine’s en oferta, me acerqué donde las cajas y entregué a la cajera (una africana) la botella, el bono y 1,06 €. Mirá vos por dónde: el ahorro siempre es bueno, aunque sea centavito a centavito. Si es verdad que el crimen nunca paga, el ahorro nunca deja de hacerlo.
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